Con olor a Naranja

By Yuki717

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"Siempre habrá días peores y mejores que los que estoy viviendo ahora". Esta frase llegó a Romy junto a un b... More

Nota del autor:
Capítulo 01: Yo soy Romael
Capítulo 02: Batidos para el alma
Capítulo 04: Una pésima idea buena
Capítulo 05: Aventón y supersticiones
Publicidad: Los Malcriados
Capítulo 06: Decepción con sabor a chocolate
Capítulo 07: Sueños y frustraciones
Capítulo 08: La aldea de los sueños olvidados
Capítulo 09: Quince ordilias por un jazmín
Capítulo 10: La buganvilia no se come
Capítulo 11: Una buena vecina y un aventón a Mawbush
Capítulo 12: Propio de niños
Capitulo 13: Verdad irrefutable
Capítulo 14. Amistad con olor a fruta
Última nota del autor:

Capítulo 03: Una lección de vida

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By Yuki717

Eran las ocho de la noche, cuando Grígori, Fausto y Romael llegaban al departamento de este último.

—¡Romy! —saludó Fátima—, ¿no deberías estar en tu concierto? —Por toda contestación, Romy descompuso su cara en una mueca de tristeza.

—Voy a cambiarme, con permiso —dijo, precipitándose a su habitación, mientras las lágrimas lo traicionaban.

—Yo te explico —le dijo Grígori a la chica—, pero, primero tú cuéntame sobre tu nuevo cabello.

Apenas había cruzado el umbral de la puerta de su habitación, Romael dejó que el llanto corriera por su cara, y recargándose en la cómoda donde guardaba su ropa interior, musitó para sí:

—Ni concierto, ni trabajo, ¡ni nada! —exclamó mientras daba un tirón al cajón superior para abrirlo, pero con más fuerza de la necesaria, provocando que algunas cosas de su interior salieran despedidas al aire.

—Ni dinero para la renta de este mes. ¡Qué valor! —dijo mientras recogía la ropa, cuando sus dedos tropezaron con una pequeña bolsita de tela, la cual tenía un tramado de rayas marrones y blancas—. Ya no me acordaba de ti —le dijo a la bolsa mientras la desataba y depositaba en la palma de su mano su contenido.

El joven llevó la mano hasta su cara y aspiró suavemente el objeto, un tenue olor a naranja llegó hasta él, pero fue tan suave que Romael no pudo distinguir si el olor provenía de aquel pequeño objeto o solo era su mente, jugándole una broma con sus memorias.

Mientras que Romy se perdía en un lejano recuerdo que había permanecido olvidado durante casi nueve años, sus amigos platicaban en su sala, en espera de su regreso.

—... entonces, prácticamente obligué a Romy a renunciar —decía Grígori.

—Eso no fue muy justo, tú no necesitabas realmente ese trabajo, Goro-goro —le reprendió Fátima—, tú vives con tus padres, pero Romy...

—Ya ni me digas, y eso no es lo peor.

—¿Hay más?

—Sí, nuestra horrible jefa va a retener nuestro sueldo lo más que se pueda, con la única finalidad de que corran a Romy de aquí.

—¿Cómo es eso?

—Romy debe pagar renta en pocos días, y si no consigue el dinero, lo echarán, y a ti junto con él.

La chica mordió su labio, mientras pensaba en alguna posible solución.

—Oye, amiga, ¿cómo le dijiste a Grígori? —preguntó Fausto, sonriendo.

—Goro-goro —contestó Fátima con una sonrisa—, es un apodo que le puso Romy, porque se la pasa quejándose de su estomago y hace un ruido que suena a "goro goro".

Fausto soltó una carcajada al oír eso.

—¡Soy de estomago sensible! ¡No le hubieras dicho, Fátima!

—Cállate que por tu culpa Romy y yo nos quedaremos sin casa.

La chica se puso de pie y sin decir nada, se retiró, para emerger nuevamente a los pocos minutos, con un mazo de cartas en sus manos.

—¡Y por eso Romy le puso Esotérica a ella! —dijo Grígori, mientras la joven disponía la mesita de centro para una lectura de cartas.

—¿Qué es eso?

—Es una baraja de Fantela la grande, sirve para leer el futuro.

—Amiga, no me digas que crees en eso —se mofó Fausto.

—¿Algún problema si lo creo?

—No, por favor, continua.

Tras sacar algunas cartas, la sonrisa de Fátima se ensanchó.

—No debemos preocuparnos, según las cartas todo va a estar...

—Bien —dijo Romy, completando la frase de su amiga. El joven se había puesto un short corto y una playera holgada con dibujos de peces, además de que iba descalzo.

—Bro, ¿cómo sigues? —preguntó Fausto.

—Ya mejor, gracias por preocuparse.

—Romy...

—Está bien, Esotérica. Les mentiría si les dijera que no me siento triste por lo de mi trabajo, o que no estoy deprimido por no haber ido al concierto de Ken Trespalacios, pero, encontré algo en mi habitación que me hizo sentir mejor.

—¿Algo? —preguntó Grígori extrañado—, ¿qué fue, Romy?

—Esto —dijo pasándole el pequeño objeto, mismo que el joven retuvo en su palma ante la vista de los otros dos.

—¿Qué es esto? Parece un...

—Un borrador —interrumpió Fátima, tomando el pequeño objeto.

—Yo creí que era un dulce —agregó Fausto, tomando la pequeña pieza.

Aquel borrador que pasó de mano en mano hasta regresar a Romael, era pequeño y redondo, simulando una rodaja de naranja.

—Es justamente eso —dijo Romy con tranquilidad—, un borrador de esos que tienen aroma y que manchan tu cuaderno en lugar de borrar.

—Y ¿eso te levantó el ánimo?

—Bueno, es algo más complicado Goro-goro, este borrador me lo dieron en un momento muy importante de mi vida.

—Ya entiendo —sonrió Fausto—, es lo que representa para ti, no el borrador en sí.

—Exactamente.

—¿Nos contarás la historia? —preguntó Fátima.

—Si quieren oírla, por supuesto que sí.

—¿Qué tal si hago un poco de té para todos, y después nos cuentas esa historia? —sugirió Fausto, poniéndose de pie y dirigiéndose a la cocina.

—¡Pasa, con confianza! —le dijo Fátima en tono sarcástico.

—Está bien, se ve que Fa es un buen amigo —le dijo Romael a su amiga.

—¡Ay no, ya le pusiste apodo! —se quejó Grígori.

—¿Qué?

—Le dices Fa, ahora ya lo consideras un amigo.

—Eso no es malo, creo que Fa llegó en un momento muy interesante en mi vida, como este borrador.

Una vez que todos tenían una humeante taza de té en las manos, Romael se dispuso a contar su historia.

—Este borrador me recordó que siempre habrá días peores y mejores que los que estoy viviendo. La persona que me lo dio, lo hizo en un momento muy importante de mi vida.

—Y ¿quién te lo dio? ¡Diablos, que bueno está este té! —exclamó Fátima.

—¡Gracias! —respondió Fausto.

—Me lo dio una desconocida, una muy especial.

"Verán, antes de llegar aquí, yo viví hasta los diez años con mis padres, en un pueblo a unas cuantas horas, y el día que conseguí este borrador, inició como cualquier otro: conmigo listo para ir a la escuela, pero con una pequeña variante: mis padres también se alistaban, pero para salir de viaje, para venir aquí, a Komargo.

Recuerdo que estábamos en la habitación de mis padres, mientras mi mamá terminaba de peinarse ante su espejo, y yo me quejaba desde la cama, "quiero ir con ustedes", recuerdo que le decía.

—Pero ella era dulce y firme por igual... —La mirada de Romy se perdía ante el recuerdo de sus padres, mientras que sus amigos seguían con emoción su historia—, ella me explicaba con ternura que yo debía ir a clases, que ellos venían a Komargo solo para darle una visita a mi tía, quien estaba enferma, mamá se quedaría con ella unas semanas y papá regresaría para el atardecer.

"Mi padre siempre dijo que la familia es como un castillo de naipes, que todos eran importantes y todos ayudaban a que la estructura siguiera en pie, y con uno que faltara o se derrumbara, echaría todo por tierra.

Tras explicarme que una vecina me recogería de la escuela, mis padres se despidieron de mí y se fueron a su misión familiar.

Después de algunos minutos en las clases, mi enfado original se había olvidado, dejando que el día transcurriera con normalidad, hasta que, algunos minutos antes de la hora de salida, el director entrara al salón de clases y pidiera hablar con mi profesora.

Después de una breve conversación, mi maestra me pidió que acompañara al director a su despacho.

Yo me asusté, pues normalmente solo se llevan al despacho a los niños que se habían portado mal, y según yo, ese no era mi caso, pero el hombre me dijo con una sonrisa extraña que no me preocupara, que todo estaría bien.

¿Saben?, ahora que lo recuerdo, esa sonrisa me pareció extraña. No era de burla ni mucho menos de alegría, ahora que se lo que me iba a decir ese hombre en su oficina, puedo asegurar que era una sonrisa de lástima... de condescendencia.

Mientras el director me decía aquella noticia, que supongo, ya están adivinando, la campana sonó, dando por terminadas las clases, así, que mientras yo escuchaba que mis padres nunca llegaron a Komargo, porque habían tenido un accidente en la autopista, los demás niños llenaban los patios de la escuela, felices de que un día más de clases terminara".

—¡Romy, lo siento tanto! —musitó Fátima, mientras que algunas lágrimas asomaban en sus ojos.

—La situación fue rara —continuó Romael—, yo no tenía más parientes que mis padres y mi tía Nastia, misma que ellos iban a visitar. Y de repente, solo me quedaba ella, una mujer enferma y desahuciada.. —Los ojos de Romy comenzaron a derramar un llanto silencioso y tranquilo— Mi mundo se desboronó... ¡Y yo solo tenía diez años! ¡No entendía el por qué!

"Solo sentía una mezcla de confusos sentimientos. Estaba triste, estaba asustado, ¡estaba enojado!... El director seguía hablando, pero yo ya no escuchaba, solo me repetía mentalmente que mis padres ya no eran parte de este mundo.

Me sentía tan abrumado que eché a correr, lejos de aquel hombre que no me entendía, lejos de todo. Corrí como si en un momento determinado pudiera dejar atrás mi realidad.

Corrí como jamás lo he vuelto a hacer hasta ahora, y cuando el cansancio me ganó, caí de bruces sobre el césped.

Había llegado una pequeña loma, cerca de mi casa, en donde crecía un árbol de flores amarillas, y que en aquel entonces estaba en flor. Las ramas se mecían con suavidad, pero yo no me percaté de la belleza de aquella planta, solo escuché una vocecilla que me preguntó: "¿estás bien?"

Al parecer, ahí había una pequeña que no tendría más edad que yo, y que de inmediato la reconocí como la niña seria de mi salón, la que no le habla a nadie y nadie hace el esfuerzo por ser su amigo.

Sin contestar su pregunta, escondí la cara entre mis brazos y dejé que el llanto corriera libre.

Fue extraño, ya que aquella niña no hizo nada, se quedó ahí, de pie, imperturbablemente quieta, como si no quisiera interrumpirme".

—Me imagino que he de sonar muy patético.

—Claro que no, Bro. ¡Eras un niño! —le dijo Fausto, poniendo su mano en el hombro del chico.

"La joven no habló hasta que dejé de llorar:

—Me imagino que fue grave lo que te pasó, para que llores así —me dijo, sentándose a mi lado.

—Lo fue —le contesté de forma brusca.

—Pero ¿sabes qué no solucionas nada llorando? —Fueron sus palabras, mismas que me llenaron de indignación.

—¡¿Tú qué sabes?! —le grité molesto—, ¡¿tú que sabes de cómo me siento o de cuáles son mis problemas?!

—Llorar sirve para desahogarse, pero nada más.

—¡Nada de lo que haga podrá solucionar mi problema! ¡Lo que me pasó no tiene remedio! ¿Quién te crees tú para meterte en mis asuntos? ¡Si lloro o no, nada se solucionará nunca!

—No quise minimizar tus problemas —me dijo en tono amable—, pero ¿sabes?, siempre he pensado que no importa cómo nos esté yendo, siempre habrá días mejores y peores de los que ahora estamos viviendo.

"En lugar de agradecer sus palabras, le dediqué en una mirada toda la ira y el rencor que sentía por dentro. Y es que, ¿quién se creía esa chiquilla para venir a consolarme por la muerte de mis padres, con una frase barata sacada de una galleta de la suerte?"

—Tal vez crees que no te entiendo —continuó—, y tienes razón, pero intento ayudarte. ¿Sabes que es lo que siempre me relaja en momentos tristes? —preguntó mientras abría su mochila.

"Fue cuando lo vi por primera vez".

—¡Esto! Es un borrador con olor a naranja —me dijo—. Huélelo —pidió, depositándolo en mi mano.

Sin saber por qué, decidí hacerle caso, aspirando el aroma dulzón de aquel pequeño objeto, y admito que fue muy agradable, pero no fue eso lo que me hizo sentir mejor, sino lo que me dijo después:

—Mis padres también murieron —confesó, mientras sonreía mirando hacia las flores del árbol.

—Quieres decir que...

—Quiero decir que alguna vez me sentí como tú. Alguna vez también sentí que mi mundo se había acabado, pero te repito, siempre habrá días mejores y peores de los que vives ahora.

El saber que alguien había vivido lo mismo que yo y que lo había superado me renovó la esperanza. Volví a aspirar el aroma de aquel borrador antes de intentar regresárselo.

—Quédatelo —me dijo, poniéndose de pie.

—Como supiste que mis padres...

—Nos lo dijo la profesora cuando te fuiste con el director.

—Vaya... —suspiré, y me volví a recostar en el césped, igual de triste, pero mucho más tranquilo, y sin darme cuenta, poco a poco me quedé dormido.

A partir de ese momento, Romy aprendió a ver lo lindo de la vida y se volvió el chico más positivo y llorón que he creado, XD

Espero que el capítulo les haya gustado y los invito a visitar mi página en facebook: Yuki Arte, la cual ostenta la misma foto de perfil que aquí tengo.

Los dejo con el dibujillo sensual de Fátima, Esotérica para los cuates, una de los mejores amigos de Romy.

Agradecidamente: Yuki

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