Mendigo

By ThiaDazVzquez

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Libro 2 de la trilogía "El Sir" Después de la muerte del último miembro de su familia, el príncipe Valan Euma... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18

Capítulo 8

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By ThiaDazVzquez


Restablecer la confianza en mí, dejar la tristeza a un lado y olvidarme de la ira que sentía hacía los dioses y el destino fue muy difícil, pero, afortunadamente, contaba con el apoyo de mi reina y su pueblo.

Poco a poco, comencé a retomar algunas de mis actividades cotidianas y a rehacer mi vida, un día a la vez.

Todas las mañanas, al despuntar el alba, Caradoc, Tòmag, Tàmhas, y yo salíamos a cabalgar por el bosque. Había olvidado lo mucho que me gustaba sentir el aire contra mi rostro, lo reconfortante que era la amalgama que formaban los sonidos que nos rodeaban.

Volví a mi entrenamiento. Tòmag y su hermano Tàmhas eran dos de los mejores caballeros de la reina, y estaban siempre dispuestos a batirse a duelo con quien tuviera la osadía de retarlos. Teniéndolos a ellos no necesité de ningún estafermo para practicar, aunque, he de confesar que extrañaba los monigotes fallidos de Alas.

Había perdido un poco de mi habilidad por falta de práctica, pero después de demasiadas derrotas, muchos cardenales en el cuerpo, y más de una humillante caída, logré comenzar a serles difícil de derrotar y, pasado un tiempo, pude vencerlos a ambos.

Tàmhas me enseñó a manejar el arco y las flechas, algo que me resultó mucho más complicado de lo que esperaba, pero disfruté muchísimo aprendiendo algo nuevo. Él y Tòmag eran los dos guerreros más antiguos de Aldys, aunque no parecían ser mucho mayores que yo.

Con la ayuda de Caradoc construí varios estafermos para entrenar a los más jóvenes, y al hacerlo, recordé las muchas sonrisas que los endemoniados espantapájaros de Alaster nos robaron a mis amigos y a mí durante nuestra estancia en el reino Lachlan; y las tantas sorpresas que siempre nos llevamos al probar cualquiera de los inventos del joven príncipe.

Recordar se volvía cada vez más sencillo y menos doloroso. Aún sufría al ver en mi mente la muerte de Clèm, pero ya no me sentía tan responsable por ella. Cuando pensaba en mi familia, veía a mi padre enseñándome a cabalgar, sonriendo con orgullo; a mi madre bailando conmigo en brazos, feliz; a Rozen jugando conmigo y llenándome de mimos; y a mi sobrino, ahora lo veía con la gran sonrisa que tenía cuando me mostró aquella rosa blanca que había plantado para Maghy. Se sentía muy bien verlos así. Tranquilos y felices. Sonrientes y llenos de cariño.

-----

El noveno mes del año llegó y con él, el aniversario luctuoso de Clèm. Aldys, Brac y Caradoc me ayudaron a preparar una pequeña ceremonia para conmemorar la ocasión. Esperamos la llegada de la noche y juntos nos dirigimos al río. Sobre un pequeño cuenco de madera dejé una vela y algunas rosas que había encontrado en el bosque. Dejé mi ofrenda en el agua y la dejé partir.

―Clèm, pequeño, en un día como este te uniste al resto de nuestra familia. Por mucho tiempo me culpé por tu partida, y deseé ir con ustedes. Todo fue tan repentino que no pude siquiera despedirme de ti. Ahora, es momento de dejarte ir ―suspiré y un nudo se instaló en mi garganta―. Aún es doloroso, eso no te lo puedo negar, pero no puedo seguir aferrándome a tu recuerdo. Tú mereces estar en paz, con los nuestros y, ahora sé que mientras siga llorando tu muerte, no podrás hacerlo. Te libero ahora, pequeño mío. Ve con ellos ―vi como mi ofrenda comenzaba a unirse al cauce del rio―. Sé feliz y permanece tranquilo, Clèm. Aprenderé a vivir sin ustedes, pero nunca dejaré de sentirlos y amarlos ―las lágrimas inundaron mis ojos―. Tu espíritu podrá ser libre desde este momento y yo volveré a ser quien era antes. Lo prometo ―dije lanzando mis palabras al viento, esperando que él las llevara a su destino―. Siempre estarán en mi corazón. Los amo. Adiós Clèm. Adiós ―respiré profundamente mientras veía mi ofrenda alejarse―. Vida, destino, queridos Dioses, ya nada nos debemos; Diosa Madre, Dios Padre, podemos estar en paz. De hoy en adelante me pongo en sus manos, les ofrezco mi existencia para que hagan con ella lo que más conveniente crean.

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El tiempo pasó y mi tranquilidad vino con él. Pronto, el otoño maduró hasta convertirse en invierno, luego llegó la primavera y ahora ya era verano de nuevo.

Durante este tiempo había aprendido mucho, de la naturaleza, del amor, de la sanación, pero sobre todo de mí. Sabía, ahora, que podía reponerme de los golpes más crueles del destino y, lo más importante, sabía que mi alma nunca se había perdido y que no necesitaba una razón para vivir, porque la vida en sí, era la mejor razón de todas.

El amor y la paciencia de Aldys me ayudaron mucho. Creo que nunca podré dejar de agradecer a los dioses que la hayan puesto en mi camino. Ella me ayudó a reencontrarme y a entender que la vida es el regalo más sagrado que nos ha sido dado y que no dura por siempre, por lo que debemos disfrutarla al máximo.

En aquel momento, después de tantos meses de haber perdido mi Norte, finalmente, me sentía completo de nuevo, y sabía que era tiempo de regresar a mi reino. Les había jurado, a Sir Dall y a Lady Ros, que volvería cuando estuviera restablecido, y ya lo estaba, pero no quería dejar el lugar en el que me encontraba. El lugar en el que finalmente había aprendido a ser yo mismo. En el que había logrado, después de tantos años, sentirme en paz.

Cada vez que pensaba en partir, recordaba las palabras que Aldys me había dicho cuando llegué a su lado: «estás en casa, a salvo», y en verdad, aquel pueblo se había convertido en mi hogar. Ahí había logrado sentirme protegido, querido y en familia. Pero comenzaba a extrañar a mi gente. Me sorprendía muchas veces pensando en los muchachos, en mis mentores y también, muchas veces, mis pensamientos viajaban hasta Maghy, ya no con la misma romántica ensoñación de antes, ni con melancólica fraternidad, simplemente pensaba en ella.

Sabía que era tiempo de emprender el viaje de regreso, pero no quería dejar a mi reina. El amor que sentía por ella era real y gracias a él me mantuve a flote y recuperé mi cordura. Maghy, por mucho tiempo fue mi mayor ilusión, pero Aldys fue la esperanza de mis días de soledad. Mi fuerza cuando más vulnerable me encontré. Me enseñó lo que era el amor de verdad, y por ello, por el amor y gratitud que le tenía, no quería alejarme de su lado.

―¿En qué piensas Amyr? ―preguntó ella.

―En lo mucho que te amo y en cuán agradecido estoy contigo ―dije besando su mano.

―¿Sabes que tus ojos nunca podrán mentirme? ―sonreí, recostando mi rostro contra su suave palma.

―¿A qué te refieres?

―A que no me estás diciendo la verdad ―sentenció, acariciando mi rostro con dulzura.

―Pero sí te estoy profundamente agradecido ―dije―. Aun así, veo que te es sumamente fácil leer mis expresiones.

―Te lo he dicho antes, tus ojos son gemelos de los míos. Ellos jamás podrán mentirme ―suspiré―. Dime, ¿qué es lo que sucede?

―Creo que es tiempo de regresar a mi reino ―murmuré. Sus ojos reflejaron tristeza y resignación, pero ella no me detendría.

―Prometiste volver cuando hubieras dejado atrás tu tristeza.

―Y lo he logrado ―de verdad lo había hecho―. He aceptado mi destino, Aldys, y ya no sufro como antes lo hacía por la vida que me tocó vivir.

―¿Pero? ―preguntó.

―Pero no quiero dejarte ―dije con sinceridad.

―Debes regresar con los tuyos, Amyr. Debes retomar tu camino.

―Lo sé, Aldys, pero no quiero separarme de ti.

―El amor no debería interferir jamás entre un hombre y sus obligaciones, Amyr. Yo sabía desde el principio que tu destino te alejaría de mí y no pretendo intentar evitarlo.

―Ven conmigo ―pedí en un susurro, porque sabía cuál sería su respuesta.

―Sabes bien que no puedo hacerlo. Mi pueblo me necesita tanto como el tuyo te necesita a ti. No puedo abandonarlos.

―Yo también te necesito ―murmuré.

―Amyr ―dijo acariciando mi rostro.

―Acepta mi mano en matrimonio. Sé mi reina ―sonrió.

―Una reina debe estar casada solo con su pueblo, Amyr, no con un hombre ―su mirada estaba cargada de tristeza.

―Aldys, no quiero quedarme sin ti.

―No lo hagas más difícil. Sabes que la reina se queda con su gente, pero te llevas a la mujer contigo. Mi cuerpo permanecerá en este lugar siempre, pero contigo se va mi corazón.

―Te amo tanto ―dije estrechándola con fuerza contra mi cuerpo.

―Y yo a ti―dijo, escondiendo su rostro en mi pecho―. Nunca pensé volver a amar a alguien así.

―No sé que habría sido de mí sin ti ―la abrazaba con fuerza, deseando que ese abrazo no terminara nunca.

―Habrías logrado brillar como lo haces ahora ―su confianza en mí era tan grande.

―No, no lo creo ―dije con total honestidad.

―¿Cuándo partirás? ―susurró, abrazándome con fuerza.

―Después de la próxima luna llena ―sentencié―. Quiero agradecer a los dioses por última vez a tu lado.

―Te ayudaremos a preparar tu viaje ―suspiró.

―Aldys, debo pedirte algo.

―Lo que gustes, mi señor ―dijo.

―Permíteme portar la marca de tus caballeros ―volteó a verme extrañada.

―Tú no necesitas portar mi marca porque no eres uno de mis caballeros. Eres mucho más. Amyr, eres mi señor ―tomé su rostro entre mis manos y besé su frente.

―Tòmag en alguna ocasión me dijo que «una reina siempre tendrá a sus caballeros. Y entre ellos siempre habrá uno al que honrará con el regalo de su corazón». Déjame al menos pensar que ese caballero soy yo.

―Amyr ―sus ojos se llenaron de lágrimas que se negó a dejar caer y sin decir palabra alguna asintió.

-----

Pasamos los últimos días juntos, disfrutando cada momento de nuestra compañía, atesorando cada sonrisa, cada caricia, cada mirada.

La luna llena llegó y, en un ritual lleno de magia y emociones, Brac grabó en mi pecho la marca de los caballeros de Aldys. Esa noche, mi reina y yo agradecimos a los dioses los favores que nos concedieron y el amor que nos mostraron. Yo agradecí además la nueva oportunidad que me brindaban. Y en esa última noche que Aldys y yo compartimos, la noche de nuestra separación, nuestras almas se besaron en una unión superior a la que nuestros cuerpos habían conocido antes.

El alba llegó y con ella la partida. El ambiente era triste, pero era momento de regresar a mi reino, a mi vida y a mis obligaciones. Caradoc se despidió deseándome la mejor de las existencias y ofreciéndome su eterna amistad y alianza. Tàmhas y Tòmag me indicaron el camino, y Brac me pidió nunca olvidar las enseñanzas y el amor de los Dioses. Pero fue despedirme de ella, mi reina, lo más difícil de todo.

―Es tiempo de dejarte y partir, amor mío.

―Me harás mucha falta, Amyr.

En ese momento, ambos habíamos ya comprendido que nuestros caminos discurrían por senderos distintos y que probablemente nunca volverían a cruzarse.

―Siempre te llevaré en mi corazón ―dije. Ella tomó mis manos y viéndome a los ojos me dijo:

―Donde estés, mis pensamientos llegarán hasta ti. Mientras la sangre corra por mis venas, cada mañana al despertar lo primero que haré será elevar una plegaria a los Grandes, por ti; y te saludaré todas las noches con los ojos fijos en Nindaranna antes de dormir. En mis ruegos pediré la bendición de algún día volver a encontrarte. En esta vida o en alguna de las siguientes. Hasta ese momento, Amyr, viviré honrando el amor que siento por ti ―la abracé con fuerza y la besé por última vez.

―¿Podré volver a verte? ―pregunté aunque sabía que no lo haría.

―Para hacerlo solo debes buscar a las krittikas o a Nindaranna en el cielo. Siempre que las veas, me verás a mí. Cuando añores mis caricias, siente el viento rozar tu rostro porque yo estaré en él. Escucha el silencio y me oirás decirte lo mucho que te amo. Yo haré lo mismo cuando necesite sentirme cerca de ti.

―Nunca te olvidaré ―dije con solemnidad.

―Ni yo a ti ―respondió ella con una hermosa sonrisa.

―¿Aldys? ―dije antes de alejarme por siempre de ella.

―Dime, Amyr.

―Mi nombre es... ―pero antes de poder decirlo ella posó sus dedos sobre mis labios impidiéndome hablar.

―No lo digas. Para mí y para este pueblo siempre serás Amyr, mi Amyr ―sonreí.

―¿Sabes, Aldys? Los dioses, lo sé ahora, son buenos. Y la más grande evidencia de su bondad es la esperanza. Es ella el mayor milagro de la vida. Gracias por enseñarme eso.

―Es tiempo de partir, mi señor. Solo quiero que, si en algún momento vuelves a sentirte triste y perdido, recuerdes que el alba viene siempre después de la oscura noche, y que sin la penumbra no podríamos jamás disfrutar del resplandeciente brillo de las estrellas.

―Adiós, reina mía.

―Sé feliz, mi señor.

Y así, atravesando la protección de los árboles guardianes, dejé atrás esa maravillosa etapa de mi existencia.

Era tiempo de retomar mi vida y era también momento de hacer algo que venía posponiendo por muchos años: regresar a mi reino y reclamar la corona de mi padre.

Ahora estaba seguro de que Anjou Challant, había estado en mi vida para enseñarme a enfrentar el dolor, la pérdida y la locura. Sir Anjou me enseñó además las bondades del honor y el amor. Amyr, el mendigo y vagabundo sin memoria, llegó a mí para hablarme de perdón y aceptación. Pero era momento de retomar la identidad que mis padres me habían heredado, el príncipe Valan Eumann Andrews. Debía dejar que él viviera y me enseñara cosas nuevas. Solamente abrazando mi verdadero nombre y dejando atrás los anteriores, podría sentirme digno de ocupar el trono de mi padre.

Había llegado el momento de unir a todos los personajes de mi vida para recibir el título que desde muy pequeño me había sido reservado. Estaba finalmente listo para ser conocido por todos como Su Majestad, el Rey Valan Eumann Andrews. 

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