Parte 8

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El enmascarado esperaba en la oscuridad. A menudo le gustaba estar solo, en el más profundo silencio y totalmente quieto, pero en esta ocasión debía reunirse con dos personas que pronto llegarían.

Se ajustó los guantes y la máscara, no porque los visitantes no conocieran su identidad sino porque ello les hacía más fácil obedecerlo. Muchos hombres eran capaces de cumplir ciertas órdenes sin pestañear, pero otros necesitaban desdoblarse, imaginar que no eran ellos los que hacían esas cosas terribles a fin de dormir por la noche sin cargos de conciencia. Eran extraños obedeciendo a otro extraño, como un mal sueño que se desvanecía al amanecer. Por eso también usaban nombres falsos. El suyo era Enok.

Cuatro golpes sonaron en la puerta, seguidos de una pausa y otros cuatro golpes. Los visitantes habían llegado. El sirviente de Enok fue a abrirles mientras él encendía una vela.

Sin retirarse las capuchas, los dos hombres apoyaron una rodilla en el suelo y bajaron sus cabezas en gesto de sumisión. Enok sonrió para sí.

—¿Habéis seguido mis instrucciones? —preguntó.

—Sí, Amo —dijo uno de los visitantes. Su voz sonaba firme pero Enok pudo detectar, muy en el fondo, una corriente de miedo. Eso lo complació. El miedo le servía tanto como la lealtad.

—Contadme —ordenó—. Hasta el último detalle.

—Ocurrió lo que dijisteis, Amo. El escultor ha ido varias veces, en secreto, a mirar su estatua. Se queda frente a ella con los ojos vacíos, y a veces la toca.

—Suele ir por la noche para que nadie lo vea —añadió el otro encapuchado—. Siempre da la impresión de que se siente culpable y de que no puede evitarlo, como un hombre aficionado a la bebida.

—Excelente —dijo Enok—. Sí, es lo que yo esperaba. Son buenas noticias.

El enmascarado dio la espalda a sus mercenarios.

—La próxima vez que el escultor vaya a ver su estatua en medio de la noche, quiero que lo sigáis hasta ahí. Y entonces...

Lo siguiente que dijo Enok hizo estremecer a los visitantes, a pesar de que habían hecho cosas peores bajo su mando. Les repitió el plan paso a paso, para que se les grabara bien en la cabeza y no cometieran errores. Finalmente aseguró:

—Yo me encargaré de borrar las evidencias para que nadie sospeche. Sus conocidos pensarán que simplemente se desvaneció en el aire.

Los mercenarios asintieron.

—Idos ya —dijo Enok—. Volved cuando todo haya terminado.

—Sí, Amo —contestaron los hombres al unísono, y se marcharon.

Enok sonrió de nuevo. Pronto obtendría lo que tanto deseaba.

(Continuará...)

Gissel Escudero

El dragón de piedraWhere stories live. Discover now