Perfectos Mentirosos © [Compl...

By Alexdigomas

133M 8.6M 25.8M

Recién llegada a la elitista universidad Tagus, Jude Derry descubre que ahí todo gira alrededor de las fiesta... More

Nota
Prólogo
Antes de leer...
LOS PERFECTOS MENTIROSOS
Tagus
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21 - Primera parte
21 - Segunda parte
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23 - Primera parte
23 - Segunda Parte
24 - Primera parte
24 - Segunda parte
25 - primera parte
25 - segunda parte
Notita
26 - Primera Parte
26 - segunda parte
27 - Primera parte
27 - Segunda parte
27 - segunda parte (repetido para aquellos a quienes no les carga el anterior)
29 - Primera parte
29- Segunda parte
29 - Tercera parte
NOTA SUPER IMPORTANTE
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31 - Primera parte
31 - Segunda parte
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33
34 - Primera parte
34 - Segunda parte
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36
37 - Primera parte
37 - Segunda parte
38 - Primera parte
38 - Segunda parte
EPÍLOGO
Nota final de la autora
-Extras de la historia-
AEGAN (1)
CAPÍTULO EXTRA
EXTRA ESPECIAL

28

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By Alexdigomas

28

Apuestas, desapariciones y derrotas

 

Hora: alrededor de las tres de la tarde.

Lugar: sala de juegos del refugio.

Ambiente: lluvioso, ventado, frío.

Música de fondo: Done For Me - Charlie Puth Ft. Kehlani.

Y... empezamos la partida.

Serían tres rondas. La verdad era que no habría aceptado el trato de no estar muy segura de mis habilidades en el juego. Solía jugar póker muchísimas veces en la secundaria pública a la que asistía y —con todo el ánimo de alardear— pateé más traseros que un personaje de Márvel.

Ahí acababa de arriesgar a Adrik, lo sabía perfectamente, pero no lo perdería. En el póker, la mayoría del tiempo, todo se trataba de engañar. Y sí, posiblemente estaba jugando con el diablo, pero ya sabemos que eso se me daba muy bien.

Eché un vistazo rápido a mis cartas y volví a colocarlas boca abajo sobre la mesa. Aegan hizo lo mismo: un ligero alzamiento en el borde y luego las dejó descansar. Lo evalué a mayor detalle como solía hacer en cualquier juego. Su rostro no expresó nada que me hiciera sospechar qué cartas tendría. Se mantuvo neutral, lo cual siempre era una estrategia confiable. Los gestos a veces lograban delatar la mano del jugador. Aegan era tan experto como yo, no me cabía duda. Él sabía que debía manejar con cautela sus expresiones o podían terminar dándome la ventaja.

Durante unos segundos no hablamos. Nos limitamos a respirar y a jugar como un par de enemigos. El repiqueteo de la lluvia y la música era lo único que se oía. Incluso la preocupación sobre Adrik empezó a perder fuerza porque mi concentración pasó a un primer plano y lo único que flotaba ante mis ojos era el objetivo: ganar.

En cierto momento, claro, lancé una pregunta:

—¿Qué pasa con Artie?

De nuevo, Aegan no hizo expresión alguna. Tenía la mirada fija en las tres cartas del centro de la mesa que ya se habían volteado, concentrado, serio. Debía de estar pensando en si "ver" el resto de las cartas o simplemente igualar mi apuesta. En realidad, las del centro no me favorecían en lo absoluto, pero había aumentado la apuesta para asustarlo y hacerle creer que tenía una buena jugada.

—¿Qué pasa de qué? —fue lo que respondió en el instante en que arrastró las fichas para indicar que sí igualaba mi apuesta—. Voy.

Maldición.

—Se enrollaron un par de veces, ¿no? —seguí indagando.

Esperé que eso causara algo en él, tal vez cierta molestia por estar preguntándole algo personal, y que al mismo tiempo funcionara como distracción, pero no detecté más que indiferencia y ningún tipo de interés en su respuesta:

—¿Y?

—A veces ni le diriges la palabra —recalqué con detenimiento y obviedad—. Eso es muy cruel. ¿O me dirás que no te das cuenta de lo cruel que eres la mayoría del tiempo?

Su segunda respuesta fue simple y tajante:

—Así soy yo, tómalo o vete a la mierda.

—Muéstralas —le pedí.

Arrojamos las nuestras. Cuando volteó las dos últimas cartas del centro, vi que el condenado había ganado con un Full House. Así de asombrosa era su suerte. Bien, bien. Igual quedaban dos rondas. Esta solo era la primera. No debía dejarle ganar la segunda ni tampoco debía dejar que esa victoria me pusiera nerviosa.

Él recogió las cartas, volvió a barajear y repartió de igual manera. Empezamos. Le eché un vistazo a lo que tenía en mi poder. En ese instante, un trueno sacudió el cielo y la lluvia aumentó su fuerza para empeorar.

Me relajé sobre el asiento para pensar con calmita.

—Bueno, yo con gusto me iría a la mierda —comenté en relación a lo anterior—, pero desgraciadamente cuando haces ese tipo de cosas a otras chicas, no piensan igual. Y te lo intento explicar con calma, si te alteras te lanzo una silla.

Aegan omitió mi advertencia, alzó el borde de las cartas y después las dejó descansar. Volvió a sostenerme la mirada. La inexpresividad desapareció. Esa vez, sus ojos felinos brillaron con satisfacción y triunfo, con un descarado destello de: tengo algo bueno aquí... Sentí una punzada de disgusto al pensar que ganaría esta también, pero no me apresuré nada. Podía estar engañándome, siempre podía estar engañándome. En un juego, Aegan era el triple de peligroso y poco confiable.

—Al rato la saludaré, ¿feliz? —contestó con una fingida y sarcástica amabilidad.

Seguidamente, deslizó más fichas para doblar la apuesta. Menos mal no apostábamos dinero real, porque ni del culo me sacaba esos quince mil dólares que acababa de poner en la mesa.

Los igualé con mis fichas.

—¿De verdad no te gustó ni un poco? —insistí junto a un mohín.

—No.

Me pregunté si debía decírselo a Artie, aunque en realidad no me concernía del todo. El problema era que desde que llegué a Tagus estuve programada para actuar en contra de los Cash. Durante un segundo me pregunté qué pasaría si le contaba a Artie que Aegan había dicho que no le gustó ella ni un poco. De seguro se llenaría de rabia, de seguro empezaría a detestarlo tanto como yo, y contarle mi verdad sería más fácil. A lo mejor, las dos podíamos aliarnos más a fondo...

Claro que ya no era la misma del primer día de clases, y mi maldad ahora iba a dirigida solo hacia Aegan. No era capaz de lastimar a Artie con esa confesión. Nuestra conversación en la cocina había sido rara, pero no podía culparla por desconfiar de mí. Supuse que lo único que le quedaba, era superarlo.

Aegan volteó dos cartas del centro. Al verlas esbozó esa ancha y poderosa sonrisa de hijo de satán. La victoria se estampó en su cara como si acabara de aniquilarme por completo en todos los aspectos, pero no me cabía duda de que lo estaba haciendo de manera intencional. Otra estrategia: expresar su triunfo para ponerme nerviosa, debilitarme y retarme al mismo tiempo.

Enarqué una ceja.

—¿Alguna vez en la vida te ha gustado alguien de verdad? —me atreví a preguntar.

La sonrisa se esfumó en un parpadeo.

—Todavía no ganas tu derecho a una respuesta —se limitó a responder.

—No es esa la pregunta por la que juego —le aclaré junto a una risa de: no te equivoques amiguito—. Esta es solo una duda. ¿Es que acaso el gran Aegan Cash nunca se ha enamorado? Parecerá que no tienes sentimientos, sí, y te la podrás dar de dios mitológico, sí, pero eres un simple humano y los humanos sentimos.

Aegan tomó aire y lo soltó como si fuera una manera de reunir paciencia. Una sutil tensión le apretó los labios. Wow, de verdad le incomodaba mucho que alguien indagara en su vida o le hiciera preguntas muy personales. Debía de estar tan acostumbrado a ser un muro que cuando alguien intentaba derrumbarlo, lo que más le causaba era una incomodidad que transformaba en rabia. Solía pensar que la crueldad de Aegan era por puro placer. En ese momento pareció más bien una defensa a la que en algún punto había terminado por agarrarle el gusto. Quizás él había descubierto que ser así lo protegería y entretendría al mismo tiempo.

O quizás no. Quizás solo era un imbécil por naturaleza.

—Tengo sentimientos, solo que no por todo el mundo —aseguró con un aire teatral de víctima—. Las relaciones son siempre como un negocio: debes dar y recibir. Si uno gana y el otro no, el negocio se cae; pero si ambos ganan, se mantiene. Tiene sus condiciones: haremos esto y no aquello, podrás salir con tus amigos pero no con chicas, la pasaremos con mis padres un año y luego con los tuyos; y sus exigencias: fechas de aniversario, cumpleaños, recordar las preferencias del otro, escuchar, entender, amar. —Resoplo y giró los ojos con cierto hastío—. Es un trato en todas sus reglas, ¿y sabes qué es lo que nunca, jamás, por ningún motivo debes mezclar en un negocio si quieres que funcione?

Hizo uno de esos odiosos gestos con la mano para invitarme a responder. Se pareció muchísimo a Regan, que también solía recurrir a esos ademanes. No habría dicho una sola palabra, pero quería ver a dónde pretendía llegar.

—Sentimientos —contesté.

—Exacto —asintió junto a un chasquido de los dedos—. En mis noventa días no hay sentimientos, y por eso siempre han funcionado muy bien.

—Para ti solo.

Se encogió de hombros con desinterés. La camisa de mangas tres cuartos de color blanco que llevaba ese día dejaba ver los diseños tatuados en sus antebrazos. ¿Ya he dicho de qué iban sus tatuajes? Todos mantenían un estilo tribal. No eran simples, vulgares y trillados dibujos de corazones o calaveras o letras raras, no, cada uno tenía un aire en exceso artístico y elegante. Eran líneas, cuadrados, círculos, puntas, curvas, obras separadas que vistas desde buena distancia parecían conformar un solo diseño.

Le habría preguntado qué significaba habérselo hecho, pero un artista una vez me dijo que una de las dos cosas que no se preguntaban en la vida era el significado de los tatuajes. La persona debía tenerte el suficiente cariño o respeto para contártelo.

—Por desgracia, no controlo cómo la otra parte no cumple las condiciones a pesar de que las dejo claras —suspiró él—. Es como si te dijeran: no te lances a ese río que está contaminado; si igual te lanzas y mueres, el error fue tuyo porque ya te lo habían advertido.

Recuperó la comodidad y proyectó una sonrisa simple que daba a entender un mensaje: ya he demostrado mi punto. Yo le devolví la misma sonrisa con los labios pegados. No sabía si esperaba que le aplaudiera, que me levantara y le hiciera una ovación o que me salieran estrellitas de los ojos por la admiración. Simplemente le di mi respuesta:

—Lo que acabas de decir es como cuando en un libro tratan de explicar que el protagonista disfruta de lastimar a las mujeres por culpa de un pasado traumático. Intentan de todo: hacer que empatices con él utilizando una historia trágica y añadirle atractivo al mismo tiempo. Pero para mí no funciona. Es una excusa de mierda para justificar a un tipo de mierda proveniente de una fantasía de mierda.

Aegan soltó una risa espontanea, real, sin burlas, como si acabara de sorprenderlo mucho. Lo miré, seria. Casi que le faltó limpiarse una lagrimita. En lo que se calmó y recordó que estábamos en pleno juego, procedió a voltear la tercera carta del centro de la mesa.

—¡Joder, los planetas están alineados en mi honor! —exclamó con asombro y entusiasmo.

Una mueca amarga y despectiva apareció en mi cara ante su actitud de alarde, fue inevitable. Una de suficiencia y superioridad deslumbró en la de él. Durante unos segundos, nos sostuvimos la mirada. ¿Cómo era posible que lo detestara tanto? ¿Cómo podía estar sentada frente a él sin saltarle encima y gritarle toda la verdad? ¿Acaso él ni siquiera sospechaba que era el triple de peligrosa que Sedster y Regan en ese instante? No, me creía tan tonta, me creía tan insignificante que no le preocupaba demasiado mis intenciones. Por un segundo quise que lo supiera, que pensara: esta chica es quien puede arruinarme, a ella le debo tener miedo. Quise verlo asustado, inseguro, vulnerable, y disparar mi bala, que iba a asesinarlo de una manera peor que una procedente de una pistola real.

—¿Por qué carajos eres así? —no pude evitar soltar.

Él mantuvo la sonrisa diabólica.

—¿Tan atractivo y tan perfecto?

—Tan idiota y tan cruel.

Pronuncié esas dos palabras con desprecio y repugnancia, pero no parecieron afectarle en lo absoluto. De hecho, solo curvó la boca hacia abajo e hizo un ligero encogimiento de hombros. Era su estado favorito: "no me importa si mis actos son malvados, lo que importa es demostrar mi poder".

—Es subjetivo —comentó con cierto desinterés—. E igual hay para todos los gustos. Si no te gusté yo al principio, ahí tienes a Adrik, y cuando te deje de gustar él, ahí está Aleixandre. Ahora, ¿vas o no?

Sería imbécil...

Apreté los labios para contenerme una retahíla de groserías y miré las cartas en el centro de la mesa. Faltaban dos por voltear. Él tenía una apuesta grande en juego, lo que significaba que estaba muy seguro de que ganaría. A mí me tocaba igualar o no. Había cierto riesgo en ambas jugadas e incluso si igualaba me quedaba con una poca cantidad de fichas, pero detesté la idea de perder tanto como acababa de enfurecerme ese estúpido comentario suyo. Pero no iba a responderle con palabras, ni con una explosión de furia. Tenía algo mejor para él.

Arrastré las fichas para igualar.

—Muestra las cartas, Cash —le exigí.

Aegan soltó sus cartas en un movimiento ágil. Tenía dos muy buenas. Si había un ocho en las que todavía no se mostraban del centro, él ganaría. No estaba muy segura de cuáles eran las posibilidades, pero su postura relajada e imperial semejante a la de un Rey sentado en su trono con sus esclavos en frente cumpliendo cualquier orden, indicaban que ese ocho saldría sí o sí.

Como dije, engañar es la clave.

Solté mis cartas en un movimiento más lento. Aegan se les quedó mirando fijo por un momento como si esperara que no fueran reales, pero lo eran, e incluso si mostraba el resto de las cartas, incluso si salía su estúpido ocho, la mía se posicionaba como una jugada superior a la suya.

Yo ganaba.

¡Yo ganaba madafaka!

Una sonrisa amplia y triunfadora curvó mi boca, y entonces añadí el golpe final: coloqué las palmas sobre la mesa, me incliné un poco hacia adelante y en un susurro teatral y divertido semejante al que él había utilizado para hablar, le dije:

—Para que te enteres, Adrik no me va a dejar de gustar.

Volví a relajarme sobre el asiento y noté cómo tensó la mandíbula impecablemente afeitada. Perder y escuchar eso causó algo en él, pero se esforzó por ocultarlo en lo que emitió una risa burlona como si acabara de escuchar algo tonto y sin sentido.

—¿También quieres apostar eso? —me preguntó, retador y divertido.

Aegan extendió la mano para recoger las cartas. Luego, como ya nos habíamos quedado sin música, se levantó de la silla y fue hasta el reproductor conectado a un IPod y colocó otra: How Long – Charlie Puth. Regresó, se sentó y descansó el torso en el espaldar de su silla. Barajó las cartas y repartió. Me quedé mirando cada uno de sus movimientos.

—Apostaría solo si estás preparado para perder —contesté, todavía con el éxito reflejado en mi cara—. Pero conociéndote, al darte cuenta de que vas perdiendo harías todo lo posible por ganar, incluso si eso requiere mentir o inventar información.

Los labios de Aegan se redujeron a una sonrisa ladina y algo enigmática, como la de alguien que tenía en la punta de la lengua un secreto capaz de destruir con la misma potencia que la bomba de uranio arrojada sobre Hiroshima. Y por un mínimo segundo, que me desconcertó y me inquietó, sentí que Hiroshima era yo, absorta del momento en el que estallaría la destrucción y sobre todo sin ser capaz de imaginar cuál sería la magnitud de los daños.

Sin embargo, no reveló nada. Lo que supiera, se lo guardó y me dejó con cierta intriga tras sus palabras:

—Yo no invento —aclaró con suma tranquilidad—, solo doy el tipo de información que la gente desea que sea una mentira. Verdades dolorosas, creo que se llaman.

Negué con la cabeza.

—No eres nada confiable cuando odias a alguien —le recordé—. Eres como... agua clara con toda la suciedad asentada en el fondo. Si te agitan emerge lo que en verdad eres: turbio, grotesco, lleno de porquería.

La risa le salió sin que despegara los labios y la acompañó con un asentimiento de cabeza. A menos eso no podía discutirlo, hasta él sabía que era cierto.

Quedaba una última ronda y la empezamos en ese instante. Aegan miró sus cartas en un par de segundos y después se relajó de manera pensativa sobre el asiento, de nuevo con el índice acariciándole el labio inferior. Por su tranquilidad era fácil asumir que debía tener algo ganador, o que no lo tenía pero quería hacerme creer que sí.

En mis cartas, por el contrario, no había nada suficientemente bueno para llevar la ventaja... Bastaban para desanimar, pero me mantuve inexpresiva. Demonios. Si perdía esta, perdía el juego, mi respuesta y le debería a Aegan una ida a la cama. Si bien habría sido capaz de hacerlo unas semanas atrás, ahora lo pensaba y lo sentía extraño, como si en vez de ser una relación íntima fuera algo tan grave como un asesinato. Además, ¿cómo iba a suceder? Es decir, ¿yo iría a su habitación o él vendría a la mía? ¿Y luego quién desnudaría a quién? ¿Quién besaría primero? ¿Lograría... tener ganas? ¿Quizás debía tomar algo de bar media hora antes? Estaba negada a pensar en Adrik mientras sucediera el asunto. Si lo haría con Aegan, debía ver a Aegan. Pero... tal vez no sucedía. Estaba entrando en pánico innecesariamente. Estaba haciéndome películas, no debía...

Aegan arrastró todas sus fichas hacia el centro.

All in.

Es decir: lo apuesto todo.

Madre santa, iba a perder.

Corrijo: iba a perder como una estúpida.

Quedé pasmada y quizás él se dio cuenta.

—Esa palabra "odiar" es muy exagerada —suspiró de pronto mientras esperaba mi reacción. Mi mirada ascendió hacia él con la lentitud de la perplejidad—. No te odio, Jude. Y para que quede claro, tampoco odio a Adrik. Me refiero a que... si necesitara un corazón en este mismo momento yo igual se lo daría. Claro, si Aleixandre no se lo da primero. Pero nos gusta fastidiarnos. Son cosas que no entenderías.

Me atravesó duro la parte de "es algo que sé que no entenderías". ¿Que yo no comprendía de qué era capaz uno por un hermano? Estaba sentada en esa estúpida mesa para hacer justicia por la muerte de Henrik. ¡Ja! Nadie más que yo entendía cuanto significaban esos sacrificios.

Apreté una mano por debajo de la mesa y me exigí contenerme para no arruinar las cosas.

—Supongo que no, no lo entiendo —me limité a decir.

Volví a mirar mis cartas. Un tres y un dos. No eran casi nada. Las cinco cartas estaban boca abajo en el centro. Todo dependía de lo que había allí. Un frío nervioso y tenso me recorrió la piel. Evalué mis posibilidades. Podía intentar engañar a Aegan, pero en realidad él podía tener un par superior. Por la apuesta anterior no me quedaban suficientes fichas para igualar su all in...

En un juego normal solían dar un tiempo específico para pensar, pero mis dudas parecieron satisfacer a Aegan así que ignoró esa regla y no me presionó. Solo se relajó como si supiera que la cosa podía tardar.

—Juegas muy bien —comentó con ligero asombro y serenidad.

Tragué saliva. Mil cosas estaban pasando por mi cabeza, pero no le permití verme incomoda o asustada.

—Lo mismo digo —asentí.

—Una cosa más de tantas que tenemos en común. —Soltó una pequeña risa como si se hubiera contado un chiste él mismo—. Somos más parecidos de lo que te gustaría admitir.

Fingí estar de acuerdo.

—En algún universo incluso seríamos grandes amigos.

Aegan hizo un mohín de duda. Con el dedo índice y el de en medio empezó a mover contra la mesa su par de cartas en un jugueteo distraído.

—Podríamos serlo en este mismo universo —aceptó y fijó los ojos entornados y depredadores en mí con cierta suspicacia—, pero no es eso lo que tú quieres.

Hundí ligeramente el ceño en un falso gesto de curiosidad.

—Y según tú, ¿qué es lo que quiero?

—Ganarme.

—Quizás solo en un juego.

—Quizás en algo mucho más grande.

Me reí como si fuera muy ilógico, absurdo, sin sentido, por completo ridículo.

—Si no estás seguro o no tienes pruebas, son simples y absurdas suposiciones —le dije con un encogimiento de hombros.

Pero Aegan negó lento con la cabeza mientras sonreía con suficiencia.

—Suelo sospechar cosas que terminan siendo de todo menos absurdas —aseguró—. Como lo de Adrik y tú, y ahora lo que Regan sabe de ti.

Dejé de parpadear.

Ya va.

¿Qué?

Mi mirada ascendió desde las cartas hacia él. Desprendía una serenidad tan confiada que me dejó helada. Parecía ese tipo de tranquilidad que demostrabas cuando alguien te decía una mentira, pero tú ya tenías todas las capturas de pantalla con la verdad. Sin embargo, escruté su rostro en busca de algo. Solo que eso no había sido un comentario de juego o una estrategia para distraerme. Eso había sido una verdad soltada con mucho ingenio en el momento perfecto.

Traté de no demostrar mi perplejidad, pero me resultó imposible.

—¿Eh? —fue lo que salió de mi boca.

—Viví toda mi vida con esa basura —contestó con bastante simpleza—. Lo conozco tan bien que hasta te diría qué comió por la mañana y cagó por la noche. Sabe algo de ti, ¿no es así? Porque para pedirte ayuda, para intentar incluirte en su plan, tiene que saber algo que le dé una ventaja. No se arriesgaría a dar información si no tuviera manera de evitar que se divulgue.

Quedé todavía más paralizada, mirándolo tan fijamente que hasta se me olvidó parpadear. Pequeño detalle pasado por alto: Regan seguía siendo un Cash. Y a lo mejor Aegan y él no eran los hermanos más unidos, pero se conocían. Qué tonta. En mi necesidad por ponerme a salvo de manera tan abrupta, no había pensado a fondo en los vacíos de esa nueva mentira que les había soltado a todos en el apartamento.

—¿Lo ves? —habló Aegan con suavidad ante mi silencio—. Sigues creyendo que el más inteligente es Adrik, pero a decir verdad Adrik solo es el más sensato. Y la sensatez a veces es muy aburrida. —Se inclinó hacia adelante y entrelazó las manos sobre la mesa, expectante—. Entonces dime, ¿qué es lo que sabe de ti?

Con un dejo de molestia hacia mí misma, activé mis habilidades más cautelosas.

Suspiré y fingí reunir paciencia.

—Si ni siquiera sabías que Regan vino hasta acá para hacerte desaparecer por órdenes de tu propio padre, creo tu supuesta gran inteligencia en realidad no queda muy bien parada.

Lo dije con el tono monótono adecuado y la apropiada expresión indiferente para que no advirtiera nada raro en mí. Entornó un poco los ojos, que eran de un gris muy claro y muy transparente bordeados por una línea negra. Pensó algo. Sospechó algo. Trató de dar con algo. Luego hizo un gesto de: ni modo... Extendió las manos, todavía apoyadas en la mesa, y alzó los hombros.

—Lo bueno es que tu secreto me asegura que no vas a cagarla por el momento. Y si no me quieres decir ahora, igual voy a averiguarlo. —Bajó la vista hacia mis cartas y las señaló con un dedo para referirse a ellas y al juego en sí—. ¿Qué piensas hacer?

Tomé aire. Los nervios me empezaron a acelerar el corazón. Sentí arrepentimiento por arriesgar tanto y ese mismo arrepentimiento desapareció al exigirme firmeza.

Lo que suceda, sucederá.

-Dijo la que no tiene ni mierda de idea de qué hará si sucede una cosa o la otra.

—Veamos las cartas —decidí.

Las soltamos. Vi las suyas y Aegan vio las mías. El mundo se me cayó a los pies y se ralentizó. Demonios... tenía una jota y un siete. Por supuesto que estaba tan confiado. Con eso me daba una patada por el culo. Faltaba voltear las cinco cartas del centro, pero ya su par era superior al mío por mucho.

Lo único que quise hacer fue apoyar los codos sobre la mesa, cubrirme la cara con las manos, frotarme los ojos y decir en voz alta: soy una imbécil; pero en realidad no conseguí mover ni un músculo. Aegan dijo algo, quizás alardeó, pero como todo iba tan lento desde mi perspectiva, ni lo escuché ni lo entendí. Tampoco fui capaz de pensar en lo que tendría que hacer, solo intenté maquinar alguna forma de librarme de ello. De todos modos, saber que perdería me produjo un desanimo de proporciones astronómicas, como si me hubieran inyectado suero de la tristeza.

Estaba tan sumida en mis lamentos que no vi que los dedos de Aegan voltearon las tres primeras cartas hasta que estas estuvieron boca arriba.

E incluso me tomó unos segundos procesar lo que significaban.

Un cuatro, un cinco y una jota.

El mundo reanudó su curso a una velocidad palpitante. Me puse las manos en la cabeza en un gesto inevitable y apreté con fuerza los labios para reprimir un gritito. Los latidos de mi corazón, acelerados por el miedo, se aceleraron aún más por la esperanza que estalló en ese instante.

Jooder. La jota le favorecía mucho a él, pero el resto eran míos. ¡Míos, perras! Miré las cartas de nuevo para comprobar que eran reales, pasmada y a la expectativa. ¡Lo eran! Todo acababa de dar un buen giro. No estaba tan mal parada. Necesitaba que apareciera un seis en las dos cartas restantes que todavía no se mostraban, y las probabilidades eran quizás de un treinta por ciento.

Aegan estaba al tanto de ello. La sonrisa seguía en su cara, confiado en que su suerte era mejor que la mía, pero mi seguridad acababa de regresar. A lo mejor, los planetas no estaban alineados a favor de él, sino a favor de mua.

—Veamos la siguiente —dijo él con cierto misterio y lentitud.

Dio vuelta a la cuarta carta.

¡¡¡Un seis!!!

Casi salté de la silla. Ahogué un "fuuuck" de asombro y emoción. Aegan apretó los labios, reprimiendo una risa por mi reacción. De un momento a otro, me pareció el juego más interesante de mi vida. Sentía latidos por todo el cuerpo y la expectativa era ansiosa e hiperactiva. Tuve que agarrarme de los bordes del asiento.

Hasta ahora yo tenía la victoria, pero si salía un ocho o un tres, Aegan ganaba.

Tomé aire.

Él colocó los dedos sobre la última carta.

Nos miramos.

Chispas de rivalidad.

Miramos la carta.

Le dio vuelta.

Un as.

—¡JAAAAA!

Eso salió de mi boca en un grito de victoria. Alcé los brazos en puño hacia un público imaginario que me aplaudía. De fondo, un trueno removió el cielo y un ventarrón sacudió las copas de los árboles que rodeaban el refugio. El ventanal mostraba un panorama gris, empañado y gélido, pero en mi mente había empezado a sonar a todo volumen el honorifico: we are the champions my frieeeends! Un Adrik imaginario estaba feliz. Yo estaba feliz.

Aegan se recargó en la silla y mostró las palmas en señal de aceptación. Asintió con elegancia para aceptar su derrota. Admití que me sorprendió que no estallara en gritos y furia, pero él era tan raro a veces y mi victoria ya era tan oficial que no intenté cuestionar nada.

Me tranquilicé. Ahora venía mi premio. La expectativa me cosquilleó bajo la piel.

—¿Qué es lo que quieres saber? —me preguntó, casi como una invitación.

—La verdad sobre lo que sucedió con Melanny —dije sin rodeos.

Por el silencio en el que se sumió, supe que fue algo muy inesperado para él. Quizás habría creído que le preguntaría cualquier cosa estúpida, menos eso. De todas maneras, Aegan no demostró qué le había causado el hecho de que exigiera algo así y de esa manera tan directa. Si lo hubiese hecho habría sido como enviar una pista sobre su verdadera debilidad a su enemigo.

—La verdad... —repitió con un detenimiento pensativo hasta que hundió las cejas con algo de confusión—. ¿A qué te refieres con "la verdad"? ¿Que salía con Tate? Ya te lo habrá contado Adrik, ¿no?

—Cuando estuve en el armario escuché bastantes cosas —le recordé. Decidí usar una voz inocente, chocante, cargada de falsedad—. Y me llamó especialmente la atención la parte de "sé que es mi culpa", como si tú hubieras hecho algo que... no lo sé, causara su muerte.

Aegan ladeó un poco la cabeza, observándome. Silencio. Esperé. Más silencio. Como no contestaba, aproveché el momento y le hice ese odioso gesto con la mano para invitarlo a responder. Me sentí muy satisfecha solo por eso. Él comprendió que era intencional. Sus ojos se achinaron unos milímetros en lo que sonrió amplio. No hubo diversión en esa sonrisa, sino algo tipo: condenada inteligente...

—Detecto una acusación oculta allí —fue lo que dijo.

—Es más una duda —le aclaré con una simulada incredulidad—, porque cuando Regan me ofreció ayudarlo, me dijo que sospecha que tú estás ocultando algo en relación a Melanny.

No le sorprendió, pero quizás lo desconcertó. Su ceño se hundió en un gesto ligero, pero la sonrisa se mantuvo, como si uno no conectara con el otro. Fue un mohín curioso, extraño y divertido al mismo tiempo.

—Algo como que... —Vaciló un instante—. ¿Yo la maté?

Me puse una mano en el pecho y fingí sobresaltarme. Aparenté tener la misma de alguien que acababa de escuchar cómo calumniaban a una persona íntegra y buena, incapaz de cometer algo tan atroz.

—Oh, yo no he dicho eso —me apresuré a decir y puse una cara que expresaba total rechazo hacia la palabra "matar"—. Pero sí, algo así.

Él volvió a sumirse en otro silencio de esos en los que parecía que esperaba algo de mí, pero solo estaba pensando y evaluándome al mismo tiempo. Y a decir verdad, yo también lo estaba evaluándolo a él. Hasta ahora no había demostrado incomodidad por la acusación, pero era obvio que lo había dejado algo colgado.

Porque el tema de Melanny era extraño, ¿cierto? Cuando se pronunciaba su nombre, si te dabas cuenta, afectaba de alguna forma a cada uno de los Cash. Me intrigaba mucho todo lo que el asunto podía producir en su actitud, el aire de misterio que flotaba si la conversación se trataba de ella. Era como... como si alguien mencionara a Hitler en una sala llena de alemanes y judíos. Las sonrisas desaparecían, las miradas se fijaban en otros puntos, los cuellos se tensaban y la incomodidad y el silencio reinaban entre quienes no estallaban de furia. La mayoría se ensombrecía al recordar la historia más oscura de su país.

Melanny parecía ser la historia más oscura de los Perfectos Mentirosos.

Aegan se removió sobre la silla al despertar de sus pensamientos. Una expresión curiosa y analítica apareció en su cara. Entrecerró un tanto los ojos como si intentara ver algo pequeñito en mi mejilla.

—¿Y tú qué crees? —me preguntó en un susurro—. ¿Te parece que lo hice o no?

Pensé que era una pregunta retórica y burlona, pero permaneció serio sin un asomo de broma. Sospeché que en verdad quería saber mi respuesta, así que algo desconcertada, se la di:

—Bueno, en base a todo lo que has dejado ver de ti, pienso que me matarías a mí también. Incluso dijiste que eras un monstruo, ¿no?

Curvó la boca hacia abajo: comprensible. Creí que contestaría de inmediato, pero su mirada se perdió por detrás de mí y se clavó en el vacío. Fue una actitud rara. Se ausentó justo como cuando lo había encontrado sentado barajeando las cartas. Dio la impresión de estar vez cavilando sobre lo que significaba cada palabra de lo que acababa de responderle, pero posiblemente estaba jugando con la verdad que sabía que no soltaría.

—Quizás soy la clase de monstruo que mata, sí —dijo de pronto.

La nota tan ausente y lejana en esas palabras me tomó por sorpresa. Sonó a lo que saldría de la boca de alguien que razonaba algo a fondo, como un murmullo o una... ¿confesión? ¿Era eso? ¿Acababa de admitirlo? Sin el brillo de burla o de malicia, lo parecía. Y me dejó atónita. Ni siquiera supe cómo procesarlo. No reaccioné como siempre habia esperado reaccionar: con gritos, acusaciones, llanto, agresividad, solo me quedé ahí sentada pensando que si esa era la verdad, si estaba admitiendo haber matado, faltaba que pronunciara el nombre. Aquel nombre.

Creí por un instante que estaba ante una confesión hasta que sus ojos se deslizaron hacia mí y me encontraron otra vez. Volvieron a verse felinos por la pícara y maquiavélica sonrisa que se formó con mucha lentitud.

—O quizás no —agregó en un susurro y dejó los labios entreabiertos para advertir que diría algo más. Hizo una pausa que, sobre el espeso silencio, me hizo contener la respiración—. O quizás la verdad es que...

La verdad era que...

La verdad era que...

Volví a aferrarme a la silla.

La verdad era que...

Esperé...

Lo necesité...

La verdad era que...

Alguien entró de golpe al lugar. Aegan se silenció. Solo escuché las palabras:

—Aleixandre desapareció. Ya lo buscamos por toda la casa. Owen dice que en el garaje falta un auto. Se lo llevó.

Giré la cabeza de manera automática, todavía pasmada y sumida en lo que Aegan pretendía decir y pudo haber dicho. Intenté reconocer a quien estaba en la entrada. Era Artie. Ella había hablado. Tenía una expresión de susto estampada en la cara. Había venido corriendo, urgente, agitada. Se le había desordenado la coleta.

Sin decir más se dio vuelta y salió corriendo hacia algún lugar. Todavía en modo automático y maquinal, con los labios entreabiertos y secos por el pasmo, volví la atención hacia Aegan. Él la volvió hacia mí. Ese aire extraño que había adoptado, ya se había esfumado. De nuevo parecía el exitoso, enérgico y confiado hijo de Adrien Cash. Pero no. Yo quería la respuesta. Necesitaba la respuesta.

Tuve que carraspear la garganta para hablar, pero aun así la voz me falló.

—¿Cuál es la verdad? —pregunté casi en un aliento. Aguardé un instante, sin embargo, el silencio de Aegan se prolongó. Aferrada a la silla, me incliné hacia adelante y tragué saliva. La voz me salió más desesperada de lo que esperé—. No juegues conmigo, Aegan, porque justo ahora tengo otro lado que elegir si quisiera.

Él solo soltó una risa burlona.

—El cual no elegirías porque de este lado está Adrik —aseguró con su tono teatral favorito. Luego hizo un falso y exagerado gesto de incredulidad y desconcierto—. ¿O de verdad lo traicionarías? ¿Al pobre Adrik que justo ahora está dando la cara por nosotros para encontrar una manera de salvarnos a todos?

Apreté los labios, negada a contestar esas intencionales preguntas. Aegan interpretó eso como quiso, es decir, como un silencio de derrota. Sonrió triunfante, incluso cuando la ganadora del juego había sido yo. Se levantó de la silla. Lo contemplé desde mi lugar, pequeña en comparación a su altura y porte impresionantemente arrogante. E incluso cuando rodeó la mesa y se detuvo a mi lado, me mantuve rígida y temblando porque ninguno de mis músculos reaccionó. Había quedado plantada en esa silla. Así esperé, tensa y llena de rabia, por lo que sea que fuera a hacer.

Él se inclinó. Con el rabillo del ojo alcancé a ver que hundió una mano en uno de sus bolsillos. La sacó y la alzó frente a mi rostro. Vi que entre su dedo índice y medio sostenía dos cartas de póker.

Una era un ocho y la otra era un tres.

Contuve la respiración. Mi rigidez pasó a otro nivel. Las miré con fijeza.

Eran nada más ni nada menos que los números que si hubieran estado en el centro de la mesa en nuestra última ronda, le habrían hecho ganar a él.

Eran, en definitiva, los números que de alguna forma había sacado de las cartas a propósito.

—Y para que quede claro —me susurró al oído con detenimiento, tan cerca que sentí su aliento cálido y fresco golpearme la piel de cuello— he estado jugando contigo desde el principio.

Arrojó ambas cartas sobre la mesa, se enderezó y salió de la sala.

Solo cuando ya no escuché sus pasos, cerré los ojos y solté todo el aire que había estado conteniendo. Me puse una mano sobre el estómago al sentirme por completo vacía y engañada. Apreté los ojos un momento y luego los abrí. Contemplé el tres y el ocho sobre el resto de las cartas del juego. Trampa. ¡El imbécil me había hecho trampa! ¿En qué momento? ¿De qué forma? ¿Mientras barajeaba? ¿En algún parpadeo? ¿Entre mi distracción? ¿O cuando se levantó a cambiar la canción? ¿Y cómo? ¿Cómo no me di cuenta? Pero aún más importante: ¿por qué?

Me había dejado ganar, eso era obvio, pero una trampa para perder no parecía algo propio de él. A cada cosa que Aegan hacía le buscaba el rabo con una lupa. Este pequeño engaño me pareció aún más peligroso que todos los anteriores. Traía consigo un mensaje, por supuesto, pero tenía la mente tan revuelta que no me quedaba del todo claro.

La cabeza se me hinchó de dudas. Tuve que volver a exhalar. Ya pensaría en todo ello. Ahora Aleixandre se acababa de ir. Un lío más.

Salí corriendo de allí. Llegué a la sala principal justo cuando Aegan estaba acribillando a Artie a preguntas. Ella le respondía con cierto aceleramiento, como si en vez de interrogarla estuviera tratando de reducirla. Por otra de las entradas de la enorme casa (porque allí todo se conectaba con todo de una forma laberíntica) apareció Owen. Venía a paso apresurado y sostenía su celular contra su oreja. La cara de preocupación y nervios era evidente. Se me ocurrió preguntarle qué sucedía, pero entonces la cosa sucedió rapidísimo:

Aegan vio a Owen, notó algo y en un microsegundo salió disparado a toda velocidad hacia él.

—¡¿Qué carajos crees que haces?! —le gritó Aegan.

En lo que llegó a él, le dio un fuerte empujón.

—¡¿Aegan qué coño...?! —intentó decir Owen en lo que, cogido por sorpresa, recibió el impacto.

El chico casi perdió el equilibrio, pero logró mantenerse. Aegan volvió a lanzársele encima. Creí que para pegarle, pero lo que hizo fue arrancarle el celular de la mano.

—¡Desde aquí no se llama con nuestros teléfonos, imbécil! —le regañó Aegan, furioso—. ¡¿Quieres que nos rastreen o qué?!

Owen quedó estupefacto y lo miró con los ojos bien abiertos y cargados de asombro. Pensé que fue debido a la repentina ira de Aegan, lo cual también nos dejó a Artie y a mí en nuestros sitios, inmóviles y sorprendidas. Pero...

—¿Rastrearnos? —le preguntó Owen con una pausa atónita entre las silabas. Le arrojó a Aegan una mirada cargada de desprecio—. ¿Aleixandre se acaba de ir a quien sabe dónde y tú te preocupas porque pueden rastrearnos?

—¡Hay teléfonos desechables para emergencias y te lo dije apenas llegamos! —volvió a gritar Aegan con obviedad.

De manera instantánea el ceño de Owen se frunció tanto pero tanto que en el momento en que se lanzó contra Aegan, no me sorprendí ya.

—¡A veces eres un malnacido de mierda! —le insultó Owen.

Logró propinarle un empujón a Aegan, pero este solo retrocedió sin tambalearse. No era que Owen fuera un pelele. De hecho, estaba tan bien formado como Adrik, pero Aegan siempre parecía tener un aguante y un porte superior al de todos. De igual modo, que Owen intentara golpearlo lo enfureció más. Y en cuanto lo vi coger impulso para irse contra el rubio, decidí intervenir.

—¡Oigan, oigan! —les grité, entrando en escena—. ¡Es el peor momento para pelear!

Me metí en medio de los dos con los brazos extendidos en dirección a ambos pechos. Una de mis manos golpeó el de Owen y la otra el de Aegan. Se sintió como presionar una pared que si se cerraba me aplastaría como barajita, pero traté de empujar con toda la fuerza que mi cuerpo de pollo podía utilizar. El par intentó adelantarse, pero entonces me giré hacia Aegan y lo empujé con las dos manos, aferrándome a la tela de su camisa.

—¡No hagas esto ahora, Aegan, lo que importa es Aleixandre! —le exigí al mismo tiempo que lo impulsé para retroceder.

Mi rostro, inclinado hacia atrás para ver el suyo, le llegaba solo a la altura de la barbilla. Su respiración, pesada como la de un toro, me golpeó. Detallé la tensión en su cuello y en su mandíbula. Ese imbécil perdía el control tan fácil que me atreví a admitir que era lo que más detestaba de él. Parecía un fosforito. Hacía falta un mínimo roce para que se encendiera de furia y se le nublara la mente.

Al otro lado, Artie cogió a Owen por un brazo y lo jaló.

—No peleen, por favor, es lo menos que necesitamos ahora —le dijo en un intento de calmarlo—. Estamos todos en el mismo lío, no podemos ponernos en plan de enemigos.

Eso pareció funcionar de algún modo. Ninguno de los dos intentó acercarse a pesar de que continuaron en una postura de ataque y enfrentamiento, pero me mantuve frente a Aegan para prevenir. Bueno, obviamente yo no iba a lograr detener a esa mole por completo, pero cualquier intención contaba, ¿okey?

Aproveché el momento y decidí soltar la pregunta:

—¿En qué momento desapareció Aleixandre?

—Hace unos quince minutos, creo —me respondió Owen. Su voz tenía una nota agitada y muy inquieta—. Estábamos aquí comiendo los sándwiches, pero dijo que iría al baño. Tardó mucho. Como estuvo bebiendo, Artie y yo creímos que estaría de cabeza en el retrete. En lo que fuimos a chequear si estaba bien, no lo encontramos en ningún baño. Revisamos las habitaciones, el resto de la casa e incluso el garaje. Ahí me di cuenta de que falta un auto.

—Y él tiene llaves y acceso a todo —agregó Artie, todavía cogida del brazo de Owen— así que sabemos se fue.

—Pero, ¿a dónde se le ocurriría ir justo ahora? —inquirí.

—¿A buscar a Adrik, quizás? —dudó Artie.

—O a Sedster —sugirió Owen en un suspiro de preocupación.

—Será pendejo... —murmuró Aegan.

La situación volvió a agitarse.

—¡Tú eres el pendejo! —le gritó Owen de repente. Lo señaló con el dedo e intentó irse hacia adelante, pero Artie lo jaló con fuerza y se le guindó como un llaverito—. ¡Si todos estamos nerviosos e inestables es por tu culpa!

—¡Claro, como si ustedes no hubieran causado toda esta mierda! —rebatió Aegan en un rugido.

También intentó lanzarse contra Owen, pero de nuevo lo impulsé con mis manos. Tuve que recurrir a todo mi cuerpo. Sentí cómo se resistía, pero no me rendí hasta que aflojó la intención. Era como intentar ser la jaula de un toro.

—¡Lo que sucedió esa noche no fue nuestra culpa, así lo planeó Tate! —defendió Owen.

—¡Ustedes tenían que ocuparse de ella y no lo hicieron! —refutó Aegan.

Pero Owen se soltó del brazo de Artie de un jalón impulsivo y el siguiente grito que soltó fue tan fuerte, tan acusatorio, tan afilado que posiblemente se escuchó en cada habitación de la casa:

—¡Anda, lánzale la carga al que puedas para que no te pese, pero te recuerdo que a la única persona a la que Melanny le tenía miedo era a ti, no a Aleixandre, ni a Adrik, ni a mí! ¡A ti!

Un silencio espeso surgió tras esas dos últimas palabras. Alterné la mirada entre ambos. Un solo pensamiento cruzó mi cabeza: ya fue, le va a partir la cara... Pero Aegan era cien por ciento rigidez y tensión. Sus manos estaban hechas puños. Su pecho estaba hinchado de furia, y como seguía pegada a su cuerpo, percibí el acelerado ritmo de su respiración. Hasta el corazón le iba rápido. Estuve segura de que el golpe que podría arrojar sería un rompe huesos. Y ante la preocupación, estrujé un poco más su camisa e hice presión para recordarle que seguía allí como un muro que intentaría empujarlo hacia atrás dependiendo de lo que hiciera.

Sin embargo, antes de que alguno de los reaccionara, la voz que se oyó fue la de Artie.

—¿Tampoco podemos ver las redes sociales? —preguntó, más para Aegan.

Pareció un comentario fuera de lugar, súper ajeno al momento, y por esa razón todos la miramos con el ceño fruncido tipo: "¿qué carajos pasa contigo?". Pero en lo que me di cuenta que sostenía su teléfono contra el pecho y además pillé la preocupación y los nervios en su cara, entendí que se refería a algo importante.

—Hay una conexión a internet protegida —dijo Aegan con desconcierto, tipo que no comprendía por qué preguntaba eso justo ahora.

—Okey —exhaló ella junto a un asentimiento y alternó la vista entre todos—. Porque justo mientras buscábamos a Aleixandre por toda la casa, Dash me envió un mensaje diciéndome que viera urgentemente la cuenta oficial de Instagram de Tagus. Y... en vez de pelear, mejor tienen que ver lo que alguien posteó.

Fui la primera en acercarme a ver. Artie nos mostró la pantalla. Era uno de esos videos de Instagram de menos de treinta segundos. Lo primero que me llamó la atención fueron las quinientas mil reproducciones. Lo segundo, claro, que quienes estaban en el video éramos Aegan y yo.

Nos estábamos gritando. Eso había sucedido justo anoche, justo después de que Aegan me descubriera en el armario de Adrik. Alguien nos había grabado desde una perspectiva de perfil. Era de noche y estaba algo oscuro, pero se notaba que el lugar era la entrada del edificio en donde vivían los Cash. El audio, por el contrario, se oía muy claro:

—Aegan, déjame expli...

—¡No vales la pena! ¡Tú simplemente no vales la pena!

—¿Por qué no, eh? ¿Por qué no valgo la pena? ¿Porque después de todas tus malditas humillaciones, no me enamoré de ti? ¿Porque me fijé en el único chico que me trató bien y no me hizo sentir una basura? ¿No valgo porque no cumplí con ese ridículo cliché de amarte a pesar de que fuiste un machista, cavernícola, ofensivo e idiota?

—¡¿El único que te trató bien?! ¡¿Es que no tienes ni idea de...?!

—¡¿De qué?!¡¿De qué no tengo idea?!

Ahí había un corte y el video seguía de inmediato en la parte en la que Aegan decía:

—¿Crees que nunca me di cuenta de cómo te miraba? ¿Crees que nunca noté lo tonta que te ponías cuando él aparecía? ¿Crees que no sabía que terminarían en la cama? Pero una cosa es saberlo, y otra es verlo. ¿Eso era lo que querías? ¿Qué los viera así? ¿Querías restregarme en la cara que piensas que él es mejor que yo solo porque no hizo todo lo que yo sí?

Sabía que le faltaban partes a ese video porque automáticamente la cámara apuntaba hacia la entrada del edificio, hacía zoom y enfocaba a Adrik ahí parado con solo un pantalón de pijama. Entonces se acababa. Y el mensaje quedaba tan claro que la descripción del video parecía estar de más: Aegan Cash descubre a su novia engañándolo con su hermano Adrik.

Artie apartó el celular. Miré a Aegan, que estaba atónito. Después solo me concentré en una sola cosa. Anoche, mientras estábamos gritando, había escuchado algo. Al voltear a los arbustos no vimos nada, pero ahora era claro que alguien estuvo allí grabándonos. ¿Quién? Pues pudo haber sido cualquiera. Era el chisme que cualquier estudiante habría tenido la inteligencia de pillar. Ya estaba rodando ante los ojos de los alumnos de Tagus, y ya estaba convirtiéndose en tendencia. Ni siquiera se habían molestado en poner mi nombre, lo cual también significaba algo: ese video no había sido posteado para destruirme a mí, sino a los Cash.

Se me ocurrió decir algo, pero cuando me di cuenta, Aegan nos había dado la espalda a todos y se dirigía hacia el pasillo que daba a la escalera.

Mientras se alejaba le escuchamos decir:

—Aleixandre no es un crío aunque actúe como uno. No hagan llamadas, regresará solo.

En lo que desapareció, Owen soltó aire ruidosamente. Se pasó una mano por el cabello rubio y se lo acomodó hacia atrás, frustrado. Artie permaneció quieta con los ojos bien abiertos, como si no supiera qué hacer o decir. Yo... solo me dejé caer en uno de los sofás.

***

No hice más que quedarme encogida en el mismo sitio de la sala de estar mirando una y otra vez el video en mi teléfono. Aegan se había metido en algún lugar. Su furia con Owen ya se había disipado porque de repente el rubio entró a la sala y nos avisó a Artie y a mí que Aegan había usado un teléfono desechable para llamar a Ed y que le había pedido que fuera a Tagus a ver si Aleixandre andaba por allí. Que ya solo teníamos que esperar. Luego no dejó de caminar por todos lados, inquieto y preocupado.

Las horas pasaron más rápido de lo que esperé. No supe si alguien intentó dormir, pero cada quién buscó una habitación. El cielo ya se había oscurecido sobre el refugio y eran quizás las once de la noche cuando volví entrar en la sala de entretenimientos. El ventanal con su estúpido cristal antibalas, todavía con los restos de rubia adheridos a él, mostraba árboles, oscuridad y silencio. En la mesa de póker aún reposaban las cartas del juego. Miré el tres y el ocho por encima del resto, uno junto a otro, como habían caído justo cuando Aegan los arrojó.

Después de pensar por mucho rato, ya había logrado conectarlo casi todo. El mensaje me quedaba claro.

He estado jugando contigo desde el principio.

Pero, ¿cuándo fue el principio?

Poner como condición que debía pasar la noche con él, había sido horrible de su parte. Dejarme ganar para que eso no se cumpliera... había sido una demostración de sus habilidades. Un rato atrás me pegunté si en verdad le había ganado alguna vez. Si era que a propósito me había dejado sentir que lo superaba, cuando nunca lo había superado en realidad. Y me reí. De repente me reí sola como una estúpida, porque el imbécil sí que era inteligente. Porque quizás lo sabía todo, quizás siempre lo había sabido todo. ¿Lo sabía?

En nuestro primer juego aquella noche, ¿también me había dejado ganar?

Ahora quería saberlo. Tal vez sí debía ir a su habitación. No para cumplir la condición de la apuesta, sino para exigirle el porqué de todo. Iba a decírmelo. Justo allí iba a contármelo de no ser por la interrupción. Fue malo para mí, pero oportuna para Aegan. Debió de estar muy seguro de que entraría en este conflicto y que él sería el único capaz de resolverlo. Al final ganaba porque probablemente esa fue su verdadera intención: que fuera hacia él por mi propia cuenta, que fuera hacia la respuesta, que fuera hacia el desenlace.

—¿Mataste a Henrik? —le preguntaría yo.

—Sí —diría él.

—¿Me matarás a mí? —preguntaría también.

—Quizás sí. O quizás no.

Y en verdad no me importaría lo que sucediera. A esas alturas sentí que todo lo estaba haciendo mal, que creí estar engañando cuando él era quien me engañaba a mí. Ya no quería seguir. Ya no quería mentir. Ya no quería tener miedo. Solo quería saber la verdad sobre lo que había sucedido con mi hermano. Verás, esa noche estaba tan llena de rabia, tan llena de rencor, tan llena de dolor, que incluso en ese instante creí que ni mis sentimientos por Adrik, ni la idea de una vida feliz y normal con él, eran tan fuertes como mi necesidad de calmar el luto. Por esa razón había decidido ir con los Cash cuando descubrí que Regan también quería desaparecerme. Por si lo lograba, lo único que buscaría serían las respuestas.

Salí de la sala y atravesé los pasillos. No se oía nada, ni una voz, como si todos estuvieran tendidos sobre sus camas, en silencio, mirando el techo, esperando que Sedster rompiera los cristales irrompibles y disparara sin piedad.

Mientras avanzaba me vi reflejada en el cristal de un cuadro que adornaba una pared: cabello teñido de negro, piel algo bronceada, ojos profundos, derrotados, cargados de recuerdos. Era un fantasma. O mejor dicho: era la usurpadora de un fantasma. Había tomado a Jude Derry y la había convertido en algo peor que un muerto. Y en el fondo tenía secuestrada y encerrada a Ivy. No era diferente a Aegan en ningún aspecto. ¿Por qué creía entonces que yo podía hacer justicia?

¿De verdad te estás rindiendo? ¿Hemos hecho todo esto para... rendirte justo ahora?

Solo le estoy dando punto final. ¿No estás cansada? ¿No quieres volver?

Quiero volver cuando ya no duela. Dijiste que cuando todo terminara, no dolería. Y sigue doliendo, así que este no es el final.

Puedo hacer que lo sea.

Me detuve frente a una de las puertas. Su puerta.

Alcé el puño para tocar.

Abajo, en la sala de estar, de pronto se escuchó una voz:

—¿Hola?

Adrik acababa de llegar.

———

¡HOLA!

¿Cómo están? ¿Todo bien?


Espero que les haya gustado el cap. Siempre edito los capítulos con mucho esfuerzo para ustedes. En parte porque soy muy exigente, en otra parte porque me gusta ofrecerles algo bien hecho para recompensarles por su tiempo y por haber decidido leer mi historia. Me gusta recordarles a todos que estoy súper agradecida con ustedes. Para un escritor es importante tener lectores; pero para los lectores también es importante que exista el escritor. Si no, ¿qué leeríamos y de qué seriamos fans?

Recuerden esto cada vez que quieran dejarme un mensaje insultante. Para que la historia que tanto les gusta quede justo como les gusta, necesito invertir tiempo y esfuerzo. Me gustaría mucho poder completar dos capítulos en un día, pero por desgracia la naturaleza hizo que los humanos necesitáramos respirar, dormir, comer, vivir y socializar para no entrar en un estado de locura. Y no, mi creatividad no funciona de ese modo. Quizás otras autoras puedan actualizar todos los días. O quizás crean que se puede actualizar a lo loco. Yo no soy de esas. Funciono diferente y lo diferente es lo que me gusta.

En fin, no todos entienden esto siempre. Lo que quiero decirles es que por favor tengan paciencia. Y por favor recuerden que soy una persona, no una esclava.

BUENO BUENO QUE TENEMOS AQUÍ

¿Un adelanto?

Adrik trae noticias sobre su plan. Gracias a Gokú llegó enterito y sensual.

Pero ahora, ¿dónde demonios está Aleixandre bb?

Y... ¿en verdad Aegan lo sabe todo TODO? ¿Como piensa destruir a Jude entonces?

Y... ¿será que finalmente alguien nos explicará qué es lo que pasa con Melanny y Tate? Porque por lo que Owen le gritó a Aegan, hay mucho más oculto allí...

Y... ¿qué habrá pasado con el pobre sándwich que Aegan no se comió? ¿Qué le deparará el futuro? ¿Conseguirá superar las adversidades?


¡En el próximo episodio traigan pantaletas de repuesto!

Huele a que van a pasar cositas zukistrukis.     

Y a que Jude, como siempre, la va a cagar.

Besos mentirosos,

Alex Damalet.

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