Querido jefe Narciso

By SuperbScorpio

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*Historia ganadora de los WOWAwards 2017* -¿Has infringido alguna norma desde que trabajas aquí? - preguntó é... More

Prólogo
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Capítulo treinta y nueve
Capítulo cuarenta
Capítulo cuarenta y uno
Capítulo cuarenta y dos
Capítulo cuarenta y tres
Capítulo cuarenta y cuatro
Capítulo cuarenta y cinco
Capítulo cuarenta y seis
Capítulo cuarenta y siete
Capítulo cuarenta y ocho
Capítulo cuarenta y nueve
Capítulo cincuenta
Capítulo cincuenta y uno
Capítulo cincuenta y dos
Capítulo cincuenta y tres
Capítulo cincuenta y cuatro
Capítulo cincuenta y cinco
Capítulo cincuenta y seis
Capítulo cincuenta y siete
Capítulo cincuenta y ocho
Capítulo cincuenta y nueve
Capítulo sesenta
Capítulo sesenta y uno
Capítulo sesenta y dos
Capítulo sesenta y tres
Capítulo sesenta y cuatro
Capítulo sesenta y cinco
Capítulo sesenta y seis
Capítulo sesenta y siete
Capítulo sesenta y ocho
Capítulo sesenta y nueve
Capítulo setenta
Capítulo setenta y uno
Capítulo setenta y dos
Capítulo setenta y tres
Capítulo setenta y cuatro
Capítulo setenta y cinco
Capítulo setenta y seis
Capítulo setenta y siete
Capítulo setenta y ocho
Capítulo setenta y nueve
Capítulo ochenta
Capítulo ochenta y uno
Capítulo ochenta y dos
Capítulo ochenta y tres
Capítulo ochenta y cuatro
Capítulo ochenta y cinco
Capítulo ochenta y seis
Capítulo ochenta y siete
Capítulo ochenta y ocho
Capítulo ochenta y nueve
Capítulo noventa
Capítulo noventa y uno
Capítulo noventa y dos
Capítulo noventa y tres
Capítulo noventa y cuatro
Capítulo noventa y cinco
Capítulo noventa y seis
Capítulo noventa y siete
Epílogo
Tu Querida Agathe y QJN+18

Capítulo nueve

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By SuperbScorpio

—Su bolso se mueve, señora —dijo el hombre del traje con amargura, tras observar fijamente mi equipaje durante más de un minuto sin siquiera intentar disimularlo.

Me abracé más al bolso, como si él fuera a robármelo, sabiendo que, aunque aparentemente no fuera demasiado lujoso, había lo más valioso para mí en su interior.

Esa mañana, tras beberme a toda prisa mi chute de energía mañanero traducido en una taza del tamaño de mi cabeza de café con leche, había salido a la terraza, como siempre, con la esperanza de encontrarme al bueno de mi vecino, al que estaba acosando ligeramente desde las sombras de mi balcón desde hacía diez meses.

Ahora que sabía su nombre y dirección, estaba más que claro que podía ser denunciada y aquello no me hacía mucha gracia.

Tal vez por eso mismo había decidido al oír el chirrido de sus persianas al levantarse tirarme al suelo a toda prisa, acabando sentada sobre la jaula de Lady S, provocando que cinco de sus barras de alambre acabaran completamente destrozadas por culpa del peso de mi trasero, dejando un hueco enorme por el que mi ardilla podía escapar.

Como dejarla encerrada en mi apartamento sin supervisión ya había sido una mala idea en el pasado, había decidido meterla en el bolso y llevarla conmigo al trabajo, como cualquiera hubiera hecho. Y esa era la razón de por qué mi bolso se estaba revolviendo.

—No soy una señora y no se está moviendo —respondí, utilizando mis estupendas dotes de mentirosa compulsiva a relucir.

Él levantó las cejas, asomándose un poco más, aunque, si seguía haciéndolo, podría ver perfectamente el pelaje rojizo que cubría el cuerpo de mi amiga y yo no podía permitírselo, así que me levanté.

No tardé demasiado en aquella postura, pues no me había podido agarrar a ninguna barra y, tras el primer frenazo del conductor, ya volvía a estar sentada junto a aquel hombre.

—No se permiten perros en este transporte público —soltó el hombre de cabellos de ángel, tan castaños y rizados como adorables, cuando consiguió advertir lo que sobresalía de mi shopper.

—No es un perro.

Él negó la cabeza en señal de desaprobación, girándose completamente hacia la anciana que había al otro lado del pasillo, que ocupaba dos asientos con las bolsas de la compra que la acompañaban.

—Disculpe, madame, ¿podría sentarme con usted? Es que esta señora tiene un perro en el bolso y me dan alergia —expuso, fingiendo estar mínimamente afectado por mi bolso agitado.

Levanté la cabeza de mi ardilla, que, agobiada, intentaba salir de su improvisado refugio, para encarar a aquel hombre, aunque él ni siquiera me estaba mirando.

—No es un perro —insistí, solemne.

La anciana le sonrió al chico, asintiendo con la cabeza a la vez que recogía sus bolsas para colocárselas encima y así permitir que mi acompañante pudiera sentarse a su lado.

El chico del autobús se cambió de asiento sin pensárselo, sin dejar de sonreír falsamente a la pobre señora, la cual, tras dos paradas, tuvo que bajar del autobús, dejando un sitio libre junto al joven, que no tardó en ser ocupado.

Una mujer de considerables dimensiones se sentó a mi lado, ocupando parte de mi asiento también, y dejó que su hijo hiperactivo se sentara junto al serio chico del autobús, quien, horrorizado, le dirigió una fría mirada antes de que el niño, de cuatro o cinco años, empezara a patalear y a gritar con fuerza para llamar la atención de su madre, exigiendo que le dejara saltarse el colegio tan solo aquel día.

Metí la mano dentro del bolso para acariciar a mi ardilla, intentando tranquilizarla, ya que nunca la había sometido a tanto ruido a propósito.

El joven del traje se había pegado a la ventana, pese a que parecía reacio a tocar nada que tuviera que ver con el autobús, mostrando su temor hacia el  niño peleón a su lado, el cual gritaba cada vez con más fuerza y daba patadas y puñetazos al aire sin ton ni son, algunos de ellos que casi rozaban el hermoso traje gris del hombre, a quien estaba a punto de darle un ataque.

—¿Señora? ¿Le gustaría sentarse junto a su hijo? —preguntó en voz muy alta, cuando ya no pudo más, dirigiéndose a la mujer a mi derecha.

El temblor de sus pupilas hacía ver su desesperación, aunque su pose mostraba firmeza, como si controlara la situación, cuando se estremecía cada vez que el niño aumentaba los decibelios de sus chillidos.

La mujer levantó la mirada para dirigirla al joven del traje y, encogiéndose de hombros, lo rechazó.

Él frunció el ceño en señal de desacuerdo y, sin preocuparse ni lo más mínimo por la criatura, pasó por encima suyo para acabar frente a su madre, quien ojeaba su móvil con curiosidad.

—Que se siente junto a su retoño, he dicho —insistió con solemnidad, tan desagradable como tan solo él podía serlo.

«Será estúpido».

La pobre madre, aburrida y sin quejarse por el tono que le fue empleado, accedió a cambiar su asiento, dejándome respirar de nuevo, para coger a su hijo en brazos y sentarlo en su regazo, no sin antes amenazarle a quedarse sin almuerzo si no dejaba de gritar.

Lo fácil que había sido y lo difícil que había parecido hacer callar a la bestia.

—Aparta al perro asqueroso de mí. Ya me va a salir urticaria por ese adorador del diablo, no quiero también ronchas por un animal baboso —soltó con disgusto, tan desagradable como siempre.

—Es una ardilla —le corregí, aunque tan sólo tenía ganas de llamarlo idiota. Al contrario de él, yo sí tenía modales.

—Sigue siendo asquerosa.

Le echó un vistazo al interior de mi bolso, tan solo para asegurarse de que lo que había dicho había sido cierto, y, tal como era de esperar, cuando saqué la mano para dejar de acariciarla y permitirle ver que lo que había dicho era verdad, Lady S saltó en libertad, aunque no hacia donde yo quería que lo hubiera hecho.

Al principio no me di cuenta de lo que estaba pasando, pero, cuando vi al chico del autobús levantarse con rapidez para recorrer el pasillo del autobús emitiendo un grito mucho más grave y fuerte que el del niño pequeño, supe que algo andaba mal.

Lady S, mi ardilla roja, estaba colgada de sus pantalones, en un punto estratégico al que ni siquiera debería de haberse acercado.

El conductor de autobús tuvo que detenerse en la siguiente parada, pocos segundos después del ataque, y el joven del traje corrió hacia él para suplicarle que le sacara al «bicho del demonio» de encima.

Yo salté de mi asiento con agilidad y corrí hacia donde se encontraba el chico para agarrar a mi ardilla de las patas traseras y conseguir tenerla de nuevo entre mis brazos, protegiéndola de aquel monstruo que seguía llorando como un pobre bebé asustado.

Vi sus ojos hinchados y su pelo despeinado, colgado de la barra que lo separaba del conductor, humillado y completamente aterrorizado, siendo el centro de atención de todos los que se encontraban en aquel autobús, que no eran pocos.

—¡Maldita loca del demonio! —exclamó de pronto, recuperando su postura, secando las lágrimas de sus ojos en un solo pestañeo.

Di un paso atrás al verme amenazada por la gruesa voz del hombre y sentí las uñas de Lady S clavarse en mi pecho, donde la tenía atrapada, también asustada.

—¡Maldito entrometido! —le respondí, intentando ponerme a su nivel aunque fallando en el intento.

Una vena en su cuello parecía a punto de estallar, así como toda su cabeza, de un color rojo intenso y para nada saludable.

Pensé por un segundo que iba a agarrarme la mía y a despojarme de ella de un tirón, justo cuando apretó los puños con fuerza en mi dirección, completamente fuera de sí, con el traje rasgado y despojado de su aura de elegancia y frialdad.

—¡Fuera de mi autobús! ¡Los dos! —gritó el conductor, interviniendo por primera vez.

El joven del traje se giró hacia él, totalmente fuera de sí, y estuve segura de que iba a ocurrir algo terrible allí si no me marchaba a tiempo, así que me vi obligada a hacerlo.

Agarré con fuerza a mi ardilla y me colgué el bolso del hombro para empezar a correr lejos del autobús, del hombre del traje y del conductor enfurecido, así como también de mi vergüenza y sentido de la humillación, ambos perdidos en aquel corto y horrible trayecto hacia mi trabajo, al cual, por descontado, iba a llegar tardísimo.

—¡Cobarde! —fue lo último que pude oír procedente del autobús, sin lugar a dudas procedente de entre los labios de Dios de aquel hombre que claramente era el Diablo.

* * *

¡Holi!

No hay nota de autora por falta de inspiración. Me despido desde las entrañas del infierno, a 42 grados, se está calentito.

Que alguien me traiga una limonada, una baraja española y unas patatas bravas que quiero pasar un rato aquí con el Diablo, y no el de verdad, ya me entendéis *guiño, guiño*.

Annyeong!

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