Lo que callo para no herirte

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¿Callo para no herirte o te cuento la verdad? More

0. Salmeé
1. Salmeé
2. Elián
3. Salmeé
4. Elián
5. Salmeé
6. Elián
7. Salmeé.
8. Salmeé
9. Elián
10. Salmeé
11. Elián
12. Salmeé
13. Elián
14. Salmeé
15. Salmeé
16. Elián
17. Salmeé
18. Elián
19. Salmeé
20. Elián
21. Salmeé
22. Elián
23. Salmeé
24. Salmeé
25. Elián
26. Elián
27. Salmeé
28. Elián
29. Salmeé
30. Elián
31. Iván
32. Salmeé
33. Elián
34. Iván
35. Salmeé
36. Elián
37. Salmeé
38. Elián
39. Iván
40. Salmeé
41. Elián
42. Iván
43. Salmeé
44. Salmeé
45. Mary
46. Elián
47. Elián
48. Salmeé
49. Elián
50. Iván
51. Salmeé
52. Elián
53. Salmeé
54. Salmeé
55. Elián
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58. Salmeé
59. Iván
60. Elián
61. Mary
62. Mary
63. Mary
64. Elián
65. Salmeé
Agradecimientos
Especial 1/2: Elián
Especial 2/2: Elián

EPÍLOGO

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By CreativeToTheCore

Un año y un café más tarde...

 —¿Ya llegaste a lo de tu abuela en Betland, Pecas? —Hilda se acerca demasiado a la pantalla.

Puedo ver los canosos vellos de su nariz desde donde estoy.

—No, hice una parada en Owercity primero —informo antes de tomarme un segundo para sonreír a la mesera en forma de saludo. Según su delantal, se llama Kendra—. Tenía hambre.

—Hablando de eso... ¿Qué hay de almorzar? —Iván aparece tras Hilda y pone sus manos sobre los hombros de la dueña del café—. Podría comerme lo que sea.

—Cómeme a mí —pide la mujer, echándole un guiño sobre el hombro.

Me río cuando Iván aleja lentamente las manos, como si se tratara de una bomba a punto de estallar.

—Tendré pesadillas con eso. —Elián simula un escalofrío al deslizarse al lado de la anciana—. ¿Qué tal tu viaje? Nos llegaron todas las postales, incluso la de Las Vegas. No te casaste con nadie allí, ¿verdad? Porque me sentiría muy ofendido si no me hubieras invitado a la boda. Siempre quise ser una dama de honor.

—Tal vez podamos ir el fin de semana a la ciudad del pecado —reflexiona Iván metiendo las manos en los bolsillos del delantal—. Si tanto quieres asistir a una boda, puedes casarte con Hilda —le dice a su hermano—. Estaré honrado de ser tu padrino.

—Mejor no le metan ideas en la cabeza —aconsejo.

—No es un idea, es un hecho —corrige la mujer antes de tomar a Elián por la mandíbula y darle un ruidoso beso en la mejilla—. Incluso planeé la luna de miel, galán.

—¿Por qué no hacen boda doble entonces? —ofrezco achispada—. Existe la poligamia. La gente se casa con más de una persona en la actuali...

—¡Pecas! —reprochan los Berrycloth al mismo tiempos, horrorizados.

—¿Dos galanes y una abuela? —valora el dinosaurio—. Creo que mi vida sexual ha tomado un rumbo interesante.

—¿Qué vida sexual? —Se burla Elián—. De seguro tienes telarañas allá abajo. A que la última vez fue durante la Primera Guerra Mundial.

—No seas así. —Iván le da un golpe en la nuca—. Al menos di que fue en la Segunda.

—Su falta de educación me está obligando a regresar allí y patearles el trasero —advierto, a lo que entonan un «Lo sentimos, Pecas e Hilda»—. Así está mejor. Ahora voy a abastecerme de alimento y conseguir un boleto de bus hasta la casa de la abuela. Prometo hacer Skype de nuevo cuando llegue ahí.

—¡Más te vale, señorita! —replica ella—. Ya te estoy extrañando. Eras mi mejor empleada. —Los hermanos la miran con una ceja arqueada—. Estos dos no hacen más que romperme la vajilla, entre otras cosas, y hacer competencias para ver a quién le toca lavar el baño.

—Por cierto, le toca Elián —aclara Iván, de brazos cruzados.

—¡¿Qué?! Lo limpié las últimas dos veces, es tu turno —se queja el otro.

—Ahora van a limpiarlo los dos, en equipo —establece la señora—. ¡Ya, despídanse de Pecas y lleven esas colinas allí atrás!

Sonrío en cuanto me saludan de mala gana y se van codo a codo y con los hombros caídos.

—Esa es la Hilda autoritaria que conozco.

—Y esa. —Me señala—. Es la hermosa niña de la que estoy tan orgullosa. Te quiero, pero antes de irte... ¿Podrías decirme cómo apago este aparato? —Frunce el ceño hacia el teléfono y la imagen se torna borrosa en cuanto comienza a golpear el celular para que se apague.

Al cabo de unos segundos, la videollamada se corta y estoy bastante segura que ha destrozado la pantalla. Le dio con un servilletero.

Bloqueo el móvil que me regaló Iván antes de irme. Veo mi reflejo en cuanto se oscurece y no sé exactamente por qué, pero me sonrío a mí misma.

Desde el momento en que me confesé ante los Berrycloth, supe que no podía quedarme en Viltore City. Necesita espacio, y aunque ellos se ofrecieron a marcharse en mi lugar, me negué. Amo a esa señora que me ayudó cuando más lo necesité y me gusta trabajar en Hilda's, pero ese no se siente mi hogar. La habitación sobre el depósito cruzando el patio no lo era, y necesitaba encontrar uno tanto como necesitaba descubrir qué quería hacer con mi vida.

Soy joven, tengo todo por delante. No podía seguir ocultándome tras el mostrador de un café por más tiempo.

Con todo lo que había ahorrado durante los años, me marché. Visité a mi padre en California e incluso a mi madre con el propósito de por fin hacerles frente y dejar salir todo lo que venía guardándome desde niña. Estuve en varias ciudades después, sin rumbo fijo. Volví a escribir y de alguna forma logré desahogarme en las páginas, y, a su vez, terminar de conocerme. Me di cuenta que jamás hubiera podido existir una Mary con un Iván o una Salmeé con un Elian.

Debían existir Elián e Iván, y también Mary y Salmeé, pero por separado.

Ellos necesitaban recuperar su relación y yo comprenderme a mí misma para luego llegar a amarme, cosa que jamás hice.

Sin todo lo que le pasó a Mary no existiría Salmeé, y no se trata de deshacerme de ninguna de ellas, sino de fusionarlas. Las personas no cambian, sino que evolucionan; eso implica que el presente acepta el pasado y viceversa. No puedes tener un presente sin haber tenido un pasado y no puedes tener un pasado si no tienes un presente, es algo obvio, pero a veces uno tiende a olvidarlo.

Siempre intenté escoger entre ambas, pero no fue hasta hace poco que me di cuenta que debía elegirme a mí, a todo el paquete completo.

Está bien haber amado de forma romántica a Iván una vez, pero la realidad es que el amor fue mi salida para escapar de una realidad horrible. Me enamoré porque apareció en un momento donde necesitaba aferrarme a alguien. Las circunstancias tuvieron más peso que los sentimientos, ahora lo entiendo. Ser amigos es lo correcto para él y para mí.

Está bien haber odiado y no perdonar a Elián por insultar, golpear, quemar y dejar a coma a su hermano. También por haberme hecho sufrir de las crueles maneras en lo que hizo.

Está bien darle una oportunidad al Elián del presente sin olvidar al del pasado.

Está bien quererlo y adorarlo tanto como lo hago, y sentirme orgullosa del hombre en que se ha convertido.

Está bien haber dejado a los Berrycloth y haberme priorizado a mí.

Está bien, todo está bien por primera vez en mucho tiempo.

Al guardar el celular en la vieja mochila que me acompañó desde que me fui de casa, saco el libro que he estado cargando conmigo desde hace tiempo: La noche que Salmeé corrió las estrellas. Con el escenario perfecto, oyendo el zumbar de una cafetera y las aletas de un ventilador girando, lo abro y leo mi línea favorita:

«Correr no siempre en sinónimo de huir. Correr también es sinónimo de libertad. Estar huyendo y estar libre son diferentes. En la primera uno va con el corazón en la mano, temeroso a que se le caiga; en la segunda lo lleva en el bolsillo, confiado de que la vida puede ser maravillosa, sin apuro».

—Parece un buen libro. —Alguien toma asiento a un taburete de distancia.

Levanto la vista y me encuentro con unos ojos curiosos, del tipo libres, no de los que huyen.

—Lo es —concuerdo.

Kendra, la mesera, se acerca para tomar su pedido.

—¿Lo de siempre, Wendell? —Se limpia las manos en el delantal mientras el extraño asiente y ella se va.

Él vuelve a mirarme. Sus labios se tuercen hacia la izquierda, donde aparece un hoyuelo.

—¿Cuál es tu nombre, mujer del libro interesante?

Me gusta la forma en que dice «libro», como si fuera una persona. Ciertamente lo es, pero no una, sino varias. Los libros son personas y las personas son libros.

—Me llaman de muchas forma.

—¿No tienes una favorita? —replica, pero al segundo añade—: Espera. Sé la respuesta. Me dirás que es como elegir un libro, imposible.

—Sabes mucho de lectores, Wendell. ¿Acaso eres uno?

—Soy muchas cosas. —Se encoge de hombros—. Como, por ejemplo, tu cita de esta noche.

Tiene el grado justo de descaro. Él, su sonrisa ladeada y su hoyuelo esperan por mi respuesta.

—No tiene que ser esta noche. Puede ser justo ahora.

Cierro el libro de mamá al tiempo que Kendra regresa con dos tazas de café y las deja frente a nosotros. Conozco esa mirada. Yo también fui mesera. He sido testigo de los inicios de grandes historias de amor con cafeína de por medio.

—Será un placer, mujer del libro interesante. —Me mira con esos lindos ojos libres, y los míos, igual de libres que los suyos, advierten que el hoyuelo derecho aparece en cuanto su sonrisa se despliega como un libro al ser abierto.

FIN

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