Un proyecto singular.

By Jesus_Angel

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Esta novela presenta una obra dentro de otra obra. Es un recurso que hemos visto en el teatro muchas veces, d... More

Un proyecto singular.
Prólogo.
Capítulo I: El que nada no se ahoga.
-o0o- El equipo redactor.
Capítulo 2: Y en poca agua, menos.
-o0o- Una solución "pacífica".
Capítulo 3: No hay dos sin tres.
-o0o- El realismo de Eusebio.
Capítulo 4: Quien a buen árbol se arrima...
-o0o- ¿Qué fue de Clara?
Capítulo 5: ... Buena sombra le cobija.
-o0o- Las decisiones más importantes.
Capítulo 6: No por mucho madrugar...
-o0o- Otro mundo literario.
Capítulo 7: Amanece más temprano.
-o0o- Cerrar o no cerrar.
Capítulo 8: Algo se muere en el alma...
-o0o- Un fleco corto, pero grave.
Capítulo 9: Cuando un amigo se va.
-o0o- Los otros finales.
-o0o- La duda de Eusebio.
Capítulo 9c: La vida sigue igual.
-o0o- Paz pide tregua.
Capítulo 9d: A mi manera.
Epílogo.

Capítulo 9b: Una tragedia vulgar.

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By Jesus_Angel

Capítulo 9b: Una tragedia vulgar.

 Pilar salió apresuradamente para no llegar tarde al desayuno de los pasajeros de primera clase. Tenía que pasar forzosamente por el lugar donde la pasada noche había tenido aquella conversación tan interesante con Rabadán. Al intentar abrir la puerta que daba a cubierta, notó una fuerza extraña, le costaba trabajo abrirla. Empujó con todas sus fuerzas, y al fin pudo abrirla y vio cuál era la dificultad: Rabadán yacía en el suelo, inconsciente. Por lo visto se había sentido mal al poco tiempo de irse ella, y había caído al suelo. Allí había pasado la noche. Rápidamente llamó a dos marineros que prestaban servicio cerca de allí, y entre los tres lo llevaron a la enfermería del barco. El doctor sospechó que se trataba de un ictus, y pidió ayuda por radio. Un helicóptero lo recogió y se lo llevó a un hospital de Cagliari, que era la ciudad importante más cercana. Jaime le acompañó, y en cuanto el barco atracó en Túnez, Félix tomó un avión para la capital de Cerdeña.

Rabadán se curó pronto del resfriado que había contraído al estar expuesto a la brisa nocturna en alta mar durante tanto tiempo, pero no recuperó la consciencia hasta pasado más de una semana. Por suerte su constitución era fuerte y se actuó con decisión. Pero ya no fue el mismo.

Tardó tiempo en recordar lo que había ocurrido, pero se recuperó físicamente del todo. Parecía que se le había roto una cuerda por dentro. La melodía de su vida era la misma, pero la digitación había cambiado. Habló de una pesadilla que había tenido, en que se había caído del barco y se moría. Eso le dio un gran miedo a la muerte, y ya no quería estar solo en su casa. Quiso pasarse un mes en casa de cada uno de sus hijos. O sea, dos meses al año con cada uno de ellos. Pero se volvió muy sensible e interpretaba mal el desagrado que creía ver a veces en sus hijos políticos. Por eso, al cabo de algunos años invitaba a uno o dos de sus nietos a vivir con él en su lujosa mansión. Le había dado por la cocina, y no teniendo otra cosa que hacer, rellenó con la compra, la cocina y la limpieza de su casa los últimos años de su vida.

Cuando contaba 85 años se sintió desfallecer un día de pronto. Su nieto Miguel se asustó mucho:

 –¡Abuelo! ¿Qué te pasa?

 –Nada, no es nada, Miguel–, le dijo con una sonrisa. –Me ha dado un pequeño vahído, pero ya se me ha pasado.

 –Me has dado un buen susto.

 Rabadán se quedó pensativo. Muy serio. Al poco rato sonrió abiertamente, y le hizo una pregunta al más joven de su nietos, pues el hijo menor de Jaime contaba sólo con 18 años:

 –Miguel: ¿tú me harías un favor?

 –Claro, abuelo.

 –Dentro de unos días habrás acabado la selectividad, ¿verdad?

 –Sí.

 –¿Vas a aprobarla?

 –Por supuesto, abuelo. Con sobresaliente. ¿Por qué?

 –Porque quiero que me hagas un favor que te va a llevar tiempo.

 –¿Cuál?

 –Hace quince años inicié un viaje con tu padre y tu tío Félix que no pudimos terminar. Un crucero por el Mediterráneo. Me puse malo y tu padre tuvo que traerme a casa. Me gustaría terminarlo. ¿Tú me acompañarías?

 –Claro que sí, abuelo. Va a ser el viaje de nuestra vida. Algo digno de recordar.

 –Pero sé que no tengo derecho a secuestrarte para mí solo, así que traéte a tu novia, si quieres. Bueno, y si quiere ella.

 –¡A Paloma le va a encantar!

 –A lo mejor no quiere.

 –¿Bromeas? A ella le gusta mucho el rollo ese de Roma, Grecia y todo el arte antiguo. Quiere estudiar Historia del Arte.

 –Ah, vaya. Pues podemos pasar varios días en los sitios históricos que visitemos. Dile que venga y vamos los tres a la agencia de viajes con el crucero diseñado a ver qué nos ofrecen.

 Al día siguiente por la tarde, después de haber discutido los puntos más interesantes de la ruta, fueron a una agencia y compraron tres billetes para un crucero muy peculiar, que incluía paradas en Marsella, Livorno, Roma, Nápoles, Siracusa, Tarento, Atenas, Beirut Tel-Aviv, Alejandría, Túnez, Orán y Barcelona. Naturalmente, ningún crucero abarcaba tantas ciudades, ni permitía escalas lo suficientemente largas para estudiar lo que de arte e historia había en ellas y sus alrededores. Por eso ellos habían diseñado las etapas, cada una de las cuales era un fragmento de la trayectoria seguida por cinco cruceros diferentes. Eso suponía más molestias para los pasajeros y más gastos. Lo segundo era sólo dinero, y el abuelo se cuidó de ello. Lo primero era cosa de acostumbrarse a hacer y deshacer la maleta en poco tiempo. Fue el viaje más feliz de la vida de los tres viajeros.

 En Roma estuvieron una semana. En el resto de las ciudades, uno o dos días, excepto en Livorno, cuyo verdadero objetivo eran las ciudades de Florencia y Pisa, lo que les obligó a estar cuatro días en esa escala. En Atenas pararon una semana también, porque hicieron una excursión en autobús por el Peloponeso. También visitaron las Termópilas, donde Leónidas tuvo a raya con sólo 300 soldados a miles de persas en la antigüedad. En Tel-Aviv también hicieron una excursión en autobús hasta Petra, en Jordania, para ver las famosas cuevas prehistóricas cavadas en arenisca. Fue una experiencia pasar la frontera de Israel a Jordania, donde tuvieron que tomar un autobús jordano debido a la mala vecindad entre ambos países. Pero el viaje mereció la pena. En Alejandría vieron las ruinas romanas y lo que quedaba de las griegas, aunque tuvieron una perspectiva más completa en los museos Grecorromano y Nacional, donde se han recogido las obras más importantes de aquellos tiempos.

 Cuando volvieron a España estaban cansados, pero contentos. El viaje había durado casi dos meses, pero habían visto muchas cosas de la cultura mediterránea.

 Rabadán estaba satisfecho. Había llevado una vida feliz. Y tuvo una muerte feliz. Un buen día su nieto Miguel fue a verle para enseñarle un álbum que había hecho con las mejores fotos del periplo por el Mediterráneo. Se lo encontró en su cama, abrazado a la almohada con la sonrisa aún en los labios. Pero estaba muerto. Había muerto durante el sueño, al igual que Mónica. “Muerte súbita”, dijo el doctor. Tenía 86 años.

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