Lucifer | | Camren

By c5hlcamren

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Esta es la historia del ángel caído de la DEA Camila cabello y la reportera del Miami Herald decidida a descu... More

Capitulo 02
Capitulo 03
capitulo 04
Capitulo 05
Capitulo 06
Capitulo 07
Capitulo 08
Capitulo 09
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Epílogo

Capitulo 01

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By c5hlcamren

 Así como dijo el Señor: Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En el Edén, jardín de Dios, vivías... Como un querubín protector yo te había puesto en el monte santo de Dios, y caminabas entre brasas ardientes. Eras perfecto en tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que apareció en ti la iniquidad. Te llenaste de violencia y pecaste; y yo te he arrojado del monte de Dios; y te he destruido...

Ezequiel 28:12

"Hay una ventaja en ir con los malos en esta versión moderna del gobierno en la guerra entre indios y vaqueros", pensó Camila cabello mientras guiaba suavemente su nuevo Porsche Boxster y se deslizaba con facilidad fuera del congestionado tráfico de Miami. "Consigues los juguetes que más te gustan". El auto era totalmente nuevo, recién sacado del concesionario, pagado con los dólares duramente ganados a unos traficantes de drogas colombianos a los que había engañado unas semanas atrás. De todas formas, eran unos amateurs, un grupo de idiotas recién llegados que intentaban abrirse camino en el negocio precipitadamente, con unos kilos de farlopa y algunas Glock 9mm.

"Evidentemente no entendieron la parte organizada del crimen organizado", bufó Camila recordando a los hombres que al principio pensaron que podían fanfarronear ante ella y después, cuando eso no funcionó, obligarla a punta de pistola a hacer un trato. Uno de ellos se asfixió hasta la muerte después de que le aplastara la laringe con un codazo bien colocado. El otro cayó de rodillas suplicando cuando vio el destino de su amigo. Una rápida bala en la cabeza terminó con sus ruegos de clemencia.

El proveedor colombiano, afortunadamente para él, era un hombre de visión amplia que había cambiado tranquilamente su lealtad (y sus productos) a la dirección de Camila.

"Debe ser alguna extraña mutación darwiniana", musitó al tiempo que tomaba la larga extensión de la carretera oceánica de camino a casa. "Supervivencia de los más implacables. Ya no hay lugar para la virtud... al final todo queda en la capacidad de hacer lo que hay que hacer. Y esos bastardos no eran capaces". Sus irritados pensamientos permanecían a ratos en la vista panorámica a su derecha, largas extensiones de exóticas casas bordeando un océano increíblemente azul, en dirección hacia la sangrienta caída del sol a su izquierda. Anillos desiguales, rojo dorado, marcaban el cielo crepuscular, dando paso a la escena del atardecer antinatural de la Ciudad de Neón. Su Miami sólo cobraba auténtica vida una vez la noche había ascendido, cuando la gente equivocadamente parecía creer que sus transgresiones eran, si no aceptables, al menos invisibles. En cierto modo, Camila era como el guardián de su corrupción. Cada vez que ella entraba en una habitación, su presencia evocaba recuerdos primarios de los siete pecados capitales en aquellos que la miraban.

Camila cabello apenas había pasado su treinta cumpleaños pero había un sentido atemporal de seguridad en el modo en el que se movía. Era elegante, con una sofisticada apariencia civilizada y que, aun así, no podía ocultar la violenta energía que constituía su esencia. Enfrentados a los firmes planos de sus mejillas, la plenitud de su cabello castaño y el seductor índigo de sus ojos; mucha gente se quedaba sin habla. Los más listos, sin embargo, nunca olvidaban la mente astuta que vibraba tras esos ojitos marrones.

"La presentación lo es todo...", Camila recordaba vagamente decir a su madre. Aunque el tiempo había vaciado de todo sentido tanto a su madre como a la mayoría de sus opiniones, cada vez que Camila participaba en un acto social, inevitablemente recordaba sus incesantes discursos sobre el tema. Sinu, la cadencia implacable de su voz elevada en oración o con rabia, eran como mucho, los únicos recuerdos que quedaban de la infancia de Camila. Y esas eran precisamente las cosas que había dejado atrás la última vez que salió por la puerta de la casa de su madre. Quince años después, aquellos sermones sobre maneras, educación y apariencia que había hecho todo lo posible por ignorar, ahora resultaban muy útiles. Camila podía sentarse en una mesa con elegancia, conversar sobre arte y literatura con erudición, y llevar vestidos de alta costura con tanto estilo que habría hecho llorar de celos a una modelo profesional. Por desgracia, todo era al servicio de un sombrío y sangriento negocio que habría helado el alma ignorante de su madre.

Considerar a Camila simplemente traficante de drogas sería tan completo y preciso como considerar a Da Vinci simplemente pintor. Sus dedos se extendían alrededor del mundo entero, y no solo se hundían en los tarros de miel del negocio de las drogas, sino también en el tráfico de armas y en el juego, así como en otros variados negocios legítimos. Por razones incomprensibles para sus competidores, Camila marcaba su límite en la venta de carne humana. "No escatimo a nadie sus placeres", decía sobre ese tema "pero, francamente, la idea de mi gente proporcionando a algún viejo gordo una niña de quince años para que pueda clavarle su pene en el trasero, no me atrae".

La prodigiosa niña mimada de la "Drug Enforcement Agency" (DEA), Camila ahora mordía con venganza la mano que alguna vez la alimento. La habían arrancado de las calles donde era una criatura indomable que rápidamente se estaba haciendo un nombre en sus turbios corredores, y la sumergieron en un mundo de líquida decadencia y alturas empolvadas. Le habían cambiado el nombre y dado una placa que no la protegería en los círculos donde se movería. Sin embargo, las habilidades únicas que Camila incorporó a su nueva vida no se podían enseñar en ninguna academia. Había algo en ella que siempre había respondido a la llamada maléfica de aquellos a los que estaba obligada a perseguir, convirtiéndola en la perfecta agente infiltrada. En un mundo en el que un solo paso en falso significaba un castigo instantáneo e irreversible, Camila había prosperado haciendo caer en la trampa a gente cada vez más importantes y entregándoselas a sus señores de la DEA. Pero en algún punto del recorrido algo salió horriblemente mal.

— ¿El "Serafín de la Muerte"?—  Jack Lucas miró incrédulo a la mujer frente a él— ¿Qué mierda es un serafín?— pasó una mano por su abundante y mal cortado pelo gris— ¿Alguna nueva consecuencia del SIDA?

La mujer golpeaba con impaciencia el suelo con el pie ante esa diatriba, pero esperó a que el redactor-jefe se calmara.

— Un serafín es un ángel, Lucas.

— ¿Entonces por qué mierda no dices "El Ángel de la Muerte"? Esto es Miami Herald, Lauren. La mitad de tus lectores apenas hablan inglés y mucho menos saben qué mierda es un serafín.

Lauren jauregui hacía una mueca cada vez que Lucas decía "Mierda", que era muy a menudo. Tan a menudo que una vez su jefe le preguntó si sufría algún tic nervioso.

— No puedo llamarla "El Ángel de la Muerte" porque la haría sonar muy aburrida. Serafín es más amenazador, ¿no te parece?

Ojos verdes brillaron con excitación. Lauren llevaba sólo un año en la brecha y todavía no había perdido el entusiasmo. Incluso tenía un auténtico don para el lenguaje que hacía que alguien como Lucas, que había sido un reportero simple del tipo "quién-qué-cuándo-dónde", suspirara de orgullo y envidia.

Lucas se dejó caer dramáticamente en su silla y miró detenidamente a su destacada pupila.

— ¿Amenazador? Desde luego, es amenazador. Pero lee el puto artículo. Se alegó esto, se alegó aquello. Resumimos el juicio que acabó hace un año. ¡Y resultó absuelta, joder! Todo lo que tienes es amenazador. ¿Dónde están tus fuentes? Sé que las tienes porque si no, no habrías estado todo el mes pasado inventándote tonterías.

Lauren se retorció incómoda. Sabía que el artículo era débil pero sus manos habían estado atadas.

— Mis fuentes no hablarán oficialmente y los archivos de la DEA están sellados. Cuestiones de seguridad dicen— bufó quitándole importancia—. Tendríamos que ir a los tribunales para conseguir que los abrieran y de todos modos, eso estropearía mi plan.

— ¡Espera-un-momento!— Lucas levantó una mano— Uno: quieres que publique una historia como ésta sin al menos dos fuentes conocidas y fiables. Tú sabes muy bien cómo funciona esto. Y dos: ¿a qué te refieres con tu plan?

Lauren sonrió abiertamente a su jefe. La historia había sido un cebo para conseguir interesar a su jefe. Sabía que había algo más que un simple artículo en todo esto y tenía la intención de ir a por todas.

— Lucas, sabes tan bien como yo que aquí hay algo importante. Tiene de todo: drogas, asesinatos, fuerzas de la ley corruptas. Y una linda mujer de por medio.

— La historia es del año pasado— cruzó los brazos, pero Lauren podía intuir por la forma en que sus ojos no se apartaban de ella, que estaba enganchado.

Normalmente, cuando Lucas tomaba una decisión, despedía a sus solicitantes volviendo al montón de papeles que había sobre su escritorio. Lauren tenía la teoría de que había dos formas de organización: archivos y montones. Lucas, Dios bendiga su irascible corazoncito, era un amontonador. Echó una mirada a las montañas de papel que la rodeaban y reprimió un suspiro. La era electrónica todavía estaba por alcanzar a su jefe.

— El juicio, sí, claro... pero...

— ¡Alto ahí!

— Pero...

Lucas emitió un gruñido y levantó una mano carnosa. Agarró su taza, la rellenó de una cafetera que Lauren sabía que llevaba allí al menos seis horas y se volvió a sentar.

— Ahora empieza desde el principio. Véndeme la historia Lauren, y veremos si podemos llegar a algo.

Lauren sonrió una vez más y se pasó las manos por su cabello. Estaba más cerca de los treinta que de los veinte pero todavía tenía que enseñar el carnet en las discotecas y las tiendas de licores. Se mantenía en forma con sesiones regulares en el gimnasio y había llegado a ser una experta en kick-boxer, lo que le había venido muy bien unas cuantas veces en su tipo de trabajo. Su rápida sonrisa y sus penetrantes ojos verdes parecían llegar al alma de las personas, y hacer que quisieran contarle su historia. Cosa que también le había sido útil en su trabajo.

Llevaba trabajando en el Herald alrededor de un año, donde había llegado desde un pequeño periódico en Arlington, Virginia. Hija de un diplomático, había evitado el nombre de su familia y se había abierto su propio camino en la facultad escribiendo novelas románticas para pagar la matrícula en la Universidad George Washington. Aunque admitía que era una forma poco usual de trabajar en sus años de estudios, Lauren llevaba contando historias desde que tenía uso de razón. Parecía una forma de transformar en lucrativo algo que sus padres siempre habían considerado inservible.

Había estudiado ciencias políticas y relaciones internacionales, pensando en que quizá tendría futuro como asesora del Congreso o en alguna comisión. Lauren era buena en el trato con la gente y sabía, después de toda una juventud observando las cenas y cócteles que sus padres organizaban, que a menudo la gente más poderosa en una habitación eran aquellos que trabajaban detrás del escenario. No tenía deseos de ejercer ese poder pero se sentía fascinada por aquellos que lo hacían. Y así fue como llegó al periodismo. No era el qué lo que la intrigaba más sino el quién y, más importante, el porqué. Esto era, en resumidas cuentas, la razón por la que se había sentido cautivada por la caída en desgracia de Camila cabello.

Acababa de llegar al Herald cuando la ex-agente de la DEA había sido llevada a juicio acusada de asesinato, conspiración por el asesinato y otros varios delitos relacionados con el tráfico de drogas. Lauren era una simple redactora y sólo pudo seguir el juicio de lejos, pero el rostro de la mujer que silenciosamente devolvía la mirada a las cámaras, la había hipnotizado. Ni las granulosas fotos que salpicaban la primera página del Herald podían ocultar la surreal belleza de la acusada o su calma sobrenatural.

Lauren no podía explicarlo, pero el temerario desprecio de Camila cabello hacia la moral y las fronteras legales, la fascinaban. Se descubrió a sí misma necesitando, casi más que nada en el mundo, conocer a esa mujer, llegar detrás de esa media sonrisa enigmática y esos penetrantes ojos, para poder entender la oscuridad que parecía emanar incluso desde su misma imagen

Fue testigo desde fuera de cómo, pieza a pieza, el caso del estado comenzó a desmoronarse sobre las enrojecidas orejas del fiscal Mark Brugetti. Testigos se retractaban misteriosamente de sus declaraciones, desaparecían documentos y, además, la DEA dejó de colaborar declarando que abrir sus archivos pondría en peligro otras operaciones que se estaban llevando a cabo. A partir de aquel momento, el caso del estado se apoyaba sólo en el testimonio de un criminal convicto, terreno dudoso como poco. Pero lo que había asestado el golpe de gracia al caso contra Camila fue el propio testimonio de la ex–agente.

A Lauren le había costado una semana de cenas con un tipo insufriblemente aburrido que hacía la ronda en el palacio de justicia, eso sin mencionar la lucha con él en la puerta de su casa cada noche, pero se las había arreglado para sacar un pase de prensa del Herald para los días en que Cabello testificaba.

Había una atmósfera de caos controlado en el juzgado. Los abogados de cabello habían declarado durante todo el proceso que Camila tenía intención de defender su nombre en el estrado. Pero el sentido común consideraba esta posibilidad como una simple pose ante el gran público. Ningún defensor en sus cabales hubiera permitido a su representado subir a declarar habiendo tantos cargos en su contra. Como las bases del caso habían ido desapareciendo poco a poco, parecía un suicidio permitir que Cabello testificara porque eso la expondría a preguntas que nadie se habría ofrecido a responder.

Y a pesar de todo había subido al estrado, calmada, vestida con un impecable traje negro que Lauren identificó inmediatamente de Armani, sabiendo instintivamente que Cabello jamás llevaría una imitación. La reportera se maravillaba ante el aura provocativa que rodeaba a la ex–agente mientras la mujer sombría juraba tranquilamente decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad con la ayuda de Dios. Su principal abogado, una fotogénica joven que aun así, palidecía en comparación con su cliente, comenzó una serie de preguntas rutinarias que de ningún modo o manera, sorprendieron a nadie.

El acusado había esperado impaciente su turno durante el interrogatorio de la defensa. En el momento en el que el abogado de Cabello dijo: "Su testigo", Brugetti saltó de su asiento y se precipitó hacia el lugar del estrado desde el que Cabello le observaba silenciosamente.

También fue el momento que todo el mundo había estado anticipando. A su alrededor Lauren podía oír las respiraciones aceleradas de la gente que abarrotaba la sala.

Brugetti prescindió de formalidades y miró a la acusada con abierta hostilidad.

— Ha tenido una carrera bastante larga en la DEA, señorita Cabello. Más larga que muchos agentes— comenzó inocentemente. Se detuvo un momento. Lauren observó que estaba esperando si la mujer mordía el anzuelo. Sin embargo, claramente Cabello no iba a contestar nada que no fuera una pregunta directa. Finalmente apuntó:— ¿Verdad?

— Creo que tiene la documentación delante de usted, señor Brugetti. Pero bueno, sí, tuve una carrera bastante larga en la Agencia.

— Era una agente infiltrada, ¿correcto?

Cabello se movió ligeramente en su asiento y cruzó sus piernas, apoyándose en el respaldo. El traje conservador y bien cortado no podía ocultar sus músculos mientras se movía. Lauren vio la suave sonrisa que jugaba sobre los labios de la ex–agente mientras observaba a los demás mirándola. Cabello parecía un indolente gato salvaje tomando el sol en un árbol. Desde luego no una mujer en un juicio del que dependía su vida.

— Sí — contestó ausente.

— Lo que significa que estuvo relacionada repetidamente y durante largos periodos de tiempo con traficantes de drogas y sus asociados, y tuvo bastante éxito a la hora de convencerles de que usted era una de ellos ¿correcto?

— Esa parece ser la definición de "infiltrada".

— Dígame, señorita Cabello, ¿cómo se las arregló para ser tan convincente? Por ejemplo, ¿alguna vez ingirió drogas con esos hombres?

Lauren gimió mentalmente. Este tipo era demasiado estúpido para expresarlo con palabras. Estaba atrayendo la atención sobre todas las cosas que Cabello había hecho en beneficio del gobierno y siguiendo sus instrucciones, en lugar de lo que la agente había hecho una vez que había dejado la organización.

— Si lo que me está preguntando es si esnifé señor Brugetti, la respuesta es sí, — una sonrisa irónica iluminó sus rasgos invitando al resto en el chiste— Pero fue cuando tenía dieciséis años y nos escondimos en el patio trasero de Eddie Fazini. Sus padres habían salido el fin de semana y él asaltó las reservas de su hermano Tommy. Tommy le descubrió y nos dio una buena paliza. Así que me parece que he pagado mi deuda con la sociedad en relación a ese cargo en concreto.

Una breve ola de risas se extendió por la sala, alcanzando a todo el mundo, incluido el jurado, notó Lauren.

— En estos días, el alcohol es mi droga.

— ¿Está diciendo que nunca ha ingerido drogas tanto en su aspecto de agente de la DEA como en el de ciudadana privada?— la miró escéptico.

— El alcohol es una droga— le corrigió— pero cuando estás en una habitación llena de traficantes cocainómanos y paranoicos, un vaso de bourbon en tus manos es mucho mejor que un tiro de coca por la nariz. Considérelo el menor de dos males.

El duro tono de sus palabras atrajo la atención de todo el mundo hacia el peligro en el que Cabello se había colocado repetidamente por orden del gobierno. Lauren miró a Brugetti y casi sintió pena por ese hombre tan torpe. Estaba desnudando su propia yugular y sabía que Camila cabello no dejaría que se le escapara la oportunidad.

Sin embargo, Brugetti siguió animosamente.

— Jack Taylor declaró que la vio esnifar cocaína con los miembros de lo que entonces se llamaba el Cártel Massala y que más tarde, vio a unos cuantos hombres que siguiendo sus instrucciones, emboscaron y asesinaron a esta gente. Y que usted personalmente asesinó a Enrico Massala aunque éste estaba colaborando con la DEA por aquel entonces.

— Estoy al tanto de las alegaciones, señor Brugetti, estaba en la sala en ese momento.

— Y ¿qué respondería a esas acusaciones señorita Cabello? ¿Que usted fue responsable de toda esa carnicería?—preguntó con aire de suficiencia.

Un breve destello de fastidio fue claramente visible mientras atravesaba los rasgos de la sombría mujer. Cabello arqueó inquisitivamente una ceja antes de hablar.

— Voy a ser franca. He servido a la DEA durante más años de los que quiero recordar. Y durante ese tiempo participé en más de quinientas detenciones que resultaron en más de cuatrocientas condenas y la puesta fuera de la circulación de cientos de kilos de cocaína y otras sustancias con un valor en la calle de millones... ¡Joder!, probablemente de billones. Mi trabajo cada día consistía en eliminar drogas de las calles y meter en la cárcel a los chicos malos. Lo que usted o el señor Taylor olvidaron mencionar de ese testimonio 'ocular' fue que él era uno de esos chicos malos. Sería mejor que lo volviera a llamar al estrado y le preguntara si recuerda haber presenciado esa 'carnicería' antes o después de que yo arrastrara sus miserables huesos hasta la cárcel. ¿Me entiende?

La galería de prensa estalló junto con el resto de la sala. Y aunque Brugetti siguió farfullando durante el resto de su interrogatorio, le habían arrancado el caso de las manos. El juicio continuó, pero las mentes de la mayoría renunciaron a una conclusión. Camila Cabello sería absuelta.

Pero lo que Lauren recordaba especialmente era que la acusada en su declaración, nunca había negado ninguno de los cargos.

El vapor empañaba el espejo oval cuando Camila salió de la ducha. Eliminando la condensación con una gruesa toalla y utilizándola después para absorber el agua que escurría por su fibroso cuerpo, se vio enfrentada a un reflejo ligeramente brumoso. El rostro que le devolvía la mirada desde el espejo era terso y sin rastro de la tensión causada por su profesión. No siendo una persona con tendencia a contemplar los favores con los que había sido agraciada en la lotería genética, Camila se inclinó mientras cogía un secador profesional y lo aplicaba a los gruesos mechones que llegaban por encima de sus hombros. Media hora después apartaba el cabello de su cara y aplicaba una mínima cantidad de máscara a sus pestañas. Deslizando su ágil cuerpo en una falda de suave piel negra, metió los faldones de la camisola color burdeos y subió la cremallera. Mirándose en el espejo una vez más, al tiempo que se colocaba los tacones, reprimió un largo suspiro.

— Hora de entrar en escena— susurró a su reflejo.

"La verdad es que no tengo ningunas ganas de esto...".

La noche iba a ser simplemente rutina, si algo en la tumultuosa vida de Camila se podía llamar así. Una sencilla reunión preliminar con la nueva cabeza del Cártel Massala. Una cena y unas copas entre dos socios de negocios.

"Vale, de acuerdo... ¿Entonces por qué las compañías más importantes del mundo no tienen encuentros antes de que sus directores se den la mano?".

Tras la muerte de Enrico Massala, a la familia le había costado años reagruparse después de la devastadora redada de Camila. Finalmente, el hombre que surgió como el nuevo líder (un primo lejano llamado Romair) tenía una mente más abierta y decía que no tenía deseos de mantener el antagonismo con la mujer que era personalmente responsable de la propiciación de la mitad de los negocios de su familia.

Camila, siendo una persona pragmática, había aceptado la invitación para sentarse y hablar. Los seis meses que siguieron a la Masacre Massala, como los periódicos lo llamaron, no habían sido agradables para ella. Se había visto forzada a dejar el país durante un tiempo y aun así, miembros furiosos del Cártel la habían perseguido. Había eliminado a más de un asesino a sueldo contratado por ellos. Sólo uno había estado peligrosamente cerca de conseguir su objetivo, pero le irritaba tener que llevar un arma a todas partes. "Hace que ir al gimnasio sea jodidamente complicado...".

El Cártel se había tranquilizado un poco y hecho más proclive a alcanzar un acuerdo cuando se enteraron de que su precioso Rico había estado colaborando con los Federales a cambio de un trato para sí mismo a costa de todos los demás. Finalmente se hizo una llamada a una tregua para que todo el mundo pudiera volver al negocio y hacer dinero. "Y entonces ese idiota de Brugetti casi lo estropea todo. Tenía que haber seguido el consejo de la Agencia y dejar el maldito caso". Camila no pensaba mucho en el juicio estos días. De hecho, nadie lo hacía. No con el circo de O. J. Simpson que tuvo lugar justo después, y después de eso, los juicios de los terroristas de Oklahoma. "Nop... soy agua pasada". Y así era como ella quería que fuera. Mucha gente todavía se la quedaba mirando, no podían evitarlo, pero pocos de ellos sabían quién era. O de lo que era capaz.

El brillante auto salió de la curva que llevaba a la casa con vista de Camila. La noche se había llevado el agobio del calor del verano y el aroma salino del mar llenaba sus pulmones. Deteniéndose en el borde de la carretera respiró profundamente disfrutando el silencio y casi deseando estar sentada en su porche, guitarra y bourbon al alcance de la mano, con nada más en su cabeza que decidir si dar o no el corto paseo hasta la orilla del mar. Pero había tratos que hacer y negocios que dirigir. Colocando el auto en marcha apartó de su mente los pensamientos ociosos y se lanzó a los reconfortantes brazos de la oscuridad.

Al otro lado de la ciudad otra mujer se estaba preparando para la noche. Pero al contrario que Camila, Lauren Jauregui estaba ansiosa por colocar su velada en marcha. Uno de sus contactos, un elemento marginal en la vasta red de los empleados de Camila, finalmente había informado a la reportera que la mujer iba a cenar en Monde, uno de los mejores restaurantes de la ciudad.

Mientras los meses pasaban y el furor levantado por el proceso judicial fue desapareciendo, Lauren siguió intrigada por la misteriosa sangre fría de la mujer. Con su energía y determinación, Lauren no permaneció mucho tiempo sentada en su mesa y pronto estuvo abriéndose camino a través de la escena del crimen de la ciudad. Era la tarea más frenética de todas, teniendo que estar de guardia por los informes que venían de la comisaría central. A lo largo de los meses había aprendido a dormir con la suave nana del escáner de la policía. Sin embargo, había dado a la mujer la oportunidad perfecta para conseguir contactos que servirían de enlaces con Camila. Mantuvo los oídos alerta sobre otros rumores de sus actividades, pero hasta hace poco no había conseguido nada.

Hace alrededor de un mes, por fin encontró a alguien que le confirmó, no sólo que Cabello jamás había dejado el negocio, sino que además algo gordo relacionado con ella estaba a punto de ocurrir. Fue entonces cuando Lauren comenzó a trazar su plan. Aunque la mayoría de los detalles no habían sido resueltos, Lauren no podía luchar por más tiempo contra la casi abrumadora necesidad de hacer algo con su obsesión por la desconocida.

— Si está cenando en el restaurante, quiere decir que no está trabajando seriamente, como mucho entreteniendo a sus socios. Y eso significa que probablemente terminarán yendo al Club más tarde— le explicó seriamente su soplón—. Preséntate allí alrededor de la medianoche y dile al tipo de la puerta que Eddie te ha recomendado el sitio. Te dejará pasar y te evitará a la multitud que espera fuera.

Lauren estudió su vestuario dubitativamente. Aunque disfrutaba las veces que salía a bailar, lugares como el Club no eran paradas habituales en su circuito social. Sabía que tenía fama de ser uno de los sitios más exclusivos de la noche, con clientes bien vestidos, buena música y una cola a la entrada de medio kilómetro. Lo que se le planteaba ahora a Lauren era la eterna pregunta: ¿Qué vestiría?

No tenía la menor idea de cómo conseguir atraer la atención de Camila Cabello. Y si, milagrosamente, lo conseguía, qué hacer una vez eso sucediera. Lucas había sido escéptico en relación a lo que tenía en mente pero había dicho que tenía la suficiente fe en su protegida como para darle carta blanca en esta operación.

"Es más probable que piense que no conseguiré acercarme a ella ni en un millón de años, aunque eso habrá que verlo. Seguramente tiene razón. Pero por lo menos podré decir que lo intenté. Y quizá así pueda superar todo esto".

Lauren frunció sus cejas mientras se sumergía en las profundidades de su ropero, apareciendo triunfante con el delicado vestido de Vera Wang que su madre le había regalado. Había sido un soborno para que fuera a uno de los incontables bailes inaugurales a los que sus padres estaban obligados a asistir. Lauren se las había arreglado para esquivar todos los demás con excepción de este, y por suerte, todavía conservaba el vestido.

— Tengo que reconocerlo— dijo para sí misma mientras el vestido se deslizaba sobre su cuerpo y se fundía con sus suaves curvas— Mi madre tiene buen gusto—. Dio varias vueltas lentamente, examinando la prenda desde todos los ángulos. Era de un vivo verde esmeralda, con un incitante escote redondo que descendía toda la longitud de su espalda, y un provocativo corte a lo largo de uno de los lados. Era un poco atrevido para un baile inaugural (a su padre casi le da una apoplejía al verla) pero era perfecto para una noche en un lugar como el Club. El vestido la haría encajar en el ambiente y al mismo tiempo la diferenciaría del resto de la muchedumbre. Se había preguntado en qué estaría pensando su madre cuando lo eligió para su única hija. Más que nada pensó que a Lauren se le estaba acabando el tiempo para conseguir un buen partido. "De acuerdo," se rió Lauren, "todos sabemos que eso no es algo que vaya a pasar". Las 'elecciones vitales' de Lauren, como su hermano las llamaba, no eran un tema de discusión muy popular en el hogar de los Jauregui, especialmente en un año de elecciones. Así que aceptó con alivio, tanto para Lauren como para su familia, el trabajo en el Herald.

Suspiró y eliminó la telaraña de recuerdos de sus pensamientos. Mientras pasaba las manos a lo largo de su figura y se contemplaba en el espejo, Lauren tuvo una sensación poco familiar en el estómago. No sabía si era un destello de anticipación ante la caza o simplemente por la oportunidad de, finalmente, llegar a conocer a la mujer que había ocupado la mayoría de sus momentos conscientes (y más de unos cuantos inconscientes) durante un largo tiempo.

— Caballeros...— Camila saludó cortésmente a Romair Massala con una inclinación de cabeza. Le acompañaban dos gruesos guardaespaldas a los que Camila solo consideró como "gorilas". Cuando el primero de ellos hizo un movimiento para revisarla, Camila simplemente arqueó duramente una ceja y fijó en él una mirada más glacial que la de un invierno ártico. El "gorila" se echó atrás y miró interrogativamente a su jefe que lo despidió con un gesto. Camila claramente iba desarmada. La fina falda de piel y la blusa de seda no dejaban espacio para ningún escondrijo. Por esa razón había evitado deliberadamente llevar chaqueta, para mostrar que no les temía.

El maître se acercó y sentó a Camila y a Massala. Inmediatamente condujo a los gorilas a una mesa cercana pero no lo suficiente como para que les permitiera oír la conversación. Se mostraron claramente irritados por este giro de los acontecimientos y Camila escondió su diversión tras una lectura detenida de su carta. Les habían sentado en su mesa habitual, un agradable lugar en una esquina desde donde se podía ver todo el restaurante. Camila se acomodó en su asiento mientras observaba a Romair que, a hurtadillas, miraba a su alrededor.

— ¿Viaja sola esta noche?— inquirió con solicitud—. Con toda seguridad una mujer tan bella como usted no debería ir por ahí... ¿sin compañía?

"Quiere saber dónde están mis gorilas".

— ¿Por qué no debería? No me divierte mucho viajar con séquito— contestó tranquilamente—. Pero quizá usted sepa algo que yo no sé. ¿Cree que hay alguna razón para preocuparme?— Camila estudió a su oponente al otro lado de la mesa. Sin duda, Romair Massala era un hombre guapo. Con unos perspicaces ojos castaños y una espesa cabellera de pelo oscuro y rebelde, emanaba una vitalidad juvenil, así como un sagaz entendimiento. Había salido de los círculos externos de los lugartenientes del Cártel; un primo lejano trabajando en la sombra hasta que la incursión de Camila había creado un vacío de poder dentro de la familia.

— Señorita Cabello... ¿puedo llamarla Camila?

Agradeció con un breve asentimiento cuando ella mostró su conformidad con un gesto.

— Camila, soy un hombre franco. Y creo que usted respeta la franqueza. Debo admitir que estoy un poco preocupado. Ha habido mucho resentimiento entre los Massala y su organización. De hecho, todavía hay algunos que piensan que tenemos una deuda de sangre con usted a pesar de nuestros recientes acuerdos. Estoy seguro que ha oído los rumores. Creo eso debería ser muy... inquietante... para usted.

Camila suspiró pesadamente y sacudió la cabeza. "Maldita sea... ¿Por qué siempre tienen que hacer esto?".

— Tiene razón, Romair. Aprecio mucho la franqueza. Así que intentaré ser igual de franca con usted. Es muy joven y muy ambicioso, puedo verlo, pero no ha hecho sus deberes— se detuvo un momento y dio un buen sorbo de vino antes de continuar—. Si los hubiera hecho, sabría que este restaurante es mío, — señaló a dos camareros situados a menos de dos metros de distancia atentos a cualquier señal— y que esos hombres no son sólo camareros sino mis empleados.

Camila ofreció una brillante sonrisa que iluminó el castaño de sus ojos y que resultaba un irónico contraste con el gruñido amenazador de su voz.

— Había oído que era una persona muy brillante, Romair. Por favor, no me decepcione al comienzo de nuestra relación.

La sonrisa abandonó sus ojos siendo sustituida por una mirada tenebrosa que parecía más apropiada para una cámara de tortura medieval que para un caro y bien iluminado restaurante francés.

— No intente intimidarme, Romair. Sus gorilas y sus armas no me asustan. Cualquier daño que crea que puede infringirme se lo puedo devolver multiplicado por diez. ¿Nos entendemos?

Se reclinó en su asiento relajándose en la contemplación salvaje de su presa.

Se hizo una larguísima pausa en la que Romair Massala pudo haber hecho mil cosas, de las cuales el noventa y nueve por ciento hubieran conseguido que le mataran, si no esa noche, cualquier otra. Pero Romair era, en efecto, un hombre inteligente. Inclinó la cabeza hacia su compañera de cena reconociendo tácitamente que su juego había sido descubierto.

— Por supuesto, Camila. Hablaba hipotéticamente.

— Igual que yo, Romair, — le ofreció otra sonrisa, esta vez sin ninguna promesa maliciosa—. Y ahora, ¿quiere que le aconseje algo de la carta o prefiere oír las recomendaciones del chef?

"Por lo que se ve la recomendación de Eddie no tenía tanto peso como mi soplón creía", pensó Lauren con disgusto unas horas después. "Media hora entera de flirteo y casi ni he conseguido llegar a la maldita barra. ¿Por qué no me dijo que había una sala VIP? Si ella está en alguna parte, seguro que es allí y no aquí abajo en el mercado de carne con los trolls".

A la pequeña reportera la habían piropeado, sobado, y ya empezaba a estar harta del calculado caos del Club. La música latía desde cada punto posible del lugar, martilleando contra el ritmo de su propio corazón. El aire era espeso, con una mezcla de colonias de diseñadores, cigarrillos y puros de dudosa procedencia legal. Lauren hizo lo posible por contener una arcada cuando una vaharada especialmente penetrante del último esfuerzo aromático de Calvin Klein pasó a su lado. Se volvió a la camarera, con la que había desarrollado una buena relación durante las últimas dos horas, y frunció las cejas. Prestar atención a barmans, camareros, porteros, es decir, a la gente con la que otros se cruzaban sin ni siquiera percibirlos, le había proporcionado más de una vez la información necesaria para enterarse de alguna historia.

— Colocame otra, Veronica— dijo, deslizando su vaso a través de la brillante superficie de mica negra de la barra. Veronica sonrió alegremente a la mujer de cabello castaño oscuro.

— Disculpe la pregunta, pero este no parecer ser exactamente tu tipo de sitio, si sabes a lo que me refiero.

Lauren ladeó la cabeza y observó a la camarera con coquetería.

— ¿Es esta la forma común de preguntar aquello de "qué hace una buena chica como tú en un sitio como este"?

— No tiene nada de malo ser una buena chica— contestó Veronica encogiéndose de hombros y apartándose de la cara unos mechones caoba.— Yo era una buena chica antes de empezar a trabajar aquí— terminó con otra atractiva sonrisa.

— Incluso las buenas chicas a veces se sienten inquietas— musitó Lauren, más para sí misma que otra cosa, pero los agudos oídos de la camarera captaron la afirmación.

— Sé lo que quieres decir— Veronica asintió—. Aquí hay un montón de gente buscando un montón de cosas— echó una mirada alrededor mientras mezclaba expertamente la ginebra y la tónica en una combinación perfecta. Convirtiendo una corteza de Lima en una pequeña espiral, presentó la bebida ante Lauren con ademán triunfante.

— Ahí tienes.

— Gracias— contestó Lauren alargándole un billete—. Todos buscamos algo, ¿verdad?

— Eso es cierto— respondió ella con soltura—. Veo esos preciosos ojos verdes tuyos moviéndose por todo este lugar. ¿Qué es lo que estás buscando?— se hizo una sugerente pausa entre las dos, nada intimidante, un momento de disfrute para ambas mujeres— ¿Un poquito de división?

Lauren sonrió y comenzó a elaborar una respuesta ocurrente cuando una elegante forma parpadeó en su visión periférica. Girando la cabeza bruscamente, captó el destello de unas piernas bronceadas que subían la sinuosa escalera. Sus ojos fueron subiendo hasta alcanzar toda su altura, sobre la suave falda de piel, más arriba de la estrecha cintura, en toda la anchura de unos hombros cubiertos de seda, a través de la oscura longitud de un cabello castaño, hasta posarse en los ojos que brillaban en su dirección.

La reportera sintió que se quedaba sin respiración y que el corazón le saltaba en el pecho, mientras dejaba escapar un pequeño grito al reconocerla. Veronica rápidamente siguió su mirada y sacudió la cabeza con cautela.

— Oh no, señorita. Créame, no es tanta diversión la que buscas.

Camila no estaba segura de qué fue lo que le hizo volverse y mirar sobre la irritante multitud. Normalmente iba directamente a la sala VIP e ignoraba el hervidero humano de la pista de baile. Pero por alguna razón, esta noche sus ojos se sentían arrastrados hacia un cálido rayo de luz que iluminaba a una mujer sentada en un rincón de la barra principal. Y allí encontró otros ojos que se miraban sin vacilar en los suyos. Incluso a esa distancia, su resplandeciente tono jade era inconfundible y Camila imaginó que podía ver en ellos puntos dorados. Durante un momento interminable, se rindieron pausadamente al mutuo reconocimiento, ignorando el flujo de cuerpos a su alrededor, hasta que Romair, dándole unos golpecitos en el hombro, rompió su incipiente conexión con la otra mujer.

Giró la cabeza bruscamente hacia el argentino sin molestarse en ocultar la irritación que traslucía su tono.

— Caballeros, ¿por qué no suben sin mí? Tengo que ocuparme de algunas cosas aquí abajo. Díganle a Lucy que son mis invitados ella se ocupará de ustedes.

El gorila la miró sospechosamente pero Romair asintió:

— Claro, Camila. Nos vemos arriba— dijo con una sonrisa cómplice y se inclinó hacia ella—. No te culpo. Es toda una belleza— señaló ligeramente en dirección a la otra mujer.

Camila le despidió con un breve gesto y suavemente volvió la mirada hacia el rincón de la barra.

— Mierda...— murmuró cuando vio que ahora el sitio estaba ocupado por un ruidoso grupo de jóvenes turcos agitando copas de martini en el aire. Reprimiendo un ligero suspiro de decepción, comenzó a buscar por todo el local algún vestigio de la desconocida, cuando otro golpecito en el hombro distrajo su atención de la pista de baile una vez más.

Irracionalmente furiosa por la nueva interrupción de su socio, Camila se giró bruscamente... cayendo directamente en los remolinos malaquita de los ojos de la desconocida. De cerca pudo ver que, en efecto, su iris estaba salpicados de puntos dorados y que había una encantadora franqueza en la mirada de esa mujer que hacía que Camila tuviera la sensación de que le estaba siendo confiado algo precioso.

Dejó que su mirada vagara sobre la esbelta figura frente a ella, embriagándose, los hombros definidos y las irresistibles curvas bajo ese vestido que la habrían hecho correr al confesionario más próximo si Camila hubiera sido católica practicante.

Lentamente, la mirada castaña volvió al rostro de la mujer y a la amplia sonrisa que la estaba esperando.

— Hola— dijo suavemente la desconocida—, ¿has oído esas historias que cuentan cómo puede cambiar tu vida el conectar con alguien a través de una habitación abarrotada?

una suave sonrisita se dibujó en las comisuras de Camila al mismo tiempo que asentía. — ¿De verdad crees que alguna de esas historias son ciertas?

— Bueno, tengo la ligera sospecha de que si comienzas por presentarte, lo averiguaremos pronto.

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