Luz de luciérnaga © (WTC #1)...

By ZelaBrambille

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Novela publicada por Nova Casa Editorial, puedes encontrar "Luz de luciérnaga" en librerías de España y Améri... More

Luz de luciérnaga ©
¡¡LUZ DE LUCIÉRNAGA TIENE EDITORIAL!!
¿Dónde puedes comprarlo?
Prefacio (corregido por la editorial)
Capítulo 01 (corregido por la editorial)
Capítulo 01 | Memorias felices y dolorosas II
Capítulo 02 | Recuerdos de graduación
Capítulo 02 | Fiesta de cumpleaños II
Capítulo 03 | Reto
Capítulo 04 | Resignación
Capítulo 05 | Buenas noches
Capítulo 06 | Nuestros meñiques
Capítulo 07 | Cobardía
Capítulo 08 | Olvidada
Capítulo 09 | No es un problema
Capítulo 10 | Hermosa realidad
Capítulo 11 | Paciencia
Capítulo 12 | Olor a suelo
Capítulo 13 | Desbordante pasión
Capítulo 14 | Secretos desconocidos
Capítulo 15 | Miel contra azul
Segunda parte | Morimos
Capítulo 17 | El umbral de la tempestad
Capítulo 18 | Los ladrillos de mi pared
Capítulo 19 | Alma abierta
Capítulo 20 | La caída al infierno
Capítulo 21 | Un poco más abajo
Capítulo 22 | Morimos juntos
Capítulo 23 | Golpe doloroso
Capítulo 24 | Locura
Capítulo 25 | Gritos convertidos en truenos
Capítulo 26 | Respirar lejanía
Capítulo 27 | Renacer en tus brazos
TRILOGÍA "Wings to change"

Capítulo 16 | Entre flores y mentiras

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By ZelaBrambille

Verla no provocó nada en mi interior, Amanda nunca me produjo nada porque Carly siempre había estado en mi mente.

La sentía tensa bajo mi tacto, pero se mostraba firme e inquebrantable. Notaba que estaba cambiando ciertas actitudes, más confianza en lo que hacía. Por un momento pensé que se escaparía otra vez, pero no fue así. Ella confiaba en mí y eso solo me hacía amarla más. No quería quitarle los ojos de encima porque sabía que si Amanda la provocaba iba a saltar, y no quería que la lastimaran.

Las dos se mantuvieron en silencio hasta que alguien se aclaró la garganta.

—¿Así que están juntos? —cuestionó la pelinegra con seriedad, iba a contestar, no obstante, Carly se me adelantó. Esbocé una sonrisita que quedó escondida en su cabello.

—Sí —escupió tajante. Otro silencio atronador se hizo presente en el lugar, después de unos segundos volvió a hablar.

—Lo siento, Carly, no lo sabía. —Me atreví a mirarla de reojo porque su tono no me gustaba en absoluto, la conocía y sabía que era una chica que hacía dramas por cualquier mísera cosa. Su tranquilidad ante la situación no cuadraba—. Pensé que David estaba soltero o, en su defecto, con alguna otra, no creí que al fin se había atrevido a hablarte sobre sus sentimientos. Me da gusto que estén juntos, hacen una linda pareja.

Carlene lanzó una carcajada burlona.

—¿A quién quieres engañar? ¿Crees que te creo? No soy estúpida —se defendió Carly con la barbilla alzada y los brazos puestos en jarras.

—No, solamente crecí y dejé de ser una cría. Comprendo que están juntos y se quieren, lo respetaré —contestó encogiéndose de hombros.

Algo en todo el asunto seguía sin encajar. Carlene no respondió nada, Amanda se dio la vuelta sin más y descendió los escalones de la entrada, escuchamos cómo arrancó el coche y se perdió en la lejanía.

Se deshizo en mis brazos y sacó todo el aire de sus pulmones, la cobijé en mi pecho para trasmitirle seguridad.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Lo estoy —contestó en un suspiro.

—Estuviste genial —dije con una sonrisa y estiré el brazo para cerrar la puerta, necesitábamos algo de privacidad.

Alzó la cabeza para mirarme, abrió la boca para hablar, no dijo nada porque volvió a cerrarla, así que la llevé al sofá y me senté a su lado. Recargó su brazo en el respaldo y me enfocó, barrió con sus pupilas mi cara, quizá buscando algo.

—¿Te sigue gustando? —pidió saber y mordió su lengua, sabía que hacer la pregunta le había costado. Negué con la cabeza y me corrí para que quedáramos más cerca.

Jugueteé con un mechón de su cabello rebelde.

—Me gustas tú, ya lo sabes —dije mirándola a los ojos para que notara la verdad. Después de saber que ella sentía algo por mí nada volvería a ser lo mismo, yo ya no tenía qué ofrecerles a las demás.

—¿De verdad, D? Si me lo prometes voy a creer en ti sin importar nada, siempre ha sido de esa manera. Te amo y si me dices que ya no te interesa Amanda, vo... —Su nerviosismo me estaba volviendo loco, lejos de enojarme por su duda, derritió mi corazón como chocolate en el fuego.

La interrumpí chocando sus labios con los míos, automáticamente mi mano la rodeó y se escabulló debajo de la playera que llevaba puesta. No lo hacía con dobles intenciones, solamente me gustaba sentir su piel en la mía.

—Te lo prometo —susurré vislumbrando sus párpados cerrados y sus comisuras alzadas.

* * *

No quería que se marchara, no cuando nos estábamos conociendo de otra manera. Tampoco deseaba que regresara a casa de sus padres, su madre siempre la perturbaba y no quería que volviera a sufrir como en la adolescencia. No obstante, no logré convencerla, así que le ayudé a empacar.

—¿Voy a poder colarme por las noches? —cuestioné al dejar las maletas en la cama de su antigua habitación. Carly soltó una risita y se detuvo frente a mí, la rodeé de inmediato.

—Cuando estén dormidos —contestó y me regresó el abrazo. Se sentía demasiado bien, su cuerpo encajaba en el mío.

Una hora después salí para regresar a mi casa, me llevé una sorpresa cuando vi el camión de una florería estacionado. Un hombre se acercó diciendo que tenía una entrega para Carlene Sweet, con confusión firmó los papeles que le tendió. Automáticamente los celos se apoderaron de mí.

Le habían mandado un arreglo floral más grande que yo. La escuché despachar al sujeto y darle propina, cerró la puerta y no se acercó a mí. ¡No se acercó! ¿Por qué demonios no se acercaba y me daba una explicación? Yo no podía dejar de apretar mis puños ni de lamentarme porque no tenía el dinero suficiente para comprarle unas flores de ese tamaño. Agarró la tarjetita y miró lo que decía con seriedad.

—¿Quién las mandó, luciérnaga? —pregunté con los dientes apretados, creo que lo sabía, conocía la respuesta antes de que ella lo dijera. Carlene suspiró con pesar, tal vez creía que me pondría como loco y no se equivocaba—. Dímelo.

—Richard —soltó haciendo que más enojo me invadiera. ¿Por qué demonios le mandaba flores? Los recuerdos de cuando éramos adolescentes se precipitaron en mi mente. El rubio con las manos en las caderas de Carlene, el rubio con sus labios en los labios de Carlene, el rubio mirándome burlón mientras la besaba. ¡Joder! ¡No! No quería pasar por aquello de nuevo, no lo resistiría, no después de saber cómo era amarla.

—¡Ese bastardo! —rugí entrando en un trance que me cegó por completo.

Me lancé hacia el arreglo floral y lo destrocé. Aplasté con mis suelas los pétalos y luego sacudí mi cabello con frustración.

Decidí mirarla, tenía los labios convertidos en una línea recta y me miraba con incredulidad, como si estuviera decepcionada de mí y yo no deseaba ver cómo me dejaba. Así que pasé por su lado y salí de ahí porque comenzaba a ahogarme, llevábamos juntos muy poco y ya lo había estropeado.

—Ni se te ocurra volver con esa actitud, David. —Alzó la voz para que la escuchara. Me marché, estaba demasiado enojado y no quería arruinar más las cosas. Me trepé en la vieja camioneta y giré el volante cuando estuvo encendida. Vagué en mis pensamientos hasta que aparqué frente al parque de nuestras vidas, aquel al que siempre habíamos ido cuando éramos niños.

Ahí habíamos vivido parte de nuestra infancia, jugado en los juegos llenos de barrotes de colores, con alguna pelota o simplemente nos habíamos sentado para contemplar las nubes. Me dejé caer en la misma banca que frecuentábamos porque sí, teníamos nuestro asiento favorito.

Teníamos no más de trece, para entonces Carlene ya era una experta en los deportes y los chicos se asombraban al escucharla hablar sobre fútbol o básquetbol, cualquier deporte en realidad; yo también la admiraba cuando lo hacía. Recuerdo que llevaba el cabello suelto porque su madre la había obligado, nos sentamos en la banca sin decir nada. Estaba nervioso, así que obtuve un chocolate del bolsillo de mi pantalón para entretenerme con algo. Era su favorito, por lo que le di un poco. Unos chicos la veían desde el otro lado de la acera, no quería que la invitaran a jugar y se dieran cuenta de lo genial que era, entonces tomé su mano y los miré con el ceño fruncido. Ellos se fueron, pero no la solté porque, en realidad, el toque era lo más emocionante que había sentido jamás.

Nunca había tomado la mano de una chica, la de Carly era pequeña en comparación con la mía. ¿Quién iba a pensar que se sentía de la misma manera?

La amaba, nos amábamos. Nadie iba a meterse entre nosotros, lucharía para que no fuera de ese modo, para que estuviéramos juntos. Me puse de pie, sabiendo a la perfección lo que tenía que hacer.

* * *

Se estaba comportando como un infante inmaduro, no era el hecho de que se pusiera a romper el arreglo por terquedad, era que me hacía sentir como si fuera capaz de engañarlo. ¡Por Dios! Llevaba toda mi vida enamorada de él.

Malhumorada esquivé a mi madre —escuché cómo refunfuñó por pasar a su lado corriendo— y me encerré en mi habitación dando un portazo que bien pudo haber roto las ventanas de la planta alta, pero en ese instante no me interesó eso ni el grito de disgusto que mi padre lanzó. Me dejé caer en la cama como si fuera una montaña de hojas, las imaginé volando a mi alrededor, esparciéndose en el suelo y cubriéndome del mundo, dejándome escondida debajo de su olor a arce.

Dave y yo solíamos hacerlo, juntábamos las hojas que caían en otoño, creábamos una especie de cama y luego nos lanzábamos juntos. Siempre terminábamos con la ropa manchada de tierra y los cabellos llenos de pedazos de hojas secas; lo que más recordaba era lo que hacía mamá para regañarme después.

Sacudí la cabeza, no me gustaba recordar ciertas cosas que solo me lastimaban. Pensaba que tenía que perdonarla porque era mi madre, y me sentía mal por detestarla como lo hacía. Todo era parte de mi pésima autoestima y de que no me valoraba lo suficiente como para darme cuenta de que ella solo me hacía daño.

Cuando me deshice de lo que tanto me quitaba la tranquilidad, recordé la manera tan drástica en la que David había actuado, no me dio tiempo siquiera de hablar o decir algo, comenzó a descargar sus celos contra un montón de florecillas. Evoqué, en ese instante, la primera vez que Richard me había obsequiado algo: una caja gigantesca de chocolates. La había dejado en mi habitación, ingresé a mi cuarto de baño para asearme. En cuanto salí, vislumbré mi caja de chocolates aplastada en manos de Dave, le creí cuando me dijo que se había sentado encima sin ver. No sabía qué creer, probablemente también lo había hecho a propósito.

En lugar de enojarme, entré en un estado de euforia y comencé a reír con desenfreno, no me importó que mi padre entrara en mi recámara contrariado y se fuera de ahí con gesto divertido. Froté mi abdomen para calmarme, ¿cómo no me había dado cuenta de sus sentimientos? Escuché los pasos de mis padres que se dirigían hacia su habitación al fondo del pasillo, así que tuve que calmarme.

No entendía por qué Richard me había mandado flores, no me gustaban las de esa clase —no era muy amante de cualquiera en general— y eso solo fue un claro ejemplo de lo poco que me había conocido mientras habíamos salido. Y, aunque era alguien a la que le gustaba jugar vencidas y eructar después de tomar refresco, le tomaba demasiada importancia a ese tipo de detalles. Lo que tenía bien claro es que debía aclarar ciertas cosas con él antes de que todo se me saliera de control, ya no me interesaba tenerlo en mi vida, no desde que me había dado cuenta de cómo era en el dichoso bar. Yo no era de las que confiaba dos veces, y él ya me había traicionado.

Vislumbré las estrellas del techo, brillaban por la oscuridad, y escuché un golpe en mi ventana; creí que era ocasionado por el viento, pero volví a escucharlo una segunda vez. Me enderecé dudosa y me encaminé a la fuente del sonido.

Mordí mi labio cuando lo vislumbré debajo de mi ventanilla con un puñado de piedras en su mano. Me indicó que la abriera, así que lo hice, con señas le pedí que guardara silencio porque seguramente mis padres estaban durmiendo y no me apetecía discutir con ellos.

El ambiente me transportó a años atrás, cuando él escalaba la pared de alguna forma desconocida para mí. Cada vez que lo hacía me aterraba, pero él insistía y yo no era capaz de resistirme demasiado a sus ruegos. Jadeante llegó al destino y entre gemidos se coló a mi habitación, parecía un anciano después de haber corrido más de un kilómetro.

—Ya no soy tan joven como para hacer esto todos los días, tendrás que abrirme la puerta. —Suspiró y tronó el hueso de su cuello, también el de sus nudillos y me miró aprehensivo—. Lo sé, me comporté como un niño, no pasará de nuevo.

De su espalda sacó una rosa blanca, él sí que sabía qué era lo que me gustaba y eso me encandilaba de muchas formas.

—No puedo comprarte un arreglo enorme para reponerlo, pero sabes que si tuviera el dinero no solo te compraría uno, te daría miles —susurró y colocó la flor entre mi oreja y mi cabello.

—Esto es muy romántico —apunté y lo abracé sin pena, sentí su sonrisa en la coronilla de mi cabeza y su pulso incontrolable en mi mejilla apoyada en su pecho. Olía a su perfume, un suave aroma que siempre me hacía vibrar y el cual podría reconocer en cualquier parte.

Sus brazos me apretaron y su respiración cosquilleó en mi oreja, depositó tiernos besos que me transportaron a otro mundo. Suspiré porque tenía que liberar lo que sentía o explotaría, ya mis piernas amenazaban con quebrarse y mis pulmones parecían no reaccionar.

Él continúo el recorrido por el largo de mi cuello, sentí la calidez de su lengua un par de ocasiones. Apartó con delicadeza el tirante de mi blusa y besó la piel de mi hombro desnudo. Era tan dulce y tan tierno conmigo, sus movimientos eran tan controlados y perfectos que no lo detuve, no estaba segura de si lo lograría.

Sentí sus manos ascender por mi espina y escabullirse debajo de mi ropa, moldeó mi cintura y delineó la línea de mi ombligo. Subió y subió hasta que no fui capaz de razonar en absoluto por su manera de estrujarme y besarme, no conocía el universo que me estaba mostrando.

Nuestras caderas encajaron, miles de suspiros salieron de mi boca cuando sentí la fricción justo en ese punto especial, él en cambio gruñó y me erizó la piel.

Sin embargo, cuando intentó desabrochar mi pantalón, sí que lo detuve con la poca cordura que me quedaba. Se echó hacia atrás y, con la mirada nublada, llevó sus manos a otro lado.

—¿Lo arruiné? —preguntó con voz rasposa y electrizante. Sonreí de lado y negué con la cabeza, ¿en qué mundo sentir aquello sería arruinar algo? Me dio un beso que me demostró lo mucho que quería estar de esa manera conmigo, pero no insistió o mostró señal de enojo.

No era virgen, pero mis experiencias no habían sido las mejores, tenía miedo de decepcionar a David, por eso lo detenía; mi cabeza aún no estaba preparada, a pesar de que mi cuerpo rogaba fundirse con el suyo.

Solo me besó con pasión, paseando su lengua por toda mi boca y mordiendo mi labio un par de veces, acercándome a él, aunque ya no había más espacio. Lo besé de vuelta igualando su ritmo.

Más tarde me recosté sobre él, mientras acariciaba mi cabello y enredaba nuestras piernas con picardía.

—Tengo miedo, Carly —me dijo en un murmuro que me hizo alzar la cabeza y cuestionarlo con la mirada—. Están pasando cosas extrañas, primero tu madre con su actitud, luego Amanda y al final Richard mandándote un jodido arreglo de más de doscientos dólares.

Yo también lo creía.

—Prométeme algo —pidió con urgencia y alzó su palma abierta para que yo colocara la mía ahí, lo hice sin dudarlo—. Promete que siempre vamos a creer en nosotros sin importar qué y cuan mala se vea la situación. Hablaremos y lo discutiremos, promete que nunca te alejarás, luciérnaga.

El nudo en su garganta me mostró lo aterrado que estaba, no quería que se sintiera así.

—Te lo prometo —susurré mirando sus iris verdes.

—Nunca será lo mismo si tú me dejas, nada podrá llenar el hueco y el vacío que dejarías —soltó y cerró los párpados impidiendo la visión de su mirada afligida.

Sellé mis palabras con un besito en sus labios y me adherí a su cuerpo. Le susurré que lo amaba y él hizo lo mismo. Quería creer que así permaneceríamos toda la vida y que nada sucedería porque ya nos teníamos al fin el uno al otro, después de tantos años merecíamos estar juntos y disfrutar de eso, pero como siempre me equivoqué porque a veces el mundo no quiere girar a nuestro favor.

* * *

A la mañana siguiente él salió por la ventana y luego tocó la puerta para entrar en la casa como una persona normal. Ingresó con una amplia sonrisa y fue directo a abrazarme y a depositar un beso en mis labios. Mis padres veían, y sí, me inquietó la seriedad que llevaba mi madre en el rostro. No entendía cuál era su problema.

Los días comenzaron a pasar uno tras otro, las vacaciones junto a él no eran tan aburridas. Yo pasaba la mayor parte del tiempo en el departamento con D, hacíamos cualquier cosa. Podíamos pasar una tarde entera mirando películas y después juzgándolas como si fuéramos expertos en cine, aunque no supiéramos nada en realidad. Me daba palomitas en su boca y entre risas se las arrebataba, no dejaba que me apartara porque comenzaba a besarme y, de alguna forma, terminaba encima de mí en el sofá.

Otras ocasiones me hacía compañía mientras pintaba mis cuadros. Le conté sobre mis verdaderos deseos, yo había querido estudiar pintura y no una licenciatura en letras, pero mi madre me había matriculado en eso. Me animó a seguir pintando, incluso buscó en internet exposiciones de arte donde podría intentarlo con mis obras.

Cada noche entraba a mi recámara a escondidas y se metía debajo de las sábanas, después rodeaba mi cintura y me pegaba a él, me susurraba al oído que me amaba una y otra vez. Había otras veces en las que la pasión nos ganaba y terminábamos envueltos en una sesión de besos y caricias.

Salimos juntos a muchas partes, aunque fuera un sencillo parque a la vuelta de la casa, también era divertido compartir un helado de vainilla, sentados en algún columpio y charlando de cosas sin sentido.

Yo nunca me aburría a su lado, siempre hallaba la manera de hacerme reír, de hacerme olvidar todo lo que no fuera él.

En mi casa era el mismo problema que había tenido siempre, mi madre revoloteaba a mi alrededor insistiendo en que era un hombre con pechos y que necesitaba arreglarme o, de lo contrario, Dave se terminaría aburriendo de salir con alguien que se vestía igual que él. Entonces David saltaba y se le plantaba con el rostro furioso y le decía que él me amaba con esa ropa, que no intentara cambiarme o me llevaría de regreso al departamento.

Los verdaderos problemas sucedían cuando no estaban él o mi padre, Ginger se acercaba como una planta carnívora que intentaba seducir a su presa y me hablaba con las palabras cariñosas que solo utilizaba cuando quería manipular y hacer explotar mi cabeza. Y me recordaba todo lo que había ocurrido cuando apenas había sido una chiquilla que empezaba a presentar los cambios de la adolescencia. No titubeaba en describirme ese lugar o a las personas que solían estar en él, sin embargo, supe controlar mi angustia; creo que eso solo hizo que se enfureciera más.

Comencé a tener pesadillas de nuevo, imaginaba todo, era como lo estuviera viviendo otra vez, y me aterraba. Me daba asco y sudada, y con las migajas de mis sueños aun transitando en mi cabeza, corría a vomitar al baño, Dave sostenía mi cabello y luego limpiaba mi boca con un pedazo de papel, me daba palmaditas en la espalda y me vislumbraba con aprehensión. Veía en sus ojos las múltiples preguntas que no musitaba, todo aquello alguna vez lo vivimos. Después se acurrucaba junto a mí y me arrullaba toda la noche.

Me preguntó demasiadas veces qué era lo que me atormentaba, no obstante, le suplicaba que parara y lo dejara a un lado, no deseaba revivir más lo que estaba tan vivo en mi mente y mi cuerpo.

Lissa andaba de viaje fuera de la ciudad con sus padres en algún crucero, así que solo charlábamos de vez en cuando por teléfono o mensajes de texto. Le conté todo lo que había ocurrido en el campamento, recuerdo que lanzó un grito de emoción y no paró de hacer preguntas hasta que la convencí de que ya no había más por contar.

Mi padre comenzó a presentar una serie de molestias, le dolía el pecho al caminar, se mareaba demasiado fácil e, incluso, lo llegué a ver pálido sin motivo aparente. Me preocupé, a pesar de que mamá decía que seguramente era por falta de sueño, papá creía lo mismo. No obstante, llegué a la conclusión de que era mejor asegurarse de su salud. Se hizo unos estudios, le recetaron un cambio drástico de dieta y unas pastillas para prevenir infartos. Obviamente me puse como loca, mi padre siempre había sido un hombre sano, no entendía por qué de pronto se estaba enfermando, así, de la nada. Él me prometió que todo estaría bien, le creí porque él nunca me mentía; era otro de los soles de mi oscuridad.

David iba todos los días a mi casa y le preparábamos una de las tantas recetas que le había recomendado el doctor. Por él intentaba fingir que todo estaba bien, a veces lo encontraba mirándome fijamente y con el ceño fruncido, así que me acercaba y acariciaba su entrecejo con los dedos. Le sonreía y le contaba cualquier cosa para que las malas ideas se dispersaran, a veces funcionaba, algunas otras no.

No estaba tranquila en casa, solo permanecía en el sitio por papá. En ocasiones me encontraba sentada en mi cama y ella se detenía en el umbral de mi habitación y me observaba sin moverse. Mamá se mantenía ahí casi sin pestañear, a pesar de que le enviaba miradas amenazadoras, era como si estuviera en otro mundo. Luego simplemente se iba y todo volvía a ser calma para mi organismo.

Richard me buscó un par de veces, no lo recibí en ninguna ocasión, pero un día él y Dave coincidieron. David lo tomó de la camisa y lo zarandeó como si fuera a penas una pluma para él, le advirtió que me dejara en paz, que yo ya estaba con alguien y que no permitiría que se metiera entre los dos. Me asusté un poco cuando Richard soltó una carcajada burlona, David se enfureció y le propinó un puñetazo en el pómulo.

El rubio dejó de ir a mi casa, no detuvo la corriente de mensajes de texto, los cuales ignoraba.

Amanda no volvió a aparecerse, Dave me prometió que no había sabido nada de ella después de aquel incidente. Debería de haber estado feliz de que se alejara, pero algo en mi pecho me decía que no me confiara del todo; empezaba a entender el temor que David tenía, pero me dije que era normal porque era una relación nueva y había muchos sentimientos involucrados, era obvio que me sintiera de ese modo.

El tiempo pasó con una rapidez sorprendente y, con él, la relación entre Dave y yo crecía y se fortalecía cada segundo más. Aunque al principio nuestros cuerpos fueron los que gobernaron, pasadas unas semanas él empezó a hablar de un futuro juntos. Me preguntó qué planes tenía y me contó lo que él deseaba, nos reímos al darnos cuenta de que éramos muy opuestos en nuestras metas. Yo deseaba terminar la carrera y seguir estudiando, él quería montar un despacho y tener una familia conmigo.

—Es demasiado pronto —le dije. Dave lanzó una carcajada y me sentó sobre su regazo, para después estabilizarme con sus brazos.

—Ya lo sé, no estoy diciendo que tendremos bebés ahora, aunque no me importaría empezar a elaborarlos en este instante, luciérnaga —ronroneó en mi oído a lo que me estremecí. Sentí el sonrojo invadir mis mejillas, así que intenté ocultarme, pero como siempre el me descubrió y cubrió mi rostro con besos.

Luego acarició mi mejilla y me susurró que se acomodaría a lo que yo quisiera.

Y, entonces, todo se salió de control, se nos resbaló de las manos, entre los dedos.


* * *

Hola

¿Qué les pareció? Sí, ya... ya viene lo complicado de la historia. Prometo que haré todo lo posible para que se les estruje el corazón :'D

Les mando besitos. 

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