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By CreativeToTheCore

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Segundo libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Enigmátic... More

✿ S I N O P S I S ✿
A D V E R T E N C I A
R E P A R T O
C1: Dispar.
C2: Peculiar.
C3: Disminuir.
C4: Fanáticos.
C5: Eventualidad.
C6: Buitres.
C7: Fontanería.
C8: Recapitular.
C9: Tempestad.
C10: Destructores.
C11: Lectores.
C12: Deambuladores.
C13: Técnicas.
C14: Paranoia.
C15: Voltaire.
C16: Hiperventilar.
C17: Cafeína.
C18: Regresar.
C19: Atizar.
C20: Líos humanos.
W A T T P A D E R S
C21: Petrolíferos.
C22: Guayaba.
C23: Jökulsárlón
C24: Insospechado.
C25: Volar.
C26: Hasta pronto.
C27: Química avanzada.
C28: Oxígeno.
C29: Eres y serás.
C30: Ríete.
C31: Latiendo.
C32: Hoy.
C33: Magia.
C34: Aurora Boreal.
C36: Significar.
C37: Marcapáginas.
C38: Extraviado.
C39: El coco.
C40: Escenificar.
C41: Flujo sanguíneo.
W A T T P A D E R S
C42: El apunte perdido.
C43: Incandescencia.
C44: Tan bien y tan mal.
C45: Sábados.
C46: Código arcoíris.
C47: ¡Luz, cámara, acción!
C48: Brújula.
C49: Leamos.
C50: Serendipia.
C51: Amor al cubo.
Epílogo
¡Agradecimientos + aviso!
¡Oh, casi lo olvido!
CAPÍTULO EXTRA

C35: Poético.

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By CreativeToTheCore

—Será el pateador de la nueva generación de los New Orleans Saints —asegura Malcom, sonriendo con orgullo mientras arrastra su mano sobre la barriga de Kansas, intentando sentir más patadas.

—Bill querrá que sea de los Kansas City Chiefs —argumenta la castaña—, y siendo sincera estoy de su lado.

—Estás de su lado porque siempre te gustaron las posaderas de Travis Kelce —aclara él, frunciendo el ceño.

—No más que las tuyas —añade ella con total seriedad.

—¡Suficiente información! —Me llevo las manos a los oídos, tal como lo hacía a los diez cuando Beasley intentaba explicarme en detalle de qué lugar provenían los bebés. Fue una auténtica sorpresa enterarme que no los traía una Ciconia ciconia, mejor conocida como cigüeña—. Amo completa, loca y profundamente a ese bebé de ahí. —Señalo la barriga, desde el sofá individual que ocupo frente a ellos—. Sin embargo, recordar cómo se ha formado no es mi tema favorito de conversación. —Arrugo la nariz con disgusto y Malcom echa la cabeza hacia atrás, riéndose de mi expresión antes de ocultar su rostro en el cuello de Kansas, quien reprime una sonrisa.

—¿Saben algo? —inquiere la psicóloga—. Hablar de bebés me da hambre.

—Estar embarazada te da hambre —corrige mi hermano, y en cuanto alza la mirada para encontrar sus ojos exhala con pesadez. La hija de Bill arquea una ceja, esperando pacientemente por algo comestible que ni siquiera debe pedir—. Una hamburguesa en marcha —dice resignado, entre dientes. Le da unas palmadas en la rodilla y se incorpora, dirigiéndose a la cocina—. Pero te comerás los vegetales también. Mi hijo necesita nutrirse de algo más que tejido animal bañado en líquido graso.

Kansas pone los ojos en blanco antes de deslizarse al borde del sillón en el que segundos atrás Malcom le estaba rodeando los hombros. Su mirada, una mezcla de verde y café, destella con incriminación.

Tenía planeado quedarme en su casa tras la boda, pero les había dicho vía WhatsApp que probablemente llegaría a las tres o cuatro de la mañana. Sin embargo, teniendo en cuanto que no hubo ceremonia alguna, aparecí a las diez. Tras narrar cómo Derek Pittsburgh se opuso pasé a decir que todo se había arruinado, sin entrar en detalles sobre mi persecución en carreta por las calles de Nueva Orleans. 

Mi hermano podría tener un ataque al corazón si le dijera que hice destrozos en la ciudad.

—Bill matará a Hensley cuando se entere, y seguidamente a ti. Probablemente los entierre a cada uno en un continente distinto luego de eso. —Mis mejillas arden en cuanto un brillo de diversión dilata sus pupilas—. Me bastó con echar un vistazo a Facebook desde el celular cuando fui al baño, como por decimoctava vez en el día, vale aclarar, para enterarme que dos lunáticos son responsables del caos en el Barrio Francés.

Tomo un cojín y lo aprieto contra mi pecho mientras la observo con una sonrisa extendiéndose en mi rostro. Sé que no debería sentirme tan feliz por ser la causante de tal estropicio, pero me resulta ineludible. Tras ese beso...

Frijoles.

Concentrándome en lo que ocurrió a continuación y no en lo que sentí, la policía arribó. Pero yo no estuve allí cuando eso ocurrió, no dado que el número treinta y uno me tomó por los hombros y me dijo que volviera al hotel a ayudar con los invitados indignados y furiosos, que regresara para intentar restablecer el control y que ubicara a los fugitivos y a Dylan. Él se encargó de explicar lo ocurrido a las autoridades y también prometió ayudar a cada persona que salió afectada de alguna forma por nuestra espontánea caza del dichoso triángulo amoroso, como el vendedor ambulante, por ejemplo.

Protesté, porque honestamente aún sentía mi corazón encogerse dentro de mi pecho al pensar en que, a pesar de que no me arrepiento de la noche que compartidos en esa carreta encabezada por caballos, sí me avergonzaba y sentía mal por las consecuencias tales como el robo de ropa interior y el que terminó con al cabeza dentro de la tuba. Quería ayudar, pero él argumentó que si Shepard se enteraba que había terminado en la estación de policía ya no habría oportunidad de evitar su muerte a manos del coach.

—¿Y cómo supiste que se trataba de mí? —indago, y ella vuelve a enarcar una ceja. 

—¿En serio, Zoe? —cuestiona, tocándose el estómago sobre la vieja camiseta de Pearl Jam y trazando círculos en el lado izquierdo. Suele hacer eso cuando el bebé está inquieto, para calmarlo—. Tienes la palabra «problemas» tatuada en la frente desde que te conozco —me recuerda—, además, te falta un zapato. Cenicienta lo perdió cuando salió huyendo del baile a media noche, tú cuando escapaste del Departamento de Policía de Nueva Orleans. —Se encoge de hombros, restándole importancia. 

—No se lo digas a Malcom hasta que me vaya —suplico—. No quiero escuchar un sermón sobre el significado de lo que es ser un buen ciudadano otra vez —añado con horror.

—Yo tampoco —confiesa, tan espantada como yo—. Tu secreto está a salvo conmigo mientras respondas a tres preguntas, de forma directa y clara. —Abro la boca lista para protestar, pero vuelvo a cerrarla en cuanto me lanza esa mirada que únicamente los Shepard pueden lanzar.

—Dispara.

—¿En verdad te gusta Hensley? —Baja la voz lo suficiente para que el número veintisiete no nos oiga desde la cocina, donde se lo oye recitar algún poema de Shakeaspeare mientras se lo escucha lavar los vegetales.

—Más de lo que alguna vez pensé que un ser humano del género masculino lo haría —reconozco, recordando la forma en que sus labios se presionaban contra los míos tanto como su cuerpo lo hacía. 

¡Deja de rememorar eso, cerebro! Por tu culpa mi espidermis se asemeja a un Solanum lycopersicum.

—¿Has tenido relaciones con él?

—¡Kansas! —chillo, lanzándole el cojín a la cara, el cual atrapa antes de que este pueda alcanzarla—. Es incómodo hablar con tu ex niñera de esa clase de cosas. —Comienzo a reír, entre entretenida y avergonzada por ello. Aún no logro quitarme de la cabeza que avanzamos a primera base como para que ella llegue exigiendo saber si ya he alcanzado la tercera.

—De acuerdo, en la mayoría de los casos son culpables los que evitan contestar las preguntas, pero conociéndote estoy segura de que tu caso es uno de esos inversos. —Me tira el almohadón de vuelta, y lo atrapo únicamente para volver a estrecharlo entre mis brazos—. Última pregunta... ¿lo quieres? —Ladea la cabeza, contemplándome con fijeza y su usual intensidad.

—Es demasiado pronto para saber eso —replico, segura de que no puedo etiquetar mis sentimientos tras un tan corto lapso de tiempo. Entonces le sostengo la mirada y recuerdo su historia: ella y Malcom supieron que se querían en cuestión de semanas, menos de un mes. Y, a pesar de que Blake y yo somos una historia aparte, hay tantas posibilidades de que podamos llegar a querernos en la brevedad como de que no—. Pero prometo que, cuando lo sepa, serás la primera en saber.

—Me conformo con ser la segunda. —Una pequeña sonrisa tira de sus labios—. Creo que primero tendrías que decírselo al muchacho de lindos globos oculares, a menos que no haga falta poner nada en palabras... ya sabes.—Menea sus cejas de forma sugestiva, y hundo el rostro en el cojín.

—Una acción vale más que mil palabras —se entromete Beasley, distraído, llegando con una bandeja con tres hamburguesas entre pan integral y una gran fuente de ensalada.  

—Ni siquiera sabes de qué estábamos hablando —se queja su esposa en cuanto él le coloca una servilleta en el tope de la barriga, y seguidamente la hamburguesa sobre ella. No sé qué hará la castaña cuando nazca ese bebé y ya no goce de dicha mesa portátil—. Y créeme, en este caso no quieres bajo ninguna circunstancia que haya acción en lugar de palabras. —Le da un mordisco a su cena, y mis ojos se amplían mientras le disparo frijoles con la mirada.

Malcom resultó ser la persona más amable con Blake por el simple hecho de que ya estuvo una vez en sus zapatos, pero dudo que realmente esté de acuerdo con la idea de él y yo practicando cómo hacer bebés.

Sospecho que ese sería el único caso en que mi hermano se atrevería a pasarse al lado de Bill Shepard, quien no hace falta mencionar que tiene una ligera tendencia a meter su pie en traseros ajenos cuando alguien no le agrada, y, sobre todo, cuando se trata de pretendientes como el número treinta y uno.

—¿Qué haces, Beasley? —cuestiona Kansas con la boca llena en cuanto tomo mi hamburguesa y Malcom comienza a imitarme, ya sentado a su lado otra vez—. Esa también es mía, ¿te has olvidado que como por dos ahora?

—Recuérdame no dejarte embarazada otra vez —suspira, volviéndose a incorporar.

Le sonrío al hombre de ojos oceánicos, tan enternecida y divertida como mi ex niñera lo hace. Él nos mira y vuelve a protestar, pero percibo una sonrisa en su voz mientras comienza a recitar otro poema de camino a la cocina.

—Será mejor que me des un informe, Hensley —advierte Dave, quitándose la camiseta en el vestuario.

—He hablado con Mila por teléfono. Me ha dicho que cuando estaba por salir de la casa rodante para ir a quedarse temporalmente en un hotel, Larson apareció —murmuro por lo bajo—. Él fue a disculparse nuevamente por haberla atropellado, y eventualmente él la invito a quedarse en la casa con ustedes. Así que creo que tú deberías estar dándome un informe a mí. —Arqueo una ceja en su dirección mientras me deshago de mi propia camiseta.

El entrenamiento fue más extenso e intenso de lo normal, y Bill no ha tenido piedad alguna a pesar de que ha comenzado a llover. 

 —Se está quedando temporalmente con nosotros, espero que no te moleste teniendo en cuenta que es tu ex y Zoe vive cruzando la calle. —Se encoge de hombros—. Esto se parece a esa película en la que Julia Roberts...

 —No empieces con Julia Roberts, Ducate —se queja Shane dejándose caer en el banco con todo su peso y haciendo rebotar a Timberg, quien se saca los calcetines del otro lado del asiento—. El tío de la mejor amiga de la prima de la ex novia de mi hermano me dijo que la última película de esa actriz fue terribl...—La camiseta, húmeda tanto por la lluvia como por la transpiración del rubio, pasa volando a toda velocidad ante mis ojos, antes de estamparse en el rostro del fanático de Malcom Beasley.

—No te metes con Julia —amenaza, antes de darle la espalda.

 —Una actriz que te dobla la edad y vive del otro lado del país no va a interesarse en ti, ni siquiera sabe que existes —señala Elvis, cruzándose de brazos contra los casilleros—. Creo que es hora de que lo superes y te consigas una novia.

—¿Una como Akira? —inquiere Dave, con un terror exagerado abriendo sus ojos—. No soy del tipo que disfruta de prácticas sexuales que involucran exámenes rectales, amigo. Me gustaría seguir siendo virgen en ese aspecto.

 —Glimmer está libre... —comento, sentándome entre Steve y Shane. De forma automática se hace un silencio en la ronda, y seguidamente comienzan los silbidos, a lo que Dave, extrañamente, se sonroja levemente—. Y, curiosamente, creo que podrían hacer buena pareja. A Mei le gustan las chicas y te alejaría de una patada en el trasero si pusieras una película romántica de Julia Roberts. Akira se divierte metiendo cosas entre las posaderas de Elvis dos de los siete días de la semana, así que no está disponible. Ingrid... bueno, creo todos sabemos que ella y Louis Vuitton tienen un pretendiente a pesar de que no lo haya admitido en voz alta. —Todas las miradas caen en Steve, quien nos mira como si hubiéramos perdido la cordura o estuviéramos ingiriendo grasas trans en el desayuno o cualquiera comida que le siguiera—. En fin, Glimmer es con la que más podrías congeniar, y casualmente no está saliendo con nadie. Pero ten cuidado, recuerda que su tío Joe mide más de dos metros y fue entrenado por Bill.

—Olvidaste mencionar a Zoe, tal vez podría salir con ella —argumenta Dave, y mis cejas se disparan hacia arriba por el comentario, lo que lo hace reír—. Tranquilo, no voy interponerme en tu camino con la chica arcoíris.

 —Genial, porque yo sí lo haré —dice alguien entre dientes, a nuestras espaldas—. Mueve tu trasero y sígueme, Hensley. Tenemos que hablar —dice el Coach cruzándose de brazos y sostenido la puerta del vestuario con la espalda. ¿Acaso lo hemos invocado?—. Y como vuelva a escucharlos a hablar de cualquiera de las jovencitas con signos de demencia prematura que habitan en esa casa los haré volar hasta el sol. —Frunce el ceño, observándonos con desagrado y fijeza—. Y no será precisamente en una nave espacial, ¿entendido?

—¡Sí, coach! —Se oye a coro a los Sharps.

—Si no sales vivo de esta, lo cual es lo más probable, no dejaré que Akira practique para su próximo examen con tu cuerpo inerte. —Sonríe Elvis antes de levantar su mano en señal de juramente—. Lo prometo, palabra de explorador.

—Tú no eras ni eres explorador, yo lo era —corrige Shane—. ¡Tú te comías todas mis galletas! —acusa y frunce el ceño. 

—¡Cálmense ustedes dos, señoritas! Sobre todo tú, mentecato del averno —pone orden Bill, señalando al número cuarenta y dos—. Al próximo que eleve la voz lo haré dar diez vueltas al estadio, y rezaré para que le caiga un jodido rayo en el proceso.

Mientras lo sigo a través del corredor directo a su oficina lo oigo maldecir entre dientes. No estoy seguro de si me está citando por algo relaciono con el fútbol o respecto a Zoe, pero sea cual sea el motivo, por primera vez en mucho tiempo, puedo decir que vale la pena lo que vaya a tener que oír o las consecuencias a las que deba atenerme.

Aún no puedo deshacerse de la sensación de aquel touchdown hecho en los últimos minutos del partido del domingo. La mayor parte del juego me la pasé esquivando el balón, manteniéndome alejado de cualquier contacto. Tal vez por eso me vaya a llamar la atención, aunque en tal caso también debería reconocer que la última media hora de ese partido dejé todo entre yarda y yarda.

Me pasé tanto tiempo odiando el deporte por todo lo malo que me recordaba que me había olvidado de todo lo bueno que a su vez conlleva. Me costó darme cuenta, aún lo hace, pero uno no puede esperar que todo cambié de un segundo al otro. 

—Siéntate —ordena antes de que oiga cerrar la puerta del despacho y se posicione frente a mí, apoyándose en el escritorio y llevando una mano a su vieja gorra de los Kansas City Chiefs para quitársela y lanzarla sobre la superficie de madera—. ¿Cuántos años crees que tengo? —pregunta con seriedad, desconcertándome.

Arqueo una ceja, dubitativo. No estoy seguro de si es una pregunta tramposa.

—¿Cuántos años quiere que diga que tiene?

Él se masajea las sienes mientras exhala, y la próxima vez que habla su agotamiento y exasperación parecen ser lo único que se oye en su voz.

—Puede que no domine la tecnología con la misma facilidad con la que puedo dominar el lenguaje de los insultos, pero sé usar Facebook, y, ciertamente, también sé dar un no me gusta a las publicaciones que adjutan una fotografía de uno de mis jugadores y mi hija destruyendo Nueva Orleans en una... ¡una maldita carreta! —Grita con incredulidad, y sus ojos mieles destellan con tanto horror como cólera—. Esperaba que Zoe se meta en problemas, siempre lo hace, pero pensé que tú ibas a interferir con algo de razonamiento y prudencia, no que la ibas a incitar a actos de vandalismo. —Rodea el escritorio y se deja caer en su silla giratoria. Con los codos sobre su laptop se pasa las manos por el rostro, estirando la piel—. Por suerte para ti y tu trasero, no es exactamente por eso que te cité.

—¿Nada de lagartijas, vueltas al estadio o cualquier otro tipo de ejercicio por lo de Nueva Orleans? —inquiero, desconfiado.

—¿Tanta suerte crees que tú y tus posaderas tienen? —Ríe con aspereza y sin rastro de humor—. Me debes treinta y un kilómetros, los harás mañana por la tarde.

—¿Por qué no hoy? —pregunto—. Usted fue bastante claro en que rezaría por un rayo, señ... —Mi voz se desvanece en cuanto me percato del por qué estoy aquí. En su mirada algo se suaviza, y no es necesario que diga su nombre—. Pronostican tormenta para esta noche.

—Sí, y a pesar de que quiera enterrar tu rostro dentro de un mezcladora de cemento, te necesito para mantener un ojo en ella —suspira con pesadez, echándose hacia atrás y entrelazando sus manos sobre la computadora—. Ella no suele hablar con nosotros en días como estos, prefiere no molestarnos, a pesar de que no entiende que no es ninguna jodida molestia en absoluto, y suele encerrarse entre cuatro paredes. —Ni siquiera puedo imaginar a un Bill más joven consolando a una pequeña miniatura rubia que llora al oír el primer trueno, que se lanza a los brazos del hombre en busca de protección. Imaginarlo completamente me trae un gusto acerbo al paladar, y sobre todo rebalsa mi cuerpo de aflicción e impotencia—. Pero, de una forma que no estoy seguro de comprender aún, Zoe sí te permite ayudarla. No me olvido de lo que ocurrió en el avión, Blake —asegura, antes de sentenciar:—Así que ayúdala. 

No pide por favor, y no es necesario que lo haga. Tanto él como yo sabemos que lo haré.

—Y respecto al juego del domingo... —Cada músculo de mi cuerpo se tensa al oírlo, pero me obligo a mantenerme quieto en el asiento y aparentar no estar tan rígido—. No tuve la oportunidad de decírtelo, así que lo diré ahora y no volveré a repetirlo en un buen tiempo, así que presta atención. —Inhalo con lentitud. El entrenador ancla sus ojos en los míos, y no estoy seguro de qué sentimiento es el que hace rutilar su mirada—. Si sigues esforzándote, si te mantienes jugando como lo hiciste en la última media hora de ese juego, si juegas con verdadera pasión y compromiso... diablos, Hensley —maldice—. Estoy seguro que los grandes equipos se van a despedazar mutuamente por tenerte con ellos como receptor. Tienes potencial, uno realmente exorbitante, no lo desperdicies negándote a hacer lo que no sólo tu padre quería que hicieras, sino lo que en verdad te gusta. —Frunce el ceño, como si estuviera concentrado en hacerme entender las palabras—. Que, por si eres muy imbécil y no logras seguirme el hilo de conversación, es jugar al fútbol americano.

Jamás había conocido a alguien que pudiera felicitarte con más de tres insultos de por medio. 

Excepto por mi madre, claro.

—Ahora deja de consumir el oxígeno de mi oficina. —Hace un desdeñoso ademán hacia la puerta, girándose en su silla y dándome la espalda para apreciar sus estantes llenos de trofeos, medallas y fotografías—. Lárgate, Hensley. 

Antes solía estar de malhumor la gran parte del tiempo. Incluso recuerdo que ese malhumor llegó tan lejos como para mezclarse con la impotencia de ciertas situaciones, lo que me llevó a romper la ventana de un coche unas noches antes de que Zoella Murphy y Bill Shepard aparecieran en la escena.
Obviamente que me encargué de encontrar al dueño del vehículo y no sólo le pagué por el destrozo, sino también algo extra porque estaba auténticamente arrepentido. El punto es que, desde que esa chica con personalidad brillantemente arrolladora llegó a mi vida, no he sentido ni una sola vez el impulso de hacer añicos algo más. Incluso en mis peores días logro ver algo más allá de la situación, logro reír un poco más y tener por lo menos unos minutos de buen humor. 

Incluso he llegado a sonreír.

Como ahora, mientras camino de vuelta al vestuario.

—¡Blake! 

Las sonrisas no duran para siempre, ¿verdad?

Me giro y todo buen sentimiento que estuviera sosteniendo entre las manos se cae a pedazos. Kendra, empapada de pies a cabeza, corre para alcanzarme. En cuanto reconozco la diferencia entre las gotas de lluvia y sus lágrimas me lanzo en su encuentro, con los latidos en mi pecho convirtiéndose en un verdadero y doloroso mantilleo a toda velocidad.

No entiendo nada de lo que ocurre, pero aún así lo primero que siento la indignación y cierto enojo, por quien sea que haya provocado esta angustia en ella, filtrándose por mi torrente sanguíneo.
La estrecho entre mis brazos en cuanto tira de mí, y mientras tiembla tengo el mal presentimiento que no es por la gelidez del agua fuera.

—Ken... —comienzo, pero ella me interrumpe separándose lo suficiente para mirarme directamente a los ojos. Los suyos están enrojecidos, cargados de una ira y tristeza inexplicable.

—Wendell.

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