La familia Nowells (Edición e...

By MaribelSOlle

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~Extras de Catherine Nowells~ Los Nowells componen una familia atípica en la que las oportunidades son dadas... More

Prólogo
Albert
INTRODUCCIÓN
Abigail-Primera parte
Jane

Abigail-Segunda Parte

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By MaribelSOlle

Daniel Towson llegó a la humilde morada de los Nowells engalanado con su mejor traje y su mejor carro tirado por corceles blancos. Era su primera visita a Abigail Nowells y quería causar buena impresión. 

—¡Ya está aquí! ¡Ya está aquí! —se emocionó Jane mirando por la ventana sin intenciones de disimular ni aminorar su exaltación.

—A ver... —Catherine se puso a su lado observando el despliegue de brillo y sublimidad que el hermano de Diana estaba ofreciendo en el porche—. No ha reparado en costes... Sí, me gusta para ti, Abby. 

—¡Qué vergüenza! Y nosotros con sólo cuatro sirvientes —se lamentó Patience, removiendo sus manos nerviosa y recolocándose la cofia por quinta vez mientras George preparaba su mejor coñac en un lado del estudio. 

—¡Nina! Ve a abrir —ordenó Catherine a su doncella y Nina corrió a hacer los honores. 

Abigail se mantenía sentada en el sillón, temblorosa y atemorizada. Su familia se estaba haciendo muchas ilusiones, pero ella no estaba tan segura de que aquello tuviera un final feliz. No deseaba más decepciones para los buenos de sus padres, era suficiente con que el resto de los hermanos se casaran apropiadamente. No era necesario llenar los corazones de esperanzas inviables. La madre de Daniel no aceptaría aquel despropósito. Estaba convencida. ¡Pobre Daniel! No quería causarle dolor, ¿por qué se empeñaba en tirarse al vacío? ¿Siendo el vacío ella misma? 

Escuchó la voz del pretendiente ilusionado antes que nadie, así como su aroma a sándalo se filtró a través de su diminuta nariz antes de que pudiera entrar en el salón mejor decorado de la propiedad. Patience ordenó que todo fuera limpiado con esmero así como mandó a traer los objetos de más valor para colocarlos estratégicamente a lo largo de la estancia que ocuparía el señor Towson. 

—Lord Nowells, es un placer verle de nuevo —fue lo primero que dijo Daniel después de ser anunciado mientras rechazaba la copa de coñac que George le ofrecía—. Lady Nowells... —depositó un casto beso sobre el guante de Patience antes de girarse en dirección a Abigail. 

Fueron presentes del destello ambarino de Daniel sobre Abby. Él, verdaderamente, estaba prendado de ella. 

—Vamos, vamos... Dejémosles un poco de espacio.

Patience prácticamente echó a todo aquel que no se llamara Abigail. Y cuando logró que todos los familiares estuvieran fuera, cerró las puertas mientras dedicaba una mirada significativa a Daniel, quien no supo cómo reaccionar ante aquello. Quedó un poco bloqueado por largos segundos. 

—Disculpe a mi madre, señor Towson —Abby lo sacó de su desconcierto—. No puede ocultar su emoción por ver a mi pretendiente —dijo aquello último con cierta timidez, colocando una mano sobre la otra. 

Daniel consideró que estaba más bella que el día del baile. El vestido de muselina azul le quedaba perfecto. Toda ella, era perfecta. Desde sus rasgos esculpidos con un carboncillo hasta su perfume de rosas. 

—No hay nada que disculpar —tomó asiento en el sillón del frente, respetando el espacio personal de la muchacha casadera—. ¿Cómo está, Lady Nowells? ¿Cómo ha pasado estos días de primavera? 

—Estoy bien, gracias por preocuparse por mí, señor Towson. La primavera es el tiempo de plantar prímulas. 

Patience Nowells apretó los puños de indignación desde el otro lado de la puerta, con la oreja bien pegada a la madera mientras Catherine y Jane la imitaban. 

—¿Por qué habrá mencionado que trabaja en el jardín? ¡No es un pasatiempo apropiada para damas nobles! —gritó en un susurro la madre, apoderada por los nervios. Catherine le hizo un gesto para que guardara silencio, lo último que faltaba en aquella escena era que Daniel descubriera a toda la familia espiando. Incluso George estaba en un ladito, con el gesto tenso y todo el sentido del oído puesto en el salón adyacente.

—¿Usted planta, Lady Nowells?

—Oh, sí señor —se llevó una mano sobre los labios recordando que no debería haber mencionado aquello. Daniel supo de su desliz, pero no fue nada más que un añadido a las virtudes de Abigail. Precisamente, buscaba la sinceridad y naturalidad en una esposa. 

—Me encanta la botánica, soy un gran aficionado a las plantas —contestó, aligerando la tensión de la joven debutante y la de su madre—. Pero no conozco las prímulas. 

—Son unas flores pequeñas, muy suaves y aromáticas. Y según me explicó mi madre, ostentan infinidad de colores. A veces, ella pasa horas describiéndome las tonalidades... Y yo las dibujo en mi mente. 

—¿Puedo ser yo quién se las describa esta tarde? 

Patience aplaudió en silencio dedicando una mirada llena de orgullo hacia su esposo, quien contestó positivamente moviendo los brazos frenéticamente. 

—Si me acompaña al jardín, estaré encantada de ello... —susurró Abby, esperando a que Daniel se pusiera de pie para hacerlo ella también. Se cogió disimuladamente del brazo ofrecido y lo guio hacia el exterior. Por suerte, no tuvieron que pasar por la puerta en la que estaban los cuatro pares de orejas bien enganchados. 

La familia al completo corrió a una pequeña ventana desde la que se veían las prímulas, esperando a que la pareja llegara para poder observarla. La lástima era que no podrían escuchar lo que decían. 

Daniel quedó maravillado ante la extraordinaria capacidad de Abigail por guiarse a través de los pasillos y puertas sin titubeos. Tenía una memoria excelente y un sentido de la orientación altamente desarrollado. Llegaron sin problemas hasta las flores de las que habían hablado. 

Se trataba de un pequeño parterre repleto de diminutas y graciosas prímulas. 

 —¿Usted ha plantado esto? 

—Sí... señor Towson... —se avergonzó.

—Es magnífico, están distribuidas en perfectas líneas —Abby percibió el tono de asombro que la voz de Daniel transmitía. 

—Trato de guiarme por los surcos de la tierra —explicó, quitándole importancia en su inmensa y bella humildad. 

Pasaron horas hablando de los pétalos y sus tonalidades, embriagados con la fragancia de la hierba fresca y el aliento de las flores. 

—¿Qué hablan tanto? —se desesperó Patience desde la ventana de espionaje, desesperado por no saber qué se estaba cociendo. 

—No lo sé, pero mira la cara de Daniel. Parece hipnotizado, tiene sus ojos clavados en Abby y no los aparta —expresó Jane, feliz por su hermana mayor. 

—Y Abigail parece cómoda, no remueve las pestañas como suele hacer cuando está nerviosa —apreció Catherine. 

—Todo va bien, todo va bien —canturreó George en una danza cómica que provocó las risas en sus hijas y la vergüenza ajena en su esposa. 

Cuando las horas ya no eran apropiadas, Daniel se retiró con la promesa de volver otro día. 

—¿Cómo ha ido? 

—¡Cuéntanos! 

—¡Hija!

Pero Abigail no podía hablar, sentía el ahogo del primer amor en su garganta y su mente, por primera vez, volaba lejos de la tierra. Hasta un mundo en el que Daniel y ella construían un jardín enorme y lleno de vegetación. 

Daniel volvió, lo hizo todas las veces en las que pudiera ser considerado apropiado. Siempre con el máximo respeto y con diferentes trajes que ostentar. No importaba que Abigail no pudiera verlos; para él, era importante escoger las mejores ropas cada vez que iba a verla. Era una forma de honrarla y de hacer saber el mundo que Abigail merecía la misma preocupación que cualquier otra dama. 

Hasta que llegó un día en el que bajó de su carruaje de terciopelo dorado, ataviado con un chaqué azul a juego con unos pantalones del mismo color. Iba más perfumado que de costumbre y traía consigo un enorme ramo de rosas rojas. 

—¡Por fin! ¡Es el día! ¡Hoy es el día! —exclamó Patience desde el ventanal. 

—Papá, corre, ¡Tienes que preparar el estudio! —imperó Catherine viendo como su padre por poco se cae de bruces corriendo en dirección a su diminuto despacho. Ordenó todos los papeles y, preparó, como cada vez, el mejor coñac a un lado. 

Nina abrió la puerta, enamorándose del príncipe azul como cualquier otra mujer, casada, soltera o viuda, lo hubiera hecho. 

—¿Puedo hablar con Lord Nowells?

—¡Por supuesto! —repuso tan ansiosa Patience que incluso pareció que estuviera gritando.

Catherine se llevó las manos en la cabeza, escondida tras una columna. ¡Qué bochorno! En esa familia no se aprendía nunca... Abigail se hizo un ovillo en el sillón que siempre esperaba a Daniel. ¿Pediría su mano? ¡Dios! ¡Qué locura!

—¿Una copa? —ofreció George, sonriendo tanto que hasta sus colmillos se le veían. 

—Hoy sí, Lord Nowells. Hoy le acepto la copa —aceptó, tomando el vaso entre su enorme y cuidada mano.

—Siéntese, por favor. 

—Supongo que no le será desconocido mi interés por su hija —empezó, tomando asiento mientras dejaba su ramo de rosas sobre la mesa—, debo confesar que lo que empezó con un interés amistoso, se ha desarrollado en un profundo afecto y devoción por ella. No concibo mis días sin ella a mi lado, adoro sus modales y la considero una compañía inmejorable para el futuro. Por eso, quiero pedirle su mano. No se lo he preguntado antes a ella, quizás sea desconsiderado por mi parte, pero temo que me rechace por sus miedos. Con lo poco que he podido conocerla durante mis visitas, he comprendido que es una dama en exceso generosa. Y temo que esa generosidad, la lleve a rechazarme. 

—Me consta que mi hija siente el mismo afecto por usted, señor Towson. Y entiendo a lo que se refiere con el exceso de generosidad —se pasó el pañuelo por la frente sudorosa—. Acepto su compromiso, a espera de determinar la fecha de la boda. 

Patience Nowells lloró sin consuelo al otro lado de la puerta mientras los hombres determinaban las condiciones de la unión. Poco podía dar George a Daniel, pero Daniel no buscaba una dote generosa sino una mujer que lo fuera. 

Al término de media hora, Daniel salió en busca de Abigail, encontrándola en el mismo lugar de siempre. 

—Lady Nowells, ¿le apetece dar un paseo por el jardín? Hoy hace un sol espléndido —Abby notó la emoción de Daniel, sus sentimientos a flor de piel y cierto nerviosismo en sus ademanes. Aceptó la invitación y salieron hasta llegar al parterre de prímulas. Allí, Daniel se arrodilló y le pidió que fuera su esposa. 

—Yo... Señor Towson.... —titubeó, escandalosamente agitada y con las mejillas ardiendo—. No lo sé... 

—Por favor, llámeme Daniel. 

—Daniel... Yo, no sé qué decir. Es usted un hombre con tantas cualidades y con tantos valores positivos... Que, sinceramente, no me considero suficiente para usted. 

—Lo que tienes, es miedo, Abigail. ¿Puedo llamarla por su nombre, verdad?

—Eh, sí... Claro, por supuesto —se sintió extrañamente conmovida al escuchar su nombre en los labios de Daniel. ¡Le encantaba! Adoraba su voz, sus palabras, su aroma y su forma de tratarla... Pero...¡Dios! Sentía que estropearía su vida si aceptaba ser su esposa... Y no importaba que papá ya hubiera aceptado, ella sabía que si se negaba su padre no la obligaría. 

—Es miedo, Abigail —repitió—. He podido conocerte lo suficiente como para comprender que no te consideras digna de un hombre normal, de lo que la mayoría entiende por normal. ¡Pero estás equivocada! Eres todo lo que un hombre puede soñar: dulce, amable, sencilla, humilde, recatada, sensible, afectuosa, educada, formal, bella...Extraordinariamente bella. 

—Pero... ¿Y su familia? ¿No se opone al respecto? 

—¿Mi familia? ¡Está encantada! Temían que terminara casado con una mujer de dudosas intenciones, que sólo me quisiera por mi dinero... Pero contigo, han encontrado una persona con la que confiar. Les he hablado de ti, de tus miedos y de tus reticencias para con este matrimonio...  Y eso sólo los ha alentado a desearte como una Towson. Nosotros somos gente humilde, no tenemos título. Mis padres trabajaron para tener todo de lo que hoy podemos presumir... Por eso, eres perfecta. Inmejorable. 

—Daniel...

—¿Aceptas ser mi esposa? —repitió, todavía con la rodilla hincada sobre la hierba húmeda y sacando la cajita del anillo. 

—Sí —dijo al fin, dejando correr las lágrimas mejillas abajo y aceptando que Daniel corriera el anillo a través de su dedo anular. 

Fueron sus hermanas, más tarde, las encargadas de relatarle al detalle los diamantes y dibujos de oro que la alianza ostentaba. 

***

La ceremonia fue dada sin reparar en gastos, aunque no tuvo el esplendor de las bodas nobles. Abby fue la novia más hermosa del año, parecía un ser de otro mundo cuando el enorme vestido blanco cayó desde sus hombros hasta sus pies. Sus ojos enormes y bien perfilados por pestañas largas y densas, fueron el centro de atención de los invitados. ¡Era verdaderamente fascinante! Y comprendían los motivos por los que el señor Towson había decidido hacerla su esposa. 

Aunque, por supuesto, las envidiosas habituales no tardaron en calumniarla con todo tipo de rumores horrendos y escandalosos que no tardaron en desaparecer debido a los modales impolutos de Abigail Towson. Se comportaba como una dama inglesa debía hacerlo. Hablaba de forma cortés con todos, manteniendo las distancias con los hombres jóvenes y siendo afectuosa con los ancianos. 

Cuanto más la veían desenvolverse, Daniel y su familia, estaban más convencidos de que habían hecho una buena elección. No tenían nada que objetar, y en cuanto a los hijos, Dios dispondría. No podían ser manipuladores del destino, sólo podían orar y esperar. 

Llegó la noche, y con ella, la tan ansiada noche de bodas. Ansiada para el novio, porque Abby estaba en un ataque de pánico desde que su madre le había contado qué ocurría en la intimidad de un hombre y una mujer. 

¿Le gustaría a Daniel? Una cosa era gustarle en cuanto a personalidad, pero gustarle físicamente... ¡Por Dios! ¡Si ni si quiera sabía qué aspecto tenía! Deducía que no era alta porque era más baja que su hermana Catherine. Intuía que era delgada porque cuando se abrazaba a sus hermanas ella quedaba hecha una muñequita en medio. Pero también sabía que no era fea. Porque todos siempre la alababan por su belleza. Catherine juraba envidiar su nariz y sus ojos. ¿Cómo serían sus ojos? 

Notó la presencia de su esposo por su aroma y sus pasos comedidos. 

—¿Estás cansada? —le preguntó, acercándose a ella. 

Estaba sentada al borde de la cama, se había quedado en el mismo lugar que las doncellas la habían dejado. 

—Un poco... —musitó a voz queda, totalmente sonrojada mientras Daniel se sentaba a su lado. 

—Hoy estás más hermosa que nunca...

—¿De veras?

—Llevas un precioso camisón de seda blanco —narró como solía hacer cuando estaba con ella, siendo los ojos de su esposa—. Corto hasta las rodillas —pasó los dedos suavemente por sus piernas desnudas hasta llegar al linde de la tela. Abigail se estremeció, desde la punta de sus pies hasta el inicio de su pelo. Pero era un estremecimiento agradable, incluso adictivo—. Te han pintado un poco los labios, con alguna especie de carmín —acarició la boca femenina con la yema de su dedo pulgar hasta que Abby cerró los ojos. Aprovechó ese momento de relajación para besarla. 

La besó con delicadeza, poco a poco. Primero haciendo resbalar sus toscos labios sobre aquel pedacito de piel intacta, y luego introduciendo la lengua lentamente hasta saborear su interior. 

Abigail pensó por un momento que se había desmayado y que estaba en los mundos de la inconciencia, pero el cosquilleo latente en su vientre, era tan intenso que hacía desaparecer esa suposición de un duro manotazo. No tenía ni idea de qué hacer ni cómo responder, así que decidió dejarse llevar a pesar de los nervios y del miedo. No era miedo a Daniel, sino a lo desconocido. 

—Tranquila —susurró él cuando se separó, dejándola respirar—. Soy yo...Daniel —pasó su enorme mano por sus hombros, tocando la inmaculada piel a través de la seda. No quería ir deprisa, aquella primera noche marcaría para siempre a Abby y quería hacerlo bien. No le importaba esperar—. También llevas un collar nuevo —se acercó a sus pechos, rozándolos con el pretexto de tocar el colgante—. Es el que yo te regalé de esmeraldas... Te sienta muy bien, a conjunto con tus enormes y fascinantes ojos...

—¿De veras mis ojos son fascinantes? —preguntó, con curiosidad y la voz entrecortada.

—Los más bellos que he visto jamás.

Con aquella declaración fue suficiente para Abby en todo cuanto tuviera relación con sus ojos. Ya no dudaría jamás de su aspecto ni se preguntaría cómo eran, si para Daniel eran los mejores, para ella también. 

—Oh, Daniel... ¿Por qué no me cuentas cómo eres tú? Sé lo que me han dicho mis hermanas —confesó aquello con bochorno y congoja—. Pero... No han sido muy detallistas, por respeto... Sé que eres alto, como mi hermano Albert. Que tienes el pelo castaño claro y que tus ojos son ambarinos... Pero ni si quiera sé cómo son esos colores... —se desesperó. 

—Shht, no importa. Tú me conocerás como nadie lo hará —cogió sus manos y se las colocó sobre su faz—. Toca, y sabrás cómo soy. Siénteme...

Abby se relajó y llevó las manos a través del rostro de su esposo. Tenía la cara ancha, con el mentón tosco. Sus proporciones parecían haber sido calculadas por un matemático. Sintió el vello facial a la altura de sus mejillas, y notó como se disipaba hasta la barbilla. Con ciertos reparos, se atrevió a tocar sus labios, eran suaves pero tenían cierta dureza. 

—Eres hermoso —dijo al final de su estudio—. Y tienes un tacto... —"vibrante", pensó. 

—Sigue tocándome, no tengas miedo. Soy tuyo —se sacó la camisa y dejó que las manitas de Abby pasaron a través de sus pectorales definidos y de sus brazos trabajados. 

Abigail sintió como un calor desconocido se apoderaba de ella paulatinamente, la cercanía de Daniel era tortuosa para sus sentidos. Olía demasiado bien y su piel era demasiado estimulante... Lo sentía grande por todos lados, ancho, fuerte... Sentía que podría perderse en su cuerpo y ser la mujer más protegida de la historia. No le harían falta muros ni armas si venía una guerra. Él sería suficiente para detener las balas y procurar su bienestar. 

—Si quieres... Si quieres.... 

—Sí quiero —la tumbó sobre el lecho y deshizo su ropa hasta tenerla desnuda frente a él. 

Abby era grácil, una mariposa frágil y sublime. No ostentaba curvas, pero sus senos llenaban sus manos y su cintura se curvaba en el punto justo en el que debía hacerlo. Era pálida, de colores claros y armoniosos. Parecía una prímula en primavera. 

Se adentró en ella con suma diligencia, amor y respeto hasta hacerla suya por completo. 

Abigail no era una dama común, pero su belleza interior era tan intensa que se irradiaba al exterior. Y eso, era lo que había enamorado a Daniel Towson. Eran dos jóvenes encantadores, a punto de formar una familia y repletos de esperanzas de futuro. 







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