Parte 10

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Feidos caminó hasta el palacio en lugar de montar su caballo. Era una distancia bastante larga y para acortarla tenía que cruzar un pequeño bosque donde no había sendero alguno, pero necesitaba aclarar sus ideas. Hacía ya tiempo que tenía como una especie de bruma en la cabeza. No resultaba difícil darse cuenta de que la estatua se había convertido en una droga para él, y de que si no cortaba sus lazos con ella, la misma acabaría por destruirlo. Y también a Linia, lo cual era mucho peor. Jamás se perdonaría si la lastimaba.

La luna brillaba en lo alto, redonda y fría. Le proporcionaba luz suficiente para ver dónde ponía los pies. Igual tropezó un par de veces y en otra ocasión se golpeó la frente con una rama baja, pero tales percances lo ayudaban a volver a la realidad.

Llegó al palacio media hora después. No había guardias en los jardines, sólo los setos y las rosas. Todas las ventanas estaban cerradas, y Feidos se dio cuenta de que tampoco había guardias en las torres. Qué raro. Casi siempre había uno o dos, aunque no solía fijarse mucho en ellos de todas maneras. Cuando iba al palacio en plena noche para ver su escultura andaba más bien ausente... igual que cualquier hombre bajo la influencia de una sustancia nociva.

Feidos rió; sin embargo, no había humor en su risa. Estaba orgulloso de su estatua y no podía dejar de mirarla, pero se sentía atrapado en ella y sólo deseaba ser lo bastante fuerte para escapar.

Al atravesar las enredaderas colgantes, una vez más dejó de pensar con un mínimo de coherencia. Lo único que le importaba ahora era el dragón de piedra, su dragón de piedra, una mole negra con reflejos plateados bajo la luna llena. Parecía como si estuviera a punto de moverse. Si eso sucedía, Feidos estaba seguro de que no habría marcha atrás: se precipitaría al abismo de la locura. Ya tenía un pie sobre él.

Entonces evocó el rostro de Linia y se aferró a él desesperadamente. Cerró los ojos y recorrió sus facciones: las mejillas suaves, su frente, sus grandes ojos negros, sus labios. Linia era más hermosa que la estatua. Linia estaba viva y lo necesitaba, y él la necesitaba a ella.

La había dejado sola en casa, llorando.

Feidos notó que el cofre de las herramientas aún estaba ahí. Caminar hacia él fue como levantar un gran peso: sus músculos se tensaron y empezó a brotarle sudor de la frente. El corazón se le aceleró tanto que pudo oírlo latir.

¿Qué estaba a punto de hacer? Definitivamente había perdido la razón. Haberse obsesionado con la estatua ya era bastante malo, pero pensar en...

Había retirado del cofre un mazo y un cincel. Sí, la cosa iba en serio. Iba a destrozar su escultura. Iba a asesinar al dragón antes de que éste lo asesinara a él.

El Emperador tendría que comprender su decisión. Le devolvería lo que le había pagado; haría otras mil esculturas para él. Pero ésta no podía seguir existiendo. Había algo muy malo en ella.

Feidos apoyó el cincel sobre el pecho del dragón y levantó el mazo para golpear.

Los hombres se arrojaron sobre él sin previo aviso, uno de cada lado, y lo derribaron. Feidos no tuvo tiempo ni de gritar. De pronto estaba luchando contra dos oponentes, que lo atacaron con puños y pies mientras él yacía en el suelo tratando de levantarse. Consiguió alejar a uno de ellos con una patada y al otro le dio un puñetazo en la garganta. Se puso de pie.

El segundo hombre tosía en alguna parte, pero el primero volvió al ataque y empujó a Feidos contra la estatua, haciendo que se golpeara en la cabeza. El escultor sintió una explosión de dolor en su estómago, otra en la entrepierna, y luego todo se puso negro. Su cuerpo sin fuerzas cayó al suelo, sobre la tierra húmeda a los pies del dragón.

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⏰ Last updated: Jul 25, 2012 ⏰

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El dragón de piedraWhere stories live. Discover now