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¡Feliz miércoles hermosos seguidores!
Al igual que todas las semanas venimos a presentar los resultados del último desafío que subimos. Como siempre, queremos agradecer de corazón la participación de todos ustedes, disfrutamos mucho leer sus relatos.
Recordatorio: Recuerden leer correctamente las indicaciones que les proporcionamos para que su participación no se vea afectada.
*La forma en la que se presentan los ganadores no tiene un orden en específico.
Reconocería el color de tu voz en cualquier lugar, entre millones de gentes, o el aroma a hogar que desprende tu cuerpo, una mezcla de almizcle y canela, o el mirar de tus ojos, engañosamente jóvenes para tus sesenta años, o ese cabello indomable que tantas veces ayudé a peinar.
El paso del tiempo es inexorable, no se detiene, no espera y no se apiada de nadie. Algunas veces, cuando entro en una tienda cualquiera y alguien me sonríe, te veo a ti. Otras, en cambio, te reconozco en un gesto, en una manera de hablar o, incluso, en una emoción. En esas ocasiones, mi boca se curva en algo parecido a una sonrisa triste, melancólica. Te echo tanto de menos que las lágrimas hacen brillar mis ojos como si fueran de cristal.
Aun así, conservo en mi memoria tu imagen atemporal, convertida en recuerdos que atesoro dentro de mi alma, y de nuevo estas junto a mí en la tierra de los sueños, donde todo lo imposible puede pasar. Solo allí vuelvo a sentir tus brazos cálidos y tus palabras reconfortantes, pero esa falsa realidad se esfuma al llegar la mañana, cuando el mundo comienza a funcionar, obligándome a seguir adelante. Entonces, saco fuerzas de flaqueza e intento fingir que estoy bien, que no pasa nada, que todo sigue igual. Sin embargo, tu ausencia es un grito mudo, un llanto empapado en sequedad, soledad acompañada y una pérdida encontrada de súbito, porque la muerte es súbita, nadie la espera, aunque estés al borde de ella. Mas, no hay milagros posibles y, paradójicamente, la vida se impone a través de la muerte, siendo esta tan parte de la vida misma, que es su final. Mamá, te has ido porque ya no estás, pero sigues conmigo a cada paso del camino.
De vez en vez, cuando la nostalgia me azota, vuelvo a mirar esa fotografía. ¡Éramos tan jóvenes, un par de críos recién salidos del cascarón! Cumplíamos apenas dieciséis años.
—Este es mi regalo. Sonríe —me dijo Alana mientras apretaba el botón de la cámara—, pinta de color fucsia las estrellas. Entra a una tienda y róbale un beso a un maniquí. Vive como si hoy fuese el último día. Nunca imaginé que las sabias palabras de mi hermana pudiesen hacerse realidad. Aquella noche, mientras le esperaba para celebrar con nuestros padres, nunca llegó. Fue terrible la agonía de lo incierto.
Luego, una llamada telefónica me dio la más horrenda noticia que puede recibir un ser humano: ella había dejado de existir cuando un auto le impactó en la autopista.
Llorar no me ha devuelto los sueños, rezar tampoco; pero intento subsistir por los dos. Salgo a la calle y coloreo las nubes con su sonrisa como si fuese nuestro último día.
