Oasis Nocturno

By AlejandroDAmbrosio

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Cuentos antológicos. Corres el riesgo de que en medio del desierto se revele un universo de posibilidades. To... More

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En Vivian
Nuestro Cadáver
Instinto de segunda mano
Mírame, allí estoy
Suspiro de porcelana
Mi héroe favorito
Lunar

Proyecto Venus

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By AlejandroDAmbrosio


—¿Algún sabor en especial?... ¿señorita?...

—Oh, no. Gracias, solo entré por curiosidad. ¡Vaya que tienen demasiados! Me pregunto si los clientes se saturan con esta infinidad de opciones.

—Tener demasiadas alternativas los obliga a pedir sus viejas confiables, como, por ejemplo —se inclinó sobre el mostrador—; chocolate, vainilla y mango. ¿Te gustaría probar alguno?

—La verdad estoy corta de tiem...

—Saldremos de la monotonía, mira, estoy más que seguro que esta combinación de sabores te fascinará —le ofreció una paleta con una muestra de helado sabor a coco y dulce de leche.

Victoria terminó cediendo. Aquel sabor invocó un placer en su paladar que no sabía que podía experimentar. Sus ojos se cubrieron con una fina capa de encanto como si estuviese apunto de llorar de felicidad.

—Esa era la expresión que buscaba —el muchacho sonrió, y Victoria asoció el color de sus labios con helado de frambuesa—. Déjame invitarte uno, vamos. Así te lo vas comiendo a donde sea que vayas y que mi buen gusto te traiga de vuelta..., aquí tienes, y ten unas servilletas extras.

—Primera vez que me invitan... algo. Gracias. Ahora sí me tengo que ir.

—Regresa pronto.

Victoria volvió antes de abandonar la tienda.

—Espero hacerlo.

Victoria recorrió con su mirada sobre el rascacielos 'El Péndulo' erguido al otro lado de la avenida. No logró estibar su pararrayos, en caso que tuviera, pues sus cimientos penetraban una espesa capa de nubes curiosas como el concepto de esa noche.

Victoria se dirigió al paso peatonal y, antes de cruzarlo, le ofreció su postre intacto a un carismático indigente, quien se hallaba pidiendo dinero o comida sobre un viejo colchón. Entre sus piernas dormitaba un pequeño poodle negro, o quizás había sido blanco meses atrás. El sujeto le agradeció con todo su ser y despertó al animal para darle a probar.

Finalmente, Victoria se detuvo frente a la entrada del edificio 'EL PÉNDULO CENTER & CO'. Observó el interior de la recepción a través del cristal, y de pronto sus puertas se abrieron automáticamente para ella.

El recepcionista plantó su mirada sobre el cabello cobrizo de la mujer que atravesaba el lobby con dirección a él.

—¿En qué puedo ayudarla?

Victoria volvió a verse frente a otro mostrador, aunque en esta ocasión no había un atractivo heladero esperando evocar nuevas sensaciones; ahora era un hombre con expresión de una falsa amabilidad, esperando una respuesta con la espalda demasiada erguida. El nudo de su corbata parecía ahórcale y daba la impresión que sus pómulos podrían cortar.

—Tengo una cita con el señor Apolo.

—¿Su nombre es...?

—Victoria.

—¿Tendrá algún apellido?

—No, por ahora.

El recepcionista le escudriñó el rostro buscando alguna señal de gracia.

—El que lo siente soy yo, me temo que su único nombre no se encuentra en el sistema de citas.

—¿Podrías intentar contactarlo? No me queda mucho tiempo.

Los dedos del hombre saltaron sobre el teclado y enseguida transfirió una llamada a su audífono manos libres. No fue atendida.

—No podrá ser atendida hoy. Anotaré su correo electrónico y número de teléfono para programarle una cita que, estimo, será en dos semanas... —miró la pantalla del computador—, sí, dos semanas.

Victoria esbozó una sutil sonrisa que no duró mucho.

—A ver, ¿por qué no llamas a su mujer y le comentas que su esposo contrató a una prostituta para solventar la falta de sexo que ella no puede darle, porque siempre lleva consigo la excusa de estar agobiada por el declive de su empresa en la bolsa de valores? cuando, en realidad, no tiene ganas de acostarse con él porque su apetito sexual está siendo alimentado gracias a su primo. Sí, su primo de sangre y quien, en realidad, sí se encuentra en un proceso agobiante en donde su esposa está decidida en divorciarse y arrebatarle la custodia de su única hija, que, por cierto, es fruto de una infidelidad que todo el mundo sabe y él se niega a aceptar.

El recepcionista se apretó aún más la corbata.

—Permíteme y personalmente la acompaño a la oficina del señor Apolo.

—No es necesario, solo dime en qué piso está y daré con él.

—Insisto.

Fue guiada hacia los ascensores que se distribuían en un ostentoso pasillo. El recepcionista presionó uno de los botones y no tuvieron que esperar; el ascensor abrió sus puertas y cerró cuando hubieron ingresado. Marcó los pisos 65 y 103.

Uno al lado del otro, tuvieron un significativo momento de silencio mientras ascendían por el Péndulo. Ambos intercambiaron miradas a través del espejo que forraba las paredes del elevador. Él sonrió, y, Victoria le devolvió la sonrisa. Los ojos de ambos chispearon en el instante que el recepcionista se volteó y le dio un puñetazo en el abdomen seguido de otro en el oblicuo. Le sostuvo un brazo el cuál torció hacia su espalda y la fijó contra la pared. Victoria echó hacia atrás la cabeza y le quebró el tabique al opresor que la liberó. Este retrocedió con un estruendo divagando en su cráneo; con el dorso de una mano se limpiaba un líquido chorreando de su nariz.

Victoria se deshizo de su abrigo y un armamento perfectamente equilibrado se ajustaba a su traje negro. Extrajo un revólver VP9, esquivó una fulminante patada y con su antebrazo detuvo un puño que se dirigía a romperle la garganta, y en un movimiento rápido ella giró para tomar impulso y clavarle el codo en la cien, que hizo que la cara del hombre se disparara contra la pared. Restos de espejos se le incrustaron en la piel y el ojo derecho. Victoria le apuntó la cabeza con el arma.

—Insisto —disparó.

Las puertas se abrieron en el piso 65 en el instante que el cuerpo del recepcionista se desplomó. Rápidamente Victoria se resguardó a un costado. Docenas de hombres armados con metralletas MG3 aguardaban su llegada. No esperaron para desatar una tormenta de balas que destrozaron el interior del elevador. El silencio fue masacrado por metales y espejos afilados.

Los guardias buscaron instrucciones en el líder que detuvo el fuego. Les ordenó con un ademán que supervisaran la zona. Pero un sonido, bastante llamativo, los hizo detener y apreciar como una granada se paseaba distraída entre ellos. No les dio tiempo de moverse cuando estalló y sus cuerpos, y parte de sus cuerpos, salieron disparados en todas las direcciones.

Sonó el aviso de llegada del ascensor al piso 103, y la elegante entrada de la oficina de Apolo se hallaba justo de frente. Tal parecía que solo ese piso era para él. Sin dudarlo, Victoria entró y, entonces, contempló catorce hombres congregados en un panel circular en medio de la habitación. Se pusieron de pie entre aplausos casi orquestados. Unos soltaban comentarios afirmativos mientras que otros sacaban sus móviles para fotografiarla.

Victoria se adentró en el pilar de luz que había en el centro de ese espacio. El anfitrión Apolo yacía en su escritorio al fondo de la oficina, admirándola como lo hacían todos. A sus espaldas se extendía un ventanal que enmarcaba una fantástica vista de los rascacielos.

—Y así, caballeros, es como actúa una confiable máquina de seguridad —Apolo se incorporó en el panel para tomar cercanía con su creación.

Expuso características adicionales y los mecanismos sentimentales que usó en la previa demostración. Destacó la naturalidad de la conversación llevada a cabo en la heladería, e hizo énfasis en el factor humano de ofrecerle el postre al indigente. Una pantalla holográfica estuvo transmitiendo el campo visual de Victoria en todo momento.

—Debo decir —intervino el viejo Jorge. Sus cachetes se movían a cada pronunciación de sus palabras—, más que presentar un guardaespaldas parecía, en mi opinión, un perfecto sicario o sicaria. Sin embargo, admiro la dedicación que has tenido en vendernos este proyecto, que hasta nos has compartido esas intimidades que perturban al primo de tu esposa.

—Las mentiras también nacen de la dedicación, mi querido amigo, y eso es lo que hace humana a Victoria. ¿Qué esperan para detallarla más de cerca? Vengan. La elaboración de su físico es tan increíble incluso para mí.

Perfumes arrogantes envolvieron a Victoria. Los invitados, ancianos en su mayoría, husmearon la impecable estructura del androide; se podía observar el más imperceptible vello cubriendo su piel. Sus rasgos, sin duda, gozaban de una buena confección; las pecas salpicadas sobre su nariz eran detalles vivos; sus ojos eran tan perfectos que era imposible quitarle la mirada de encima.

—Apolo —habló un ejecutivo que tenía más frente que espalda—, ¿acabas de sacrificar a tu personal por esta demostración?

—¡Como crees! No eran humanos. Eran versiones antiguas de este mismo proyecto.

—¿Por qué has elegido en perfeccionar a una mujer? —quiso saber Jorge mientras regresaba a su asiento.

—Vaya estupidez has dicho «Jorjito» —Alfonso, un hombre de unos cuarenta y tantos, se hizo sentir—. ¿Quién coño va a querer a un puto hombre, cuando puedes poseer una mujer con el doble de su fuerza y con doble funcionalidad?

Jorge asintió como un tonto y Alfonso continuó a la vez que deslizaba sus dedos por un hombro de Victoria:

—Doble funcionalidad —repitió—. Creo que la llevaré a casa esta noche.

—Hay algunos detalles en el software que se deben actualizar, pero sin duda puedo hacerlo a la distancia. Es toda tuya —Apolo le dio una palmadita en la espalda.

Alfonso colocó sus manos sobre los pechos redondos de Victoria, y el tiempo pareció detenerse en el piso 103. Alfonso sintió la calidez de Victoria acariciar sus dedos, que siguieron recorriendo aquella figura hasta finalizar sobre el cierre del atuendo, y, con el silencio de los invitados protegiendo sus deseos, le bajó la cremallera.

—Ayúdame a desvestirte —le susurró a Victoria, y ella cedió.

Los magnates se veían entre sí con complicidad. Dio la impresión que se alegraban de que alguien tomó la iniciativa de satisfacer una curiosidad en común. El cuerpo desnudo de Victoria iluminó cada uno de los anteojos que la rodeaban. Sin quitarle los ojos de encima, Alfonso le dio una patada al traje que fue a parar fuera del panel. Retomó la cercanía con Victoria para decirle al oído:

—Además de encontrar seguridad en ti, supongo que también podré encontrar otro tipo de satisfacción —su mano se deslizó por el abdomen del androide. Pudo percibir la artificial respiración expandir su torso.
Introdujo los dedos en su entrepierna.
Palpó su curvatura.
Retiró la mano.

—¿Haces una mujer "realista" pero no le haces una vagina?

—¿Te estas oyendo? —Apolo tomó asiento—; ¿me estas pidiendo que justifique por qué una máquina de protección no tiene vagina? te has equivocado de empresa, mi estimado.

—Bueno —Alfonso volvió hacia Victoria—, al menos tienes boca. Ábrela.

Victoria acató la orden.

—Ábrela más.

Alfonso le introdujo un dedo. Para su alivio sintió que estaba húmeda. La lengua se sentía real y la calidez cumplía con sus exigencias. Desabrochó su pantalón.

—Ponte de rodillas.

Victoria lo hizo.

Apolo se levantó en un salto.

—¡Suficiente!

Nadie le prestó atención excepto Jorge, que se acercó al escritorio con una mirada fulgurante, y en voz baja le amenazó con sabotear cualquier venta de esta exposición si volvía a interrumpir. Apolo guardó silencio y se limitó a mirar cómo Jorge se integraba con el grupo de espectadores.

Alfonso se retiró el bóxer. Dejó a la vista una erección tan dura que parecía que tenía rato tratando de liberar aquello. Aproximó su polla a la boca de Victoria. Le humedeció los labios con su líquido pre seminal.

—Abre más la boca. Que quede ajustado con mi gruesa verga. Eso, así.

Su pene se topó con la campanilla de su garganta y le excitó aún más que no tuviera reflejos de arcadas. El silencio expuso los demonios de cada uno de los magnates; sus pupilas parecían cámaras de seguridad almacenando cada fotograma.

Apolo le gustaba la iluminación tenue de su oficina y muchas veces disfrutaba a estar a oscuras, sin embargo, jamás había sentido una oscuridad como aquella. Era densa y tenía un olor a polvo y vapor rancio. Por un instante disoció de la realidad y dio con el pensamiento de que, efectivamente, se podía esperar lo inimaginable por parte de los millonarios. Apolo había olvidado que los vicios más retorcidos salen a flote cuando el dinero no es un obstáculo para las cabezas más dementes.

La hermosa mirada de Victoria yacía adherida en la pelvis peluda de Alfonso y sus movimientos de vaivén. Él gemía y daba breves miradas afirmativas a los buitres que inspeccionaban sus fantasías figurarse con perfecta gestión.

—Eso se debe sentir exquisito—musitó uno de barba empapada de saliva.

—Yo quiero ser el siguiente —dijo el más bajo de todos.

—Mírala, se ve que lo está pasando de maravilla —comentó un anciano que no había pestañeado desde hace diez minutos más o menos.

Frases nauseabundas salpicaban la escena y Alfonso exclamó victorioso:

—Esta perrita se siente mucho mejor que esas prostitutas emigrantes del muelle Ocaso 6.

Apolo entornó los ojos al vislumbrar cómo la mirada de su androide comenzó a apagarse. Estuvo a punto de dar fin el espectáculo y acarrear con sus consecuencias cuando, de repente, Victoria hizo contacto visual con él. Apolo sintió un escalofrío que lo llevó a levantarse. Victoria retornó su mirada hacia al frente y, entonces, cerró estoicamente la boca arrancándole el pene a Alfonso de raíz. El hombre soltó un grito que le hizo vibrar los cachetes a Jorge. Varios pellejos de piel y venas se balanceaban entre sus piernas. Los pechos de Victoria daban paso a una cascada de sangre que emergía de su boca. Los magnates abandonaron la oficina entre chillidos y empujones como cerdos huyendo de un matadero. Alfonso cayó de rodillas, desahuciado, sobre un charco de sangre que se hacía cada vez más grande a su alrededor. Su mandíbula se había bloqueado al no saber digerir semejante de dolor.

Victoria se puso de pie y escupió el pedazo de pene en su mano. Se desplazó hasta cubrir con su sombra las muecas agonizantes de Alfonso. Él llevó su mirada hacia arriba.

—Maldita pe...

Victoria le introdujo el pene en su boca, hasta al fondo. Con sus dedos empujó el trozo del miembro, ya flácido, hasta que quedó atorado detrás de su campanilla. El momento fue interrumpido por un estruendo en la entrada de la oficina. Numerosos agentes de seguridad estaban ingresando con un extenso catálogo de armas que apuntaban un solo blanco.

El primer gatillo fue presionado con el <¡No!> de Apolo siendo ignorado entre las detonaciones. Victoria se movió de sitio; conseguía escudarse con los mesones y más adelante se precipitó sobre el escritorio de su creador echando todo al suelo. Sin detenerse corrió con potencia hacia el ventanal, cruzó los brazos frente a su rostro y se lanzó contra el cristal que se rompió en miles de partículas. La desnudez de Victoria destelló cuando un misil atravesó la habitación para estallar en su espalda y destruirla antes los ojos de Apolo.

Los restos de Victoria no eran más que una estela descolorándose con la noche.





*****






Ocho años transcurrieron desde aquel incidente en el piso 103, y Apolo, además de comenzar otros proyectos vanguardistas que gozaban de un tremendo éxito farmacéutico, se mantuvo enfocado de forma secreta en el proyecto que le había dado vida a Victoria. Entusiasmado por saldar una deuda con su vicio, le ordenó a su asistente que programase otra reunión (con elegantes invitaciones en físico) con las personas que asistieron a la exposición en aquella noche. Por supuesto, algunos ni se molestaron en responder, dos habían fallecido por causas naturales y los demás estuvieron ansiosos por volver a pisar El Péndulo. Sorpresivamente, Jorge contactó a Apolo por videollamada al recibir la invitación. Seguía más cachetón y sádico que nunca y no tardó en confirmar su asistencia entre chistes malos.

Los preparativos dieron fin y la gran noche llegó. Nubes fluorescentes oleaban sus crestas contra el ventanal del piso 103. Los invitados ingresaron de uno a uno y tomaron asiento en medio de una oscuridad teatral. Excitante. La emoción se podría describir, incluso, como agobiante. Quince minutos después, la luz central del panel se encendió, revelando el cuerpo inactivo y desnudo de un androide. Las extremidades del nuevo producto estaban sujetas contra la base de una camilla inclinada, como lo estaría una muñeca nueva dentro de su caja.

—Hoy no tenemos preámbulos —Apolo habló desde su silla—. Dejen sus asientos y contemplen de cerca este nuevo prototipo.

—Oh... que pre-cio-si-dad —pronunció un anciano que apenas podía moverse. Le toqueteó la cintura con manos temblorosas.

Otras manos se unían a la degustación táctil. Uno de ellos se atrevió a supervisar la entrepierna del producto. Suspiros a éxtasis y cocaína revolotearon como aves siendo liberadas de sus jaulas, y casi se les veía el dinero salir de sus pupilas al ver la usable vagina diseñada por Apolo.

—Ahora si está completa —susurró Jorge a la vez que hacia un lado los labios vaginales para supervisar su clítoris.

El androide abrió los ojos y se llevó un tremendo susto al tener sobre ella decenas de rostros desfigurados por la depravación. Empezó estrujarse sobre el panel a la vez que gritaba:

—¡¡¿Qué es esto?!! —sus muñecas ardían por la fricción con las ataduras—. De-déjenme coño ¡¡¡¡Hijos de puta!!!!

Apolo presenciaba todo como un manso felino, quieto y pensativo bajo una ligera oscuridad sobre sus hombros. Se empapaba con los recuerdos del tiempo que invirtió en la creación de este nuevo proyecto. Los detalles. El compromiso. Todo. Todo había salido a la perfección. El éxito que obtuvo al secuestrar a Alfonso aquella noche para intervenirlo y realizarle la operación de reasignación de sexo. Transformándolo físicamente en una persona con rasgos femeninos. Apolo se encontró siendo feliz. Muy feliz. Había encontrado un nuevo hobby, y se basaba en hacer probar a las personas acciones que a ellos no les gusta, pero que, sin embargo, estos lo practican por un placer destructivo.

Apolo experimentó una nueva excitación calentar su entrepierna. Se desabrochó el pantalón y se escupió en la palma de la mano para convertir su pronta masturbación en una grata experiencia. Ver y oír a Alfonso chillar como un desgraciado, llorar con ojos suplicantes y rogar entre saliva espesa por misericordia, daban combustión a la nueva fantasía de Apolo.

La lujuria poseyó por completo a uno de los invitados al punto de desnudarse. Su asqueroso cuerpo volteó hacia Apolo:

—¿Pu-puedo?

—Haz lo que quieras con él, perdón, con ella.

Todos celebraron y fueron a por ello. Apolo observó todo con detenimiento. Entre abrió la boca al momento de correrse. Un alivio tomó posesión de sus pulmones que lo hizo permanecer quieto por un largo rato mientras se recomponía.

—Oigan, si quieren desátenla —aconsejó cuando pasó cerca de esa pronta orgia—; y si se resiste, no se preocupen, está programada para actuar de esa manera. Ah, y también sabe disfrutar por todos sus orificios.

Alfonso soltaba alaridos como un animal siendo tocado por metales al rojo vivo.

—¡¡¡Hijo de puta!!! ¡¡¡Voy a-a destruirte!!!

Apolo salió de su oficina, y les habló a los guardias que custodiaban la entrada:

—Está siendo un éxito, muchachos. Por favor, esperen que cada uno de los invitados estén saciados..., luego ya saben lo que tienen que hacer. Ah, por cierto, recuerden dejar vivo a Jorge. Lo necesito para mi siguiente demostración. Aunque está un poco viejo y deteriorado, pero supongo que todos tenemos un público ¿no? —les guiñó un ojo y entró en el elevador. Se juntó las manos a sus espaldas—. Después de todo, los millonarios estamos dementes.








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