Hasta que el infierno nos des...

By ValeriaValverde

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[SEGUNDO LIBRO] «Convertirme en un monstruo no me ha liberado del dolor de ser humano». Después de los críme... More

Booktrailer + Epígrafe
Capítulo 1: Promesa.
Capítulo 2: Ella no está
Capítulo 3: Problemas
Capítulo 4: Babinie.
Capítulo 5: Intruso
Capítulo 6: Llamada.
Capítulo 7: ¡Huid!
Capítulo 8: El Parque.
Capítulo 9: La nota
Capítulo 10: «Acta est fabula»
Capítulo 11: Por ella
Capítulo 12: Confianza
Capítulo 13: Inquietud
Capítulo 14: Contesta
Capítulo 15: Solo por ti
Capítulo 16: Aroma
Capítulo 17: El mensaje
Capítulo 18: Callejuelas
Capítulo 19: Las escondidas
Capítulo 20: Pequeños Psicópatas
Capítulo 21: Sin respuestas
Capítulo 22: Pillada.
Capítulo 23: La visita
Capítulo 24: Pacto
Capítulo 25: Lucas y su ignorancia
Capítulo 26: Asterisco.
Capítulo 27: Superstición.
Capítulo 28: Carnicería
Capítulo 29: Oculto
Capítulo 30: Fuego
Capítulo 31: Sin habla
Capítulo 32: El diario
Capítulo 33: Culpa
Capítulo 35: Sé lo que hicisteis
Capítulo 36: Allanamiento
Capítulo 37: Claridad
Capítulo 38: La Última Cena.
Capítulo 39: Una Bienvenida
Capítulo 40: Muy cerca
Capítulo 41: La Puerta Secreta.
Capítulo 42: Mala noche.
Capítulo 43: Caos
Capítulo 44: Cara a cara.
Capítulo 45: Pruebas
Capítulo 46: Asesinos
Capítulo 47: La Máscara
Capítulo 48: Traición
Capítulo 49: La señal.
Capítulo 50: Estrategia
Capítulo 51: Sorpresa
Capítulo 52: Inacabada
Capítulo 53: Localización
Final: Un nuevo comienzo

Capítulo 34: Mentira

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By ValeriaValverde

Las manos de Maddie mostraron el nerviosismo que se estaba apoderando de su cuerpo. Su tembleque y los continuos suspiros que estaba soltando indicaron que la joven estaba al borde del llanto. Consideraba que los dichosos nervios le habían jugado una mala discreción y que por esa razón arrojó sin querer la tetera ocasionando aquel estruendo metálico y atrayente para el detective Frank.

La mirada fría de todos los presentes lograba que se acobardara y no pudiera articular palabra sin titubear. Huir en un momento como aquel no era el apropiado, por mucho que deseara correr como alma que llevaba el diablo, no sería lo más lógico. Tenía que defenderse, aclarar la situación antes de que los jóvenes sacaran sus propias conclusiones.

—¡Fue un accidente! —exclamó ella al borde del llanto—. No sabía que a mis espaldas había una tetera a punto de caerse. No quería que pasara esto. No tengo ningún motivo para involucrar a ninguno de vosotros en problemas. Yo... Yo solo había venido a ver a Elliot.

Lucas habló mostrando compasión por la morena.

—Tampoco seamos tan duros con ella. Dice que ha sido un accidente. Además, miradla, tiene miedo.

Victoria estudió el comportamiento de Maddie. La voz de la chica ya empezaba a entrecortarse ante el ahogo del llanto, la mirada la tenía enterrada en sí misma sin poder mirar a la cara a ninguno de los adolescentes. Mostraba arrepentimiento. En cierta parte, esa actitud le recordó a su amiga Melissa, tanto que pudo imaginarsela en la misma situación. Quizá fue aquello lo que hizo que sintiera aflicción por ella.

Sin embargo, guardó silencio. Lucas fue quien siguió alegando a su favor, sorprendiendo a los demás.

—Si hubiera sido Melissa la que estuviera en su situación, ninguno de vosotros seríais tan duros con ella. No creo que se merezca el trato que le estáis dando. Ella ya ha demostrado muchas veces que está de nuestra parte, se está sacrificando más que nadie mintiendo a un ser querido en su propia cara, nos da información necesaria para avanzar y nos proporciona confianza. Puede que seamos unos sádicos, pero también hay que reconocer las cosas como son. No hace falta que os recuerde que intentó retener a la chica que quizá pude ser Melissa, a pesar de las consecuencias.

La sensatez de Lucas en aquellas palabras lograron que los jóvenes se miraran con complicidad. Por supuesto que Maddie no merecía el trato ni el rechazo que le dedicaban.

—Vosotros sabéis más que nadie lo que se siente ser nuevo en un sitio que te rechazan —recordó a sus amigos.

—Tiene razón —murmuró Elliot.

—Nadie le quita la razón —comentó Caym—, pero cada acción trae su consecuencia. Por culpa de esto, es posible que Morrison venga a inspeccionar los apartamentos, si Frank informa de lo que ha visto. Tu padre tiene cierta obsesión conmigo —miró a Maddie.

—¿Estás seguro que tú no le das motivos para que se obsesione contigo? Piensa un poco —dijo de repente Maddie.

Los dos se miraron a los ojos. Caym sonrió con suficiencia. Le resultó gracioso que Maddie se enfrentara a él. Al menos fue valiente en hacerlo.

—Cualquiera se obsesiona conmigo en cuanto se cruza con mi presencia —respondió él.

—No sé si los actos que has cometido lo has hecho a propósito, pero allá dónde has ido, has dejado tu esencia —murmuró ella—. Mi padre no es idiota. En sus archivos, tu nombre figura por todos lados.

—El nombre de todos nosotros figura en los archivos de tu padre. ¿Crees que el tuyo no lo va a estar? Por supuesto que tu padre no es idiota. Si crees que he dado motivos para que sospeche de mí, tú has dado los tuyos.

Ella no quiso añadir nada más y prefiero guardar silencio. La tensión en ambos era palpable.

Maddie había insinuado que Caym estaba buscando que Morrison lo señalase de sospechoso, y eso a Victoria le llamó la atención. Si aquello era cierto, el demonio no solo tenía el propósito de buscar a Melissa, sino que ocultaba algo. Y, conociendo al varón, sus intenciones siempre eran una sorpresa.

—Mis acciones llevan tu nombre —se dirigió a Victoria—. Nada más que tu nombre.

Victoria quedó mirándolo.

Maddie prefirió marcharse a casa, no estaba de ánimo para hablar con nadie después de lo ocurrido. Ni incluso le apetecía ver a Elliot, se sintió desilusionada que dudara de ella. Si no hubiera sido por la defensa de Lucas, todos seguirían mirándola mal.

Cuando la muchacha pasó por su lado, Elliot trató de detener su paso, pero ella le dijo:

—Ahora no. Me voy a casa.

—Maddie...

La joven le dedicó la mirada más fría que nunca pudo regalarle. Jamás había apreciado esos ojos en alguien como Maddie.

Ella siguió su camino sin mirar atrás.

Pero la cosa no terminó ahí. Si hubieran apreciado la actitud de Maddie Morrison al llegar a casa, ninguno de los presentes se esperaría que alguien como ella pudiera reaccionar así.

La hija del detective, cuando se presentó en su hogar, la situación vivida junto al despido de Babinie, fue el detonante para que su estrés y su furia comenzase a emerger de su interior. Un cúmulo de sentimientos se acumulaban en su pecho, sin saber muy bien cómo debería sentirse. Deseaba gritar, llorar, reírse de sí misma, de ser tan patética y desgraciada; de no haberle escupido en la cara a su jefe; y por no haberle defendido quien creía que era el amor de su vida. Estaba harta, agotada.

Subió las escaleras a su habitación y cerró la puerta con un gran portazo. Miró a su mesa de estudio y se percató del cúter que guardaba para las manualidades o trabajos que requerían de este. La vocecilla en su interior le decía que lo hiciera, que se desahogase. Entonces lo agarró con fuerza, sostuvo estre sus manos unos de los tantos cojines de su cama y lo empezó a rajar, sacando la espuma del interior. Fueron muchos los cortes que le dedicó al cojín, como también fueron demasiados los pensamientos angustiados que imaginaba al hacerlo. Pero no solo destrozó aquello: en la mesita de noche tenía una fotografía de ella, junto a su madre y su padre, posando en los días en los que eran felices... o aparentaban serlo. Con el cúter separó a Aaliyah, la madre, dejando solamente a ella y su padre.

Entonces, después de desahogarse, se tiró al suelo de su habitación, se abrazó las piernas y hundió su rostro entre las rodillas.

El hecho de nunca haber tenido amigos verdaderos, de sentirse excluida toda su vida, y de los amores tóxicos que le habían dejado huella, fue el principal problema para que Maddie aceptara involucrarse en el mundo de Elliot, porque creía que, haciéndolo, alguien la miraría.

Morrison tenía una caja fuerte en casa, donde en esta guardaba una pistola, y Maddie sabía la clave. Tuvo muchos pensamientos alarmantes, pero no cometió ninguno de ellos. No podía hacerle eso a su padre. No quería dejarlo solo. Él merecía todo lo bueno que había en la vida y no iba a dejar que la impulsividad de un arrebato se apoderase de ella.

«Cuando todo esto termine, cada uno se irá por su camino. No quiero saber nunca más de esta historia», pensó.

Y así fue como Maddie quiso congelar sus sentimientos, a pesar de lo que sentía por Elliot.

Gabriel Morrison se presentó en casa del profesor Dwayne, para corroborar la existencia del cuaderno azul de Bellamy, donde relataba sus fantasías perversas y la obsesión por Victoria Massey. Llamó al timbre esperando a que el hombre lo recibiera.

La última vez que vio a Dwayne fue al salir de la vivienda de Jenkins y su actitud exaltada le dio a entender que había pasado algo entre ambos. Imaginó que fue una discusión, pero no sabía el núcleo.

El profesor abrió la puerta y recibió al detective con cortesía, como siempre hacía. La sonrisa en la cara no se la quitaba ningún disgusto. Morrison pasó a la casa y observó la estanterías del salón. Tenía muchos libros, lógico de un profesor, pero entre los estantes esperó visualizar algún cuaderno azul que pudiera dar con la descripción de Jenkins. No lo vio en ninguna parte.

—¿Ha ocurrido algo, detective Morrison?

—¿Sabe usted la existencia de un cuaderno azul de su hermano Daniel Bellamy? Era un diario.

A Dwayne le sorprendió la pregunta.

—Claro. Supe de su existencia en Fennoith, cuando entré a sustituir a mi hermano.

—¿Leyó el diario? —indagó.

—No entiendo muy bien por qué me está preguntando esto —expresó con recelo.

—Tengo entendido que en ese cuaderno se relata las fantasías de su hermano por la obsesión de Victoria Massey. Intentó violarla, aunque usted afirmó que no supo nada de eso, ¿verdad?

—No, no sabía nada del intento de violacion —asintió.

—¿Leyó el cuaderno? —insistió.

—Recuerdo haberlo leído por encima. Descubrí gracias al cuaderno que, Laura Jenkins, tuvo una relación amorosa con él, cosa que ella no me confesó directamente. Era cierto que relataba sus fantasías, pero más con Jenkins que con cualquier otra. No recuerdo haber leído nada de Victoria. Que tampoco le niego la posibilidad de que estuviera escrito, pero si hablaba de esa joven, no creo que mencionara su nombre en las hojas.

—¿La llamaba Sangre Nueva? —preguntó.

—No estoy seguro. Como ya he dicho, lo leí por encima.

—¿Tiene usted el cuaderno?

—No. Lo dejé en Fennoith.

Morrison lo anotó en su pequeña libreta de apuntes.

—Se marchó de casa de Laura Jenkins muy exasperado. ¿Ustedes tienen mala relación?

—Usted llegó a casa de Laura Jenkins demasiado pronto. ¿Qué relación mantiene con ella? —respondió él con otra pregunta.

Ambos adultos se miraron desafiantes.

—¿Se muestra a la defensiva? Dice mucho de usted. Mi relación con Jenkins no hay nada más allá de lo profesional. Sin embargo, creo que usted no podría decir lo mismo.

—Somos lo suficiente hombres como para admitir que la señorita Jenkins es una mujer muy seductora, ¿no es así, detective Morrison?

El detective apretó su mandíbula, asqueado.

—Tengo que irme. Gracias por su tiempo.

Aunque Dwayne hubiera afirmado que no sabía del todo lo que relataba las hojas del diario, Gabriel sospechaba que sí lo sabía, pero no quería admitirlo.

Si el diario no estaba en Fennoith, quería decir que, o se había perdido, robado, o Dwayne estaba mintiendo.

Y el detective se decantaba más por la última opción.

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Pregunta: ¿Desde qué país me lees? ❤️🌍


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