Lo que el hielo ocultó

By gabyaqua

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Roger Bernard es cirujano, un hombre atento, tranquilo, y que para sorpresa de Lauren, vive casi al frente de... More

LHO
Nubes negras
Lo que el hielo ocultó: Intriga
Lo que el hielo ocultó: preocupa.
Lo que el hielo ocultó: hace creer (Él era para mi)
Lo que el hielo ocultó: (ahoga) Llegar al fondo... y despues ahogarme.
Lo que el hielo ocultó: ilusiona.
Lo que el hielo ocultó: invita.
Lo que el hielo ocultó: descubre.
Lo que el hielo ocultó: persuade.
Lo que el hielo ocultó: avergüenza
Lo que el hielo ocultó: asusta.
Lo que el hielo ocultó: convence
Lo que el hielo oculto: advierte.
Lo que el hielo ocultó: aturde.
Lo que el hielo ocultó: embosca.
Lo que el hielo ocultó: golpea.
Lo que el hielo ocultó: traiciona.
Lo que el hielo ocultó: lastima.
Lo que el hielo ocultó: te marca.
Lo que el hielo ocultó: recuerda.
Lo que el hielo ocultó: alumbra.
Segunda parte: 22 Lo que el hielo ocultó
Lo que el hielo ocultó: prueba la vida.
Lo que el hielo ocultó: cuestiona.
Lo que el hielo ocultó: cambia.
Lo que el hielo ocultó: trae recuerdos.
Lo que el hielo ocultó: miente.
Lo que el hielo ocultó: sale a la luz.
Lo que el hielo ocultó: aísla.
Lo que el hielo ocultó: Espera.
Lo que el hielo ocultó: "Supone"
Lo que el hielo ocultó: Prohíbe.
Un largo quizá
Hola, aviso.
El final; comentarios

Lo que el hielo ocultó: provoca.

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By gabyaqua

Capítulo 7

Lo que el hielo ocultó: provoca.

Pasar el año nuevo con Roger Bernard había sido algo impulsivo y quizás fuera de lugar, pero no me arrepentía. Claro, lo conocía solo hacía un mes y dos semanas, nuestras conductas pasadas habían sido precipitadas de igual forma.

Pero en esta cita en particular se había portado como un caballero. Primero, me había llevado a cenar a un restaurante y haló la silla para que me sentara. Nos trajeron agua y después pidió por mí.

Me llevó a una plaza al aire libre, donde esperaríamos el año nuevo. Estábamos apartados, yo recostada de la verja de la plaza y él a mi lado. Sonaba música navideña al fondo y todo el entorno me hacía sentir en las nubes. Muchas luces, muchas personas, mucha alegría en el aire. Un tipo de emoción extraña, nunca había vivido un final de año así.

Roger agarraba mi mano y me contaba sobre sus navidades pasadas, sobre qué hacía, al parecer, todas sus navidades se la había pasado soltero, porque no mencionaba a ninguna chica. Después de ese pensamiento uno más rápido y con más lógica tomó el lugar del anterior: evitaba mencionarlas para ser educado.

En esta cita, no parecíamos pareja, sino muy buenos amigos, a pesar de la cercanía. Hay quienes podrían pensar que él era mi padre, si no hubiera tantas diferencias entre nosotros: desde el color de la piel hasta el color del cabello. Pero yo tampoco me parecía a mi padre, además de algunas facciones.

Cuando había iniciado la cuenta regresiva su mano seguía en la mía, y no pude evitar contar con todos los demás.

Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco...

Él no contó.

Cuando empezaron a explotar los fuegos artificiales, Roger Bernard tomó mi quijada con su mano derecha y me besó fugazmente sin decirme nada. Yo le deseé un feliz año nuevo.

Así que, Roger Bernard sabía cómo volver a una chica como yo el doble de enamorada por él. Aunque yo no sentía amor en ese punto, sino pura atracción y curiosidad.

Los primeros días de enero los había pasado en casa, encerrada, porque había una nevada y no valía la pena salir a la calle y las clases no habían iniciado.

Cuando volví a clases ese día, Rosemary hablaba con una chica de pelo castaño muy claro y ojos azules que era más alta que nosotras dos. Nunca la había visto con esa chica. Admitiré que me sentí excluida, ella se había pasado todo el día con ella así que ese día no habló conmigo. Al otro día, se acercó a mí como si nada. Y yo la dejé, porque no tenía a nadie más. Además nuestra expedición al museo seguía en pie.

—¿Cuándo me contaras más de tu galán?

Esa pregunta agarró a mi mamá de sorpresa, lo sabía por la forma en que se volteó a mirarme antes de entrar a su habitación.

—Ya te dije, un compañero de trabajo. —Mantuvo la sonrisa y se alejó hacia su cuarto.

Media hora después escuché que habían tocado la puerta, y al abrirla, mi boca se quedó abierta porque por un segundo pensé que eran para mí.

—¿Para quién son? —pregunté al hombre de la floristería.

—Laura Soares.

—Wuauh. —Puse la mano en mi pecho—. Gracias, soy yo. Adiós. —Después de quitarle el pequeño pero coqueto ramillete de rosas rosadas al hombre, le cerré la puerta en la cara sin esperar que diera la vuelta.

Tomé la carta que estaba entre las flores mientras caminaba a la sala. La sostenía con una mano mientras con la otra mantenía el ramillete a salvo de no caer al piso, o al zafacón.

—Laura Soares, —Empecé a leer en voz alta—, nunca en la vida había finalizado el año de una forma tan agradable, —rodé los ojos, y me dejé caer en el sofá—, y tampoco había iniciado un año de una forma tan magnifica, —Mi mamá salió de su habitación y me vio con el ramillete entre mis dedos y la carta en mi otra mano, seguí leyendo—: Usted es una mujer maravillosa, estoy esperando con ansias volver a verle. —Mi mamá se acercó a mí rápidamente para arrebatarme las flores y la carta, me levanté del sofá y corrí hacia la cocina—. Sus besos se han quedado grabados...

Me tumbo al piso, pero antes me había quitado la carta.

Me tomó segundos despertar de mi aturdimiento al ser empujada hacia el suelo, para después darme cuenta de que había caído encima del ramillete de flores que ahora era solo rosas maltratadas.

Me las arrebató también.

—No puedo creer lo impertinente que puedes llegar a ser Lauren.

—Perdón. —Me sentí mal, luego se me pasó—. ¿Este suena muy enamorado?

Mi mamá ojeaba las flores con mucho cuidado.

—Tal vez, Lauren, esto es de adultos, no te metas.

Me reí ante su evidente nerviosismo.

—Y parece que a ti te gusta...

Se alzó de hombros, dejó las flores encima del desayunador, y abrazó la carta a su pecho. Yo la volteé hacia mí y ella estaba sonriendo con todos los dientes. Se veía tan tierna, como una niña enamorada. Ella era joven todavía. Cuando mi papá la embarazó tan solo tenía veinte años; era una joven ingenua que solo buscaba lo mejor para sí misma.

En Brasil las cosas estaban mal, al menos, mi mamá me había dicho que era así, no conseguían para mantenerse, mi abuela había tenido siete hijos y las cosas estaban feas. Pero entonces, mi mamá me dijo que ella conoció a un alemán que visitaba el país. Dijo que fue amor a primera vista. O bueno, ella se enamoró de él. Y él le prometió muchas cosas, como sacarla de Brasil y darle una mejor vida en Alemania. Y se casaron. En unos meses había alejado a mi mamá de su familia hacia el otro lado del mundo.

Cuando mi mamá salió embarazada de mí dos años después él la abandonó, le dejó una casa y una camioneta en no muy buen estado. Ella la vendió y terminó sus estudios. Cuando solicitó trabajo la aceptaron porque estaba embarazada. Y entonces, cuando descubrieron que hablaba tres idiomas se sorprendieron, era un buen material, y desde entonces ha estado trabajando para la misma empresa.

Cuando yo tenía cinco años nos mudamos a Friburgo, la empresa estaba expandiendo sus horizontes y necesitaban personal confiable. Mi mamá solo me tenía a mí y podía mudarse sin problemas.

Nunca me hizo falta él, nunca supe porque no me quería. Pero tampoco es que deba importarme, mi mamá y yo habíamos hecho las cosas bien solas. Aunque algunas veces me preguntaba si mi papá habría visto mi video, si reconocería mi nariz igual a la suya, o el color de mi cabello. Me preguntaba si me extrañaría, si desearía conocerme.

—Lauren, déjame ir ahora. —Seguía con la sonrisa en su cara.

—Lo que quieras, después no te quejes cuando yo tenga un novio igual.

—Jajá, —se rio—, gracioso, después de Derek no has conocido novio. Buena esa. —Desapareció por la puerta.

—Ya verás. —Hice una mueca con los labios.

Rosemary se había sentado conmigo en las clases de matemáticas y eso me había hecho un poco feliz esa mañana. Hacia frío, mucho, y encima de mi jacket común de la escuela llevaba un abrigo azul pardo. Era lunes, el segundo lunes del año 2007. Yo pensé que porque había empezado un nuevo año Roger Bernard dejaría de desaparecer los fines de semana, pero me había equivocado, todo seguía siendo igual.

Después de año nuevo, nos habíamos visto tres veces y solo nos saludábamos con la mano, de lejos.

La última vez me pidió que lo acompañara a almorzar el segundo lunes del año.

Rosemary tenía su cabeza recostada de mi hombro mientras se quejaba porque la señorita Anette, que nos daba clases, siempre llegaba muy tarde.

Unos minutos después, la profesora y la señora de cabello gris había llegado junto a la castaña con quién había visto a Rosemary hablar unos días antes.

—Señoritas, —La señora de cabello gris habló—, a su compañera Tania se le perdió unos pendientes de oro esta mañana, en el receso. No importa si son muy costosos...

—¡Lo son! —Lloriqueó.

—Está bien, —La reprendió con la mirada por interrumpirla—, yo sé que en este colegio están las señoritas más educadas y perfectas de toda Alemania, y que aquí no hay ladrones, porque nunca hemos tenido este tipo de inconvenientes. Sin embargo, la señorita Anette, revisara mochila por mochila para "ver" si no se extraviaron allí dentro, ¿bien?

—Bien —respondieron todas al tiempo, yo me quedé atrás.

Había un fino murmullo mientras la señorita iniciaba por las filas de la derecha, yo estaba en el otro extremo, y Rosemary estaba en la butaca de al lado.

Miré a la víctima del robo, y ella me miraba. No aparté la vista, su mirada me transmitía algo. Entonces, tuve un presentimiento horrible y fui a abrir mi mochila, justo delante de mis cuadernos brillaban unas argollas.

—Dios, están aquí —dije con la voz temblorosa y lo saqué de mi mochila tirándolos hacia el piso. La señorita dejó de buscar en las mochilas y ahora todos me miraban.

—¿Puede explicar esto señorita Lambert?

—No, no puedo explicarlo.

—Es una ladrona. —La chica me acusó.

—No —la desafié—, yo no soy ladrona, pero tampoco tengo pruebas para demostrarlo.

—A la oficina, con su mochila.

No respondí. Sabía que no podía responderle a ella de una forma irrespetuosa. Simplemente caminé despacio hacia la salida del aula, a esperarla afuera.

Sorpresivamente la chica salió unos segundos después y me empujó a la pared. Me quejé por el dolor en mi espalda al chocar con la pared de concreto.

—¿Por qué fue eso? —murmuré confusa—. Sabes que yo no robé esas argollas, ¡tú las pusiste ahí!

—¡Sí!, para que no te vuelvas a juntar con Warren. ¿Está bien?

—¿Warren?

—¡Vi las fotos de navidad!, oye zorra, todo el mundo sabe ya que eres una que se vende por ahí, pero no te metas conmigo. —Hundió su dedo en mi pecho.

Yo la empujé, y entonces le di un bofetón, cuando levantó la cara, tenía la marca de mis cinco dedos en su pálida piel.

—Imbécil.

—¡Haré que te expulsen Lambert!

—Señoritas Bascal, Lambert, basta, ¡las dos a detención!

Nos miramos a muerte. Y entonces, fuimos enviadas a un curso vacío, a pasar ahí hasta las cuatro de la tarde solas. Lo cómico era, que después de ese encuentro la castaña y yo seriamos amigas.

Cuando salía de la escuela un flash pasó por mi mente:

Roger.

«Nononononononono» me repetí mientras corría a la estación del metro, corría las cuadras hacia el hospital y subía por el ascensor hacia el piso de su consultorio. No recordaba el hecho de que mi escuela salía a la una y media de la tarde regularmente, y además, una hora y media más por la detención.

La misma recepcionista de la otra vez estaba ahí, y le saludé antes de siquiera llegar a una distancia cercana a ella.

—Hola.

—Buenas tardes. —Miró mi uniformé otra vez—. ¿Puedo ayudarte?

—¿Puede ver si el doctor Bernard puede recibirme?

—Un momento, ¿apellido?

—Lambert.

Marcó una extensión y entonces después de unos segundos murmuró algo en el teléfono.

Colgó.

—Solo unos segundos, está atendiendo a alguien.

La miré para comprobar que no mentía, después suspiré y me senté en uno de los sofás de la sala de espera.

—Hola. —Entré tímidamente a su consultorio.

—Lauren ya almorcé. —Se levantó de su asiento.

—Tuve un problema. Lo siento. —Me alcé de hombros, y dejé la mochila en el asiento frente a su escritorio.

Asintió mientras daba la vuelta hacia donde mí.

—Hablemos entonces, en lo que llega el tiempo de irme.

—Bien. —Lo miré, sin respirar, no sé por qué.

—Te gusta bailar. —En ese punto no estaba segura si era una pregunta o una afirmación, así que simplemente afirmé.

—Sí.

—Mhm... —Colocó sus manos en mi cintura y me empujó suavemente hacia atrás, hasta que mi trasero chocara con su escritorio y me apoyara en el mismo—. Lo haces bien. —Mis orejas ardieron al recordar la forma en que bailamos esa noche.

Yo quería con él, pero su comportamiento ese día no me dejó con la guardia baja. Simplemente porque no era la forma en que quería nuestra relación. Yo quería algo serio, con citas y cosas bobas como escaparnos a un hotel.

Sin embargo no lo detuve cuando sus manos se posaron en mis hombros ni cuando me quitó el jacket negro del colegio. Sus dos manos recorrieron desde mis hombros hasta el inicio de mi falda, y después volvió a subir como para comprobar si era cierto que solo llevaba la camisa puesta, supongo.

—Besas bien —murmuré, mientras sus manos estabas en mis piernas, porque me sentía en deuda con él por no haberle dicho que cuando me besaba me dejaba como gelatina.

—El placer es mío.

—Igual. —Rápidamente respondí, casi por encima de su respuesta—. Deberíamos volverlo hacer.

—¿Qué cosa? —preguntó con una sonrisa. Sus manos agarrando mis rodillas que temblaban, y como no respondí siguió subiendo sus manos por debajo de mi falda, cuando casi llegaba al tope de mis muslos, la puerta sonó. Yo solté la respiración ruidosamente.

—Vaya —susurró, pero sus manos no se apartaron de mi cuerpo, sino que se posaron otra vez en mis debilitadas rodillas.

—¿Qué es lo que haces? —pregunté con valor.

La puerta sonó de nuevo.

Su mano se deslizó en mi cintura y me acercó a su cuerpo, a punto de tocar sus labios con los míos.

—¿Qué estoy haciendo? —Me preguntó, su respiración fría.

Yo me reí nerviosa. Aun no sé por qué, si lo único que quería era borrar el diminuto espacio que nos separaba y besarnos.

La puerta sonó por tercera vez. Él se alejó, y yo me bajé del escritorio y me senté de espaldas a la puerta en uno de los asientos.

—Le están esperando los doctores para el seminario, —la recepcionista avisó—, llegará un poco tarde.

Roger saltó de la puerta hasta detrás de su escritorio, sacó su maletín negro con ruedas, y se puso la bata blanca, se peinó el cabello mientras buscaba un papel en su escritorio.

—Cierto, cierto, ¡se me hará tarde! —Encontró los papeles, era un folleto color azul. Arrastró su maletín y se bajó hacia donde mi para plantarme un beso en los labios. Tan rápido que ni siquiera lo sentí.

Me quedé sentada allí unos segundos esperando que la recepcionista se marchara, ya que Roger ya lo había hecho, pero no lo hizo. Así que, arreglé mi camisa por dentro y me levanté, tomando mi mochila.

Le pasé por al lado, con rodillas temblorosas, y sentí vergüenza delante de ella.

Fue la primera vez que Roger me tocó de una forma sexual, en su consultorio, y sí, era totalmente bajo mi consentimiento y estaba sintiéndome feliz por eso, porque quería ser tocada por un hombre que además me gustaba, pero ahora, ¿Qué cosa podía hacerme cambiar de opinión de forma tan drástica como para que desearía que nunca me hubiese puesto un dedo encima?

—Tania es una amiga.

—Claro, entiendo —le dije a Rosemary mientras subíamos las escaleras hacia su departamento—, seguro no le agrado.

—No, es que ella piensa que le quieres robar a Warren y se siente amenazada, porque también ha visto el video.

—Ah, claro, el video —asentí como si entendiera todo, el video era la razón para acusarme de robo y empujarme hacia una pared de concreto. Claramente.

Ella abrió la puerta, y cuando lo hice me encontré con Tania, y todos los chicos. Quise devolverme pero Vid se levantó para darme la bienvenida.

—¿Te dijo ya mi hermana?

—No... —respondí sospechosa—. ¿Qué debo saber?

—Vendimos las boletas del museo para ir al castillo del rey loco.

—Bien.

—Es menos dinero y podemos ir todos. —Warren me dijo, y yo miré a Tania, quien me miró, pero no me dijo nada.

—El viaje en tren son solo veintiocho euros por cabeza, y la entrada al castillo son veinticuatro. Empacamos algunos bocadillos y listo.

—Suena genial Rosemary. —No lo podía negar, yo estaba entusiasmada. Aunque no lo aparentara.

De todas formas, el cambio de planes dio inicio a la tragedia.

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