Hoy es miércoles y como indicamos... ¡es hora de dar a conocer las historias elegidas! De parte del perfil, le damos las gracias a todos los que participaron del primer desafío. Sus relatos cortos fueron increíbles. De las participaciones que recibimos, seleccionamos cuatro que colocaremos en este apartado, sin ningún orden en específico. ¡Enhorabuena a los seleccionados!
Los que no fueron seleccionados en esta ocasión, no olviden que habrán más desafíos. Pendientes al segundo desafío que publicaremos éste viernes, 16 de noviembre de 2018. ¡Les esperamos!
1. Silkeye
Un trío de chicas con vestidos veraniegos y expresiones un poco forzadas posaban entre los marcos de la polaroid, abrazadas entre ellas y dibujando sonrisas melancólicas. Jake negó con la cabeza mientras apretaba la fotografía entre sus dedos casi sin percatarse. Él ya sabía de sobra que las fotografías eran tan solo la fachada alegre de cada historia, pero detrás siempre había mucho más.
Tras las chicas, la torre Eiffel se alzaba con la apagada grandeza de un día nublado, el gris se apoderaba de la imagen.
Cerró los ojos con fuerza y el tiempo retrocedió como por arte de magia a su primer viaje a Paris hace una década. A aquel momento en el cual lo importante era la compañía y no el lugar. A aquel instante en el que conoció la amistad y el amor verdadero y nadie lo quería por quién era, sino por cómo era: un chico joven e inocente. Demasiado inocente.
Aquel día Lizz no se sentía preparada para salir. Le escocían los ojos, le costaba un poco respirar y su cuerpo exhausto y dolorido no le perdonaba la caminata del día anterior por los campos Elíseos. Aun así, se levantó con firmeza de la cama, se enfundó en su vestido blanco con flores estampadas y se protegió la vista con una pamela desconjuntada y unas gafas de sol ochenteras preparándose para visitar la ciudad del amor. A Jake en realidad no le importaba lo más mínimo cómo fuese vestida, porque para él habría estado preciosa con lo que fuese.
Aquel día el sol brilló como Jake nunca antes lo había visto deslumbrar. Su cabeza todavía podía escuchar la voz de Lizz durante el ocaso mientras lo observaba a los ojos y le apretaba las manos con angustia frente a la torre Eiffel. Su voz sonaba apagada: "La vida seguirá con o sin mí y quiero estar segura de que también seguirás adelante y que no morirás conmigo." Él asintió desesperanzado apoyando su mentón en el hombro de Lizzie y rompiendo a llorar. Lo siguiente que recordaba era difuso, azul y lleno de lamentos, pero el sol nunca volvió a brillar de la misma forma.
El cláxon del autobús y los graznidos estridentes de su amigo lo sacaron de sus pensamientos. Jake avanzó hacia el vehículo guardándose la fotografía en el bolsillo derecho de la chaqueta y secándose los ojos humedecidos con la manga. "Ya voy", respondió.
Mientras caminaban, ambos cargando los estuches de sus respectivos instrumentos —el de él un violín, el de ella un saxofón—, Ramona se detuvo de pronto, mirando la fotografía que yacía en el suelo. Se agachó para tomarla y Gabriel no pasó por alto la sonrisa melancólica que decoró su rostro aniñado. Una sonrisa enternecida y triste a la par.
La fotografía era vieja, en blanco y negro, de un hombre joven con uniforme militar tocando una guitarra. Al darle la vuelta notaron que en el reverso estaban escritas, con una caligrafía llena de curvas y una tinta negra que el tiempo había teñido de bronce, las siguientes palabras:
«Incluso estando preso en el cuartel, no dejo de componerte serenatas. Con amor, Vicente. Marzo de 1957».
—Fue durante la dictadura —murmuró Gabriel. Ramona asintió.
—¿Sabes a qué me hace acordar esta fotografía? —dijo.
Gabriel la miró con curiosidad.
—A mi abuelo, mi abuelo Juan José. Lo reclutaron en el ejército cuando tenía veinte años, vivió cosas horribles allí. Pero a pesar de todo, nunca dejó de hacer música. Incluso en los momentos más duros se entregaba a ella: transformó sus miedos y pesadillas en arte. Él me transmitió ese amor, y cuando murió le prometí que daría lo mejor de mí, que me esforzaría para llegar a ser una gran saxofonista. Lo extraño muchísimo.
Gabriel sonrió y colocó una mano sobre su hombro, sintiendo cómo una agradable calidez se propagaba en su pecho, como si una flor se luz estuviera abriéndose en su corazón.
—Se le habrá caído a alguien, qué triste —Ramona chasqueó la lengua—. ¿Crees que estaría mal si me la quedara?
Él negó con la cabeza.
—Creo que sería mejor que la conservaras tú a que la dejaras tirada en la calle —respondió con sinceridad—. Además, es bonita, creo que cuenta una linda historia. ¿Quién era Vicente? ¿A quién componía sus serenatas? Y sobre todo, ¿qué habrá sido de ellos dos?
Ramona asintió, y tras guardar la fotografía en su bolsillo, cogió a Gabriel de la mano y se dirigieron ambos a la parada de autobuses, pensando en aquella pequeña historia que no estaba escrita con tinta, sino con luz.
3. AlexCartago
La lluvia caía sobre la ciudad.
Aurora y Max, corrieron desde el edificio de su departamento hasta una vieja parada de autobuses, entre las calles 5ta y 6ta, para no mojarse demasiado.
Aurora estaba disfrazada de "Caperucita roja" y, Max, de "Drácula".
—¡Genial! —exclamó, Max, al ver alejarse el autobús de las 20 hs.
—Te dije que llegaríamos tarde —comentó, Aurora, cruzándose de brazos.
—Lo sé —dijo, Max, y se rascó la parte de atrás de la cabeza.
—No importa —apuntó, Aurora, y se encogió de hombros—. Esperaremos al de las 20 y 30 —añadió y miró hacia abajo.
De pronto, lo que parecía ser la parte de atrás de una fotografía instantánea, llamó su atención. « Que extraño», pensó y se agachó para levantarla. Al darle la vuelta, pudo contemplar a un hombre de pie, bajo la lluvia, en cuyas manos sostenía un hacha ensangrentada.
—Max —dijo; las manos le temblaban.
El recuerdo del secuestro que había sufrido unos meses atrás por parte de Tom, su ex novio, y el desenlace trágico que tuvo éste, regresaron a su mente.
—¿Qué? —preguntó, Max.
Aurora levantó la cabeza y su rostro palideció al ver a un hombre con un piloto negro parado detrás de Max. El sujeto blandía un hacha entre las manos, el cual alzó en el aire y después lo azotó, con un movimiento rápido, sobre el cuello del joven de cabellos negros.
—Max —gritó mientras lloraba, pero ya era tarde, el cuerpo inerte de su amigo yacía sobre la vereda.
El extraño se acercó a ella, su rostro oculto debajo de aquel piloto, y acarició uno de sus mechones rojizos y húmedos.
—Te dije que te vigilaría —susurró cerca del rostro de Aurora—. Te advertí que sólo eres mía —apuntó y olfateó el mechón de cabello de la joven.
Aurora, temblorosa, trataba de serenarse. Había reconocido la voz de Tom.
—Yo... yo te asesiné —dijo, tartamudeando.
Tom se quitó la capucha del piloto y dejó ver una enorme cicatriz que atravesaba la parte derecha de su cara, desde la frente hasta la barbilla.
—No puedes matarme, Aurora —dijo y sonrió de oreja a oreja—. No del todo —añadió y comenzó a sacudirla.
Aurora cerró los ojos mientras gritaba y luchaba por escapar de las manos de Tom hasta que oyó la voz de Max que la llamaba. Entonces, abrió los ojos y allí estaba su mejor amigo, sentado a su lado, con expresión de preocupación, en el autobús.
—Max —sollozó y lo abrazó con fuerza.
—Tranquila, tranquila —murmuró, Max—. Estás a salvo —añadió y la rodeó con sus brazos —. Estás a salvo —repitió y apoyó su barbilla sobre los cabellos de Aurora—. Sólo fue una pesadilla.
Aurora quería creerlo, pero desde lo sucedido, no podía dejar de ver a Tom en todos lados; se había transformado en su sombra, una mancha oscura que no podía borrar.
Desde aquel horrible y trágico suceso, Tom, estaba siempre a su lado.
4. DRohdr
Cuando el chico castaño de ojos azules tomó la fotografía entre sus manos y sintió la textura rugosa, una ráfaga gélida acarició su rostro. Sin embargo todo fue empeorando cada vez más cuando una lluvia torrencial cayó encima de ellos, por lo que juntos regresaron a la parada para resguardarse un poco.
Chorreando a montones ambos se sentaron cerca para mantener su calor y no morir de hipotermia. Aún tenían que esperar treinta minutos por el siguiente camión.
—Pero que locura de lluvia, ¿a qué sí Andy? —comentó entre risas el rubio de ojos verdes llamado Freddy—. Espero no pescar un resfriado. Mañana es el baile de graduación.
Sin embargo Andy no le respondió a Freddy, sino que sus ojos se quedaron clavados en la fotografía. Estaba volviéndose loco por lo que estaba viendo.
—¿Qué es esto Freddy? ¿Es que somos nosotros? —cuestionó Andy mientras sentía como el cuerpo le temblaba como un loco.
Freddy tomó la fotografía y se quedó en el mismo transe que Andy había pasado. Es que era una completa locura.
En la fotografía deslumbraban dos hombres. Ambos tenían vestiduras militares de los años cuarenta, siendo más específicos se notaba que era la Segunda Guerra Mundial. Pero eso era lo menos inquietante, de las manos de los hombres salían unas luces segadoras y ambos estaban flotando.
—No podemos ser nosotros, eso sería una locura. ¿Notas como salen luces de mis ojos? Bueno, digo, los ojos de ese muchacho parecido a mí —dijo animado Freddy y con una sonrisa.
Sin embargo, como un flash los recuerdos llegaron a sus cabezas. Todo pasó como una película en cámara rápida. Al parecer todo había cobrado sentido en sus mentes... ellos serían especiales para el enemigo al que se enfrentaría la tierra.
De esta manera ellos entendieron que debían hablarlo, algo en sus cuerpos sabía que eran los elegidos para un cambio. Pero cuando estaban a punto de discutir lo que estaba pasando, una voz comenzó a resonar en sus cabezas.
—Frederick y Adrian bienvenidos de vuelta a la tierra.
Y como si de un libro de fantasía se tratara, un portal con destellos azules apreció frente a sus ojos. Estaban anonadados por lo que veían, pues del otro lado del portal una mujer con vestiduras rojas les extendía la mano.
—De nuevo la tierra los necesita. Vengan que tengo que explicárselos —susurró la mujer, y de inmediato se dieron cuenta que era la misma voz que había resonado antes en sus cabezas.
Así que ambos sin pensarlo mucho, siguieron a esa chica en el portal pues la tierra se enfrentaría a un enemigo poderoso... el cual sólo juntos podrían destruir.
La fotografía se quedó en el suelo, pero en ella resaltaba una frase: "Nuestras vidas estuvieron en sus manos... y lo siguen estando".