Un simple audio | 1

Por teguisedcg

238K 11.1K 5.2K

Marc, Yaiza y Lola son tres hermanos que se ven obligados a mudarse a una nueva ciudad, lo hicieron en busca... Más

Antes de leer...
<< Playlist >>
<< Prólogo >>
1
2
3
4
5 (II)
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32
33
<<Epílogo>>
<<Agradecimientos>>
Sigue leyendo...

5

5.2K 315 354
Por teguisedcg


CAPÍTULO CINCO

YAIZA


Lola y yo habíamos terminado la partida de videojuegos, recogimos todo el desastre que habíamos formado antes de marcharnos a nuestro cuarto. Cuando me marchaba en dirección al cuarto del baño, mi teléfono vibró en la cómoda, por una notificación de mis redes sociales.

Aanaa117 ha solicitado seguirte.

Maariia118 ha solicitado seguirte.

Tardé menos de un segundo en aceptarles la solicitud y solicitarles de vuelta. No sin antes preguntarles cómo habían encontrado mi cuenta en tan poco tiempo.

MARIA:

No hay mucha gente con el nombre: Yaiza.

ANA:

Es lo que te pasa por tener un nombre tan original.

YAIZA:

Que listas sois, oye.

Negué con la cabeza divertida. Bloqueé el teléfono y me marché al baño.

Me estaba terminando de enjuagar el pelo cuándo noté como la temperatura del agua iba disminuyendo y la tenía —supuestamente— a máxima temperatura. Cerré el grifo, esperé un momento y lo volví a abrir para ver si funcionaba, cosa que hizo. Volví a enjuagarme el pelo con tranquilidad cuando de golpe y porrazo, el agua salió congelada, cerré con brusquedad mientras soltaba un chillido. Me enrollé con mi toalla. Me castañeaban los dientes.

—Yaiza, ¿te has caído?

—N-o, es que el agua sale frí-fría —tartamudeé, abriendo la puerta encontrándome a Lola muerta de la risa.

—Qué exagerada eres —soltó, intentando contener la risa al hablar, pero no lo conseguía.

—Dúchate tú, valiente.

—Prefiero el agua fría, hermanita.

Pasó por mi lado y cerró la puerta del baño detrás de sí.

Iba gruñendo cosas que ni yo entendía, enfurruñada mientras me vestía con mi pijama peludo. Seguía temblando levemente por el frío. Entonces un pensamiento cruzó mi mente y sonreí débilmente, adentrándome al cuarto de baño.

«Se va a enterar...».

Cogí las toallas que había en el baño y me senté con ellas en la cama mientras trasteaba con el teléfono, en espera a que Lola terminase de ducharse. Escuché el sonido del grifo al cerrarse y el leve ruido que hacía la cortina al abrirla o cerrarla.

—¡Yaiza! ¿Mi toalla la tienes tú?

—Puede.

Soltando la risa floja al final. No lo pude evitar, aunque está aumentó de volumen cuándo vi a Lola acercándose a mí hecha una furia y con la diminuta toalla de las manos tapando algo su cuerpo. Su pelo estaba mojado, enmarcando su redondo rostro y varias gotas caían en el suelo enmoquetado del cuarto.

—Dámela. —Estiró la mano con la palma abierta y enarcó una ceja, en espera a que le diese su toalla.

—No. —Su ceño se frunció y me fulminaba con la mirada. Mientras tanto, yo intentaba no reírme.

—Yaiza, la toalla —dijo, deletreando la palabra toalla, aunque tartamudeó un poco.

—No.

Empezó a acercarse a mí con la mirada crispada de enfado.

—Ahora.

—No —se me escapó una leve risita al decirlo, consiguiendo que se enojase más.

—¡Ya!

—¡Cógeme!

«Yo era la mayor de las dos, lo sé, se nota».

Comenzamos a dar vueltas por la habitación como si se tratase de una persecución entre un gato, mi hermana; en busca de su ratón, yo. Lola no había dejado de vociferarme mil maldiciones y yo me reía con cada una de ellas. En un momento dado, escuché risas al otro lado de la puerta y me frené en seco, sorprendida. Lola no perdió tiempo en tomar ventaja de ello. Se lanzó encima de mí, tirándome al suelo y arrebatándome la toalla. Su pelo húmedo seguía goteando, dejando algunas impregnadas en la camiseta del pijama.

—¿Te quedaste tranquila? —preguntó triunfante, sonriéndome con suficiencia.

—No me retes.

Aporrearon la puerta.

—La cena ya está lista. Así que poner la mesa, gandulas.

—¿Cómo nos llamaste? —le preguntó mi hermana, indignada.

La única respuesta que obtuvimos fue otra carcajada por parte de mi hermano y cuándo estas cesaron, escuchamos cómo sus pasos se alejaban.


***


Jueves con guardia a última hora, era algo que agradecía. La profesora de francés estaba enferma y faltó, regalándonos una hora libre en la última clase. Nos encontrábamos todos en coro, en una de las esquinas del aula.

—¡Tendríamos que hacer un grupo! —exclamó Alberto, alegremente.

Sonreí con sinceridad, la alegría que desprendía el chico de melena platina era altamente contagiosa.

Aunque éramos de distintas clases —yo del A, y él del B— en la asignatura de francés, unían ambas y se había posicionado como mi clase favorita. Bueno, sin superar matemáticas, así de empollona llegaba a ser.

—Lo hago —dijo María.

Mientras ellos seguían hablando, yo aproveché la hora libre para seguir haciendo resúmenes del tema de literatura del examen que tendríamos la próxima semana. Estaba terminándolo cuando me colocaron una pantalla colorida en mis narices. Literalmente.

—¿Tengo que suplicarte o me darás tu número?

Cogí su teléfono, apartándolo de mi cara. Lo marqué, puse mi nombre y me agregué en su lista de contactos. Se lo devolví.

Continúe haciendo resúmenes, cuándo sentí cómo el teléfono no dejaba de vibrarme en el pantalón por notificaciones. Lo desbloqueé, me metí en el grupo que acababan de crear y comencé a leer los mensajes que iban llegando.

DESCONOCIDO:

Fiesta, fiesta.

Acababa de escribir uno de los seis. No sabía quién era. Cliqueé en su foto de perfil y me encontré con la imagen de un chico de cabellera clara y piel aceitunada por el sol veraniego junto a unas gafas de sol que ocultaban su azulada mirada.

DESCONOCIDO:

Party, party, everybody, babies.

Había escrito otro de los cinco restantes. Teniendo en cuenta el pésimo nivel que había descubierto que teníamos para los idiomas, no me costó nada descubrir que el remitente del mensaje era Kate.

YAIZA:

Hola, soy Yaiza.

—Tendríamos que organizar algo para ir todos juntos a la fiesta —comentó Ana en voz alta.

—Mi casa por las tardes está libre, podríamos ir allí si queréis —sugirió Kate alegremente.

Se palpaba en el ambiente la llegada del fin de semana, solo tendríamos que aguantar un día más para poder disfrutarlo. Todos asentimos, aceptando la sugerencia de Kate. Ella viendo cómo todos estábamos de acuerdo con lo que decía, continúo hablando:

—Si la fiesta es a las ocho, quedando a las seis y media iremos bien, ¿no?

—Yo con quince minutos voy sobrada —dije.

No pretendía complicarme demasiado con mi atuendo: sería un vestido granate, conjuntado con unas medias negras y una cazadora de cuero del mismo color que estas. Eso sí, sin que faltase mi par de botines favoritos. Si quisiese entretenerme más, marcaría las ondas naturales de mi cabello y delinearía mis ojos, para resaltar mi heterogénea mirada.

—Dos horas me parece poco tiempo —protestó Alberto, haciendo un mohín bastante infantil que me resultó gracioso.

—Claro, el señorito tiene que ir impecable y fantástico —agregó Ana de forma sarcástica, fulminando con molestia a Alberto mientras este le dedicaba una sonrisa divertida.

«Segundo de Bachillerato, decían».

A partir de la interacción entre Alberto y Ana se desató la discusión. Cada uno empezó a sugerir una hora distinta a la pactada originalmente. Cada vez que a alguno se le negaba el turno de palabra, comenzaba a elevar la voz para hacerse escuchar. Entonces, el murmullo entre nosotros empezó a elevarse poco a poco con el transcurro de la discusión, hasta que María nos interrumpió:

—Bajad la voz, no quiero que me regañen —ordenó una de las dos mellizas pelirrojas, seriamente—. Si vais a seguir discutiendo, hacedlo por el grupo y no molestáis a nadie.

Y como ordenó ella, continuamos la conversación vía mensajes. Pero incluso así, las miradas inquisitivas, las malas caras, las burlas y las carcajadas resultaron ser inocultables. Minutos más tarde, el timbre sonó anunciándonos el final de la última hora, dándonos vía libre para poder marcharnos, pero estábamos tan enfrascados en la conversación por mensajes que apenas le prestamos atención.

No levantábamos la vista del teléfono. Bueno, hasta que alguien carraspeó detrás de nosotros.

—El profesor se acaba de ir. Cuando salgáis, cerrad la puerta —dijo una voz grave y masculina.

La persona de la voz grave se encontraba a mis espaldas, así que decidí girarme sobre la silla y encarar al dueño de dicha voz. Aunque no me esperaba encontrármelo a él, tenía que ser precisamente aquel de la mirada oscura y piel tostada.

—Lo haremos Nathan, puedes irte tranquilo —contesté algo irritada.

Me levanté de la silla, empujándola hacia atrás para poder recoger el desastre que había dejado en el pupitre. Se ve que la empujé con más brusquedad de la que pensaba, porque chocó con la espinilla de Nathan William. Y él no perdió tiempo en quejarse de ello.

—¿Te he hecho pupita? —pregunté, adquiriendo ese tono dulzón y aguado que solía usar todo el mundo al hablarle a un bebé.

La cara que puso ante mi pregunta fue demasiado graciosa, creo que no se esperaba aquella reacción por mi parte y aumentaba la gracia de dicha acción.

—Si me das un beso —empezó a decir—, puede que se me pase —susurró en ese momento, consiguiendo que su voz grave, bajase una octava más si aquello era posible.

Noté como mi cuerpo reaccionaba ante su voz y un estremecimiento me recorrió la espina dorsal mientras notaba que la boca se me resecaba. Nuestra conversación no pasó desapercibida para mi grupo de amigos —que se encontraban recogiendo también el material— e hizo que pusieran más atención al intercambio de palabras que estaba teniendo con él.

—¿Por qué no se lo pides a tu novia?

La pregunta se escapó de mis labios antes de siquiera poder retenerla, pero no me arrepentía de haberla pronunciado. La sonrisa socarrona que había estado decorando su rostro, desapareció y dejó paso a un ceño ligeramente fruncido.

«¿Qué se pensaba, que iba a seguirle el juego?».

«Como si no hubiera más tíos en el instituto, y no tuviese nada mejor que hacer que perder el tiempo con uno que tenía novia».

—La puerta —bufó secamente, clavó su mirada oscura en mí antes de girarse sobre sus talones y desaparecer del aula.

—A eso se le llama presión sexual —silbó Ana divertida mientras yo negaba con la cabeza.

—Tensión, se llama tensión sexual —corregí, sonriendo.

—Como se diga da igual, lo importante es que la hay —dijo Alberto, dirigiéndome una mirada curiosa.

—No, no la hay. Además, tiene novia y los chicos arrogantes no son mi prototipo —contesté, intentando cortar la conversación.

De las pocas veces que había intercambiado palabras con Nathan y alguna que otra broma que nos habíamos hecho, no había nada más.

—Un arrogante muy guapo —agregó Kate, guiñándome un ojo. Volví a negar con la cabeza.

Salimos del aula, cerrando la puerta detrás de nosotros como nos había indicado Nathan e íbamos de camino a la puerta principal para separarnos en ese punto e irse cada uno por su lado.

Nos despedimos con un beso en la mejilla. Subí la cuesta —como había estado haciendo los días anteriores—, aunque esta vez era la primera vez que lo hacía sin la compañía de mi hermana. Aunque no tardé en localizarla, charlando con otra chica. Las otras personas que tenía delante de mí se desviaron por un cruce de la derecha y la chica con la que había estado conversando con mi hermana también se marchó en esa dirección.

Era mi momento para interceptarla.

—¿Nombre? ¿Apellido? ¿Edad? —interrogué, pillándole desprevenida.

—Luego soy yo la pesada —se quejó, aunque no podía ocultar la diversión que estaba experimentando.

—Vivo para y por el cotilleo, sabes que no puedo evitarlo.

—¿Sabías que la curiosidad mató al gato?

—Menos mal que yo no soy un gato, ¿no?

Y rompí a reír al percatarme de su expresión cuando escuchó mi ocurrencia. Tenía las cejas ligeramente levantadas y los ojos muy abiertos, consiguiendo que pareciese más grandes y verdosos de lo que ya eran. Hubiese pagado por haberle podido sacar una foto en el momento de la reacción.

Llegamos a la parada del autobús y Lola no perdió tiempo en colocarse sus auriculares e ignorarme totalmente. Imité su gesto y me senté en el asiento pegado a la venta. Miré de soslayo como ella comenzaba a teclear en su teléfono. Yo aproveché para admirar la ciudad a la que nos habíamos mudado recientemente. El cielo estaba completamente despejado, y de un claro azul. Las hojas de los árboles eran azotadas por la suave brisa, provocando que estas se cayesen. Había bastante gente aprovechando el espléndido día que había para salir a caminar.

La canción que estaba sonando, se paró de golpe y el móvil comenzó a vibrarme en mi mano. Tenía una llamada entrante de mi mejor amiga. Nos saludamos al unísono, para después romper a reír por ello.

—¿Alguna novedad?

—Alguna... —contesté divertida.

—Yaiza, tienes un don para enterarte de cualquier cotilleo.

—Lo sé, lo sé —afirmé de forma prepotente.

—Desde que no estás, no sé ni quién está con quién —dijo apenada.

Yo solo supe reírme por su declaración. Continuamos hablando de las clases, de los profesores y de los compañeros de clase que nos habían tocado. También le hablé del grupo que había formado escasos días atrás y el ambiente y la gente que había conocido a partir de las clases de PT. Me preguntó si tenía algún plan y le comenté que habíamos pensado en asistir a la fiesta de un compañero de clase.

—No voy y nos vemos. Esa sería otra opción —dije sinceramente.

Llevábamos más de dos semanas y medias sin habernos visto las caras, exceptuando por las —casi diarias— llamadas que nos habíamos hecho. Había gente que seguramente pensaría que esto era una tremenda tontería, pero nosotras estábamos acostumbradas a pasar —literalmente— las veinticuatro horas juntas. Éramos vecinas. Y de estar así, a pasar dos semanas sin verla, era mucho, muchísimo tiempo.

—Ni de coña. Ve a la fiesta, diviértete y luego me das detalles de todo —me pidió y yo acepté encantada.

Intercambiamos un par de palabras más antes de colgar. Habíamos llegado incluso a la parada de casa y no me había dado ni cuenta.


***


Me encontraba en la cocina trasteando con el teléfono móvil, inmersa en las redes sociales cuándo escuché el crujido que hacía la puerta principal al ser abierta y el taconeo de mi madre al avanzar por la estancia.

—Hola, cariño —saludó con su dulzura habitual.

En estos últimos días la veía agotadísima. Le había preguntado varias veces el porqué del cansancio que tenía y su explicación era siempre la misma: que estaban a comienzos y era cuando más trabajos tenían, pero que luego, eso iba a cambiar.

—Hola, mamá —saludé de vuelta.

Metí mi móvil en el bolsillo trasero, intentando que ella no se percatase de ello. No quería que supiese que había estado con él. Nos había amenazado varias veces, —tanto a mi hermana como a mí—, con quitarnos los móviles por la tarde, porque, en su opinión, estábamos demasiado pendientes de este.

—¿Ya estabas con el teléfono?

Negué con la cabeza y le ofrecí la sonrisa más inocente que fui capaz de hacer.

Salí de la cocina y me marché en dirección a mi cuarto. Al adentrarme en él, me encontré con mi hermana pequeña tumbada boca abajo, cruzando y descruzando las piernas despreocupadamente mientras observaba y tecleaba en la pantalla del móvil. Ni siquiera se percató de mi presencia hasta que cerré la puerta.

—¿Qué quieres? —preguntó con molestia.

«¿Le molestaba mi presencia? No sabía a quién me sonaba, qué va».

—¿Y esa sonrisa? —cuestioné interesada, acercándome a la cama donde ella se encontraba acostada.

Levantó la mirada del móvil para fijarla en mí, para volver a bajarla, teclear algo en la pantalla y dejar el dispositivo en la mesilla de noche que se encontraba entre las dos camas del cuarto.

—Nada.

Pero su mirada verde me evitaba en todo momento. Sabía perfectamente que, si algo le preocupaba o le ocurría, lo contaría cuándo estuviese preparada. Yo no pensaba presionarla.

—Nena, cuando me lo quieras decir, me lo dices. Puedes confiar en mí, nunca te voy a juzgar —dije. Vi cómo ella parpadeaba un par de veces y tragó saliva antes asentir con la cabeza.

No le di más importancia, por ahora. Me encaminé a mi escritorio para adelantar todos los apuntes y deberes de esta semana.

Había transcurrido un par de horas cuando mi teléfono vibró y la pantalla de este se iluminó, alertándome de un nuevo mensaje.

GRUPO

ALBERTO:

¿Puede venirse un amigo con nosotros?

YAIZA:

Por mí no hay problema.

ANA, MARÍA Y KATE:

Rt.

KATE:

¿Quedamos antes para comer?

YAIZA:

Tendré que acercarme antes a por mi ropa.

KATE:

Okey, te acompaño si quieres.

ALBERTO:

Yo quiero ir a la pizzería que hay bajando la calle.

Y a partir del mensaje de Alberto, en mi grupo de amigos vía mensajes se desató un debate sobre qué pizza era mejor y si todos coincidan en que la pizza hawaiana no podía considerarse pizza por llevar fruta. A desgracia de ellos, la pizza «asquerosa» resultaba ser la favorita de Lola y también la mía. Lo escribí y lo único que conseguí fue avivar aún más la llama de sorpresa de mis amigos.

ALBERTO:

No te gusta el chocolate y tu pizza favorita es la hawaiana, ¿qué será lo próximo?

Al leer su mensaje me reí. Negué con la cabeza divertida.

YAIZA:

Mellis, ¿cuál es el grupo de clase?

MARÍA:

Ahora te meto.

El móvil me vibró en la mano. Abrí la nueva notificación que me llevaba a un grupo nombrado: «Los mejores del instituto». La modestia estaba muy escasa por mi clase. No tardé en escribir para presentarme y hubo unos cuántos compañeros que también se presentaron de vuelta. Estaba sumamente agradecida por ello. Es más, había uno que había sido muy simpático y gracioso conmigo llamado Luis.

Dejé el teléfono y volví a enfocarme en la tarea que me había impuesto hace media hora. Sin embargo, el aparato tecnológico como decía mi madre, volvió a vibrar. Abrí el mensaje.

DESCONOCIDO:

Soy Nathan. Bienvenida a IES Manuel González. Puedes escribirme cuándo quieras. ;)

N/A: El capítulo cinco ha sido partido en dos, continúa en el siguiente apartado nombrado: Capítulo 5  (II).


Seguir leyendo

También te gustarán

294 55 19
Soy Dylan Hamilton tengo 16 años y con la esperanza de encontrar a mi primer amor y el único. Con el que hice una promesa que nunca se me a olvidado...
39.1K 2.3K 17
Arodmy Darotski, no se enamora él se obsesiona. Su pensamiento siempre fue no perder el tiempo con crías menores que él, seres inexpertos como suele...
531K 34.9K 32
Valeria está harta de que su amiga Julia le diga que debe enamorarse. Las disputas familiares no la han dejado creer y es por eso que, en un acto de...
233K 21.1K 33
Con el fin de tomar la mejor foto para un trabajo escolar; Nicolás Wood, junto con su mejor amigo Johnny Wells y una de las chicas más reconocidas d...