Aunque me odies (+21)

By Granuja

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Si lo que hacemos es tan malo, ¿por qué se siente... tan bien? ----------- Todos ocultamos secretos incluso... More

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Capítulo 1: Tucanes fosforitos
Capítulo 2: Pasos de fantasma
Capítulo 3: Dos cocainómanos
Capítulo 4: Zoológico
Capítulo 5: No nos parecemos en nada
Capítulo 6: Escenarios imposibles
Capítulo 7: Por domesticar
Capítulo 8: ¿Me gusta?
Capítulo 9: Hecha de plumas
Capítulo 10: Guillem
Capítulo 11: Capaz de cualquier cosa
Capítulo 12: Aspirante a padre
Capítulo 13: Una artista y una princesa
Capítulo 14: La vieja camiseta de mi padre
Capítulo 15: En sus manos
Capítulo 16: Dani y Gina
Capítulo 17: Solo sexo
Capítulo 19: Defectuosa
Capítulo 20: Efebofilia
Capítulo 21: Todo es de él
Capítulo 22: Ardillita
Capítulo 23: Un sol asfixiante
Capítulo 24: Daddy issues
Capítulo 25: Polilla
Capítulo 26: Peldaño a peldaño
Capítulo 27: Delfy
Capítulo 28: Fantasmas en el desván
Capítulo 29: Obsesionada
Capítulo 30: Como una diosa
Capítulo 31: Juguete roto
Capítulo 32: Animales impacientes

Capítulo 18: Un hombre así

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By Granuja

Capítulo 18

Por un momento, pienso que está bromeando y que en seguida aclarará que no va en serio. Ha de estar a un segundo de explotar de la risa.

—Claro, y tiene los niños encerrados en el sótano —me burlo.

Pero su expresión no se relaja, todo lo contrario.

—¿De verdad crees que lo es? —exclamo, incrédula.

—¿Te extraña después de lo que me has contado?

—¿Porque me trata como a una niña?

Niego con la cabeza. Lo que dice Gina es ridículo, imposible. Me trata así porque soy la hija de su novia, ni más ni menos.

—No es un pedófilo —le aseguro frunciendo el ceño.

Por experiencia sé reconocer a un pedófilo y Álex no me parece uno de ellos. Generalmente son hombres viejos, poco atractivos y gordos, como se adivina por su pubis abombado en las fotos que me mandan de sus micropenes.

—Laia, no todos son gordos y feos —me dice Gina, dejándome muda, pues no sé si lo he pensado en voz alta—. ¿Sabes el típico tío de veintipocos, guapito, que te tiraba la caña cuando tenías catorce? También lo es.

—Gina, no empieces otra vez con eso —se mete Dani.

—No es culpa suya —se explica, ignorando a su novio—, la sociedad y los medios de comunicación nos inculcan la cultura de la pedofilia.

Lo dice como si fuera un concepto que hemos dado en clase, asumiendo con naturalidad que debo conocerlo. Puede que tenga razón. Como futura socióloga debería saber tanto como ella. Pero no es así, no me suena, y verme tan perdida me recuerda que quizá también me he equivocado al escoger carrera.

—¿Cultura de la pedofilia? —repito, asintiendo como si hiciera memoria.

—Por ejemplo, Millie Bobby Brown, la protagonista de Stranger Things, fue elegida como una de las actrices más sexys del momento. Con trece años. Es enfermizo. —Mis cejas se disparan, la miro recelosa—. Búscalo en Internet, si quieres. Búscalo. Pon: "cultura de la pedofilia".

Parece que me pide que lo haga ahora. Me recuesto en el sofá, alejándome de mi móvil en la mesa. Probablemente encontraría una entrada a su Blog, Gina Vagina, con los mismos ejemplos que, asumo, me dará a continuación.

—También está lo de la moda —dice, sin perder fuelle—, que pretende que las niñas se vistan como adultas y las adultas como niñas, o peor aún, los certámenes de belleza infantil, donde las ponen a competir con sus permanentes y sus gigantescas pestañas postizas —habla muy deprisa, alzando el tono y arrugando la nariz, su voz más cargada de asco que de indignación—, por no hablar de las niñas a las que les ponen bótox o implantes de pecho.

Como sé que no se va a callar hasta que termine, prefiero guardar silencio mientras trato de adivinar por dónde vienen los tiros.

—Tía, ¿sabías que las categorías de porno más visitadas son "teens" y "barely legal"? —Aunque podría decirle que yo también busco porno de "teens" y que eso no me convierte en una pedófila, solo callo—. ¿O que en las Apps de citas los hombres buscan chicas jóvenes? Hay estadísticas.

Gina entiende mi silencio como una señal de que todo esto me está calando, que me está dando algo en lo que reflexionar. No es así, por supuesto, pero diga lo que diga no conseguiré que me deje en paz.

Ríe entre dientes, encendida por su propio discurso.

—Tía, ¿sabes qué es lo peor? Que casi nadie se cuestiona estas cosas —se lamenta, aceptando la porción de pizza que le pasa Dani—. No solo eso, sino que lo aplauden o lo envidian. Henry Cavill, el de Superman, con sus treinta y pico años empieza una relación con una chica de diecinueve y en las redes ves a subnormales que, en vez de criticarlo, dicen que qué suerte la de ella.

—A ver, es que Henry Cavill...

Busco provocarla. Hago cara de entiéndelo, está buenísimo.

—Laia —me riñe. Sus ojos muy abiertos.

—¿Qué? ¿Tú sabes lo que es que un hombre como él te cargue en brazos?

—¿Tú sí?

—¡Ojalá! —me río ansiosa.

Se dedica a mordisquear la pizza mientras me escudriña con la mirada.

—Henry Cavill no es el único —continua al fin, pues es incapaz de dejar una clase a medias—. También está la polémica de James Franco, que acosó a una menor por Instagram, o lo de Leonardo DiCaprio, que ninguna de sus novias ha llegado los veintiséis. Como si las mujeres tuviéramos fecha de caducidad.

—No tiene nada que ver, la novia de este chico tiene su edad, así que si le gustara, que no lo creo, no sería por tener dieciocho —le rebato.

—Otro ejemplo, Woody Allen. —Gina o bien no me escucha, o me ignora deliberadamente—. Este tipo se casó con su hijastra y fue acusado de abusar sexualmente de una de sus hijas adoptivas cuando solo era una niña.

—¿En serio? Pero... o sea, ¿qué clase de hombre se enamora de su hijastra?

Mi voz me traiciona cuando más la necesito. Más que disgustada, sueno ansiosa e impaciente. La risita torpe que se me escapa después solo lo empeora.

—La clase de hombre que abusa de su hija adoptiva —responde cortante.

Gina me escanea el alma con los ojos y pienso en cosas tristes.

Cosas tristes. Guillem llorándome mientras intenta explicar que no sabe qué ha pasado. Las fotografías. Mis bragas enrolladas en el suelo polvoriento de una mansión abandonada. Mi padre en un coche patrulla. Mi madre chillando que lo suelten, y yo dándole la mano a la abuela, que me aprieta.

Gina suelta un sonoro suspiro, incapaz de ver a través de mí.

—¿Has oído eso de "si hay pelito no hay delito"? ¿O lo de "si llega a la docena, me juego la condena"? —me pregunta entonces, al parecer más preocupada por terminar de darme la charla que en lo que le pueda estar ocultando.

—Si menstrúa, puntúa —añado, sin ocultar que me hace gracia.

—Si pesa más que un pollo, me la follo —participa Dani.

—¿Os parece divertido? —se queja Gina.

Dani agacha la cabeza, incapaz de tragarse la sonrisa. Nos miramos como dos niños regañados después de una travesura que valió la pena.

—Tomadme en serio. Hay tíos que se felicitan por estar con menores de edad. Da asco —nos dice Gina, tapándose la boca mientras mastica.

Tiene razón. Recuerdo que los amigos de Guillem lo felicitaban. Hacían bromas sexuales sobre mí incluso conmigo presente. Pero no iban con mala fe, era un juego, su forma sana de expresar envidia, lo que significaba que también se sentían atraídos por mí, y eso me hacía sentir mejor de lo que era.

Gina roe el borde de la pizza como si fuera una costilla de cerdo.

—Tía, piénsalo un poco —me dice, animada por la sonrisa que aflora en mis labios—. ¿Por qué crees que está tan extendido lo de depilárselo? ¿Por qué crees que cada vez hay más mujeres que usan productos para blanquearse los labios vaginales? ¿O que se meten en el quirófano para recortárselos?

—Bueno, que hagan lo que quieran, es su cuerpo.

—Claro, ¿pero por qué tienen que ajustarse a un canon que es más propio de niñas que de mujeres adultas? —me pregunta, señalándome con el borde.

—Porque es más bonito.

—¿Por qué? ¿Eso quién lo decide? ¿La sociedad machista? ¿La cultura de la pedofilia? —Agita el borde en el aire como una varita, contra el ente invisible que al parecer nos amenaza desde todas partes.

Se me escapa una risita irónica.

—Pero a ver, seamos realistas —me planto, buscando la aprobación de Dani con la mirada—, es más bonito un coño rosa que un colgajo marrón.

Dani niega con la cabeza. Sonríe, así que no sé si está de acuerdo.

—Un coño es un coño. Da igual si es rosa, marrón o negro. Todos son bonitos —me corrige Gina, inclinándose para que siga mirándola.

Por mucho que diga, no va a conseguir que los vea iguales.

—¿Por qué crees que le interesas? —insiste, con el mismo tono acusador.

—¿Porque lo tengo rosa?

Los pillo desprevenidos. Dani escupe una risa en forma de pedorreta y Gina suspira, encestando el borde en la caja de pizza que tenemos enfrente.

—Igualmente no soy ninguna cría —me defiendo.

—Pero lo pareces —me contradice, arisca.

—No es un pedófilo, Gina.

Su boca se convierte en una fina línea. Sus fosas nasales hinchadas. Inhala y exhala, calmándose. Dedica unos segundos a apretarse la coleta. Cuando alza los brazos me fijo en que tiene las axilas depiladas. Ocurre lo mismo con sus piernas: se ven suaves, sin un solo vello. Se ha hecho la cera recientemente.

Prefiero no mencionarlo, no quiero empeorar las cosas.

—Yo solo digo que un tío de treinta y...

—Solo tiene treinta y uno —aclaro.

—Bueno, pues eso, que si un tío de treinta y uno se interesa por una chica de dieciocho a mí no me huele bien —dice, dirigiendo una breve mirada a Dani para asegurarse de que está de acuerdo con ella—. Vamos, que si ese tío se fija en chavalas jóvenes es porque son más ingenuas, más manipulables.

Alucino. Habla de chicas jóvenes como si ella no lo fuera. Gina solo me saca dos años. No soporto cómo se hincha, su ego. Se equivoca. Podría hacerle ver hasta qué punto se equivoca poniendo a mi madre de ejemplo, una mujer de treinta y cinco más manipulable que cualquiera de dieciocho.

Pero no lo hago, no vale la pena.

—Las buscan súper jóvenes para amoldarlas a su gusto —continúa, sentada en el filo del sofá, encarándome—. Conocí a un tío, un imbécil, que decía que una chica sin experiencia es mejor que una que ya está enseñada.

Me hundo un poco más en el sofá, ocultándome tras el cuerpo de Dani.

—Enseñada —enfatiza, aunque no me parece necesario.

Se queda callada, espera una reacción por mi parte.

—A mí no me importa que me enseñen —respondo, solo para sacarla de sus casillas—, y menos si es un hombre como Henry Cavill.

Parpadea. Abre, cierra la boca y vuelve a abrirla.

—Tú también te dejarías —la interrumpo antes de que hable.

—¿Pero tú te das cuenta de lo que dices? —exclama, tras recuperarse de mi respuesta, un breve instante dulce como la victoria—. ¿Te das cuenta de lo que implica que seas justamente tú la que te estás burlando de este tema?

Cruzo los brazos, la miro como si estuviera loca.

—Se trata de una relación de poder, Laia —me recuerda.

Frunzo el ceño, aún con los brazos cruzados. Le pido una explicación.

—Laia, mira lo que pasó con Iván, eres súper dependiente —me dice, con tanto mimo que sé que no es un ataque, lo que es aún más doloroso—. Por favor, piensa en cómo acabarías si te metes en una relación con un hombre así.

Quiero preguntar a qué se refiere con un hombre así, si no sabe nada.

—Hay chicas como tú que acaban en relaciones de maltrato.

Habla como la terapeuta que me pusieron tras la acusación contra mi padre. Nunca me pareció que de verdad le importara lo que tuviera que decir. Retiro mi cuerpo antes de que Gina pueda llegar a acariciarme el brazo.

—Ah, ¿ahora además de pedófilo es maltratador? —pregunto riéndome.

También sé qué aspecto tiene un maltratador. Podría reconocer a uno si lo viera, es la única ventaja de haber vivido con uno durante dieciséis años.

—Mira, Gina —le digo, con toda la prepotencia que soy capaz de reunir para imitarla—, no me interesa iniciar una relación ni nada por el estilo. No nos vamos a casar ni hemos pensado cómo se llamarán nuestros hijos. Solo he dicho que me atrae y que me lo follaría. Perdón, tendría "sexo" con él —corrijo, entrecomillando la palabra con una sonrisa cínica—. Y ahora, si no te importa, me gustaría acabar de cenar. Aunque seguro que la pizza está fría.

—Sé que no tengo tacto —admite, y Dani asiente a sus espaldas, sin que ella lo vea—. Pero tía, es que parece que tengo que decírtelo así para que lo entiendas. Ojalá que el coñazo que te he dado sirva para que reflexiones.

Más que para reflexionar, solo sirve para obsesionarme creyendo que no tengo ninguna capacidad de decidir, ya que sus teorías me quitan el poder frente a Álex y solo me plantean en la ecuación como víctima. Parece que mi única opción, según su estándar del buen hacer feminista, es combatir mis instintos y rechazar mi libertad sexual, lo que me parece irónico teniendo en cuenta que ella está en una relación abierta y puede tener sexo con quien quiera.

Deduzco que se cree más responsable que yo, más capaz.

Nos quedamos unos segundos en silencio, incómodos.

—Acabas de soltar un micromachismo —apuntilla Dani, medio burlándose, seguramente porque no sabe cómo reaccionar a situaciones tensas, o, porque como yo, está harto de la actitud alarmista de Gina—. Lo del coñazo, me refiero. O sea, lo aburrido es un coñazo y lo que mola es...

—La polla —termina ella.

Por suerte, la cosa no va a más. Cenamos con la tele puesta y después de cinco o diez minutos se nos pasa el enfado. Dani nos saca conversación y me siento bien poniéndome al día con los cotilleos de clase y despotricando de los profesores y de Iván. Más tarde, antes de dormirme en su horrible colchón hinchable, me doy cuenta de que lo único que nos une es la universidad.

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