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By CreativeToTheCore

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Segundo libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Enigmátic... More

✿ S I N O P S I S ✿
A D V E R T E N C I A
R E P A R T O
C1: Dispar.
C2: Peculiar.
C3: Disminuir.
C4: Fanáticos.
C5: Eventualidad.
C6: Buitres.
C7: Fontanería.
C8: Recapitular.
C9: Tempestad.
C10: Destructores.
C11: Lectores.
C12: Deambuladores.
C13: Técnicas.
C14: Paranoia.
C15: Voltaire.
C16: Hiperventilar.
C17: Cafeína.
C18: Regresar.
C19: Atizar.
C20: Líos humanos.
W A T T P A D E R S
C21: Petrolíferos.
C22: Guayaba.
C23: Jökulsárlón
C24: Insospechado.
C25: Volar.
C26: Hasta pronto.
C27: Química avanzada.
C28: Oxígeno.
C29: Eres y serás.
C30: Ríete.
C31: Latiendo.
C32: Hoy.
C33: Magia.
C34: Aurora Boreal.
C35: Poético.
C36: Significar.
C37: Marcapáginas.
C38: Extraviado.
C39: El coco.
C40: Escenificar.
W A T T P A D E R S
C42: El apunte perdido.
C43: Incandescencia.
C44: Tan bien y tan mal.
C45: Sábados.
C46: Código arcoíris.
C47: ¡Luz, cámara, acción!
C48: Brújula.
C49: Leamos.
C50: Serendipia.
C51: Amor al cubo.
Epílogo
¡Agradecimientos + aviso!
¡Oh, casi lo olvido!
CAPÍTULO EXTRA

C41: Flujo sanguíneo.

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By CreativeToTheCore

—¿Debo recordarte que Bill se disfrazó de Hannibal? —susurro en cuanto me anima a traspasar el umbral de la puerta de su habitación—. Cocinaría mis extremidades a la parrilla y con salsa si me viera aquí arriba —le recuerdo, y ella se inclina para ver si la escalera está despejada—. Es una locura —aclaro, y ella cierra la puerta con delicadeza, como si temiera que el entrenador la oyera a pesar de estar en la planta baja.

No me sorprendería. El coach parece oírlo, verlo y saberlo todo.

Es algo escalofriante.

Si la locura es felicidad, ¡me declaro loco! —cita, dándose la vuelta y enfrentándome. 

¿Por qué me tiene que sonreír así? No es momento para que estemos a solas, no cuando aún no he podido controlar el hemisferio sur de mi cuerpo. 

—Hannibal está ocupado intentando darle un mordisco a la yugular de Julieta —recuerda, y no puedo negar que el entrenador parecía bastante concentrado en sacarle algún trozo de carne a Elvis, sobre todo cuando él se tropezó con su vestido y cayó sobre Steve, a lo que Shepard gritó: «¡Casi le rompes el brazo bueno a mi quarterback, mentecato despistado! ¡¿Sabes lo que valdrá ese brazo en cinco años?! ¡Millones de jodidos dólares! Me debes diez kilómetros, cien lagartijas y quiero media pierna tuya en mi plato para la cen... ¿a dónde vas? No he terminado de hablar. ¡No te atrevas a llamar a Romeo, Julieta!»

—¿Y qué haremos cuando intente saltar a mi yugular? —Enarco una ceja.

—Podemos pensar en una solución mientras estamos aquí. —Se encoge de hombros, y la sonrisa en sus labios se amplía.

El silencio se asienta, y nos encontramos de pie a sólo un paso de distancia. Me tomo un momento para apreciar nuevamente el disfraz y la forma en que se envuelve alrededor de su cuerpo antes de volver a mirar su rostro. En otras circunstancias me hubiera dado gracia que Ingrid pintara sus cejas del mismo color anaranjado de la peluca, pero no puedo reír, no cuando la nueva Hermione le pintó los labios de ese intenso color escarlata, lo cual distrae bastante.  Y ni hablemos de sus ojos; adoro sus pálidos ojos celestes, tanto que los he pintado tantas veces que perdí la cuenta, pero los lentes de contacto verdes son hipnotizantes en todo sentido.

—¿En qué piensas? —curiosea, con una chispa de entusiasmo en sus ojos—. Porque yo todavía no puedo crear que reencarnes al señor Darcy. Es alucinante, llamativo y seductor.

—¿El señor Darcy o yo?

—Ambos.

Reprimo una sonrisa y ella da un paso al frente. Su fragancia me envuelve y empiezo a lamentarme el hecho de que no se pueda captar un aroma a través del papel, de un lienzo. 

He estado meditando en el gran placer que un par de espléndidos ojos en la cara de una mujer hermosa puede otorgarle —cito.

Ella estira su mano y aparta un mechón de cabello de mi frente, sonriendo con una calidez más que abrasadora.

—Matarías a cualquier diabético que se cruzara por tu camino, Hensley. —Se ríe, y sus pequeños y fríos dedos recorren la barba incipiente de mi mejilla.

Diablos, también desearía poder captar el toque de una persona en el papel.

Llevo las manos a su cintura, y nos miramos por el tiempo suficiente para que comience a sentir una insaciable necesidad de tenerla un poco más cerca.

Doy un paso al frente, acortando la distancia, y percibo que inhala con lentitud antes de suspirar. Hay algo realmente encantador en arrebatarle un suspiro a una mujer.

Me he esforzado en vano. No será suficiente. Mis sentimientos no serán reprimidos —recito, inclinándome hacia su boca. Sin embargo, me freno unos segundos para dejar que una sonrisa se origine en mi rostro—. Tienes razón, podría matar a todos los diabéticos de Estados Unidos con esa frase.

Corto su risa capturando sus labios. Una de mis manos se desliza desde su cintura hacia su cuello, y ahueco su nuca para traerla aún más cerca. El beso se vuelve profundo, ganando intensidad y sentimiento mientras me lo corresponde. Sabe a algo dulce, algo totalmente adictivo.

Avanzo, obligándola a presionar su espalda contra la puerta. Los cuerpos se comprimen; su pecho colapsa contra el mío y el roce de las prendas parece calentar mi sangre hasta el punto de casi hacerla llegar a su punto de ebullición.

—Necesito un minuto —dice, separándose lo suifiente para que nuestros labios ya no estén juntos pero nuestras narices casi se rocen.

Sus mejillas están encendidas, su respiración irregular y acelerada, y sus ojos destellando con algo irreconocible.

—¿Por qué...? —comienzo, pero entonces noto que baja la mirada, clavando sus ojos en ese punto en que el hemisferio sur de su cuerpo que se encuentra aún presionado contra el mío.

Oh, mierda.

Intento dar un paso atrás, pensando que debo darle espacio. No sé qué está pensando acerca del hecho de que he estado presionando mis partes felices contra ella. Sin embargo, envuelve sus brazos alrededor de mis hombros para que no retroceda.

—¡No, no me malinterpretes! —suplica, divertida y avergonzada—. Lo que ocurre es que hace muchísimo tiempo que no provocaba que los vasos sanguíneos de un órgano viril masculino se expandan y aumente el flujo sanguíneo en sus tejidos internos.

—Linda forma de describir una erección, Zoella.

—Cierre el pico y sígame besando, señor Darcy —ordena—. Ya me he recuperado.

—A sus órdenes —acepto, retomando el camino hacia su boca.

Ella me abraza, y la tela que me envuelve tira en mi espalda en cuanto hace de sus manos puños, aferrándose a mí aún con más fuerza cuando un sonido profundo y áspero se origina en la parte posterior de mi garganta.

Me abro paso en su boca y mis inquietas manos parecen queman sobre su piel. Tiene una forma de besar bastante peculiar: suave de a ratos y apasionada cuando presiono todo de mí contra ella.

Los dedos que serpenten en su cintura se retiran hacia abajo. Y, como cualquier artista, quiero explorar y dejar mi marca en todo este lienzo. Mi mano alisa su falda, quitándole el aliento, y en cuanto mis yemas rozan la piel de su muslo tiembla en mis brazos.

Sin previo aviso la levanto, incapaz de contener esta necesidad que se acrecenta en mi interior de fusionarnos. Sus piernas se envuelven alrededor de mi cintura y mi corazón se descontrola dentro de mi pecho.

Zoe sonríe con complicidad y se saca el sombrero, lanzándolo a través de la habitación, seguido por la peluca.

—No creo que quieras hacer esto con el Sombrerero —explica cuando llegamos a la cama, la bajo y queda arrodillada en el borde del colchón, conmigo de pie frente a ella.

—Definitivamente no quiero hacer esto con él —reconozco, alcanzando el rodete en la parte posterior de su cabeza y tirando suavemente de la liga que lo sostiene.

Su cabello rubio cae tras sus hombros, y a pesar de que no hay mechones obstruyendo su rostro, extiendo mi mano y me aseguro de que permanezcan tras su oreja. Ella cierra los ojos ante el tacto, y todo en mí parece fragmentarse ante la imagen.

No poder retratarla en este instante me está destrozando, porque quisiera tener este recuerdo para toda la vida.

—No sé cómo logras que alguien como el Sombrerero luzca angelical —confieso, sonriendo en cuanto abre los ojos. El pálido verde rutila con gracia—. Incluso podrías haberte disfrazado del payaso de It o como el entrenador y seguir luciendo tan... tan Zoe.

—No es momento para hablar de Bill, señor Darcy. —Se ríe, y yo también tengo la intención de hacerlo, pero me vuelvo incapaz de emitir sonido en cuanto siento sus manos tanteando el sobre mi saco. Lo empuja por mis hombros, y de mis brazos llega al piso en cuestión de segundos.

Agonía corporal, eso están experimentando mis pantalones.

—Tienes razón. —Asiento, más veces de las necesarias—. Hablar de cómo Shepard me va a descuartizar en cuanto se entere de esto hace decaer mis partes felices.

—Que no decaigan entonces. —Vuelve a reír, estirándose hasta llegar al primer botón de la camisa—. Recuerdo que una vez me dijiste que tenías un tatuaje, y tengo la intención de verlo esta noche si me lo permites.

Si me sigue mirando así no sólo le voy a permitir verlo. Puede tocarlo, lamerlo o lo que sea que su espontánea cabeza quiera hacer con él.

¿Cómo puede encender cada fibra de mi cuerpo sin dejar de lucir tan dulce y reírse de forma tan inocente? Me hace sentir de lo más sucio.

—¿Tiene una historia? —indaga, y siento sus pequeños nudillos rozando la piel de mi pecho—. Porque me gustaría oírla.

A mí me gustaría hacer tantas, pero tantas cosas.

Y no todas incluyen narrar historias.

Estoy acostumbrada a ver muchachos sin camiseta.

Kansas siempre decía que era afortunada por eso, tanto como ella lo fue.

Sin embargo, en este momento, todos las personas que he visto con el torso al desnudo desaparecen. No tengo recuerdo de ninguna de ellas.

Hensley no es un fisicoculturista, pero tampoco un holgazán. El deporte lo ha hecho trabajar lo suficiente para tener una buena apariencia sin ropa, pero eso, a pesar de que es bastante atractivo, no es lo que llama mi atención ni lo que estoy muriendo por tocar.
Sé que muchas en mi lugar hubieran comenzado a describir su estómago, pectorales o caderas, pero yo sólo puedo pensar en una única cosa.

Alzo mi mano hasta que está sobre su corazón, y en cuanto apoyo mi palma él se estremece. De forma instantánea lo siento latir contra mí; la sensación es mágica, una que logra enviar un escalofrío por mi columna vertebral antes de que el calor de su piel se transporte a través de mi mano y brazo hasta recorrerme por completo, hasta embriagarme en calidez. Late con fuerza, con la pasión con la que cada corazón lo hece, aferrándose al momento y negándose a detenerse hoy. 

—Cuando era niña solía temer tocar mi propio corazón —confieso, entregándole una pequeña sonrisa—. Me aterraba la posibilidad de sentirlo un segundo y no al siguiente, y en algún momento comencé a temer que fuera a detenerse. Me dormía pensando que no me levantaría al otro día, hasta que mi madre me dijo que, si no quería vivir preocupada, sólo llevara la mano a mi pecho en tres ocasiones: en primer lugar, cuando fuera lo suficientemente feliz para pensar que nada de lo que estaba ocurriendo podía ser real, lo cual me llevaría a sentir con plenitud qué tan intensa era dicha felicidad y me recordaría que no era una ilusión —comienzo a enumerar—. En segundo lugar, cuando estuviera tan triste o enojada como para dejar de ver las cosas buenas. En ese caso sentirlo sería un recordatorio de que el tiempo sigue corriendo, que no puedo desperdiciar ni un latido en cosas negativas. 

—¿Y el tercero? —indaga, envolviendo su mano alrededor de la mía. Observo cómo se apilan en su pecho y seguidamente levanto la mirada: no hay sonrisa en su rostro, sino una expresión comprensiva y sosegada.

—Me dijo que sintiera mi corazón cuando intentara saber si quería algo o a alguien —explico, repitiendo las sabias palabras de Anne Murphy—. Cierra tus ojos, siéntelo y piensa. ¿Crees que ese pequeño corazón sería capaz de detenerse por eso que tanto quieres? ¿Por esa persona aparentemente especial? —cito, como si se tratara de otro personaje literario. En este caso es de un personaje que cobró vida, pero que ahora sólo puedes encontrarlo en las memorias del escritor que todo aquel que la conoció lleva dentro. 

—Eso se aplica únicamente si uno toca su propio corazón. ¿Por qué estás tocando el mío entonces? —inquiere con su característica perspicacia. 

—Porque esto y lo que hay aquí arriba —digo golpeando con mi dedo índice mi cabeza—,  es todo lo que importa, lo que te hace tú. Y a menos que Bill llegue con una motosierra y haga de sus sueños realidad cortando tu encéfalo por la mitad, no tengo forma de sentirlo... y tampoco es como si quisiera hacerlo. —A Akira probablemente le encantaría sostener algunas sesos entre sus manos, pero yo no soy esa clase de chica—. Además, me basta con escuchar lo que tengas para decir. Sin embargo, el corazón no articula palabras. Habla en un lenguaje algo rebuscando, alterando velocidad, fuerza y ritmo, y para entenderlo y saber qué dice debes sentirlo. 

—¿Y qué crees que está diciendo justo ahora? —Presiona mi palma aún más contra su pecho, y espera mi respuesta con una pequeña sonrisa ladeada.

—Que te gusto, eso está diciendo.

—Se equivoca —objeta, y mis cejas se alzan—. No me gustas, me encantas —corrige, haciéndome reír por la forma en que arruga la nariz al decirlo.

—¿Lo suficiente para que me dejes ver el tatuaje?

—Eso y mucho más —contesta, dándose la vuelta.

Tengo al intención de seguir riendo, porque honestamente esta parte juguetona del número treinta y uno es de lo más inusual, cómica y dulce, pero en su lugar parezco atragantarme con mi propia risa.

—¿Qué frijoles es esto? —susurro escudriñando el recorrido de la tinta impresa en su piel. 

—Zoe, te presento a Valkiria. Valkiria, te presento a... —Sus palabras se desvanecen en cuanto se oyen las sirenas de una patrulla a lo lejos.

Mis dedos, que estaban a punto de recorrer los trazos en su espalda, se quedan inmóviles en el aire. Lo oigo contener la respiración mientras escuchamos que las sirenas se acercan en lugar de alejarse, y no hace falta decir quién creemos que es.

—Ve por mi hermana, por favor —pide, dándose la vuelta y levantando la camisa que he dejado caer a sus pies, la cual comienza a abotonar apresuradamente—. Y no dejes que salga a la calle, Zoe. No sé qué quiere Wendell, pero...

Una mezcla de preocupación y enojo se asienta en su mirada, y no parece ser capaz de seguir hablando. 

—Lo haré, pero prométeme que no harás nada tonto.

Él se lanza a través de la habitación sin responder. Los neumáticos de un coche se oyen frenando de golpe en el cemento afuera, y las sirenas se detienen, dando lugar a un silencio inquietante.
Me precipito hacia él, tirando de su muñeca antes de que llegue a la puerta. Sus peculiares ojos se anclan en los míos, y me aseguro de mis siguientes palabras salgan claras y fuertes.

—Promételo, Blake.

Por un razón Wendell quiere que Mila se marche, y tengo la corazonada de que no va a gustarme el porqué. También es el padre de Kassian, lo cual es más que un conflicto, y a esto le añadimos que él es policía, su progenitor un reconocido Sherriff, y que porta un arma en la cintura. 

La licuadora está por explotar con esa mezcla. 

—Lo prometo —asegura dándome una última mirada antes de tirar del pomo y apresurarse escaleras abajo. 

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