Almas condenadas

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«El alma se coloca en el cuerpo como un diamante en bruto,

y debe ser pulida, o el brillo nunca aparecerá».

—Daniel Defoe—


Aíma yacía en su cama, pensando seriamente que el mundo tenía un complot en su contra. ¿Sería algún juego sádico para ver quién destruía? De ser así, sabía cómo terminaría, entre sus intenciones no estaba morir pronto y si le buscaban le iban a encontrar. El timbre de la puerta la sacó de sus teorías, era raro, apenas el reloj marcaba las siete de la mañana, sin contar el hecho de que era sábado, ¿quién demonios madrugaba un sábado? Se levantó de la cama, salió de la habitación, bajó las escaleras encaminándose a la puerta, se acercó al ojo mágico, quedando inmóvil por la sorpresa. Ellas tres, justo del otro lado, solamente les separaba un pequeño trozo de madera.


— ¡Abre la puerta! ¡Sé que estás ahí maldita perra! —cantó una rubia desde afuera.

—No podrás escapar de nosotras, perrita—canturrearon las dos castañas junto a ella.

— ¡Malditas bastardas del infierno! —chilló Aíma al abrir la puerta, las tres jóvenes tenían sonrisas maliciosas y entonces se abalanzaron sobre su cuerpo, haciéndole caer al piso.

Eran sus amigas de la infancia; las únicas en ganarse ese título, Sua era la mayor, aunque la más baja de todas, su piel lucía algo broceada, llevaba su lacia cabellera castaña la altura de los hombros, le seguía Marie, ella le ganaba en estatura a todas, tendría un metro setenta, su tez era clara, sus cabellos poseían un tono castaño oscuro y caían en suaves ondas, hasta rodear su pequeña cintura; por último estaba Boa, la rubia de su inestable grupo, de estatura similar a Marie, pero unos centímetros menos, sus ojos tenían un tono azul claro, portaba una larga cabellera, lacia en la parte superior y rizada en las puntas.

— ¿Qué demonios hacen aquí? — preguntó mientras se las quitaba de encima, en un intento por levantarse del suelo.

—Visitarte—soltó Boa y girando los ojos.

— ¿No deberían estar viajando por el mundo? En busca de almas inocentes, para corromperles—preguntó Aíma desconcertada.

—Nuestros padres, pidieron nuestra presencia—respondió Marie sentándose en el sofá.

— ¿Pidieron? Eso sueno como si tuviéramos elección, ellos nos ordenaron venir—comentó Sua con molestia.

—No dejaremos piedra sobre piedra— añadió Boa con clara felicidad—será divertido estar juntas de nuevo.

—Te extrañé—comentó Sua, abrazando a Aíma desde atrás.

—Cursi—escupió Marie y le lanzó uno de los cojines apilados en la alfombra, Sua la ignoró.

Entre el cielo y el infierno |Trilogía cielo o infierno #1  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora