Heredera de Cenizas

By nixllcliffxrd

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Una mujer es letal incluso antes de sostener una espada entre sus manos, y una huérfana con dones extraordina... More

COSAS QUE DEBES SABER
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AVISO

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By nixllcliffxrd

El León de Hierro comenzó a creer que los hombres sentados alrededor de la gran mesa no tardarían en empezar a golpearse entre sí. Los generales más importantes del reino quienes eran hombres de gran renombre que con sólo su presencia hacían callar a cualquier multitud estaban gritándose insultos desde hacía veinte minutos.

Se suponía que Skandar solamente tendría que haber recibido a un representante de la Legión del Sur para participar en la junta del Consejo Real sin embargo todos los generales sureños decidieron acompañarlo, y como si fuera poco, al regresar al castillo absolutamente todos los generales del norte ya estaban esperándolos en la Sala del Consejo. Fue como si todos supieran que se llevaría a cabo una reunión que nadie solicitó ni notificó con anterioridad.

Skandar le advirtió al Capitán de la Guardia Real que era una mala idea permitir este tipo de comportamiento, no obstante, su padre decidió que lo mejor sería conceder a sus subordinados la junta con la que estaban tan encaprichados por realizar. Lo que pensaron que sería una breve junta de una hora se convirtió en un infierno, su padre y él llevaban desde la noche anterior evitando que se mataran entre sí.

—¡Silencio! —ordenó poniéndose de pie el Capitán de la Guardia haciéndose resaltar entre el alboroto de quejas.

—¡Lytios está a punto de romper la barrera de Arysthron y Rudolf continúa ignorando nuestra petición! —vociferó el General Yuilus levantándose e ignorando al hombre de cabello canoso mientras posaba sus grotescas manos sobre la mesa.

—¡Eso no es nada! ¡Derribaron cuatro de mis mejores navíos! ¡¿Qué se supone que haga ahora?! —añadió el General Sahford alterado —. ¡Sin esos barcos Kenray tiene la oportunidad perfecta para cogernos sin piedad a todos! —desafió con la mirada al General Yuilus al otro lado de la mesa.

—¡Cállense de una buena vez! —exigió su padre nuevamente azotando los puños contra la fina mesa de caoba—. ¡Su Majestad estará decepcionado de su ridículo comportamiento cuando se entere! —las piezas sobre el mapa de Hermea seguían tambaleándose cuando terminó de hablar.

Skandar brindó por eso, en ese momento, todos parecían una bola de niños asustados que nunca habían experimentado estar en aprietos, si él fuera el rey ni siquiera consideraría presentarse ante tal humillante Consejo de Guerra.

—¡Un rey debe atender a sus súbditos! —contraatacó el General Litzgerald abandonando su silla con una mano sobre el mango de su espada—. ¡No ignorarlos por más de doce horas! —el hombre de ojos grises reconoció al viejo General por la cicatriz en su mejilla derecha; Skandar peleó a su lado en una batalla contra los rebeldes norteños cuando todavía era un simple niño arquero.

—¡Cuidado con lo que dices o te acusaré de traición! —intervino un general de la Flotilla del Sur desconocido para Skandar, asumió que debía ser nuevo por su clásico error de novato. Era tradición que durante una junta de emergencia los generales se la pasan quejándose del rey Rudolf la mitad del tiempo.

—¡¿En serio piensas en protocolos estúpidos cuando los malditos están arrasando con nuestras tropas?! —rezongó el General Amieth enviándole flechas con la mirada al extraño después de hacer chillar las patas de su silla al levantarse de improvisto.

Skandar enarcó las cejas, por lo visto, a nadie le había caído bien haber pasado toda la noche discutiendo tácticas de guerra que no los llevaron a ningún lado. Siguió escuchando la batalla de quejas con detenimiento mientras bebía tranquilamente de su copa de vino, prefirió mantenerse al margen de la situación por el momento ya que no se encontraba de humor para discutir con viejos tercos. Suficiente había tenido al enfrentarse al príncipe, no deseaba envolverse en más riñas por ahora.

—¡Hay que enviar a todas nuestras fuerzas al lado Este de la Cordillera Doun! —se puso de pie el General Colle para formar parte de los lunáticos—. ¡Si ese frente cae, será cuestión de días para que el imperio se desvanezca! —declaró su compañero y más viejo amigo en la milicia.

El hombre de ojos grises coincidió con lo último, ambos han peleado en la zona y si los guerreros de Lytios cruzan esas montañas no habrá duda alguna de que liberarán cada villa y aldea bajo el poder de Morttland para ponerlas en contra de la corona.

—¡¿Y el mar?! —se alteró el General Amieth—. Quita un solo navío de mi flota y las banderas de Kenray bailarán en las costas de Hermea al día siguiente —aseguró en un tono amenazante hacia el General Colle de pie a la izquierda de Skandar mientras que los otros cuatro generales sureños asentían apoyando a su compañero.

—Todos sabemos que la infantería de Morttland es lo que nos consiguió llegar hasta este punto —replicó Litzgerald provocando que los Generales del Sur rodaran los ojos—. Kenray es un problema que podemos resolver mañana, Lytios es un tema que debemos tratar ahora —declaró con seriedad.

—Te aseguro que si retiras hombres de nuestras flotas condenarás el frente del sur a la muerte —intervino el General Iselle desde su lugar mucho más tranquilo que los demás pero con las palabras igual de afiladas.

—Necesitamos esos guerreros en tierra —le replicó el General Colle irritado.

—¡No más de lo que nosotros en el agua! —rezongó el general novato girándose a su derecha para enfrentarlo.

—¡Señores, compórtense! —advirtió el Capitán de la Guardia.

—¡Mírennos! ¡Lytios y Kenray podrían estar aliándose en este mismo instante mientras seguimos a la espera de nuestro rey que seguramente está rascándose la panza con las uñas de su esposa! —exclamó el General Yuilus.

Las comisuras de Skandar estaban por alzarse en una sonrisa burlona cuando las pesadas puertas de la sala fueron cerradas en un azote llamando la atención de todos hacia una corona dorada con brillantes diamantes. Los hombres se quedaron en silencio absoluto y le brindaron una respetuosa reverencia.

—Tiene suerte de que fui yo la que escuchó ese comentario y no mi padre, General Yuilus.

La gélida voz de la princesa notificó que no le había causado ninguna gracia además de que su postura recta y sublime presencia demostraban que ella no tenía nada que hacer ahí metida entre un grupo de hombres desvelados y desesperados por una solución.

Skandar rezó para que los dioses le permitieran vivir un día más, los Generales no escucharán ningún mandato que no provenga del rey en persona.

—Caballeros, siéntense —ordenó la mujer de ojos azules.

La princesa terminó de abrir la última ventana de la habitación para que la brisa fresca se llevara ese terrible olor a sudor que la atacó al poner el primer pie dentro de la Sala del Consejo.

—Estábamos esperando la presencia del rey, Alteza —comentó el General Sahford cuando Freya se dirigía a la silla en la cabeza de la mesa.

El hombre de la cicatriz bajo el ojo derecho se quedó perplejo al ver como ocupaba el asiento del monarca.

—Él no vendrá —declaró—. Me ha enviado a mí para resolver las dudas o problemas tan importantes que les surgieron como para no tener la decencia de avisar su llegada al Castillo de Obsidiana en una carta —reposó sus manos en los brazos de la silla y se recargó en el respaldo de ésta—. Así que, hablen —pidió serena.

La princesa distinguió las expresiones en los rostros de todos los generales, incluso en la de Skandar, no la querían a ella. Sin embargo, Freya sería todo lo que tendrían ya que el rey no planeaba atenderlos bajo ninguna circunstancia y su hermano estaba demasiado ocupado creando alianzas inútiles con los Lords del Consejo Real como para desperdiciar su apreciado tiempo en cosas de gran relevancia como la estabilidad del Imperio Wolfhard.

—Hace unos segundos parecían estar al borde de la locura y ahora no tienen nada que decir —se cruzó brazos provocando que las mangas rojas de su vestido bailaran—. ¿Debo dar por terminada la junta? —inquirió arqueando una ceja, obligándolos a hablar.

—Alteza —habló el General Litzgerald con su perfectamente peinado cabello blanco—. ¿Dónde está el rey? —preguntó con la espalda encorvada hacia el mapa sobre la mesa—. Hay asuntos importantes que tratar con él.

—Ocupado —se limitó a decir.

El General Yuilus se rió por lo bajo ganándose las miradas desconcertadas de las nueve personas con él.

—¿Qué es tan gracioso? —cuestionó Freya sin gracia.

—El rey nos ignora por una noche entera y como si eso no fuera suficiente castigo, nos envía a su hija malcriada para humillarnos —expresó amargamente y la princesa mantuvo una expresión impertérrita—. Dile a tu padre que ya entendimos, no debimos haber venido sin consultarle y que debe presentarse a la junta ahora —le ordenó como si ella fuera cualquier otro soldado sin relevancia.

Freya por fin comprendió porqué le llamaban Lengua Suelta al general, el hombre padecía de un gran descontrol de sus comentarios y alguien debía enseñarle a quedarse callado. El semblante de la princesa se ensombreció y le dirigió una mirada tan pesada que se robó todo el aire de la habitación pero la posición altanera por parte del general seguía sin ceder.

—Si lo que cobardemente está tratando de decirme es que no soy apta para dirigir esta reunión, le sugiero que se abstenga de hacer los ridículos berrinches a los que está acostumbrado y me ponga al tanto de la situación —Freya utilizó la característica voz fría e intimidante que les pertenecía a los Wolfhard—. Y si eso es demasiado para usted, lo invito a largarse de una maldita vez de mi castillo.

Skandar miró a la princesa con asombro y ella se resistió de sonreír triunfante. La chica de cabello oscuro sabía que probablemente nadie, además del rey, le había hablado de esa manera a un miembro del Consejo de Guerra.

El General Yuilus desvió sus ojos de la princesa avergonzado y los pasó al enorme mapa sobre la mesa. Carraspeó para aclararse la garganta tratando de poner en orden sus pensamientos, relamió sus labios y a regañadientes comenzó a platicarle el problema que venían discutiendo desde hacía más de diez horas.

—Lytios se ha apropiado de un campamento en una meseta crucial de la Cordillera Doun, la meseta tiene contacto directo con los valles de Arysthron —dijo el hombre tratando de no verla a los ojos.

—¿Y por qué dejaron que esto sucediera? —la chica reprendió a todos los hombres sentados con ella—. Cada uno de ustedes sabía lo importante que era mantener ese punto fronterizo —se cruzó de brazos tal como su madre hacía cuando la atrapaba de niña en una travesura con su hermano.

—Nuestro espía nos traicionó —excusó el General Colle con rabia—. Aseguró que no serían más de trescientos soldados en el siguiente batallón, por lo que asumimos que podríamos derrotarlos sin problema pues nuestras filas redondeaban los mil pero cuando llegaron... ellos nos doblaban en cantidad.

—¿Y ustedes? —volteó a ver a los marinos.

—El mismo día que Colle y Litzgerald fueron atacados, Kenray derribó casi todos los barcos de guerra de mi flota —respondió el General Sahford después de haber estado acariciándose la barba—. Sólo logramos resistir el ataque porque la tormenta se convirtió en una pesadilla para ambos bandos.

Freya respiró profundamente y prefirió ahorrarse los gritos que luchaban por salir, su garganta podría lastimarse y se vería obligada a cancelar sus clases de canto por unos días.

—Aclárenme algo... si ustedes están aquí, ¿quién está impidiendo que ellos destruyan el frente? —ladeó la cabeza con maligna curiosidad.

—Nuestros mejores comandantes, su Alteza —contestó Ameith sin hesitar.

—¿Quién les dijo que podían hacer eso? —reclamó inclinándose hacia la mesa—. Ustedes mismos están diciéndome que nos dieron una paliza y prefirieron abandonar sus puestos para venir a esconderse bajo la capa de mi padre —los hombres tragaron saliva—. ¿Qué impresión creen que le dimos a nuestros enemigos? —esperó un segundo por una respuesta y prosiguió—. Les acaban demostrar que Morttland tiene a una bola de niños llorones dirigiendo sus tropas —ninguno la veía a la cara, con excepción de Skandar quien bebía tranquilamente de su copa.

—¿Qué más podríamos hacer? —rezongó Yuilus—. Es la primera vez desde que comenzó la guerra que nos atacan con tal magnitud de hombres, Kenray nunca se había atrevido a estar a la ofensiva en todos estos años. Nosotros siempre iniciábamos el ataque —el viejo habló por los demás.

—La primera regla que se enseña en nuestro ejército es nunca subestimar a nuestros enemigos, y ustedes permitieron que su ego les atrofiara el juicio—replicó con fiereza.

Los hombres bajaron la cabeza tal como un grupo chiquillos regañados, Freya se abstuvo de reírse de tal escena. Skandar le envió una mirada cómplice, él sabía lo que la princesa estaba haciendo al sermonearlos de tal manera... se ganaba su respeto como algo más que la hija del rey.

—En fin... —suspiró—. ¿Con cuántos hombres vivos y sin heridas graves contamos? —prosiguió bajo un tono serio.

—Dos mil cuatrocientos setenta y dos en toda la División del Norte sin contar la Legión de Dankworth que acampa aquí en Heallven, princesa —dijo el General Colle.

—¿Y en el agua?

—Mil ochenta, su Alteza —respondió el novato, el General Bayle, su padre lo había ascendido de puesto antes de ir a Jifre.

Freya de inmediato supo que esos números eran los más bajos del Ciclo, y si el General Colle tenía razón, era posible que las fuerzas de Lytios sumaran el triple de lo que ellos tienen.

—¿Qué hay de los soldados en Jifre, Thrimount y Bankroft? —indagó ganándose la mirada desaprobadora de la mitad de las personas ahí.

Se vieron entre sí, pasándose la responsabilidad de resolverle una duda que para ellos era de sentido común pero para la princesa era una simple pregunta.

—Es imposible —intervino Skandar al ver que nadie se atrevía a decirlo—. Es vital que esas tropas permanezcan en susodichas naciones o los rebeldes de todas partes comenzarán a propagarse como una plaga —habló viéndola a la cara.

Freya asintió comprendiendo, le dio un vistazo al mapa y luego se acomodó en la silla del rey para meditar la situación pasando por alto las muecas despectivas de los generales, con excepción de Skandar y el Capitán de la Guardia Real.

El vestido ajustado comenzó a molestarle, la presión de encontrar una rápida solución caía con fuerza sobre sus hombros y no quería tardarse demasiado en hallarla o su padre no volvería a confiarle una tarea de aquel tipo.

—¿Tenemos algún espía que sí sea de fiar? —la voz aguda de la princesa cortó el silencio.

—El aprendiz del Fénix, Alteza —contestó el Capitán de la Guardia Real y ella asintió como agradecimiento.

—General Colle, si usted fuera un guerrero de Lytios ¿qué haría después de echar a sus enemigos de un punto de avanzada? —se recargó en un codo y comenzó a juguetear con un mechón de su cabello oscuro.

—Enviaría exploradores a revisar el área —respondió por instinto, sin tan siquiera pensarlo.

—¡Exacto! —los hombres fruncieron el ceño—. ¡Las tropas de Lytios no avanzarán hasta que no aseguren esa Cordillera! —exclamó emocionada —. Esa meseta no sólo es un acceso a Arysthron sino una puerta de entrada a Lytios —explicó con entusiasmo—. Lo que nos da cinco días máximo para llegar antes de que la bloqueen por completo —concluyó.

El desconcierto de los hombres de diversas armaduras la miraron sin comprender del todo su incipiente plan por lo que les regaló una enorme sonrisa antes de explicarles.

Freya prácticamente se acostó sobre el mapa para desarrollar cada una de las fases de su plan con sumo cuidado y detalle. Los generales escucharon su idea de llegar a Lytios por el barranco del Bosque de Orlow, arribar en Arysthron, subir por las montañas de la Cordillera Doun y atacar a las tropas enemigas durante la noche cuando llegaran a la meseta en disputa.

Los hombres se vieron entre sí ante tal descabellada idea, el barranco que dividía a Bankroft y Thrimount de Morttland estaba repleto de aguas rápidas y peligrosas eso sin mencionar las letales bestias que habitaban en el Bosque de Orlow. Además que la entrada más susceptible para escalar la Cordillera Doun quedaba en medio de tropas enemigas, quienes fácilmente podrían verlos llegar a kilómetros.

—Eso no va a funcionar —afirmó el General Yuilus sin retirar la mirada del mapa después de unos minutos de análisis.

—¿Por qué lo dice? —Freya lo vio con el ceño fruncido, para ella su estrategia tenía sentido.

—El plan está mal estructurado desde el primer paso —rezongó.

La princesa abrió la boca para responder pero otro le ganó la palabra.

—Al norte del río del barranco apenas hay suficiente espacio y profundidad para navegar con el más pequeño de nuestros navíos, su Alteza —objetó el General Sahford rascándose su barba ansioso.

—Bien, no tengo intenciones de mandar a más de doscientos cincuenta hombres —reveló desconcertando aún más a los generales, tanto que Skandar no pudo mantenerse imparcial por más tiempo.

—¿Has perdido la cabeza? —el Capitán de la Guardia lo reprendió con la mirada mientras que la princesa lo observaba con atención—. Lo que propones es una misión suicida —los compañeros de Skandar voltearon a verlo en la esquina inferior derecha de la mesa—. Sus tropas tienen más de cuatrocientos soldados en cada meseta, un pelotón tan pequeño como el que propones no durará ni cinco minutos en la pelea.

—Por supuesto que lo harán, incluso, ganarán la batalla en menos de veinte minutos, General Dankworth —aseguró sin titubear haciendo hincapié en el papel que Skandar representaba en esa mesa, un general a su disposición no un amigo de la infancia.

Freya suspiró y paseó sus ojos por cada rostro antes de detenerla en un punto donde parecía que veía a todos y a nadie en particular.

—¿Cómo, Alteza? —inquirió el novicio Bayle.

Freya les dedicó otra sonrisa orgullosa al oír la pregunta por la que tanto estaba esperando.

—Hay puntos de avanzada aquí y allí —señaló una águila en la Cordillera Doun del lado de Thrimount y apuntó a otra águila que representaba la meseta recientemente arrebatada—. Si logramos que las fuerzas de estas dos se muevan hacia el interior de Thrimount y Arysthron, el camino estará libre para nosotros.

—¿Y exactamente cómo planea lograrlo? —el General Iselle preguntó con seriedad, realmente considerando la posibilidad.

—Esparciremos el rumor de que atacaremos directamente a esos pequeños campamentos con todo lo que tenemos, estarán tan asustados por la amenaza de un enfrentamiento que...

—Tratarán de enfrentar en un terreno parejo... enviarán a la mayoría de sus hombres al valle más lejano de esa cordillera que podamos encontrar —Colle terminó la oración de Freya bajo un tono analítico y ella asintió feliz de que finalmente la comprendieran.

—Para cuando quieran regresar, nuestro ejército ya habrá derrotado a los que hayan dejado para proteger el campamento y antes de que se den cuenta los acorralaremos entre nuestras fuerzas en la meseta y los hombres que tenemos en el norte —prosiguió la mujer de ojos claros con orgullo—. Van a tener que rendirse o pelear y morir en el intento de vencernos —le sonrió a los hombres de guerra pero ninguno le devolvió el gesto.

—Está pidiéndonos confiar en que un chisme hará que nuestros enemigos reaccionen de la manera en que queremos —dijo Yuilus desafiándola con la mirada—. Las tácticas de guerra son muy diferentes a los juegos de la corte, princesa.

—Les estoy pidiendo que confíen en mí —le corrigió—. Sé que no tengo la sabiduría de mi padre ni la destreza en la espada de mi hermano pero sí soy una Wolfhard, y si los dioses me han puesto al mando de esta mesa por segunda vez es porque el Señor de la Guerra considera que la combinación de mi astucia en la diplomacia y su experiencia en el campo de batalla es la mejor combinación para sacarnos de esta.

Los ojos de la princesa observaron a cada uno de los hombres ante ella, tratando de convencerlos en creer en Freya Wolfhard. Estaba al tanto de que la vez pasada apenas lograron librar la batalla debido a su falta de conocimiento en el arte de la guerra pero ella había estado estudiando las viejas escrituras desde entonces, y ahora estaba segura de lo que proponía sólo hacía falta de que ellos abrieran sus mentes a una novata que tenía el potencial para convertirse en una experta.

—Prometí proteger el reinado de la familia real y tengo intenciones de honrar mi juramento —dijo el General Yuilus analizando el mapa—. Si mi legión puede ayudarle a preservar el imperio, que así sea —Freya distinguió sinceridad en la voz del hombre regordete—. Sólo que para que quede claro, si perdemos, la culpa será suya.

—No perderemos, General —afirmó sosteniéndole la mirada—. Estoy tan segura del plan que yo misma me ofrezco como voluntaria en la operación —los ojos grises de su amigo se dispararon hacia ella.

—Mi espada le pertenece y mi flagelo también, Alteza —declaró el General Colle al momento de oír el anuncio de la princesa.

Los demás no tardaron en apoyarla como el hombre de cabello oscuro y reflejos púrpuras, entre todos dieron sugerencias sobre las cantidades de soldados que debían enviar en las etapas del plan, sin embargo Yuilus seguía con una mala cara.

—¿Qué tiene planeado realizar en el agua? —inquirió Bayle al finalizar de refinar la estrategia contra Lytios.

—¿Han oído de las serpientes marinas? –preguntó con entusiasmo.

—No estará pensando en... —el General Sahford la vio cómplice de su idea.

—Lord Eilgain adquirió dos adultos hace una semana, estoy segura de que podrá regalarlos a la corona si se lo pido —propuso ganándose la aprobación inmediata del Consejo de Guerra.

La junta prosiguió como un completo éxito para la princesa, los generales satisfechos con sus estrategias dejaron la sala justo a tiempo para la hora de la comida. El hombre de cabellos morados le sonrió ladinamente para disfrazar sus verdaderas intenciones de sus compañeros de guerra, Freya se le quedó viendo por unos segundos y éste amplió su sonrisa antes de cruzar por las puertas hacia el pasillo.

—Skandar —llamó a su viejo amigo y este se despidió del Capitán antes de caminar hasta la cabecera de la mesa.

—No voy a festejar tu triunfo de hoy, celebraremos cuando la bandera de Morttland ondee en esa meseta otra vez —dijo risueño.

—Ya sé —le respondió levantándose de la silla—. ¿Te enteraste? —tomó los papeles de autorización que el rey tendría que firmar y Skandar frunció el ceño—. Lady Kaya se lastimó, está en la enfermería esperando a que la lleves a sus aposentos —se dirigieron hacia la salida de la sala.

—¿Ella pidió eso? —preguntó desconcertado caminando detrás de ella.

—No, pero como han estado tan cercanos, supuse que sería un buen detalle de tu parte, ¿no crees? —le guiñó un ojo sobre su hombro—. Lo veo luego, General Dankworth —le sonrió divertida poniendo un pie en el pasillo, no esperó a que su amigo se despidiera y se fue hacia los aposentos de su padre.

Lady Kaya podría agradecerle mañana.

Hello hello
Okay, niñxs de mi corazón, esto es lo que han decidido la mayoría de ustedes así que vamos hacerlo. El próximo capítulo será publicado en  miércoles 6 de junio, pero no se preocupen, seguiré por aquí leyendo sus comentarios, agradeciendo sus votos y apoyo a Heredera de Cenizas. Este mes "ausente" lo utilizaré para escribir y corregir los capítulos (además de los deberes escolares).

Por último, a ti, que has estado conmigo desde el inicio o desde hace tan sólo unos días y mis personajes lograron atraparte... ¡GRACIAS POR CREER EN MI HISTORIA! ¡NO TE VAYAS! ¡HEREDERA DE CENIZAS NO SERÁ OLVIDADA POR SU ESCRITORA!

Consejo: lee un capítulo por día y cuando menos lo pienses ya estarás leyendo el 32 muy pronto❤️

Otra cosa que apreciaría mucho pero que no quiero obligarlos a hacer porque sino no contaría para mí, es que comenten ansío saber que está sucediendo en sus mentes conforme leen jaja

Hasta que nos volvamos a ver✨

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