¡Hola otra vez! Hoy es miércoles y eso significa que traemos los resultados del desafío anterior. Muchísimas gracias, como siempre, por participar de estos desafíos. ¡Ustedes son geniales!
Como les indicamos, para este desafío le dimos más importancia a la creatividad/originalidad del relato más que a la ortografía. No obstante, también fue evaluada como de costumbre y en esta ocasión les tenemos 7 ganadores los cuales obtuvieron las más altas puntuaciones.
Pendientes al próximo desafío de este viernes, 21 de diciembre de 2018 que les va a gustar.
Ahora sin más preámbulo les tenemos los seleccionados de este sexto desafío. ¡Felicidades!
Y entonces, Juan contempló como Ana, la mujer a la que tanto había amado, moría...
Juan, el pintor, y Ana, la abogada, se conocieron en una fresca mañana de otoño.
Fue amor a primera vista, de esos que te vuelven loco y te quitan el aliento. Juan supo, en el momento en que vió a Ana, que esa mujer se convertiría en la mujer de su vida.
Fueron novios un par de meses, y finalmente, en la primavera del año siguiente, Juan le pidió a Ana que se casara con él.
Se mudaron a un departamento pequeño y acogedor, que Juan pintó de colores vivos y brillantes.
Estuvieron en él durante 25 años.
Con el tiempo, los colores brillantes se volvieron más opacos, y Juan, el pintor, ya no tenía las fuerzas suficientes para renovar el color de las paredes.
Ana, la abogada, dejó de subir las escaleras del edificio en el cual su departamento estaba ubicado, y en cambio, comenzó a utilizar el ascensor.
Así corrieron los días, las semanas y los meses, y el pobre Juan, que ya no era más pintor, sino un simple jubilado, contemplaba como su bella Ana se iba deteriorando más y más con el pasar de los días.
Y Juan lo supo; a su Ana el reloj apuraba.
Y eso lo hizo llorar.
Ana, con toda la dulzura del mundo, acostada en esa cama que durante tantos años habían compartido, tomó la mano de Juan y le dijo;
—Querido, hoy me siento mejor que ayer, y estoy segura de que mañana me sentiré mejor que hoy. Solo dejame descansar un rato...
Fue una mala idea... Una muy mala... Pero la curiosidad pudo. Si tan solo me hubiese convencido de que era una estúpida broma como dijo Jack en un principio esto no estaria pasando.
Estaba asustado, muy asustado, pero haber descubierto todas esas pruebas y luego en el sótano encontrarme cara a cara con unos ojos brillantes, que reflejaban temor, miedo, impotencia, tristeza... Esa pequeña niña, probablemente llevaba encerrada en este sótano toda su corta vida, junto a los otros pequeños niños.
Observe como el propio director de la institución sacaba un cuchillo de uno de los tantos gabinetes de allí abajo.
—Debiste dejar el asunto tal y como dije—menciono acercándose poco—Ahora es tarde. Hasta aquí llegaste.
Vi mi vida delante de mis ojos justo cuando veía que el cuchillo se acercaba a mi pecho, pero antes de que pasara un golpe en la puerta lo detuvo. Era el conserje, llevaba la ropa de bebé que meses atrás habia presenciado.
Fue ahí donde todo lo pasado se recargo en mi mente... Los mensajes ocultos en los libros de la biblioteca las notas viejas en mi casillero o debajo de las bancas, las viejas fotos de niños inocentes que habían en uno de los cajones del escritorio del director. Todo lo que me habia llevado a ese momento.
Y solo fui capaz de lamentarme por dos cosas... La primera no haber hecho caso a las advertencias de mi amigo ese "Es una broma" pudo sacarme de esto. Y la segunda perder mi vida en mi propia escuela. Aunque podía decir que al menos la acción de haber salvado a esa pequeña niña inocente me reconfortaba un poco.
Dos años texteando y esta era la primera vez que lo veía en persona. Anna se retorció en su asiento. Él venía, él venía. Pasó de largo y Ana decepcionada se dijo que no debía estar sorprendida porque de todas formas él no sabía quién era ella fuera de las redes sociales. Pero le dolió. Y ese dolor se asentó cuando lo vio tomar el celu. Se iba a llevar una gran decepción pensó.
Llevaban medio año texteando cuando él se lo dijo. Esa gran frase que Anna solo había obtenido de sus padres y que ahora casi nunca. Se emocionó y le dio muchísima pena al mismo tiempo. Ella se lo dijo también porque era cierto y porque quería desesperadamente tener esperanza. Anna se sintió culpable. Él le enviaba fotos todo el tiempo, pero ella todavía se negaba a devolvérselas. Estaba avergonzada. No sabía qué hacer.
Fue en "hola" de parte de ella. Estaban en el mismo grupo aunque no creía que él lo supiera. Él podía llevar muletas, pero Anna estaba peor. Ella se estremecía y sentía el fantasma de su miembro faltante. Y ella consiguió su número porque que la gente te tuviera especial pena a veces resultaba para algo, como conseguir números. Ella le dijo "Hola" y él le preguntó quién era. Y qué quería. Anna le puso que él llevaba bien la terapia y que se alegraba mucho por él. Aunque no era cierto porque si él mejoraba no necesitaría más terapia y eso significaba, directamente, dejar de verlo. Lo que por supuesto Anna no quería. Anna le puso que se veía sexy en muletas y él, él sonrió, Anna lo vio.
Salí en silencio del departamento que compartía con mi amiga, tenía su mirada fija en mi. Ella no lloraba, no iba a tener lástima, quien podría tenerla de alguien como yo.
En mis manos llevaba mis dos balijas, la de Amelia junto con la peluca y la mía, la que decía Teresa.
Me acompañó hasta que salimos del edificio, la escena que me esperaba era lamentable, todos estaban afuera, los amigos de Amelia y mis amigos, los pocos que había hecho cuando no me ocultaba bajo la peluca.
El auto de mi amigo de toda la vida esperaba detrás del grupo de personas que estaban frente a mi.
Quise pasar, pero no pude había chocado con alguien. Levanté la vista y lo mire a los ojos. Ya no tenían ese brillo que tanto me gustaba, estaban rojos y tristes, nunca lo había visto tan triste. Había destruido su corazón, él confío en mi y yo lo decepcione. Quería que dijera algo, que gritara, que me humillara cualquier cosa pero se apartó a un lado dejándome el camino libre hacia el auto.
No miré atrás sólo corrí, huí de los problemas como hacia siempre había hecho.
Metí mis balijas en el baul del y subí. Lucas y Gabriela no dijeron nada Hasta que llegamos al aeropuerto.
—Tú madre te espera adentro, espero que hayas aprendido algo de todo esto. No quiero volver a perder contacto contigo Teresa, te quiero a pesar de tus errores- Me dijo Lucas.
—Gracias por apoyarme en mis decisiones, aunque no fueran las correctas, estuvieron ahí para mi. Son mis mejores amigos espero volver a verlos algún día.
Entre encontrandome con mi madre la cual me dio un largo sermón sobre lo sucedido y me entrego el pasaje.
Volvía a Argentina, el lugar donde todo había comenzado...
—Art...— susurré con pesar mientras extendía la mano y la dejaba caer ante ese esfuerzo en vano. Ambos teníamos de aquellas heridas profundas destinadas a matar. Ese sería nuestro último día en ese infierno y no podía sentirme más a gusto ante esa perspectiva. A lo lejos podía escuchar los pasos de ese hombre pero mi cuerpo ya no respondía...
¿Qué tal si jamás hubiéramos ido al sótano de aquella casa? La curiosidad había podido con nosotros y ahora estábamos pagando las consecuencias. Nadie nos había dicho que ver por la rendija de una puerta y encontrar a nuestro vecino empuñando un cuchillo, iba a salirnos tan caro.
—¿Qué tal si nunca hubiésemos entrado?— estiré la mano y tomé la suya. Él temblaba, estaba frío y pegajoso... pero seguía siendo su delicada y pequeña mano.
Lo escuché sollozar por lo bajo y pronto algo hizo peso sobre mi pecho. No hizo falta pensar demasiado para imaginarlo apoyando su frente sobre mi camisa y pegándose a mi cuerpo como un pequeño niño atemorizado. Estaba rindiéndose... por mí.
—P-Pasamos de largo...
—Fuimos... al restaurante de tus padres— susurré mientras lo estrechaba con fuerza. Podía recordar la brisa húmeda de verano chocar contra mi rostro cuando entrábamos al local— Y pediste una tarta de mora, de esa que odias... pero la compras porque sabes que a mí me gusta.
—Y mamá se acercó para darnos dos tazas de café, ambas sin azúcar.
—Y entonces... tú te quejarías... porque quieres dejar el azúcar... pero odias el café amargo...— sonreí contra su cabello mientras las fuerzas se me iban poco a poco.
—... ¿Y si esta mañana... nos hubiésemos quedado en la cama?
Abrí los ojos de repente y vi aquella piedra gris con tu nombre tallado en ella.
—... Aún te tendría conmigo...
La fila parece interminable. Louis despega la mirada de su teléfono por unos segundos para relajar su vista mientras huele el aroma a pan y café.
En este día, el más frío del año, su cafetería favorita se encuentra más concurrida de lo normal. Lo que se supone sería una compra de diez a quince minutos, ahora lleva de tiempo veinte y tardará más. Teme llegar tarde a su primera clase.
La persona adelante suyo mira hacia atrás con gesto de impaciencia y por unos segundos, su mirada se encuentra con la de Louis, quien acaba por percatarse de aquello.
"No puede ser."
Despega con rapidez su mirada y la regresa hacia su teléfono sintiéndose nervioso y confundido.
"Supongo que algunas veces, el pasado vuelve en el momento más inesperado, aunque ningún instante es el esperado en realidad."
Miguel. Ese nombre aparece. Una sonrisa. Un recuerdo donde caminan durante un amanecer cuando se conocieron. Miguel se acercó a Louis.
Este último da un paso hacia atrás, pero solo termina chocando de forma leve con la persona detrás suyo. Le sonríe a modo de disculpa mientras se acomoda en la fila.
Siente que se ahoga, algo lo asfixia. El pasado no había dolido tanto presentando a alguien que le costó demasiado superar. Sabe que este momento no es el final de su historia, más bien el epílogo. Un epílogo en una cafetería.
Toma una decisión. Sale de la fila y camina hacia la salida. Cuando su mano izquierda está a punto de tocar la manija de la puerta para salir, alguien más entra. Tiene la misma mirada que Louis, los mismos labios algo apretados, la misma nariz sonrojada por el frío.
—No entres —susurra el Louis del presente—. Vete. Deja atrás el final que nos marcó.
El oscuro pasillo apenas estaba iluminado por unos antiguos candelabros cuyas velas ya apenas se mantenían en pie, el suelo de madera chirriaba a cada paso que daba, los retratos de las paredes lo seguían con la mirada, inquisidoramente y con una mueca de desagrado en sus rostros.
El joven, a paso precavido y mirando aterrorizado a su alrededor, seguía el rastro rojizo que estaba dibujado en la alfombra, como la nota le había indicado, en busca de la siguiente pista. Quería salir de aquel juego en el que inconscientemente se había metido. Necesitaba salir de ese juego.
El rastro acabó tras una puerta cuya madera estaba deshecha, y si no tenía cuidado podría astillarse la mano. De forma lenta y pausada agarró el pomo de la puerta y la abrió, haciendo crujir las bisagras.
Entró en la habitación.
No era una estancia muy grande, apenas había una cama y un tocador pero, a pesar de que allí ya no había velas alumbrando, la luz de la luna era capaz de iluminar el inerte cuerpo que ocupaba la gran cama de matrimonio.
El moreno se acercó, lentamente y temeroso, hasta quedar al lado derecho de la cama. Se trataba de una mujer de oscuro cabello, labios escarlata y pálida piel. Parecía una princesa dormida. La escena en sí no era terrorífica, pero el mensaje pintarrajeado sobre su cabeza en un rojo tan oscuro como la sangre sí que lo era.
"El juego no ha terminado, sigue las pistas o serás arrastrado"
La sala quedó inundada por luces y sirenas de policías y las piernas del chico comenzaron a temblar. ¿Acaso creerían que él la había matado?
Sobre el tocador había otra sencilla nota, igual a las anteriores que lo habían llevado hasta allí.
"Escapa y la libertad podrá ser tuya".