Entre el cielo y el infierno...

By nyxaquabooks

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Aíma es como una ninfa, evoca la dulzura y con sus delicados pasos incita ligeramente al deseo. Ante los ojos... More

Información importante
Prefacio
La Misión
Enemigos infernales
Apariencias engañosas
El entrenamiento
Sucesos inesperados
Amargos secretos
La visita de la muerte
Vidas fragmentadas
Almas condenadas
Traidores
Dolorosos engaños
Verdades insondables
Desengaños
Tormento eterno
El final de una vida (parte I)
El final de una vida (parte II)
Epílogo
Significados de los nombres de algunos personajes
Ángeles caídos - trilogía cielo o infierno #2
Dedicatoria
Agradecimientos

Acciones inesperadas

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By nyxaquabooks


                                                                                             «El rumbo de los acontecimientos dependerá

                                                                                         de circunstancias ajenas a los designios oficiales».

                                                                                                                                           —George Santayana—


«Tengo que regresar al cielo; me han estado llamando todo el día y los he ignorado adrede. Debo verla a ella primero, siento que la cabeza se me va a explotar, su voz llamándome retumba desde hace horas, sus pensamientos logran alterarme, nunca se detiene, piensa cosas verdaderamente aterradoras» pensó Daniel masajeándose la sien.


— ¡Qué bueno que llegaste! —exclamó Sunshine, en cuando Daniel apareció frente a ella—. Por un momento pensé que no regresarías—añadió serenamente.

—Estoy bien—dijo él—. Aunque es molesto oír tu voz, a cada segundo dentro de mi cabeza—se quejó Daniel con desagrado.

— ¡Te lo mereces por no responderme! —le reprochó, colocándose blanco con palomas bordadas en hilo dorado.

— ¿Por qué llevas tu atuendo oficial? —preguntó Daniel. La rubia portaba una vestimenta blanca y dorada, incluso sus uñas tenían esos mismos colores.

—Ya es hora, ¿estás preparado, hermano? La batalla comenzará y sabes que no me gusta perder—soltó Sunshine, trenzando su rubia melena, sobre su hombro derecho.

—Lo estoy—respondió él y ella asintió dulcemente, saliendo de la habitación para que él se preparase.

«Hemos esperado tanto por este momento, que por un instante pensé que nunca llegaría. No tengo certeza nada; pero así son las batallas y cuando se lucha por un bien mayor no debe sentirse miedo a la extinción, sé que después de que todo termine nada será igual; quizás el cambio sea bueno, pero también puede ser malo» meditó Daniel mientras se estaba vistiendo para la batalla.

— ¿Qué sucede, Dan? La vi, ella se veía siniestra—la dulce voz de una joven, interrumpió sus pensamientos.

—Todos están listos, solamente esperan órdenes para comenzar ¿y quién creen que las dará? —musitó Daniel, acariciando la cabellera castaña de , era más baja que él, llevaba un vestido de seda azul. Desde lejos observaron una gran cantidad de ángeles y arcángeles reunidos en tropas, por rango y fuerza.

— ¿Listo? —suspiró Sunshine apareciendo tras ellos.

—Listo—contestó Daniel seriamente. Nahila se despidió de él y abandonó la habitación, ella no tenía permitido intervenir en la batalla.

— ¡Hora de jugar! —cantó Sunshine alegremente. El mensaje no iba dirigido a Daniel; sino para ellos, los nephilims reclutados para nuestro ejército, esos que hemos entrenado durante mucho tiempo.

—Todo saldrá bien. No te asustes será divertido, cortar miles de cabezas—añadió con una amplia sonrisa.

— ¿Lo disfrutas?

—¿Qué crees? Soy la voz encargada de anunciar la batalla, tú serás el primero en atacar. Entiendo que sea difícil para ti—confesó ella y lo sujetó por los hombros—. Míralo por el lado bueno, muchos de nuestros guerreros estaban condenados, pero ahora no importa si viven o mueren, porque su elección los ha salvado—le animó ella y él sonrió. Sunshine siempre tenía razón.


El infierno está plagado de sentimientos extremos, capaces de herir por el simple placer de ocasionar dolor, pero otros te sumergen en el delirio de las pasiones, ambos sentimientos pueden ocasionar placer. Aunque solo por uno de ellos, un ángel al igual que un mortal se convertirían en demonios. No en vano dicen que Dios otorgó el placer del sexo solamente a la raza humana, de ahí surgieron tantos descontentos en el reino celestial, ese fue un placer negado para los ángeles.


— ¡¿Dónde estabas?! —gritó Kovat furioso, señalando a Kurde, quien caminaba por uno de los pasillos más estrechos del infierno, cargando una antorcha entre sus pequeñas manos. Ella lo ignoró y él le sujetó por el brazo lleno de rabia.

— ¿Con qué derecho te atreves a tocarme? —soltó Kurde dulcemente, su mirada se veía tenebrosa.

— ¡Me ignorabas! —contestó él ofendido.

—Era mejor para ti que lo hiciera, pero si quieres jugar. Entonces juguemos—cantó ella, embozando una gran sonrisa, capaz de erizarle la piel al más valiente. — Niños la comida llegó ¡Die, Hate! ¡Vengan mis bebés! —añadió la pequeña. Gruñidos y sombras enormes se reflejaron en las paredes, los gruñidos aumentaron, las sombras se volvieron más grandes.

— ¡Te convenía ser ignorado! Entenderás que conmigo no se juega—aseguró Kurde confiada y Kovat palideció.

— ¡Basta, no es gracioso! —gritó él algo nervioso.

—Deberías correr. Cualquiera en tu lugar, lo haría sin dudar—susurró ella tiernamente—. ¡Ataquen mis bebés! —ordenó con voz firme. Kovat empezó a correr.

Mientras unos corrían por su vida, otros cedían ante la tentación de lo prohibido. La enorme sala de juntas estaba poco iluminada, telas rojas colgaban del techo, runas antiguas relucían, sobre la pared de ladrillo, dándole refugió a la pasión.

—Ven—dijo Cassius palmeando el escritorio, Marie salió de su escondite, danzó descalza entre las telas y le sonrió.

—Te extrañé—susurró ella a su oído, con una mezcla de ternura y deseo.

—Yo más—aseguró él, desabrochándole la camisa—. Pero ya estás aquí y tiempo apremia—añadió dedicándole una sonrisa.

La besó con desesperación y un toque de lujuria, hasta caer sobre el escritorio, ese que sería su último lugar de encuentro. La puerta explotó de improviso, un rayo de luz penetró la habitación y todo se acabó. Eran los nephilims, aquellos niños, que fueron maltratados por sus propias familiar se revelaron, demostrando su poder. Nada los detendría, porque cuando se luchas un derecho, lo haces hasta el fin. Ölüm se encontraba sentado en su habitación, tomando una copa de vino, mientras se desataba el caos, ese que cambiaría su destino. Vrah y Kovat irrumpieron estrepitosamente en la recamara, acabando con el silencio.


— ¡¿Por qué demonios entran de esa manera?! —gritó Ölüm enojado.

— ¡Hay una rebelión! Los nephilims acaban de matar a Cassius—soltó Vrah exaltado.

—¿Cómo sucedió? —preguntó Ölüm algo sorprendido.

—Se encontraba con la hija del demonio de la envidia, ambos están muertos—agregó Kovat casi sin aire. — ¡Debemos acabar con esos nephilims! Siempre supe que no eran criaturas confiables—continuó diciendo invadido por la rabia.

—Y eso incluye a tu hija, Ölüm—añadió Vrah seriamente.

— ¡Todos morirán, sin excepción! —anunció Ölüm sin inmutarse.

Los gritos provenían de todas partes, los cadáveres caían como moscas, demonios luchaban contra nephilims, ambos bandos tenían bajas. La tierra también se veía afectada por el caos infernal, choques automovilísticos a grandes escalas, aviones cayéndose sin razón aparentes, las personas se encontraban aterradas, los gritos de desesperación no cesaban. Madres corrían con sus hijos en brazos, buscando un lugar para refugiarse, una serenata de sollozos invadía todos los territorios. El mar comenzó a salirse de su zona, inundando las calles con una fuerza descomunal.

—Sua, es horrible—admitió Boa con voz temblorosa.

—Sí, Marie —empezó a decir Sua, pero no terminó la frase, porque las lágrimas se apoderaron de ella.

— ¡Cálmate! Tenemos salir del infierno rápido—gruñó Boa con tono serio—. ¡No llores más! —añadió la rubia y forzó una sonrisa.

Explosiones acompañadas de gritos invadían el inframundo, la oscuridad reinaba. Un par de golpes retumbaron en pulido piso de mármol, al tiempo que una risa infantil resonaba fuertemente, acompañado a la pequeña niña que se materializó frente a Ölüm, Vrah y Kovat.

— ¡Qué bueno verte, mi dulce Kurde! —comentó Ölüm con una amplia sonrisa.

—Lo mismo digo. Es muy bueno verme—respondió ella sonriente, alisando la falda, de su hermoso vestido verde claro.

— ¿Qué haces aquí engendro? —escupió Kovat con asco.

—¡Oh! No te no te había visto; es que eres más insignificante que un mosquito—comentó Kurde serenamente.

— ¡Estoy harto de ti! —siseó Kovat, arrojándole una bola de fuego a la pequeña. Ella la agarró con su pequeña mano y la desintegró.

—Pobre, eres tan imbécil—escupió la pequeña, haciendo una señal con la mano y Kovat cayó al piso, retorciéndose de dolor. Ella se le acercó. Él expulsaba sangre por la boca. —Eres tan débil, no puedes resistir mi poder—susurró Kurde con una sonrisa en los labios.

— ¡No es el momento, cariño! El infierno se derrumba, no podemos matarnos entre nosotros—bramó Ölüm seriamente.

— ¡Qué me pida perdón de rodillas o le romperé las entrañas! —chilló la niña, sin dejar de mirar a Kovat. Ölüm le dedicó una mirada al demonio que yacía en el piso, le hizo una seña con la cabeza y Kovat asintió.

—Te pedirá perdón, pero déjalo. Somos aliados, recuérdalo—añadió Ölüm y Kurde dejó de torturar a Kovat. El empezó a incorporarse cuidadosamente. Su ropa estaba cubierta de sangre, mientras que su rostro lucía demacrado.

—Estoy esperando—insistió Kurde, golpeando el piso con sus pequeños pies.

—Perdóname—susurró Kovat de mala gana.

—Dije de rodillas, ¿no es cierto? —señaló Kurde y Ölüm le hizo un gesto a Kovat, él empezó a ponerse de rodillas, con una clara expresión de ira en su rostro.

—Perdóname—musitó Kovat arrodillándose, con una mano en su abdomen, para mantener el equilibrio.

—Ni creas que te perdonaré. Debes entender que conmigo no se juega—resopló ella seriamente.

—Antes de que te vayas, me gustaría pedirte algo—añadió Ölüm y Kurde fijó sus ojos verdes en él.

— ¿Qué quieres de mí? —preguntó ella algo incrédula.

—Necesitamos tus perros, para cazar nephilims. Todos saben que los tuyos son los mejores.

— ¿Los hombres son imbéciles o qué? ¡No basta con que la mitad de ellos quieran irse al otro bando! ¡Ahora quieres acabar con los pocos aliados que nos quedan! ¡Estamos en medio de una guerra, necesitamos a todos! —gritó molesta.

— ¡Son traidores impuros! —chilló Vrah.

—No cuenten con mis perros, tienes los tuyos Ölüm, confórmate con ellos. porque los míos no serán tus sirvientes. Si piensas matar a esos niños, yo no te ayudaré—aseguró ella y desapareció.

— ¡Debiste acabar con esa cosa, viste lo que trató de hacerme! —bramó Kovat furioso.

—Si lo hubiera intentado, ninguno de nosotros estaría aquí para contarlo—respondió Ölüm calmadamente. Liberó a sus perros infernales, para que mataran a todos los nephilims que se cruzasen en su camino. Ruidos, pasos y sombras invadieron los pasadizos del infierno.

— ¿Qué es eso? —preguntó Sua temblorosa.

—No sé, pero debemos salir de aquí y rápido—respondió Boa, tratando de sonar calmada.

— ¿Estás segura de qué es la dirección correcta? —insistió Sua llena de dudas.

—Sí, por aquí queda una de las pocas salidas ocultas, que van directo a la superficie—afirmó Boa. Los ladridos se incrementaron y las sombras estaban acercándose.

— ¡Corre Sua, son perros demoniacos! —gritó Boa. Ambas jóvenes corrieron.

—¡Maldición! —exclamó Kurde, percatándose la presencia de los perros de Ölüm. Decidió ir tras ellos.

— ¿Nos vas a matar? —soltó Boa, fijando la mirada en Kurde, quien apareció ante ellas.

— ¿Por eso nos mandaste a tus perros? —chilló Sua aterrada.

—No y no—respondió Kurde fríamente—. En cuando escuchen las explosiones corran y no miren atrás. Por cierto, no son mis perros, si lo fueran ya las hubiesen descuartizado: esos son los perros miopes de Ölüm—añadió disgustada e hizo una mueca.

Una serie de monumentales explosiones invadieron las estrechas e irregulares paredes, repentinamente fue como si las jóvenes estuviesen paradas frente a un enorme espejo, había dos seres idénticos a la rubia y la castaña, quienes les dedicaron una sonrisa torcida, para luego salir corriendo en la dirección opuesta, distrayendo así a los perros.

—Tengo miedo—suspiró Boa, conteniendo las lágrimas.

—Esos perros, son aterradores—secundó Sua, casi sin aire.

—No le temo a los perros; sino a ese bicho con cara de niña—confesó la rubia mordiendo su labio inferior.

El agua arrastraba a las personas que vivían la superficie, algunos intentaban treparse en las paredes y techos de las casas más altas, para evitar ser arrastrados por la feroz corriente. Ángeles y arcángeles bajaron del cielo; los demonios subieron a la tierra. La lucha entre el fuego y la luz dio inicio; flechas envenenas volaron en todas direcciones, ambos bandos daban lo mejor de si, empleando sus fuerzas. Sunshine y Daniel se encontraba al frente, eran los elementos fuertes del cielo, pero no había que olvidar el hecho de que el infierno poseía una gran cantidad de miembros poderosos.

Entre Phoebe y Aíma llevaron a Kólasi̱ al ático, todavía tenía algunas heridas abiertas. . La rubia le recordó que los demonios sanaban rápido, por lo que no eran mortales. Las dos escucharon una estruendosa explosión, proveniente de la planta baja, los vidrios de las ventanas se rompieron, volando ferozmente por los aires.

—Llévatelo a un lugar seguro—le dijo la pelirroja a Phoebe, por lo visto no podría descansar.

—Me quedaré—habló Kólasi̱, por primera vez desde que lo rescataron—. Ha llegado el momento, la batalla fue anunciada y ya no se puede detenerdébilmente.

—Una vez te dije, que, si tuviera que dejarte morir, para salvar mi vida lo haría sin dudar—suspiró Aíma acercándosele, posando sus ojos verdes en él—. No he cambiado de opinión, pondría mi vida en primer lugar. Si bajas ahora no servirás de nada, estas demasiado débil. Quiero que te vayas, ir allá sería un suicidio—añadió seriamente.

—No puedes sola—insistió él.

— ¡No soy una inepta! ¡Tengo más fuerza que cualquier demonio! —gritó ofendida—¡Ahora lárgate! ¡Te quiero lejos de mi casa, sé lo que hiciste!

—Aíma—empezó a decir Kólasi̱, pero ella le interrumpió.

— ¡Fuera! No te permito que dudes de mi poder—soltó y él asintió tristemente.

—Cuídate, nena—susurró, antes de desaparecer con Phoebe, Aíma sentía que debía alejarlo, no era justo dañarlo egoístamente. La pelirroja se asomó por las escaleras y su rostro se llenó de alivio, en medio del caos, pudo ver a el rostro del ser que más amaba, su padre.

—Hola, mi hermosa niña—dijo él dulcemente.

—Me alegra tanto verte—soltó ella, corriendo escaleras abajo, para darle un fuerte abrazo—. Han sido, momentos tan difíciles, padre—suspiró apoyando la cabeza en su pecho. El la rodeó cariñosamente, con sus fornidos brazos, se veía tan joven que parecían más un par de hermanos que un padre con su hija.

—Lo sé, cariño—respondió, apartándole un mecho de pelo, que cubría su ojo izquierdo. —Fuiste mi mejor proyecto, mi gran creación. Estoy tan orgulloso de ti, mi niña —agregó amorosamente, mirándole a los ojos. Aíma tuvo un mal presentimiento, sentía que lo que vendría no le gustaría. Su instinto se lo decía. —Pero, a veces hay que hacer sacrificios, por un bien mayor y la paz del infierno, lo vale—añadió Ölüm, mirándola con nostalgia. En cuanto terminó la frase, la pelirroja se apartó de él, dando un par de pasos atrás.

— ¿Me vas a matar? —logré pronunciar con la voz entrecortada, las lágrimas empezaron a descender por mi rostro. El dolor de la traición era tan fuerte, que no las pudo contener, por eso no se podía confiar en los demonios, ellos eran muy traicioneros.

—Me quieres Aíma, lo sé. Ese sentimiento viene de tu lado mortal; por eso siempre quise, que mi descendencia fuera en parte humana. Los sentimientos de amor humano, son capaces de crear grandes sirvientes, en nombre de ese sentimiento, muchas veces se llega a matar. Te prometo que será rápido, mi querida niña—soltó Ölüm serenamente. Sacó una espada que yacía oculta bajo su capa, era un arma hermosa, decorada con detalles de oro y piedras preciosas. La elevó para atacarle, pero la joven lo esquivó, danzó hasta la chimenea para tomar su espada, que descansaba al pie de la misma, por primera vez su desorden le sería útil.

—Lo siento papá; pero, alguien un día me dijo, que los sentimientos eran una basura creada por los débiles para soportar y yo nunca he sido débil—soltó su hija y lo atacó usando la espada, él utilizó la suya para defenderse del ataque.

—No matarías a tu padre, mi princesa—aseguró confiado, sus espadas chocaron sonoramente, en lo que, ante ojos de terceros, parecería una elegante muestra entre dos espadachines.

Te equivocas, padre. Por cierto, ¿sabes qué es lo más curioso de los mortales? —comentó sonriente—. Ellos son capaces de matar a quienes aman y luego lloran desconsolados sobre sus tumbas, es tan irónico—cantó con una amplia sonrisa.

Llevaban más de media hora combatiendo, ninguno de los dos se daba por vencido; aunque a la pelirroja le dolían los brazos y el sudor banaba su cuerpo. Ölüm arrojó su espada, estaba harto de tanto jugueteo, le lanzó una llamarada de fuego, que ella le devolvió, las llamaradas chocaron entre si. Ambos se negaban a rendirse, el primero en hacerlo no viviría para contarlo. La habitación era consumida por las llamas, el fuego de sus constantes ataques se desvió en todas las direcciones, golpeando las paredes, cortinas, adornos e incluso el pulido barandal de la escalera. Todo cuanto les rodeaba era fuego; los ojos de la pelirroja sangraban por el esfuerzo, la cara de su padre relucía pálida; Aíma empleó la fuerza que le quedaba en una última llamarada, sería una batalla a muerte. La casa tembló bruscamente, partiéndose desde el núcleo, justo a la mitad, con una fuerza descomunal que les elevó del piso, para luego arrojarlos con furia.

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Ambientación:

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