El dragón de piedra

By GisselEscudero

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Siglos antes de que se creara un imperio, hubo dos montañas de inmenso poder. En una de ellas habitaban los d... More

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Parte 3
Parte 4
Parte 5
Parte 6
Parte 7
Parte 8
Parte 9
Parte 10

Parte 2

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By GisselEscudero

Linia llenó su cántaro en la fuente y contempló por un rato los peces de bronce y el agua que salía de sus bocas. Era el único lugar tranquilo en el taller, al menos durante el día, así que también disfrutó la ausencia de ruido antes de volver a su trabajo.

A diferencia de su padre, Linia no tenía dotes artísticas, pero le encantaba estar ahí. Era fascinante ver cómo el barro tomaba forma, o cómo las figuras iban surgiendo poco a poco del interior de la piedra. Bloques grandes o pequeños, blancos, grises o negros, parecía como si cada uno aguardara pacientemente a que un escultor liberara por fin alguna de las maravillas que contenía.

Ese día había mucha actividad en el taller. En el centro de la capital se estaba construyendo una nueva plaza, y el Emperador quería que fuera la más hermosa de todas. Los deseos del Emperador eran ley en Atrea, como siempre, pero ésta era otra de sus leyes que a nadie le molestaba cumplir.

Linia se desplazó entre los escultores, esquivando los fragmentos de piedra que saltaban con cada golpe de cincel. Más tarde tendría que cepillarse bien el pelo, pero eso no le importaría si acaso lograba su propósito.

Una voz masculina la llamó por el camino.

—Hola, Linia. Tengo sed, ¿me darías un poco de agua?

La joven contempló al aprendiz con evidente desdén.

—No estás haciendo nada, ve tú mismo a la fuente.

—Vamos, no seas mala. Me estoy tomando un descanso.

—¿Un descanso de media hora? Ya verás cuando te pesque mi padre.

La mención de Luco Éximo debió haber conseguido que el aprendiz dejara de hacer el tonto, pero el muchacho, en cambio, sonrió seductoramente y dijo:

—¿Algún día posarás desnuda para mí?

—Ya quisieras, cabeza de granito. Pero le mencionaré a mi padre tu sugerencia, a ver qué opina.

Linia siguió su camino sin esperar a que sus palabras hicieran efecto. Probablemente no servirían de nada, pensó. Sabía que era bella y que muchos aprendices soñaban con llevársela a la cama. Pero a ella le interesaba uno solo: el único que no la miraba.

Feidos solía trabajar en los rincones más apartados del taller. Era muy solitario, incluso para un artista y aunque llevara ahí más de diez años. Linia sabía muy poco sobre él: se había criado en un hogar para niños huérfanos, no tenía amigos pero estimaba a su mentor, trabajaba sin parar y por la noche dormía en el taller. Le agradaban los animales. Era el mejor aprendiz.

Y eso era todo. Linia había tratado de hablar con él, de conocerlo un poco mejor, pero Feidos se resistía. Tal vez le gustaran los hombres, decían algunos, pero ella lo dudaba. Más bien tenía la impresión de que era muy tímido; quizás la muerte de sus padres había dejado una marca en su personalidad.

Linia podría haberlo ignorado tal como él la ignoraba a ella. Después de todo, pretendientes no le faltaban. Pero había algo en Feidos que le atraía, y no era su falta de interés. Parecía un buen hombre, y si era capaz de amar a una mujer con la misma pasión que a su trabajo, pues ella quería ser la afortunada.

La joven llegó al final del pasillo. Feidos se hallaba en un patio al aire libre, esculpiendo una pieza del mármol más fino de Atrea. Linia sonrió para sí con orgullo: no a cualquiera su padre le confiaba el mejor material.

La escultura aún no tenía forma, pero considerando sus dimensiones, probablemente se convertiría en una figura humana. Linia dejó de observarla y se enfocó en el artista.

Él era alto y tan moreno como ella, salvo por sus ojos, avellanados en lugar de negros. Los músculos destacaban en su torso desnudo, y en su rostro había una mirada de absoluta concentración.

La joven aguardó. No quería interrumpirlo.

Feidos tardó varios minutos en darse cuenta de que alguien lo miraba. Entonces bajó de la pequeña escalera, dejó a un lado sus herramientas y caminó hacia Linia, quien sintió un chispazo de emoción.

—Hola —dijo él—. ¿Sucede algo?

Extraña forma de saludar, pensó ella. Pero todo en Feidos era inusual.

—Se me ocurrió que tendrías sed —contestó Linia—. Has estado muchas horas trabajando al sol.

Sin esperar una respuesta, la muchacha llenó el vaso que reposaba sobre una banca, junto a una bandeja igualmente vacía.

—¿No tienes hambre? ¿Cuándo fue la última vez que comiste algo?

Feidos se encogió de hombros.

—No lo recuerdo. Creo que desayuné, pero fue muy temprano. —Ella le entregó el vaso de agua y él bebió su contenido—. Gracias, Linia.

—De nada. Podría traerte algo de fruta. O quizás una empanada o dos. Me llevo bien con la cocinera.

La joven sonrió, pero Feidos se veía un poco ausente, incluso melancólico. Ésa era, sin embargo, su actitud más común.

—Algo de fruta estaría bien —respondió él al fin, y devolvió el vaso—. Gracias. Eres muy amable.

Parecía indicarle con eso que se marchara, pero ella fingió no comprender el mensaje y se aproximó al bloque de mármol.

—¿En qué estás trabajando? ¿Es para la plaza nueva?

Feidos asintió con la cabeza.

—Es la mejor pieza de mármol que he visto —continuó la joven—. ¿En qué parte de la plaza irá? Espero que en el centro, para que todos la vean.

Feidos se encogió de hombros, pero también se ruborizó un poco. Linia sonrió.

—¡Ah, lo sabía! ¿Y qué va a ser?

—Bueno...

—¿Qué?

—En realidad, preferiría que fuera una sorpresa. Por eso me vine a trabajar aquí.

El tono de Feidos no fue tajante y tampoco sonaba molesto, pero esta vez hubo firmeza en su indirecta. Sin embargo, Linia decidió presionarlo un poco. Él le gustaba mucho.

Acercándose a Feidos, y agitando un poco su larga cabellera para que él pudiera sentir su perfume, Linia dijo:

—Pues yo quisiera verte hacer esa escultura.

Él volvió a sonrojarse.

—Preferiría que no.

La desilusión fue tan grande que Linia se asustó un poco. ¿Cómo podía tener sentimientos así de intensos por un hombre que apenas conocía? Procurando que no le temblara la voz, dijo:

—Quédate con el cántaro y me llevo la bandeja. Te traeré algo de fruta. Dejaré la bandeja en el pasillo, para no molestarte.

Ella empezó a retirarse, y malditas fueran las ganas que tenía de llorar, pero entonces él la llamó.

—¿Linia?

—¿Sí?

—Tú no me molestas. Eres muy buena conmigo. Lo de la escultura es... bueno... sólo quiero que sea una sorpresa. No es nada personal. La terminaré en poco tiempo.

—¿Eso quiere decir que podré verte hacer otras?

Él asintió.

—De acuerdo —dijo Linia, sintiendo que su rostro se iluminaba—. Serán otras. Nos vemos luego. Tal vez en la cena.

Feidos volvió a asentir. Ahora estaba morado, como cualquier joven normal frente a una chica guapa, y Linia pensó que sí había valido la pena dejarse el cabello suelto sólo para él. Aunque tuviera que cepillárselo media hora cuando volviera a casa.

—Nos vemos luego, Feidos. Sigue trabajando.

Linia se alejó por el pasillo lo más rápido que pudo, para no hacer o decir algo estúpido que arruinara su victoria.

Mientras caminaba, por fin sintió que él la estaba mirando.

(Continuará...)

Gissel Escudero

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