La familia Nowells (Edición e...

By MaribelSOlle

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~Extras de Catherine Nowells~ Los Nowells componen una familia atípica en la que las oportunidades son dadas... More

Prólogo
Albert
INTRODUCCIÓN
Abigail-Primera parte
Abigail-Segunda Parte

Jane

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By MaribelSOlle

¡Leyendo todos vuestros comentarios! ¡Me es imposible contestar ahora, PERO os leo! Estoy empezando Diana y otras cositas... ¡Besooos!


Jane ocupaba el último lugar, pero no el menos importante. Luciendo y pavoneando la fabulosa posición de la benjamina Nowells. Desde pequeña llamó la atención por sus ojos añiles, siendo la única hermana que no había heredado los ojos grises de Patience. Su cabello tampoco era tan oscuro, sino que rozaba el rubio irlandés de su padre. 

La pequeña, de apenas dieciséis años, era todo bravuconería y pasión por la vida. Pretenciosa y, en ocasiones, rebelde. Pero lo suyo era una rebeldía simple, sin malicia. 

Creció en la pobreza pero nunca le gustó mostrarse pobre. Remendaba las faldas de modo que parecieran nuevas. Incluso, había aprendido a coser transformando un modelo antiguo en uno nuevo y a la moda. No le gustaba ser la "pobretona", no lo soportaba. La conformidad en esas cuestiones, la irritaba. Por eso, había pasado muchos días molesta con su familia. Siendo insoportable para ella el tener que vivir en la miseria. 

Adoraba las joyas, los vestidos y todo lo que tuviera que ver con el dinero. Envidiaba abiertamente a las damas con más recursos y no se avergonzaba de declarar que quería casarse con un hombre inmensamente rico. Incluso, en una ocasión, llegó a decir que no le importaría que su esposo fuera manco con tal de que tuviera las arcas familiares a rebosar. 

El mundo se le vino abajo, literalmente, cuando fueron puestos en prisión. Y le importó un verdadero comino hacérselo saber a sus padres. Es más, se lo recordaba con frecuencia, con ofuscación e impotencia. Sí, sabía que sus padres la querían mucho, que la amaban con locura. ¡Pero del amor no se vive! ¡Dinero! ¡Dinero! ¡Era lo que le faltaba! 

Pasaba horas en la tienda de telas, rebuscando tejidos exquisitos y enamorándose de prendas que jamás podría comprar. Siempre tenía que conformarse con los conjuntos más baratos, con aquellos paños estirados que parecían hechos de papel. ¡Estaba harta de no poder permitirse nada! 

A veces se pasaba las tardes encerrada en su habitación, llorando por la mala suerte que había tenido de haber nacido pobre. Y en el fondo de su corazón, había llegado a odiar a su propio padre, culpándole de todas las desgracias familiares. Si George hubiera sido más duro con Albert... Si George fuera más avispado en los negocios... Si George hubiera sabido invertir... 

¡Qué jolgorio!¡Qué sinfín de nubes de colores! Cuando su hermana Catherine se casó con el hombre más rico de Inglaterra. ¡Adoraba a su hermana Catherine! ¡La amaría por siempre tras aquello! Cuando veía llegar a su cuñado con  trajes infinitamente caros... ¡Eso era vida! La lástima fue descubrir que Marcus Raynolds no tenía ningún hermano ni primo semejante que pudiera congeniar con ella.

Con la llegada de los Raynolds a su familia, llegó la oportunidad de presentarse en sociedad, adelantando su debut por un año. Ella estaba preparada, era joven pero muy desarrollada física y mentalmente. Por no mencionar, que estaba deseosa de salir de esa casa decadente y empezar su propia vida lejos de todo lo que tuviera que ver con la palabra "escasez". 

Catherine le regaló un hermoso vestido azul a conjunto con sus ojos, hacía años que no estrenaba nada y para ella ese traje resultó ser el punto álgido de la felicidad. Estaba confeccionado con muselina de la más cara y su escote era todo lo atrevido que una señorita educada podía llevar. 

Estaba nerviosa, sentía muchas esperanzas familiares sobre ella. Siendo la única hija que quedaba por casar, sin contar a Abby, sus padres habían hecho especial hincapié con lo que debía o no debía hacer. Ella ni si quiera había sido instruida con regularidad debido a los diferentes periodos de pobreza, por eso, no recordaba muchos detalles de la cortesía que una joven casadera debería saber. Tampoco era su madre, por mucho que se esforzara, un ejemplo a seguir. Patience no era una noble, su padre no fue más que un banquero venido a más. 

Trató de no saturarse y de no tropezar en cuanto su padre la ayudó a descender del carruaje para asistir al primer evento de la temporada en casa de Diana Towson, una de las mejores amigas de su hermana mayor. ¡Era hermoso! Se trataba de una mansión enorme y decorada con exquisito gusto. Fuentes repletas de manjares, una orquestra con todos los instrumentos y unas cortinas con las que se podría vestir la mismísima reina. 

No era real lo que estaba viviendo, parecía ese cuento de la Cenicienta que su mamá le leía de pequeña. ¿Aparecería el príncipe? ¿Perdería su zapato a medianoche? Entonces lo vio, en medio de la multitud.... ¡El muchacho más apuesto que había visto jamás! Era joven, bien plantado y llevaba una preciosa camisa de color azul que conjuntaría perfectamente con su vestido. Iba impolutamente vestido, ella que conocía de telas, sabía que aquel algodón no era cualquier cosa. ¡Tenía dinero, seguro! En esa casa no entraba cualquiera y aquel porte no era digno de alguien que no tuviera al menos doce mil libras en el cajón pequeño de su despacho. 

Le dedicó miradas significativas, con todo el recato que la emoción le permitió, hasta que el rubio se giró para verla. Pudo notar la sintonía, la vibración y el mundo detenerse en ese preciso instante. Era hermoso y tuvo que hiperventilarse con el abanico, partiendo una varilla del mismo, cuando el bello hombre se acercó a su posición. 

—Lord Nowells, ¿me permite un baile con su hija? 

Jane ya se estaba soltando del brazo de su padre antes de que éste pudiera acceder a la petición, por lo que George no tuvo más remedio que aceptar. 

Pasó toda la noche bailando con el joven bien vestido de pelo dorado y ojos azules como el mar. Con lo que aquella acción suponía para su reputación si luego no se casaba con dicho galán bailador. Su madre le avisó por activa y pasiva desde el otro lado del salón, su hermana Catherine se llevaba las manos a la cabeza y Abby estaba demasiado ausente en los mundos de Daniel Towson como para pensar en los desaciertos de Jane. Pero a ella nada le importaba, había encontrado al príncipe azul de la Cenicienta y no pensaba dejarlo escapar. Tenía dinero, era guapo y joven. ¿Qué más pedir? Además, Jimmy, tal y como le había dicho que se llamaba,estaba comiendo de su mano y le iba a pedir la mano. Estaba convencida. ¿Por qué bailaría con ella cuatro piezas seguidas, sino? ¿Por qué la cogería por la cintura más abajo de lo debido? ¿Por qué le susurraría que era la mujer más hermosa de la fiesta?

—¿Pedirás mi mano? —preguntó ella en uno de los giros, después de minutos de baile, miradas ahogadas en deseo y susurros de amor adolescente. 

—Claro... ¿Cómo no hacerlo? Es usted la mujer más hermosa que jamás he visto... ¡Encima ha querido bailar conmigo! ¡Un honor! 

—No podría ser más feliz... —musitó, cogiéndose a su mano derecha con fuerza.

Jimmy era un buen chico, podía notarlo. ¡Qué suerte la suya! Y aunque otros chicos se acercaban para pedirle un baile, los rechazaba con vehemencia con los sentimientos puestos en Jimmy. Una limonada, una charla más profunda y otro baile. Patience ya estaba a punto de ir a cogerla por los pelos y arrastrarla por toda la pista hasta casarla de ahí, pero no lo hacía porque eso no sería nada más que la guirnalda del pastel vergonzoso que ahí se estaba horneando. 

Cuando la joven y hermosa Jane, llena de vida y sensualidad, se acercó a sus padres con la fabulosa noticia de que Jimmy iba a pedirle la mano, se quedó en blanco al saber su respuesta. 

—Felicidades hija, te has prometido con el hijo del sastre. 

Y Jane se casó con el hijo del sastre, no sin antes odiarlo profundamente y escupirle a la cara un par de veces. A lo que el joven aprendiz le contestaba: "Yo nunca te engañé" "Fuiste tú la que quisiste bailar conmigo sin parar...""¿Pero eso cambia nuestros sentimientos? 

—¡Oh, Jimmy! No eres más que un mísero sastre, por Dios... ¿No lo ves? Yo necesito vestidos caros, joyas caras, una casa enorme y un carruaje tirado por seis corceles —gritó ella desesperada, tirándose sobre el lecho matrimonial que habían estrenado noches antes. 

Lo cierto era que Jimmy y ella se entendían perfectamente, sus personalidades eran afines y en los asuntos amatorios eran dos polvorines sin final. Dos jóvenes llenos de energía y que se gustaban. Pero Jane no toleraba su pobreza.  

—Vamos, fresita mía, tengo muchas telas para ti... Podrás hacerte los vestidos más caros del país... Lo de las joyas, tengo algunas imitaciones que pueden servirte... Y para lo de la casa y los corceles... Puedes pedir un préstamo a tus hermanas mayores. Por lo que sé, Abby se ha casado con el rico de los Towson. 

—¡Cállate! ¡Hazme un favor! —se enfurruñó cogiendo entre sus brazos el puñado de retales sedosos que Jimmy acababa de dejar sobre la cama—. Bueno, al menos hazme un vestido bonito...—dejó su puchero, aceptando el beso amoroso que su esposo le dejaba sobre los labios de fresa. 


¡Mis Astros Bellos he cumplido con los extras de Catherine Nowells que os prometí! Espero que os hayan gustado,¡ besos mil! Nos vemos en Diana. 

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