El 'Chico Malo' del Ballet (G...

By _sdaza

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Kylen Deshawn, conocido también como "el chico malo del ballet", vive su propiamente impuesto exilio en París... More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29 (Final)

Capítulo 9

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By _sdaza

Cuando regresé a mi departamento, me había prometido que nunca más cruzaría una palabra con ese hombre. Me apartaría de él como si fuese una plaga. No hacía sino ponerme de mal humor. ¿Por qué tenía que ser tan amargado? «No tengo mamá», había dicho Andrea. Tal vez la niña fuese adoptada porque, a diferencia de su padre, era muy simpática y a juzgar por cómo Bastian me quedó viendo en las escaleras no parecía que le gustaran las mujeres, en absoluto.

En lo que pisé la habitación todo pensamiento sobre Bastian y sus malos modales se evaporó porque Gabrielle se había levantado y estaba parada prácticamente desnuda frente a la ventana, lo que me daba una vista espectacular de su espalda.

No sé qué me impresionó más: lo suave que parecía su piel, la curva de su cintura, su trasero con forma de pera contenido en una tanga prácticamente inexistente o el tatuaje que comenzaba en la base de su espalda y se extendía casi hasta el cuello. Era una vara con una serpiente enrollada y la piel del reptil estaba decorada con pequeñas escamas de distintos colores. El trabajo estaba tan bien hecho que la tinta de la serpiente parecía real, casi cambiaba de color cuando le daba la luz del sol.

Aún estaba decidiendo a qué parte dedicar mi mayor atención cuando Gabrielle volteó a verme por encima del hombro con una pequeña sonrisa casi invisible pero que, a pesar de eso, hacía brillar sus ojos. Ahora sí estaba seguro: no me había acostado con ella porque una visión así no era de las que se olvidaban.

—¿Estás viendo mi trasero o mi tatuaje?

—Estoy viendo toda la escena —contesté antes de comenzar a caminar hacia ella. —Cómo la luz que entra por la ventana besa tu piel, cómo lo negro de la tinta del tatuaje parece vetas en el mármol de tu espalda, ese lunar que tienes en el hombro que no había notado...

—Y mi trasero —me interrumpió sonriendo aún más.

—Y tu trasero —concedí. —Es un lindo trasero.

—Gracias —me dijo con una risita antes de meterse el vestido por la cabeza.

—¿Por qué te estás vistiendo? —pregunté casi desesperado al tiempo que su piel se cubría.

—Porque debo ir a trabajar —recogió su bolso, que estaba en un rincón en el suelo, y lo revolvió buscando algo. Luego me tendió dos aspirinas antes de pasarme un vaso de agua que estaba sobre la mesa de noche. —Y tú necesitas descansar.

Quería protestar, hacerme el superfiestero Kylen al que dos noches consecutivas de juerga no le hacían mella, pero Gabrielle no me estaba prestando atención. Recogió sus botas del piso, se sentó en la cama y estiró una pierna para ponerse el calzado. Me tomé las dos aspirinas porque sabía que iba a necesitarlas.

La visión de esa pierna desnuda, con el vestido subiendo hasta la parte alta de su muslo, terminó de despertar a mi amigo que estaba bajo el pijama y que ya había comenzado a desperezarse cuando vio su trasero en esa bendita tanga azul. ¡Soy humano! ¡Soy un hombre! Y, en ese momento, estaba muy necesitado. Me senté a su lado en la cama y comencé a acariciarle la pierna mientras ella se calzaba el otro zapato.

—¿Pasamos la noche juntos y ahora me abandonas de esta manera? —puse una expresión de tragedia. —Me haces sentir usado, barato, como un juguete. —se echó a reír y su risa sonaba como un millón de campanitas agitadas por el viento. —Eres tan hermosa... Pareces un hada.

—Y tú pareces un príncipe —me contestó ella todavía sonriendo.

Delicadamente apartó un mechón de cabello que había caído sobre mi frente y posó su mano en mi mejilla. Lamentablemente no había pasión en la caricia sino simplemente alguna forma de afecto. ¿Qué estaba pasando? ¿En qué momento había dejado de ser el gran Kylen Deshawn y me había convertido en el eterno rechazado?

—Seríamos una pareja de cuento —insistí.

—No he ido últimamente al cine, pero no creo recordar que en ninguna película de Disney las hadas tengan que ir a trabajar.

—Podrías ser un hada moderna, independiente.

—¿Y qué clase de príncipe quieres ser tú?

—Uno con una princesa solo para él.

Gabrielle me miró ladeando la cabeza y sonrió de forma triste.

—La cosa es que, como tú mismo dijiste, no soy una princesa —suspiró y volvió a sonreír. —Soy un hada y como tal no estoy destinada a quedarme con el príncipe, jamás, es la triste historia de mi vida —se encogió de hombros. —Lo que sí puedo hacer es otorgar deseos.

Esto era deprimente.

—¿Me otorgarás tres deseos? —dije sonriendo, adoptando mi personalidad de chico malo una vez más. Una mentira repetida mil veces... —Tengo ciertas ideas...

—Un hada, Kylen —me interrumpió y puso los ojos en blanco. —No el maldito genio de la lámpara.

—¿Por casualidad conoces al genio de la lámpara? Porque, honestamente, se me ocurre...

—Lo conozco —Gabrielle me miró muy seria, como si estuviera a punto de comenzar a relatar leyendas urbanas. —Y tú también. Esos deseos, polvo de estrellas, felicidad instantánea, olvido, duran poco y siempre terminan actuando en tu contra.

A pesar de la infantil comparación, la explicación era tan densa como la nube de decepción que normalmente habitaba a mi alrededor y que, en algunos momentos, hacía difícil hasta el respirar.

—Creo que una de tus colegas echó una maldición en mi cuna cuando nací —dije hastiado, dejándome caer nuevamente sobre la cama y cubriendo mi cara con el brazo para tratar de borrar de mi expresión cualquier rasgo de mascota abandonada. Esa mirada que dice «por favor, llévame a casa» —Algo como «el príncipe tendrá amor y pasión en su vida, pero nunca al mismo tiempo, nunca provenientes de la misma persona, y por eso siempre se sentirá vacío».

—Entonces tienes que romper la maldición.

—¿Y eso cómo se logra? —bufé. —¿Tengo que emprender un viaje mágico para recobrar algún mítico objeto perdido?

—Es más fácil y a la vez más complicado: llénate a ti mismo.

La cama se movió y por el cambio de peso supe que Gabrielle se había levantado. ¿Quién era esta mujer? ¿Una especie de Yoda versión femenina pero bellísima y con una enigmática serpiente dibujada en su espalda?

—El tatuaje, ¿significa algo? —pregunté destapando mis ojos.

Cuando las conversaciones se ponían intensas era mi especialidad un abrupto cambio de tema. «Finge que nada ocurre, que nada te afecta. Finge que eres feliz», era mi lema de vida.

—Es el báculo de Esculapio —me miró a través del espejo y como, obviamente, mi expresión le dijo que no tenía ni la más remota idea de a qué se refería continuó con su explicación. —Es el símbolo mundial de la medicina.

—¿Por qué llevas el símbolo mundial de la medicina en la espalda?

—Mi papá es médico, mi mamá es médica, mi hermana Geraldine pronto será médica, al igual que su futuro esposo, Josh, a quien conocemos desde que era un niño —ya no me miraba por el espejo y, aunque proseguía con su rutina para estar «presentable», su postura relajada había sido sustituida por una tiesura poco común en ella y una mirada perdida. —Los médicos siempre me han cuidado la espalda sin importar todas las veces que haya metido la pata. Eso es lo que significa el tatuaje.

—¿Y el de la muñeca? ¿El brazalete? ¿También significa algo?

—Dos letras g —se pasó la mano por el tatuaje y lo miró con ternura. —Gabrielle y Geraldine.

—Tu hermana.

—Tienes buena memoria —tomó su bolso y caminó hacia la puerta. —Voy a estar muy ocupada hoy y mañana y no sé cómo estará mi agenda en la semana, pero te llamaré...

—¿Cuándo haya otra fiesta? —le pregunté interrumpiéndola y sin proponérmelo había amargura en mi voz.

Quizás era porque sabía que se estaba despidiendo, lo que me dejaría en la más completa soledad hasta que decidiera volver a aparecer. Sin embargo, Gabrielle detuvo su avance, se volvió y sonrió complacida.

—No tienes que ir si no lo deseas. Ir a fiestas no es obligatorio.

—Al menos me da algo que hacer.

—La próxima vez tal vez te invite a mi casa a comer algo si lo prefieres.

—¿Ya cumpliste cuarenta y no me lo dijiste?

—Suenas exactamente como un niñito malcriado.

Para mi mayor sorpresa regresó hasta donde yo estaba, se inclinó y me dio un beso en la mejilla. Sus labios se demoraron cinco segundos contra mi piel.

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