¡Saludos chicas y chicos!
Les traemos los resultados del desafío anterior. Recuerden que contamos las palabras, y si exceden de las 500 queda descalificada la historia.
Mientras... ¡Enhorabuena a los seleccionados! No olviden regresar este próximo viernes para un nuevo desafío.
Él ya no me ama, lo sé, lo veo. Aquellos ojos azules que antes me gritaban "Te amo", ahora me miran con desprecio. Su indiferencia ante mi dolor me lastima mucho más de lo que me gustaría.
En otro contexto habría deseado que me abrace, sentirlo cerca de mí, haciéndome saber que todo estará bien; pero ahora no se puede, no es a mí a quien está abrazando, no soy yo a quien esos brazos fuertes están rodeando, no es mi cuerpo el que está pegado al suyo...
Mis lágrimas caen incesantemente sin que pueda evitarlo, jamás imaginé que él era capaz de herirme tanto; de engañarme haciéndome creer ciegamente en su amor, cuando a mis espaldas era otra a quien cortejaba.
Su «lo siento» no es suficiente, no cura el daño que me ha hecho verlo junto a alguien más, por el contrario, es como si le aplicase alcohol a la herida que aún no ha cicatrizado, y lo peor de todo es que no veo tristeza o arrepentimiento en su mirada.
Sin embargo, ¿qué puedo yo hacer? No puedo obligarlo a quererme, a quedarse junto a mí por siempre... no puedo; pero mi alma no puede subsistir sin la suya, necesito su calor para no congelarme en este frío y distante mundo.
Lo necesito como nunca he necesitado a alguien, y es que lo amo como siempre temí hacerlo pero como no pude evitarlo. Está de más intentar retenerlo, él se irá de igual manera, solo le ruego con la mirada que me recuerde, que recuerde como me besaba con ansias fervientes, como me amaba sin temor a nada... eso es todo lo que deseo.
Tengo la certeza de que mi corazón no latirá de la misma manera con alguien más; puede que vuelva a enamorarme, tal y como él lo hizo, pero sé que no se sentirá igual, ya no habrá más esa sensación de volar con tan solo un beso, una caricia... él me regaló eso, y ahora se va, dejándome caer de nuestra guarida, esa a la que íbamos cada vez que nuestras miradas se encontraban y nuestras almas se perdían la una en la otra, podíamos llegar tan pero tan alto que el límite era algo inexistente para nosotros, ahora solo caigo al vacío, sin amor, sin esperanzas...
Cuando se toca el cielo no hay de otra que ir hacia abajo. Mientras más grande la distancia más fuerte será el golpe.
Sí, yo lo sabía. Estaba muy consciente de que después de esa presentación nada iba a ser igual. Que él se iría de regreso a Japón y no lo vería en mucho tiempo, tal vez nunca más.
Aquella pieza que escogimos no era solamente por el hecho de ser virtuosa sino que casi nadie la había interpretado en un dueto.
Como músicos empezó como un reto y una rivalidad. Como personas acabó como algo nuestro.
Entregamos todo en cada escenario, sin importar que los demás criticaran lo que les fuera posible.
Di todo porque, sí, lo amo. Porque adoro la forma en que sonríe, aunque sean pocas las veces; me gusta cuando se emociona cada vez que toca.
Somos tan parecidos pero a la vez tan diferentes. Y si me olvida, por Dios, que no lo haga, espero que recuerde el sonido de mi violín en la última presentación, ya que no encontrará otro que lo haga sentirse igual. Porque he de atreverme a decir, que de lo nuestro no quedan más que cenizas que lentamente se las lleva el tiempo.
Con su partida se va a una gran parte de mí, bajo su brazo y en medio de sus partituras, igual que la primera vez que lo conocí.
Quiero pensar que cuando el viento le hable entre los árboles me escuche. Que cuando mire a las estrellas recuerde que del otro lado del mundo yo estoy tocando. Pero no quiero que sepa que de ahora en adelante, tocaré solamente para él, en busca de aquel sentimiento que he perdido y tanto anhelo.
Corría por los pasillos de aquel aeropuerto, las lágrimas recorrían mis mejillas haciéndome ver patética, las personas que me aventaban o aventaba en el camino, me lo recordaban con cada mirada de pena que lanzaban hacia mí, pero no me importaba, nada de eso podría importarme más que tu figura caminando a la puerta, con maleta en mano. A pasos de abordar el avión que te alejaría de mí para siempre, y la culpa de ello era solo mía. Me arrepiento tanto de ese día; ese día que te aleje de mí.
Volví a gritar cuando logre divisar que estabas solo a un paso de cruzar esa bendita puerta, mi corazón salto cuando por fin, entre tanto bullicio, pudiste escucharme y volteaste buscando el llamado o casi suplica, que hace segundos había soltado mi garganta. tus ojos se encontraron con los míos dejándote congelado, dándome tiempo para acercarme a ti y lograr tomarte del brazo.
—No —volví a decir con el miedo a flor de piel, no quería perderte, no lo soportaría. —por favor, fue un error terminar.
Tu sonrisa le devolvió el color a mis mejillas que ahora estaban empapadas por las lágrimas, te acercaste a mi colocando tus manos en mi rostro y con tus dedos trataste de limpiarlas. Mis ojos se cerraron unos segundos memorizando cada una de las sensaciones, que tus caricias provocaban en mí.
—Mírame —pediste y en ese segundo abrí los ojos. concentrándome en los tuyos, esos hermosos ojos verdes que desde la primera vez que los vi, fueron mi salvación y perdición.
—Volvamos a intentarlo —te suplique sin apartar la vista de ti, deseando con todo el corazón que aceptarás.
—Ya no será lo mismo —sentenciaste, rompiéndome en mil pedazos.
—Exactamente, no será lo mismo, será aún mejor.
Te dedique mi mejor sonrisa esperando que por fin aceptarás este trato y me dieras una segunda oportunidad.
Las mariposas en mi estómago comenzaron a cobrar vida cuando te acercaste más a mí, no lo podía creer, tus labios estaban a punto de tocar los míos, cerré mis ojos nuevamente para sentirlos, deseaba tanto volver a sentir ese roce que llenaba de electricidad mi cuerpo y hacia latir mi corazón a mil por hora.
Ya faltaba poco, podía sentir tu respiración hacer cosquillas sobre mi piel, un instante después logre sentir como tu pequeña barba picaba mi mentón como siempre pasaba cada que estabas a instantes de besarme.
Justo cuando esperaba sentir tus suaves labios, mis ojos se abrieron recordándome con crueldad que seguía en mi habitación, recostada en mi cama, abrazando una almohada empapada por las lágrimas de la noche.
Desde que te fuiste todas las madrugas eran iguales, siempre me recordaban que por más que lo deseará, nunca iba a volver a sentirme como antes, que el amor solo ocurre una vez y por mis miedos lo había dejado ir.
Sé que jamás volveré a amar a alguien de la misma manera y ese será mi castigo, por alejarte cuando aún te amaba.
La miré y supe que era el momento de comenzar. Ella me miró a mí con sus dulces ojos y me sonrió con ellos.
—Cinco años. Fueron cinco años de muchos momentos a tu lado, y con esto decido que serán muchos años más –abrió sus ojos con sorpresa y suspiró. —Que tus problemas también serán los míos y los resolveremos en unión. Que no importa lo que se cruce en nuestro camino, yo estaré ahí contigo para confrontar cualquier cosa. Sea buena, o sea mala. Sea de vida o muerte. Pero que sobre todas las cosas, y ante cualquier situación, ambos seremos tan fuertes como para resolverlo, siempre y cuando estemos unidos. Tomaré tu mano cuando sientas miedo, y te cantaré para calmar tu llanto, seré quien en momentos de oscuridad, te hará ver lo positivo, y no te dejará caer, porque si tú caes, yo igual lo haré –no podía calmar su llanto, pero seguía escuchando atenta. Tomé sus manos sobre la mesa.
»Con mucho orgullo puedo decir que desde que estoy contigo soy un hombre totalmente diferente. Que antes de conocerte no pensaba en casarme o formar una familia, pero tú haz hecho en mí, la persona que soy ahora. Y no me arrepiento, ni me arrepentiré, de haberte incluído en mi vida, jamás. Porque estoy seguro que contigo es que quiero estar, y no hay nada de ti que quiera cambiar. Todo de ti me hace querer pasar más días contigo, y quiero que para al final del día, pueda dormir abrazado con la persona que amo.
»Nazia, he tomado la decisión de cambiar mi vida por ti. Porque ahora quiero ver tu rostro todos los días al despertar. Y con esto, no solo compartiremos el amor que nos tenemos el uno al otro, sino que compartiremos una vida y más. Nada me haría más feliz que formar un hogar y una familia junto a ti, amor. – solté sus manos y finalmente saqué de mi saco la pequeña cajita.
Me puse de pie y ella cubriendo parte de su rostro me siguió con la mirada. Me arrodillé a su lado y abrí la pequeña cajita, enseñándole lo que con tanto esfuerzo pude comprar para ella, y que finalmente pude mostrarle y preguntar:
—Nazia, ¿Quieres ser mi esposa?
En cuestión de nada todo el restaurante nos miraba con atención y esperaba. Tomó su tiempo y respondió:
—Nada me haría la mujer más feliz, que compartir mi vida contigo –dijo mostrándome su hermosa sonrisa. —Acepto –dijo y en segundos ya estábamos de pie, besándonos en medio de la gente que aplaudía fuerte. Tomé su mano y le coloqué el anillo que le quedaba perfecto.
—¡Está precioso! –exclamó entre los aplausos. —Te amo. Eres lo mejor que me ha pasado–añadió.
Y es ahí, justo en ese momento, cuando te das cuenta de que las cosas solo ocurren una vez, y supe que esto era único y no volvería a vivirlo, así que me dediqué a recordar cada segundo.
Sola, sentada en una sala de paredes blancas, esperando a quién sabe qué, cobijada bajo un abrigo que todavía guarda el suave aroma de su piel. Leyendo un libro sin leerlo, dejando caer la mirada sobre las letras, sin formar palabras, sin que las frases tomen sentido. Son las tres de la madrugada, pero bien podrían ser las cuatro de la tarde, eso daría igual. Seguiría sintiendo el mismo vacío, el mismo frío (pese a los treinta y dos grados que marca el termómetro), la misma falta de ganas de seguir viviendo.
Me siento tan impotente como una muñeca de porcelana rota, ahora, en mil pedazos. Las lágrimas me ciegan, y me impiden recomponer mis trozos, levantarme y seguir avanzando. Porque en el fondo, sé que ya no hay esperanzas. Sé que él ya se ha ido, y no va a volver. Me di cuenta cuando lo vi en el suelo, con aquella mirada perdida y el cuerpo cubierto de sangre. Me di cuenta cuando, pese a mis gritos, la ambulancia se lo llevó lejos de mí. Por aquel entonces ya estaba muerto. Lo sentí en lo más profundo de mi corazón.
Aquel vínculo tan especial que nos unía, como un fino hilo de seda delicado pero duradero, se había roto.
Recordaba todos aquellos paseos nocturnos por la playa, cómo nos bañábamos bajo la argéntea luz de la luna, sin importarnos lo que la gente pudiera pensar. Aquel era nuestro mundo, seguíamos nuestras propias reglas, y solo importábamos nosotros dos. Nadie más. Y ahora... ¿Qué podía hacer ahora que se había ido?
Me levanto de golpe, y dejó caer el libro al suelo, cuando un hombre vestido con una bata blanca sale al pasillo. Puedo sentir cómo el poco color que me quedaba huye de mi rostro. Porque, antes de que el doctor abra la boca, sé qué es lo que va a decir. Y no quiero oírlo. Tan solo quiero retroceder en el tiempo, dos horas antes, para poder salvarlo. Para hacerlo retroceder antes del accidente, para frenarlo, antes de que cruce la calle, con un beso. Lo peor de todo es que sé que eso no es posible, y duele. Mucho.
—¿Es usted Estela Díaz?
Me limito a asentir con la cabeza.
—Bien. Solo quería decirle que... —El hombre baja la cabeza, parece no estar preparado para darme la noticia. Yo, en cambio, sí que estoy preparada—. Lo siento, su novio no ha sobrevivido a la operación.
Levanto la cabeza y miro, sin miedo, a los ojos del doctor. Mis labios se curvan hacia arriba, formando una débil sonrisa, para la sorpresa del hombre. Mi corazón, en cambio, se resquebraja en pedazos, creando una herida que jamás sanará. Caigo al suelo, el mundo se distorsiona a mi alrededor. Cierro los ojos y pierdo el conocimiento, con la esperanza de no tener que volver nunca más a la realidad.
Querido James:
Hoy te escribo esta carta porque siempre me fue fácil trasmitir mis sentimientos sentada tras mi escritorio, dejando que mis pensamientos fluyan sobre el papel y mis ideas queden impresas gracias a la pluma.
Puede que te estés preguntando el porqué de esta carta cuando hoy en día nadie las escribe, sino que se mandan mensajes de texto o emails. Y la respuesta es simple; soy lo suficientemente cobarde para no atreverme a decírtelo a la cara y lo suficientemente considerada como para no decírtelo a través de un frío mensaje, por eso considero que una carta es la forma correcta para lo que te pretendo decirte.
Tú fuiste mi todo, mi vida, mi alma. Mi corazón solo cobraba vida cuando tú aparecías, y se sumía en la tristeza cuando tú te alejabas. Fuiste mi primero, y en esos momentos de tristeza consideré que también mi último. Tú me encontraste, me hiciste sentir cómo sabías que necesitaba sentirme y luego me abandonaste.
Susurraste palabras de amor en mis labios, gemiste mi nombre en mis oídos, y gritaste tú declaración al espacio. Todo lo que hiciste fueron promesas, bellas declaraciones que me elevaban, haciéndome creer que faltaba poco para alcanzar el sol que tú me prometías.
Pero pobre de mí, incrédula joven inexperta, fácil presa para los demonios como tú, que creyó todo lo que dijiste como una tonta sin razón. Dejé que vendaras mis ojos, dejé que embaucaras mis oídos, accedí a no usar mis labios con tal de que continuaras dándome alas con las que alcanzarte. Pobre de mí cuando llegué a ti, el ardiente y deseado sol que acabó quemando mis alas para dejarme caer al vacío. Tres, cuatro, cinco metros pude llegar a caer, pero lo más doloroso no fue el golpe contra la realidad, sino ver tu rostro admirar mi descenso con un brillo de ojos que mostraba tu verdadero ser; el de un monstruo.
No vi lo que realmente hacías, como oscurecías mi vida con en fin de llenar la tuya, como me rompías con tal de divertirte un rato, como jugabas conmigo, usándome como un juguete al cual abandonabas tras aburrirte. Porque eso fui para ti, la frágil muñeca que podrías lastimar en un juego de uno, donde solo uno se divertía y solo uno sufría.
Escribo esta carta tras superar mi caída, tras haber sanado las heridas provocadas por ti, tras haber comprendido lo que realmente soy. Te escribo para avisarte de que no triunfaste, no me hundiste, solo me noqueaste. Te escribo para que sepas que no volveré a caer ante ti, ni ante ningún otro como tú.
Soy una mujer única y fuerte que sonreirá de nuevo a pesar de haber robado su corazón. Juro que construiré uno nuevo que me permita volver a sentir el amor, pero que no caerá de nuevo ante gente como tú.
Me despido de ti, para no volver a hacerlo jamás.
Un saludo, la mujer cuyo corazón dejó de latir en tus manos.