Lo que el hielo ocultó

By gabyaqua

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Roger Bernard es cirujano, un hombre atento, tranquilo, y que para sorpresa de Lauren, vive casi al frente de... More

LHO
Lo que el hielo ocultó: Intriga
Lo que el hielo ocultó: preocupa.
Lo que el hielo ocultó: hace creer (Él era para mi)
Lo que el hielo ocultó: (ahoga) Llegar al fondo... y despues ahogarme.
Lo que el hielo ocultó: ilusiona.
Lo que el hielo ocultó: invita.
Lo que el hielo ocultó: provoca.
Lo que el hielo ocultó: descubre.
Lo que el hielo ocultó: persuade.
Lo que el hielo ocultó: avergüenza
Lo que el hielo ocultó: asusta.
Lo que el hielo ocultó: convence
Lo que el hielo oculto: advierte.
Lo que el hielo ocultó: aturde.
Lo que el hielo ocultó: embosca.
Lo que el hielo ocultó: golpea.
Lo que el hielo ocultó: traiciona.
Lo que el hielo ocultó: lastima.
Lo que el hielo ocultó: te marca.
Lo que el hielo ocultó: recuerda.
Lo que el hielo ocultó: alumbra.
Segunda parte: 22 Lo que el hielo ocultó
Lo que el hielo ocultó: prueba la vida.
Lo que el hielo ocultó: cuestiona.
Lo que el hielo ocultó: cambia.
Lo que el hielo ocultó: trae recuerdos.
Lo que el hielo ocultó: miente.
Lo que el hielo ocultó: sale a la luz.
Lo que el hielo ocultó: aísla.
Lo que el hielo ocultó: Espera.
Lo que el hielo ocultó: "Supone"
Lo que el hielo ocultó: Prohíbe.
Un largo quizá
Hola, aviso.
El final; comentarios

Nubes negras

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By gabyaqua


Ese día estaba lloviendo, recuerdo que cuando conocí a Roger Bernard estaba lloviendo como si las nubes negras nos avisaran que elegimos el peor día para ir a la consulta con el cirujano.

Era inicios de noviembre. Las calles de Múnich estaban mojadas por la lluvia y había ráfagas de viento que movían las solapas de nuestros abrigos. El sistema de drenado de la capital nos aseguraba que no hubiera agua estancada en ninguna parte de la ciudad, y nos permitió llegar sin los zapatos mojados al edificio del hospital.

Cuando vi por primera vez los ojos de Roger Bernard como por los cinco segundos que le tomó saludarme, yo me quedé sin habla. Sus ojos eran verdes, pero tan claros que parecían amarillos, supe que de alguna forma él revolucionaria toda mi vida.

¿Qué es una revolución? Cambiar todo lo que antes era por un sistema totalmente nuevo. Cambiar mi vida por una completamente diferente.

—Bienvenidas, tomen asiento.

No le respondí, quizá si respondía a su bienvenida él me volvería a mirar a los ojos, pero extrañamente el sacó lo tímido en mí; y yo no lo era. En ese entonces yo no sabía que había personas allá afuera que podían cambiar mi forma de ser.

Roger Bernard tenía ese aire de tranquilidad en el rostro y esa cara de que siempre había tenido de todo y que nada le había faltado. Sus ojos no se apartaron ni un segundo de los ojos de mi mamá mientras ella le explicaba lo de mis verrugas.

Esa misma tarde, Roger me pidió que fuera a la otra habitación y me acostara en la camilla del otro cuarto con la blusa levantada. Yo me levanté, y cuando entré allí sentí pánico, cosa poco creíble cuando desde hace meses tu cuerpo semidesnudo está siendo exhibido en el internet.

Me quedé quieta unos segundos meditando en eso. No duró mucho; los pensamientos volvieron a él.

Era como un tragaluz, de ese tipo que no se te olvida nunca, que te deja sin habla y con miedo a hacer el ridículo. Es que el cirujano me gustaba, yo no sabía nada de él, pero me gustaba. Y no quería mostrar esa parte de mi cuerpo que de unos meses hacia allá me daba asco.

A pesar de mi resistencia momentánea a mostrar mis costillas, me quité la blusa, aunque solo me pidió que la levantara, y me acosté en la camilla con solo mi pantalón y mi sujetador. Quería impresionarlo.

Él entró unos minutos después con guantes de latex. Me ofreció una sonrisa mientras se acercaba y en voz baja me dijo: —Bien, veamos esas cosas.

Sus dedos tocando mi piel no se sintió como nada, porque yo estaba incomoda. Además lo que sentía no era las fisuras de sus dedos, sino la goma del látex. Cuando reaccioné, ya me pedía que me levantara, que pudiera irme.

Siendo honesta, nunca me habían molestado antes las verrugas, las tenía desde bebé, de lejos parecían lunares, pero cuando las personas que vieron mi video filtrado las empezaron a ligar con una enfermedad de transmisión sexual, comenzó a molestarme al punto de ponerme incomoda.

Una semana después de esa consulta me sometí a crioterapia, y con otra, el tejido muerto cayó.

Solo teníamos tres semanas viviendo en Múnich. Ese fue el único sitio en que podíamos empezar de nuevo y poder dejar atrás a Friburgo, y con ello, mi antigua escuela y la academia de patinaje artístico en la que me encontraba. Mis sueños y mis oportunidades de hacer lo que amaba se quedaron allí.

No conocíamos a nadie en Múnich, pero tampoco teníamos más familia en Alemania. La razón por la que la elegimos fue porque la empresa para la cual mi mamá trabajaba tenía sede allí y pudieron transferirla, la opción de volver al país donde mi mamá había nacido era tan lejana e inverosímil como drástica.

Éramos solo mi mamá y yo, siempre había sido así desde que tengo memoria. Aun así, esas primeras semanas las pasaba sola. Ella trabajaba de contable en la empresa y yo estaba forzada a quedarme en la casa porque aún no conocía el lugar. Escondida, esperando que llegara mi época favorita en todo el año para así tener un escape, o más bien, esperando la aprobación para iniciar la docencia en el colegio a mitad de noviembre aunque las vacaciones navideñas estaban tocando la puerta.

En una de mis tardes solitarias, cuando iba de comprar comestibles en la pequeña tienda que se encontraba a cinco cuadras, una camioneta negra se parqueó dos casas al frente de la nuestra. El conductor se apeó, que terrible y agradable sorpresa.

Su cabello dorado brillaba con el sol, que coincidencialmente, había decidido salir ese día como si no le diera vergüenza el hecho de que habíamos tenido tres días consecutivos de lluvia si un solo rayo de sol.

Él miró hacia atrás como si sintiera que yo lo observaba, y me notó, porque yo era la única en medio de la acera mirando hacia él como si había visto agua después de una terrible sequía.

Mis pies avanzaron hacia él, mis ojos se entornaban para estar segura de que esa figura era mi cirujano. Podía escuchar el sonido de mis botas de cuero marrón contra el cemento de la acera mientras más me acercaba.

Alzó su mano, saludándome, confirmando el hecho de que me había reconocido. Me alegré.

Apresuré el paso, crucé la calle, y llegué a frente de él.

—Doctor Bernard. —Tendí mi mano muy rápido, torpemente.

Él la tomo suavemente.

—Lauren, —Recordaba mi nombre también, vibré de la emoción—. ¿Cómo le va?

—Toda va de maravilla, usted hizo un excelente trabajo.

Asintió, soltó mi mano y eso me molestó, lo miré abrir la puerta de atrás de su camioneta.

—¿Y tú mamá?

—Tuvo una semana dura, está durmiendo en casa. —Señalé hacia atrás.

—No me digas, ¿vives por aquí? —Una sonrisa de medio lado amistosa, su cara con interés, observé la botella que había sacado.

—Sí, nos mudamos hace más de una semana. —Me tambaleé en mis propios pies. Me percaté de que no quitaba mis ojos de la botella en sus manos y me puse nerviosa, lo miré a los ojos—. Somos nuevas en la ciudad, nos estábamos quedando en un motel que pagaba la empresa de mi mamá hasta conseguir donde vivir.

—Vaya.

Bajé mi mirada al piso al darme cuenta que quizás hablé demasiado, tenía la mala costumbre de contar de más cuando estaba nerviosa, por el solo hecho que no quería dejar un espacio vacío en la conversación que la hiciera terminar con un adiós.

Él me gustaba, mucho, el flechazo había perdurado desde la primera vez que lo vi a sus ojos claros. ¿Cómo tanta belleza puede ocultar tanto?

—Somos vecinos entonces. —Afirmé, sin creerlo. Me sentí con suerte, aunque no sabía que debía sentir todo lo contrario a "suerte", mala dicha, mala suerte.

—Sí. Me saludas a tu mamá.

Me miró por unos segundos antes de darse vuelta y dirigirse a su casa, la cual era grande, pero no sobrepasando lo normal. Estaba pintada de crema y lucia muy bien cuidada. Me pregunté si vivía solo, me pregunté si era casado, tenía tantas preguntas y él se iba.

Tal vez, si no le decía nada y dejaba que él se fuera, nunca más hubiésemos cruzado palabra, pero mi boca se abrió de impulso, y el pánico que sentía con la posibilidad de que todo se resumiera a esa única conversación hizo que mi voz saliera más desesperada de lo que hubiese querido sonar.

—Doctor.

Se detuvo, se volteó un poco y, al darse cuenta que había sido yo quien había sonado así, se volteó por completo. Me miró desde la puerta de su casa.

—¿Sí, Lauren? —preguntó despacio, me miraba a la cara.

Yo no supe que responder al instante, no sabía cómo hacerlo, no sabía cómo lograr si quiera coquetearle. Cerré y abrí las manos, sudando frío. Quizás el sudor frio era otra señal, debía alejarme de él, debía evitarlo.

—Me gusta su camisa. —A continuación, mordí mi labio y le sonreí.

Él se quedó perplejo, solo un segundo, se miró su camisa, después miró la botella en su mano, luego me miró a mí.

Me sonrió.

—Gracias Lauren, me gustan tus botas.

Creo que fue el inicio de todo, más o menos, pero cabe decir primero, que el inicio no fue como una pesadilla, fue como uno de esos sueños dulces de los cuales no quieres despertar, pero que, súbitamente, se convierte en algo amargo y todo lo que deseas es hacerlo.




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Crioterapia: consiste en congelar las lesiones hasta quemar la piel del frio, después la piel muerta cae por si sola a lo largo de una semana.

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