The Same Heartbreaker (2) ✔️

By isnotcandy

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Segundo libro de la Trilogía Heartbreakers. Es necesario leer el primer libro para entender este. Cuidado co... More

Prefacio.
Prólogo.
1. Quinn.
2. Liam
3. Quinn.
4. Liam.
5. Quinn
6. Liam.
7. Quinn
8. Liam.
9. Quinn.
10. Liam
11. Quinn
12. Liam
13. Quinn
14. Quinn.
15. Liam.
16. Quinn.
17. Liam
18. Quinn
19. Liam
20. Liam
21. Quinn.
22. Quinn
23. Quinn
24. Liam.
25. Quinn
26. Quinn.
27. Liam.
28. Quinn
29. Liam
30. Quinn.
31. Quinn
32. Liam.
33. Liam
34. Quinn.
35. Quinn
36. Liam.
37. Quinn.
39. Liam.
40. Quinn.
41. Liam.
42. Quinn
43. Quinn
44. Liam.
45. Quinn
46. Liam.
47. Quinn.
48. Quinn
49. Quinn.
The Last Heartbreaker (3)

38. Quinn.

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By isnotcandy


instagram para que se enteren de los adelantos, los juegos, las estupideces y se descarguen conmigo en los DMs: hcandela_





QUINN

Lucho para abrir mis ojos. Los parpados me pesan una tonelada. Como nada en esta vida me sale bien, solamente logro entreabrir la mirada. Un quejido se escapa de mi boca cuando la luz de un foco me golpea el rostro a puño cerrado. Vuelvo a cerrar los ojos, abrirlos fue una mala idea, la cabeza me va a explotar.

—Era hora de que te despertarás —la voz cerca de mi logra ponerme en alerta. Abro mis ojos como platos y me siento de un salto sobre el sillón desconocido. Ignorando el punzante dolor que me penetra el cerebro, paso mis ojos por el lugar en donde estoy hasta fijarme en una persona.

Los recuerdos de anoche son un borrón. No es como si hubiese bebido de más y algunos recuerdos estuviesen flotando, nunca siendo tan claros, esto es un verdadero borrón. Lo último que me acuerdo son los brazos de Jason aferrándome a su cuerpo, su sonrisa burlona y luego, todo negro.

—Jason —mascullo al mirarlo. Está relajado en un sofá diagonal al mio, donde parece que dormí toda la noche y la mañana. Mis manos buscan el dobladillo de mi vestido negro para tirarlo más hacia abajo, se subió mientras dormía.

—Quinn.

—¿Hay agua?

Resopla y suelta una carcajada.

—No nos vemos hace más de dos años, ¿y lo primero que me preguntas es si hay agua?

—¿Qué demonios quieres? ¿Un saludo con rosas y fuegos artificiales? —espeto irónica.

—No has cambiado nada.

Esta vez me toca a mi soltar la risotada amarga. Claro.

—¿Dónde estoy? —le pregunto intentando usar mi cabeza racionalmente. Mi vista recorre la sala de estar, donde hay sillones negros a juego, una mesita de café y un televisor. Es pequeña, pero no me resulta incómoda.

—En mi departamento —responde él. Se levanta de su lugar y pasa por mi lado, se va por una puerta abierta donde veo una cocina. Oigo el ruido de la puerta de un refrigerador abrirse. Cuando vuelve, lo hace con una botella de agua. Me la entrega.

—Gracias. ¿Y puedo saber qué demonios haces en Miami? Pensé que te habías muerto en Portland o algo así —digo y no me demoro en destapar la botella. Bebo todo su contenido de un tirón mientras escucho su respuesta.

—Para tu mala suerte, sigo vivo. Me mudé a aquí hace unos cuantos meses cuando me transferí de universidad.

—¿Y qué hacías en esa fiesta?

—¿Además de ver como saltabas como conejo por todos lados? —me pregunta riendo. Mis mejillas se tiñen de un color rojo con tan solo recordar lo frenética que estuve con todos—-. Emily Murph es mi prima. Sus padres se fueron de la ciudad y me pidieron que chequee en ella cada tanto. Esa chica es un peligro. Cuando me pidió que no le diga a sus padres que echaría una fiesta, le dije que no había problema. Me pasé un rato para asegurarme de que no hayan incendiado la casa. Fui a buscar una cerveza y luego te vi cayéndote al piso. Tienes suerte de que haya sido yo y no otro el que te encontró en ese estado.

—Me sorprende que no me hayas tirado por un barranco.

—Mhm, nah. A Zack no le gustaría eso.

Y de repente mi cabeza hace click. De seguro Zack apoyó tanto la idea de venir a Miami porque sabía que Jason estaba aquí. Y yo, tonta, de las mil millones de personas que me podía llegar a cruzar, tuvo que ser a Jason Heyward.

—¿Nadie te dijo que no se mezcla éxtasis con alcohol? —pregunta volviendo a sentarse en el sofá. Por supuesto que Jason tiene terreno en el tema, tan solo recordar todos los porros y las sustancias raras en todas las fiestas, me causa repulsión.

—¿Era éxtasis?

—¿Aceptaste una pastilla sin saber qué era? —cuestiona luciendo serio.

—Tu prima me la dio —me excuso alzándome de hombros. Esa parte esta bastante clara en mi cabeza, Emily me dijo que la pastilla me seguiría "divertiendo". ¿Habrá tomado una también? No lo creo, no parecía tan hiperactiva como yo.

Jason bufa y se echa atrás en el sofá. No puedo creer que es primo de Emily, ¿qué tan pequeño es el mundo? No veo a Jason hace años, no supe nada de él tampoco desde que terminé con Zack. En realidad, nunca supe mucho de él, nadie sabe mucho de Jason Heyward-Avery (un apellido innecesariamente largo). Siempre fue el amigo molesto de Zack que se empeñaba a hacerme rabiar a diario porque nuestro noviazgo no le gustaba.

—¿Qué hora es? —le pregunto cuando palmeo la superficie del sillón en el que estoy sentada y no encuentro mi celular. Demonios, seguro lo perdí.

—Son como la una —contesta. Luego se inclina hacia adelante para obtener un mejor acceso al bolsillo trasero de sus jeans. Identifico rápidamente la funda rosada de mi celular. Me lo entrega y suspiro con alivio—. Un tal Key estuvo llamándote toda la noche. Y otro Liam enviándote mensajes. ¿Solicitada, verdad?

Por suerte Jason no puede leer los mensajes desde la pantalla de bloqueo porque lo configuré para que se lean.

—Mierda, mierda, mierda —murmuro bajito al revisar las diez llamadas perdidas de Key y todos sus mensajes estando preocupado por mi paradero.

—Le avisé a Zack que estás aquí —me dice él levantándose del sofá—. Me dijo que te lleve a casa cuando pueda.

¿Zack me dejó durmiendo en el departamento de Jason? Uhm, definitivamente él no es mi hermano. Mis hermanos no me dejarían durmiendo en el lugar de un jodido desconocido.

—Voy a tomar un taxi —le digo levantándome. Jesús, mi cabeza.

—¿En esas condiciones? ¿Con ese vestido? —inquiere desde la puerta de la cocina—. El mundo en el que vivimos es una mierda, Queens. No llegarás a casa.

—¿Me llevas a casa entonces? —le pregunto comenzando a irritarme. Solo quiero sacarme este vestido, darme una larga ducha, tomar una aspirina y enterrarme en mil doscientas almohadas.

—No quiero ser un imbécil pero... ¿Por qué no le echas un vistazo a la ventana? —me habla e intenta aguantarse la sonrisa.

Frunzo el ceño en confusión pero le hago caso y me acerco a la ventana más cercana que hay. Corro la cortina, esperando que los rayos del sol me cocinen al ser mediodía, pero eso no sucede. Mi dolor de cabeza se borra al darme cuenta la jodida tormenta afuera. Estamos en un piso alto, quizás cerca del diez pero eso no quita que se pueda ver el jodido desastre. Las nubes perdieron su angelical color blanco para asemejarse a un negro que te quita las ganas de hacer cualquier cosa. Las gotas de lluvias son como balas estrellándose en el piso.

¿Como no escuche todo este lío?

Volteo a Jason quien encuentra muy divertida mi cara.

—¿No crees que ya te hubiese tirado en la cajuela de mi auto para llevarte? Es un temporal, empezó hace unas horas. Las noticias dicen que no es recomendable salir, hay árboles cayéndose por todos lados.

—Me mientes.

—Claro, porque quiero tenerte todo el día acá, Queens —suelta en un tono irónico y se cruza de brazos.

—Es Quinn.

—Lo que digas. Estaba por cocinar algo, seguro te mueres de hambre.

Dejo de oír lo que sale de su boca. Me concentro en el menudo tormenton afuera, luce como el fin del mundo. Miro las esquinas del ventanal intentando encontrar un borde sin pegar, esperando que sea como en Los Simpsons. Nada.

Estoy atrapada en el departamento de Jason. Perfecto.

Juro que nunca voy a entrar a un casino en mi vida, con la suerte que tengo, seré yo la que tendrá que darles un cheque por un millón de dolares.

Estoy descalza, no sé en qué momento perdí los zapatos. Muerdo mi labio. ¿Que la noche no iba a descontrolarse? Qué chiste. Dejo escapar un pequeño bufido y recuerdo las palabras de Jason, sí tengo hambre después de todo. Camino hacia la cocina, dispuesta a soportar el tiempo que tenga que ser junto a este chico pero me detengo de seco al encontrar mi reflejo en un gran espejo cerca de la entrada del departamento.

Oh, no.

Mi cabello esta enredado e increíblemente desordenado. Mi maquillaje no sobrevivió la noche durmiendo, está todo corrido haciéndome lucir como un mapache. Trago saliva, ¿así estuve en frente de Jason? Intento peinar un poco mi cabello con la ayuda de mis dedos, no es de mucha ayuda.

Llego hasta la cocina. Pensándolo bien, me importa un verdadero demonio si Jason me ve así. Uhum.

—Hay toallas en el baño, mi habitación está al lado. Puedes usar algo de mi ropa —habla él como si me hubiese leído la mente. Esta de espalda a mi mientras abre un paquete de papas fritas congeladas.

—Bien.

No digo nada mas, giro sobre mis talones y me meto por el pasillo que encuentro. Hay tres puertas, abro la del medio, dándole en el clavo con el baño. Paseo mis ojos por la mampara de cristal, el retrete, el lavabo y el estante con toallas blancas perfectamente dobladas. ¿Jason vive solo y tiene todo tan limpio y ordenado? Mierda. Tan solo recordar el departamento que Seth y Rick tenían me causa vergüenza . Siempre lucia como si hubiese caído una bomba, el baño en especial.

Cierro la puerta detrás de mi, enciendo el agua caliente. Mientras el vapor distorsiona los vidrios, me quito el vestido echando un suspiro. Al fin me deshago de esta cosa ajustada. Como se acentuaba bien a mi cuerpo, no tuve necesidad de usar un sostén. Mejor aún. Apenas estoy bajo el agua, cierro los ojos. Nunca pensé necesitar una ducha tanto como ahora. Me quedo unos segundos quieta, con las gotas de agua golpeándome la espalda mientras me mentalizo. Estoy en la casa de Jason, el mejor amigo de Zack que no me caía bien. ¿Ahora? No lo sé, la situación es muy extraña. Hasta lo que sé, me rescató anoche y me cuido mientras deliraba con los efectos del éxtasis. Diablos, éxtasis. ¿En qué demonios estaba pensando?

Sacudo mi cabeza levemente y paso a lavarme el cabello con lo que encuentro. Me enjabono entera, como si eso fuese a quitar el hecho de lo que pasó anoche. Quiero estrellarme contra la maldita pared al recordar todas las cosas vergonzosas que hice, Dios. Cuando termino de ducharme, cierro la perilla del agua y estiro un brazo para alcanzar una de las toallas. Me envuelvo en ella y escurro mi cabello para que no gotee.

Alzo mi ropa del suelo y chequeo que no haya dejado todo muy desastroso. Siempre es incómodo bañarse en lugares ajenos. Cuando salgo, recuerdo lo que Jason dijo sobre la puerta al lado. Por instinto voy hacia la derecha. La habitación es grande para un departamento. Hay una cama en el medio con el edredón y las sábanas desordenadas. Hay una cantidad alarmante de zapatillas esparcidas en el suelo. Las cortinas están abiertas de par en par, dejando una vista a la tormenta que sigue a su tope.

Aferro la toalla a mi y me acerco a lo que parece ser su guardarropa. Lo abro y observo todo perfectamente doblado. Frunzo el ceño. Jason tiene todo acomodado o todo modo huracán. Dejo mi vestido en una esquina, tengo que reutilizar las bragas negras de anoche. Maldigo en mi cabeza, odio esta situación. Son de encaje, porque es como una ley cuando usas vestidos ajustados. No me deshago de la toalla.

Tocan la puerta dos veces.

—¿¡Qué!? —espeto girando levemente la cabeza. Espero paciente a oír su voz pero en vez, de eso, la puerta de la habitación se abre. Mi mandíbula casi se descoloca de lugar y aferro la toalla más a mi cuerpo. Esta por poco deja mi trasero al descubierto—. ¿¡Qué demonios haces?!

Frunce el ceño y me ignora. Se acerca a mi y es cuando noto la gran mancha roja en su camiseta blanca. Luce como salsa de tomate. Por instinto, me alejo del armario. Jason no me dirige la palabra mientras se quita la camiseta. ¿Tanta confianza hay? No lo creo. Mis ojos se desvían hacia el techo pero no soy tonta, he visto su cuerpo. Noté su abdomen marcado y el tatuaje que ocupa la parte alta de su brazo y parte de su pecho. ¿Jason siempre estuvo así de bueno?

—El almuerzo ya está listo —me dice él cuando se ha puesto una nueva remera, sigue siendo blanca. El color le favorece gracias a su piel tostada—. Tuve un pequeño percance, pero nada que no se solucione.

Me enseña la remera manchada al elevarla con su mano. Lo encuentro sonriendo en forma de burla. Seguro encuentra como todo un chiste que mis mejillas estén sonrojadas.

—Me estoy cambiando, vete.

—Eso veo —murmura y sus ojos recorren mi cuerpo. Este chico está jodidamente mal de la cabeza si piensa que él y yo... Pensarlo me causa gracia pero también logra revolverme el estómago—. Lo siento, no debí entrar así. Es la costumbre.

Dicho eso, quita la mirada de mis piernas, me guiña un ojo y se va rápidamente de la habitación. Quedo perpleja en mi lugar. Demonios. Me siento tonta por tener que apoyar mi espalda contra la pared que tengo más cerca. ¿Qué fue esa mirada? Y más importante, ¿qué demonios trae entre manos Jason?

Vuelvo a concentrarme en vestirme, y lo hago a la velocidad de un jodido rayo. Uso la camiseta negra que me llega a mitad de los muslos y escojo unos pantalones chándal a pesar de que me hace mucho calor. Después de como miró mis piernas, no planeo usar nada que las enseñe. El pantalón es gris y tiene el logo color rojo de los RedHawks. Observo el logo detenidamente, ¿ese no es el equipo de fútbol americano de la universidad de Miami? Intento hacer memoria y le acierto, Jason jugaba para la liga universitaria de Portland. También recuerdo que él no iba a la misma universidad de Zack, si no que a la estatal.

Uso los cordones del pantalón y lo amarro a mi cintura lo más que se puede. Siguen cayéndose. Oh, ¿quién dijo que usar ropa de hombre es tierno? Doy un paso y los pantalones se me caen, genial. Cuando logro acomodarlos lo mejor que puedo, salgo de la habitación y me dejo llevar por el olor a hamburguesas. Oh, sí.

En la cocina, Jason está sirviendo papas fritas en un plato que tiene una hamburguesa a mi lado. Elevo mis cejas, viéndolo cocinar me doy cuenta que realmente, no sé una nada de este chico. Deja los platos sobre la mesa rectangular con taburetes a su alrededor. Es pequeña pero siempre me divierten los taburetes altos. Yep, tengo cinco años.

—Woah —murmuro cuando observo el plato que tengo a mi frente. Jason trae a la mesa dos botellas de Corona y refrescos.

—¿Sorprendida? Yo también lo estoy, nunca cocino y menos para alguien más. Siempre ordeno algo cuando no como en la universidad pero ningún lugar esta haciendo envíos.

Me río.

—Luce bien.

Jason alza un bote de cátsup e induda sus papas en salsa roja. D

—Así que, Queens —carraspea mientras se lleva una patata a la boca—. ¿Qué ha sido de tu vida estos años?

Humedezco mis labios. Qué pregunta más irónica.

—Uhm, estuve viviendo un año en Miami, verano de tres meses en San Francisco... Luego, seis meses en Portland y ahora estoy aquí —contesto. Ese es el mejor resumen que puedo darle. Le doy un mordisco a mi hamburguesa. Demonios, está muy buena. O yo tengo mucha hambre.

—¿Por qué? —cuestiona con el ceño fruncido—. Supe que te habías largado después de que Zack y tú terminaron pero...

—Es demasiado largo para contar, de verdad. ¿Tú qué demonios haces aquí? —le pregunto. No me siento con los ánimos de detallar mi desastrosa vida mes por mes.

—Es mi departamento.

Pongo mis ojos en blanco y aprovecho que a pesar de estar enfrentados en la mesa, estamos muy cerca. Lo golpeo en el hombro. Se ríe.

—Me tuve que ir de Portland hace un tiempo y los RedHawks me ofrecieron un contrato que no podía rechazar, fin de la historia —habla alzándose de hombros.

Trato de no lucir tan sospechosa pero acabo de unir los cables que faltaban. ¿Se tuvo que ir? Y Zack, ¿se tuvo que ir de la universidad? No soy tonta, ambos dejaron lo que dejaron por la misma razón. Me acomodo en el taburete.

—¿Por qué tuviste que irte?

—Oh, nada. Unos asuntos de la universidad —se limita a responder. Me cuesta identificar si esta mintiendo o lo dice enserio. Aclara su garganta antes de beber un trago de su cerveza—. Hablemos de ti, ¿sigues siendo amiga de la castaña que esta buena, Scarlett?

—Nunca me dijiste que te parecía que estaba buena.

Recuerdo que Scarlett fantaseaba con Jason cada vez que salía con nosotros. Él ni siquiera le dirigía la palabra.

—Por supuesto que no, ella tenía dieciséis. ¿Quién te crees que soy? ¿Zack?

Resoplo divertida. Jason debe tener veintidós ahora, la misma edad que mi hermanastro.

—No, no somos amigas. Pasaron cosas.

—¿Qué cosas? —interroga. Entrecierro mis ojos al sentirme insegura en cuanto confiar en él o no. Humedezco mis labios—. Vamos, Queens. Sabes que no iré a contarle a nadie porque no me importa tanto.

Por poco pongo mis ojos en blanco.

—Me acosté con su novio cuando apenas estábamos retomando nuestra amistad —contesto sintiendo la vergüenza subirse a mis mejillas. Le doy un trago a mi refresco para disimularlo mientras miro al suelo.

Oigo claro la sonora carcajada que larga Jason.

—Oh, eres toda una perra, Queens. ¿Quién lo hubiese dicho? Antes eras inofensiva —dice él y niega con la cabeza.

Me alzo de hombros, ahogando las ganas de decirle que el caos lo originó Zack. Yo lo expandí a escala global, pero él inicio el fuego. Si nunca lo hubiese conocido, las cosas serían muy diferentes ahora mismo. Seguiría en Portland, con Harry y Scarlett a mi lado, siendo los mejores amigos del mundo.  Mi vida sería mucho más simple.

—¿Y tú? Que yo sepa, nunca has sido inofensivo —suelto en un intento de desviar el tema de conversación antes de que esto se vuelva una serie llamada "Las confesiones de una perra".

Sonríe de lado haciendo que un hoyuelo se marque en su rostro. Aparto la vista de sus labios.

—Ya no me meto en tantos problemas como antes. No desde que me alejé de Portland y de Grant —responde. Me revuelvo en mi asiento e intento que no se note que estoy incómoda. Grant fue el imbécil que me golpeó. Por culpa de Zack y el mundo de mierda que lo rodeaba.

Jason suelta su nombre con mucha comodidad, como si no supiera todo el dolor que ese hombre me causo. Trago saliva.

—Así que... ¿Ya no te drogas?

Resopla.

—Lo dices como si fuese un adicto, Queens. No, ya no hago esa mierda. Espero que tú tampoco, suele ser un camino sin retorno —contesta sonando borde.

Me limito a asentir. Jason era de esos que le gustaba llevarse la noche de fiesta al extremo. Los porros eran algo habitual en él, pero de vez en cuando veía un poco de coca y una que otra pastilla dar vuelta a su alrededor. Nunca tuve muy claro si Zack le seguía todos estos juegos porque siempre que le preguntaba, respondía que no pero no era estúpida. Me daba algo de miedo saber la verdad.

—Ahora te concentras solamente en la universidad.

—La universidad y el equipo son... todo lo que hay en mi vida ahora mismo.

No tiene novia.

No es que esperaba que la tuviera. Desde que lo conozco lo veía con chicas diferentes todos los fines de semana. No luce como el chico serio que asentaría la cabeza por una chica. Mas bien el tipo que huye de sus sentimientos, de alma libre que piensa que una relación es quemarle las alas.

Tampoco esperaba que no tenga.

La conversación sigue fluyendo con una facilidad increíble. Más que nada, nos ponemos al tanto de todo lo que ha estado pasando en nuestras vidas en estos dos últimos años. Le digo poco sobre mi, no menciono a Liam porque siento que es una parte de mi vida muy privada y no es como si disfrutara contarle de mi a todos. Le hablo sobre Zack, mamá y su nuevo esposo. Lo pongo al tanto con mis hermanos y hasta le cuento sobre Seth.

—Alto, ¿Seth Jones? —inquiere Jason sacudiendo su cabeza. Luce tierno cuando hace eso, como si fuese un niño confundido—. Lo conozco. Estaba en mi clase de programación hasta que dejó la uni.

—No la dejo. Va a volver. —le aclaro sin sentirme muy segura al respecto—. Está pasando un tiempo en Los Ángeles con su novia, eso es todo.

Se alza de hombros y asiente.

—Te enrollaste con Seth, ¿verdad? —pregunta de repente en un tono demasiado divertido para mi gusto.

—No, idiota —mascullo—. Seth y yo somos amigos.

—Bueno, tenía que preguntar. ¿Tienes novio? —baja la mirada para alzar una papa. Entrecierro mis ojos.

—Eso no debería importarte.

—No debería, lo sé —suelta en un bufido y me mira a los ojos. La forma en la que lo dijo, solo indica una cosa y es que nada va a salir bien para mi. Sus ojos me comienzan a sentir incómoda, tengo que apartar la mirada.

—No tengo novio. Es complicado —le respondo para cortar el silencio que ninguno de los dos estaba disfrutando. Tomo una larga bocanada de aire mientras recuerdo a Liam, él es mi gran «complicado» a pesar de que lo que siento por él está bastante claro.

Jason asiente. ¿Por qué luce como si le acabase de decir que se murió alguien?

—¡Deja de mirarme así! —exclamo y le arrojo una patata a la cara, aterriza en su mejilla y cae al suelo.

—¿Cómo te estoy mirando? —pregunta riéndose. Escucharlo reírse mejora mucho más la situación. No contesto—. Dime, ¿cómo crees que te estoy mirando?

Niego con la cabeza. Primero muero antes de decirle que sentí como si él estuviese decepcionado con mi respuesta.

Jason estira una sonrisa —de seguro baja bragas con esas— y se inclina hacia adelante. Automáticamente, mi espala retrocede.

—¿Me dirás qué pasa en esa cabecita?

Oh, si supieras te alejarías corriendo.

No puedo echarme más hacia atrás o me caería del taburete. Humedezco mis labios porque de repente la temperatura de este lugar parece ser la misma que la del sol. Jason no pretende volver a su lugar porque no se detiene hasta que su nariz roza la mía. Está demasiado cerca, puedo oler su perfume, sentir su calor y eso solo logra ponerme más nerviosa.

Desearía poder echarlo atrás con una sola patada pero mis manos están ocupadas haciéndose cargo de que no me caiga de espaldas al suelo mientras se aferran a la mesa.

—Jason... —murmuro con la vista baja para no encontrarme con sus ojos.

De repente, su dedo pasa por mi rostro. Traza una linea desde mi mejilla, pasa por mis labios y termina cerca de mi mandíbula. Mi estómago da un vuelco. Lo oigo reírse a carcajadas mientras vuelve a su lugar. En este momento, me doy cuenta de que me ha puesto cátsup por toda la cara.

—¡Muy maduro! —exclamo buscando una servilleta. Sus risas siguen flotando a mi alrededor.

Qué alivio. Eso estuvo demasiado cerca.

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