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By CreativeToTheCore

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Segundo libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Enigmátic... More

✿ S I N O P S I S ✿
A D V E R T E N C I A
R E P A R T O
C1: Dispar.
C2: Peculiar.
C3: Disminuir.
C4: Fanáticos.
C5: Eventualidad.
C6: Buitres.
C7: Fontanería.
C8: Recapitular.
C9: Tempestad.
C10: Destructores.
C11: Lectores.
C12: Deambuladores.
C13: Técnicas.
C14: Paranoia.
C15: Voltaire.
C16: Hiperventilar.
C17: Cafeína.
C18: Regresar.
C19: Atizar.
C20: Líos humanos.
W A T T P A D E R S
C21: Petrolíferos.
C22: Guayaba.
C23: Jökulsárlón
C24: Insospechado.
C25: Volar.
C26: Hasta pronto.
C27: Química avanzada.
C28: Oxígeno.
C29: Eres y serás.
C30: Ríete.
C31: Latiendo.
C32: Hoy.
C33: Magia.
C35: Poético.
C36: Significar.
C37: Marcapáginas.
C38: Extraviado.
C39: El coco.
C40: Escenificar.
C41: Flujo sanguíneo.
W A T T P A D E R S
C42: El apunte perdido.
C43: Incandescencia.
C44: Tan bien y tan mal.
C45: Sábados.
C46: Código arcoíris.
C47: ¡Luz, cámara, acción!
C48: Brújula.
C49: Leamos.
C50: Serendipia.
C51: Amor al cubo.
Epílogo
¡Agradecimientos + aviso!
¡Oh, casi lo olvido!
CAPÍTULO EXTRA

C34: Aurora Boreal.

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By CreativeToTheCore

Crecí oyendo historias de lo que Bill Shepard denominaría el trío dinámico.

Las aventuras de Kansas, Jamie y Harriet eran anécdotas adaptadas a cuentos recurrentes a la hora de ir a dormir. Uno de mis favoritos era el que titulaban «El día en que nació un mapache», que narraba por qué le decían así a la pelirroja.
Según lo que había escuchado, ella tenía un novio que la había engañado, y a partir de esto tomó venganza por mano propia haciendo destrozos materiales. Mi hermano la apodó como un Procyon lotor rabioso por la forma en que se le había corrido el maquillaje mientras gruñía, lloraba y reía. Todo al mismo tiempo, todo gracias a Derek Pittsburgh.

Todo gracias al hombre que acaba de oponerse a la boda.

Ante mis ojos un cliché se vuelve realidad: el típico hombre con chaqueta de cuero, el que gracias a sus estados de Facebook sabemos que sigue saliendo de fiesta incluso con casi cuatro décadas de vida encima, el tipo de la motocicleta... ha cambiado. No se necesita ser un genio para descifrar que si ha irrumpido la ceremonia es porque ya no puede seguir con su vida tal como es, sino que ha conocido a una mujer que ha logrado cambiarlo, que lo ha hecho replantearse lo que quiere en dicha vida. 

Y esa es Natasha.

La misma que mira directamente a los ojos del novio con tristeza y disculpa antes de lanzar su ramo y correr a los brazos de Derek, del mujeriego cuyo corazón ha enamorado tan profundamente que lo hizo reunir el coraje para hacer acto de presencia en un evento como este.

Sin embargo, no es la sorpresa o la indignación de los invitados por parte de Dylan lo que desatan el caos, sino el propio novio. Su novia sale corriendo del hotel de la mano de Pittsburgh, y entonces él pega el grito en el cielo, se gira y tira de una de las cadenas que mantienen una jaula en el aire y la baja para comenzar a revolearla tal soga de vaquero. Se echa a correr, detrás de los fugitivos, y sospecho que él ya conocía a Derek, que probablemente no le agradaba y que es comprensible que ahora quiera darle caza.

Comienzo a reírme, porque sinceramente todo parece demasiado absurdo, pero entonces mi risa cesa al percatarme de lo que podría ocurrir, de lo que están temiendo los invitados que comienzan a arremolinarse en la entrada del lugar.
Me giro hacia Blake y mis ojos se abren de par en par. Una expresión cargada de confusión cubre su rostro, y esta se ve reemplazada por una de sorpresa en cuanto lo tomo el por el frente de la camisa y tiro de él hacia afuera. Tropieza mientras lo obligo a seguirme, y en cuanto pasamos a Corbin lanzo la tablet por los aires, obligándolo a que haga malabares para agarrarla.

—¡Zoe, ¿qué...?! —inquiere Hensley, desconcertado mientra lo suelto para tomar la falda de mi vestido y comenzar a bajar los escalones. Él no entiende lo que hago, pero se asegura de seguirme el ritmo mientras me apresuro a llegar a la entrada del hotel.

—¡Código negro! —alerto.

Cuando Jamie se enteró que Derek la engañaba no tenían más que un romance juvenil, pero Dylan tenía planeada una vida entera con Natasha. Imagínate que tu prometido te deje plantada en el altar, que huya con alguien que detestas, que ni siquiera te pida perdón. Jamie se ganó el apodo de Mapache Rabioso por lo que hizo esa noche en un estado de furia y desesperación al enterarse que su novio era infiel, y ni siquiera puedo imaginar lo siguiente que hará Dylan en cuanto alcance a Pittsburgh.

Estoy segura de que su apodo será el de un mamífero carnívoro mucho peor.

Hay que detener al loco de la jaula antes de que haga algo que tenga repercusiones legales.

—¡Por aquí! —Blake tira de mi mano hacia el otro lado de la calle, y siento mi corazón acelerarse en cuanto se sube a la carreta en la que se irían los novios para hacer la sesión fotográfica, la misma que yo me encargué de contratar y cuyo conductor sigue en la ceremonia—. ¡Arriba, Murphy! —anima tendiéndome una mano, y con la otra tomando la rienda de los caballos.

Lo miro directo a los ojos. Soy una maraña de nervios, emoción y preocupación mientras me mira. Extiendo mi brazo para alcanzarlo y levanto mi vestido, sus dedos se enroscan alrededor de mi muñeca y tira sin mucho esfuerzo de mí hasta que estoy sentada a su lado.

Nunca, ni en mis sueños más remotos, pensé que un hombre me invitaría a robar una carreta para perseguir un triángulo amoroso. Y, lo que menos me imaginé, es que sería Blake Hensley el de la idea.

—¿Sabes conducir esta cosa? —inquiero entre divertida y desconfiada, con el corazón acelerándose dentro de mi caja torácica. Parece correr tan rápido que creería que ya está listo para participar en la categoría de atletismo en los Juegos Olímpicos.

—Puedo hacerlo —asegura con la respiración acelerada—. Agárrate fuerte —advierte, y entonces el par de caballos relincha con sonoridad antes de echarse a correr por las calles del Barrio Francés.

Grito con fuerza mientras la velocidad aumenta y el viento golpea mi rostro. Mi vestido cobra vuelo y pronto mi peinado comienza a deshacerse: los mechones vuelan en todas direcciones cuando giramos a la izquierda, las hebillas caen y dejan un rastro de accesorios cuando viramos a la derecha. Siento la adrenalina vertiéndose en mi torrente sanguíneo, mis intestinos convirtiéndose en un elaborado moño y mi corazón incrementando sus latidos como los caballos su rapidez.

—¡A la derecha, a la derecha! —chillo en cuanto diviso a Dylan girando en una esquina, y ante la brusquedad de su siguiente movimiento termino aferrándome a su brazo—. ¡Hensley, tú no sabes domar caballos! —acuso, mientras reboto en mi asiento.

—¡Dije que podía hacerlo, no que sabía!—grita con diversión sobre el rugir del viento. 

Nos tambaleamos de un lado al otro y nos adentramos en las calles más estrechas. Los locales se tiran a los lados y chillan en cuanto nos ven acercarnos a toda velocidad: nos llevamos por delante una canasta de manzanas de un vendedor ambulante, arrancamos de las sogas que cuelgan entre balcón y balcón la ropa interior de más de un vecino e hicimos que un músico lanzara su tuba al aire del susto.

Creo que a alguien se le atoró en la cabeza al caer.

Mi trasero se estrella y despega del asiento de forma repetitiva mientras vamos de izquierda a derecha, mientras exploramos los más recónditos callejones y calles de la ciudad persiguiendo a Dylan, Natasha y Derek. Soy consciente de que debería estar preocupada, y en el fondo lo estoy; pienso en el vendedor de manzanas, al cual le arruinamos la mercancía, en los hombres, mujeres y niños a los que le robamos sus prendas más íntimas y en la pobre alma con la cabeza en la tuba. Sin embargo, no puedo evitar sentir la más plena y absoluta felicidad al estar cometiendo tal demencia.

Mientras me aferro a los músculos de su brazo admiro su perfil: una sonrisa salvaje que jamás había presenciado en él curva sus labios, al igual que un destello de libertad hace que sus ojos se tornen de un azul eléctrico, cargados de vida. Él grita, y es literalmente el sonido más masculino, grave y exquisito que he oído alguna vez. El viento revuelve su cabello azabache y arrastra lejos esos constantes aires de responsabilidad y prudencia en los que siempre parece estar envuelto. 

Es libre, por primera vez en mucho tiempo.

Y estoy enamorada de esa libertad.

—No, no, no... ¡detente, detente! —No sé cómo logro salir de mis ensimismamiento respecto al número treinta y uno, pero en cuanto veo que pasamos Jackson Square a toda velocidad mi cerebro oprime el botón rojo de emergencia—. ¡Nos estamos acercando al río, detente! —chillo, escaneando el mapa de Nueva Orleans en mi cabeza.

Malcom me obligó a memorizarlo la primera vez que vine de visita.

—¡¿Y cómo hago eso?! —inquiere, con algo de frenesí haciendo vibrar sus cuerdas vocales.

Entonces, nuestro triángulo amoroso aparece ante nosotros, pero doblan en la siguiente esquina. El río Mississippi aparece a unos pocos metros de distancia y las maldiciones, para nada propias de mí, hacen fila en mi lengua, listas para ser dichas. Hensley intenta que los cabellos reduzcan la velocidad, pero es inútil, corren aún con más celeridad.
El pánico le quita el protagonismo a la emoción y al sentimiento de audacia que predominaban segundos atrás.

Blake tira de las riendas de forma repentina, y entonces los caballos se desvían y relinchan. Pego el grito en el cielo en el momento en que se levantan sobre dos patas y frenamos de golpe, haciendo que la carreta se tambalee peligrosamente de lado a lado en medio de la calle.

Siento el rubor calentando mis mejillas en cuanto observo a nuestro alrededor mientras me deshago torpemente de los mechones de cabello que obstruyen mi vista: varios coches han tenido que frenar, y sus neumáticos han dejado marcas en el asfalto mientras los dueños se encargan de presionar sus bocinas y abrirse paso como pueden para rodearnos. Los turistas se han detenido en las veredas, observándonos con tanta consternación como asombro, e incluso oigo el singular ruido del flash de una cámara.

Hensley y yo giramos la cabeza al mismo tiempo. Él aún se está aferrando a las riendas cuando nos miramos directamente a los ojos, completamente serios.

—No se lo digas a Bill —susurra, con cierto temor en las palabras.

Intento ocultar mi sonrisa, pero intentar reprimirla trae como consecuencia que termine riéndome con tanto nerviosismo como gracia por la situación. No digo nada, y él tampoco lo hace. 

En su lugar, me sonríe de lado.

Se baja de la carreta y me tiende una mano que tomo sin dudar. Una vez que estamos en tierra firme doy un paso atrás y giro sobre mi propio eje, haciendo el control de daños mentalmente: no sé dónde se han metido Derek y Natasha, y tampoco tengo al certeza de que Dylan no se ha convertido en un mapache rabioso versión mejorada.

Estamos en medio del Barrio Francés, en el cual hemos hecho destrozos de todo tipo. Las sirenas de la policía se oyen a lo lejos, pero sé que pronto estarán aquí y tendremos que responder ante la autoridad, explicar qué ocurrió y pagar por un que otro daño, como la fruta del vendedor ambulante.

—Eso fue lo más palpitante, excéntrico y terrorífico que he hecho en mi vida —murmuro por lo bajo, girándome sobre mis zapatos para enfrentarlo.

Esperen un segundo.

Me falta un zapato.

La noche no es un impedimento para que pueda verlo acercarse, no dado que las farolas que se alinean cerca del río lanzan, junto con las luces de los automóviles y las de los locales a los alrededores, luz suficiente para que pueda apreciar cada uno de sus rasgos.

—Deberíamos... —comienzo, pero me interrumpe de una forma que hace desvanecer la oración en mis labios.

—No.

Dos pasos, eso le toma estar frente a mí.

Su pecho sube y baja de forma incontrolada, y podría jurar que cuando la tela de su camisa roza la de mi vestido siento más que un simple y ordinario roce; siento, literalmente, un mundo.

Lo miro directo a los ojos, los cuales se ven rutilantes y cargados aún con algo de salvajismo, una gran dosis de intensidad y algo más intrigante. Siento un escalofrío recorrer mi espina dorsal en cuanto me mira, en el momento justo en que siento el peso de su mirar. La pasión que se esconde allí es una jamás antes vista, pero junto a ella aparece su característica suavidad y admiración.

—¿No? —repito, recorriendo visualmente sus facciones. La necesidad de estirar la mano y trazar la curva de su mandíbula y labios es nueva para mí, pero no lo es la de querer recorrer el alboroto de su cabello con los dedos.

—No —insiste, negando lentamente con la cabeza.

Trago despacio, y pronto dejo de ser consciente del entorno. Por un segundo lo único de lo que puedo percatarme es de mi corazón. Uno perteneciente a un adulto debería latir entre sesenta y cien veces por minutos cuando está en reposo, pero estoy segura de que el mío acaba de entrar en taquicardia. Sus movimientos son violentos, y se percibe como si hubiese una mariposa a punto de tener una sobredosis de Benzoilmetilecgonina en su lugar.

Está demasiado cerca.

—Se supone que tendríamos que estar arreglando este desastre —murmuro sin aliento, a centímetros de sus labios—. No compartiendo el mismo elemento cuyo número atómico es 8, estado de oxidación -2 y configuración electrónica... —Trago con fuerza, obligándome a sostenerle la mirada—. 1s², 2s², 2p⁴ y dicho...

—Sé que estás hablando del oxígeno, Zoella. —Me interrumpe con sus labios curvándose en una pequeña sonrisa ladeada—. Y espero que sepas perdonarme por lo que voy a hacer.

—¿Por qué debería perdonarte?   

—Porque no es lo más sensato de hacer en tal situación —asegura—, pero no estoy seguro de dónde ha quedado mi sensatez a este punto, así que lo haré de todas formas.

Su mano se eleva entre nosotros y me estremezco en el segundo en la desliza por mi mejilla, justo sobre mi cicatriz.

La delicadeza de su tacto me deshace internamente, y contengo el aliento en cuanto se acerca tanto que su colonia es lo único que logro aspirar. La cercanía brinda calor, y a su vez algo realmente íntimo, algo que jamás compartí con alguien; algo que anhelo.

Siento su otra mano llegar a mi rostro, y ésta imita a la primera. Nunca deja de mirarme, y lo más fascinante de todo es que me contempla como si fuese una de las cosas más desconcertantes e increíbles de las que ha sido testigo en esta vida. Me observa como si yo hubiera puesto las estrellas en el cielo, como si presenciara la Aurora Boreal o... ¡a la mismísima divulgadora científica y bióloga marina Rachel Carson!

Sin embargo, Hensley es consciente de que se trata sólo de Zoe Murphy.

Y aún así me mira de tal forma, como si fuese extraordinaria.

No espero a que se incline y me besé, sino que lo beso yo.

Siempre creí que pintar era lo que más me apasionaba en esta vida.

Pero besar a Zoe, a pesar de que sea la primera vez que lo haga, ya amenaza con quitarle el puesto.

No me permite ser el primero en dar aquel paso, sino que se lanza hasta que sus labios colapsan contra los míos, torpe y dulcemente. Sus brazos están alrededor de mi cuello, tirando de mí hacia abajo por la diferencia de estatura. Presiona su boca contra la mía de una forma llena de necesidad y anhelo, liberación y vehemencia.

Sonrío contra sus labios mientras una de mis manos se desliza de su mejilla a su cabello, alisando el caos antes de descender por su espalda y aferrarme a su cintura, atrayéndola tanto como se me es posible.

Mi corazón no sólo bombea sangre mientras saboreo la mezcla de menta y chocolate en su boca —chocolate que sé que probablemente le ofreció el chofer de mi madre—, él bombea todo lo que percibo, hace que la alegría que siento desgarrándome el pecho recorra con plenitud mi torrente sanguíneo, llegando a cada recóndito lugar de mi cuerpo.

Sus dedos se deslizan a través de la hebras de mi cabello y un sonido ronco se escapa directamente desde el fondo de mi garganta antes de que me adueñe completamente de su boca. Ella me está destruyendo poco a poco cada vez que hace presión con sus labios, cada vez que su pecho se agita en un pesada inhalación contra el mío, cada maldito segundo en que siento su propio corazón latiendo al compas del mío.

Y entonces me rehace, desde los cimientos.

Su calidez y suavidad, la delicadeza con la que recorre mi mandíbula con las yemas de sus dedos mientras ejerce la más exquisita de las presiones entre nuestros cuerpos. Es un beso que carga con tantos sentimientos que resulta abrumador, que me quita no sólo el aliento, sino que también me lo devuelve.

Mierda.

Si tuviera un pincel y un lienzo al alcance y alguien me pidiera dibujar y pintar lo que siento en este momento... de acuerdo, eso sería caótico.

Lanzaría los botes de pintura al aire, pintaría con las manos, combinaría los colores hasta crear otros jamás antes vistos. Rompería el lienzo y lo arreglaría, dejaría partes en blanco y otras las llenaría de vida. Haría trazos gruesos y finos, sería capaz de crear mi propio mundo en aquel lugar porque, sin duda alguna, Zoe y todo lo que representa es un planeta nuevo para mí.

Es un sistema solar alrededor de cuyo centro estoy girando sin control, es mi propia Vía Láctea.

¿Cómo, en el mismísimo cielo o infierno, es posible que alguien te haga sentir un universo entero con simplemente besarte?

Y de pronto, dicho universo desaparece en cuestión de un pestañear.

Ella se aleja, se despega de mí con rapidez y me observa mientras jadea por aire. Su pecho sube y baja sin control, al igual que el mío, y entonces me mira.

Sus mejillas están teñidas del color de la vergüenza, pero eso no impide que aquellos labios que acaban de conectar con los míos se curven en dirección al cielo. Sin embargo, son sus ojos los que hacen latir a mi corazón con más fuerza.

El universo no se ha desvanecido, sigue allí, escondido en su mirar. Veo las estrellas, puedo formar constelaciones con nombres tan peculiares como deseo, felicidad y confianza mientras la miro.

Esta mañana, cuando me bajé del coche y me encontré perdido en medio del Barrio Francés, una hombre me ayudó a encontrar el hotel, que no estaba a más de un par de metros en realidad.
Él tenía una sonrisa socarrona y sonaba como si estuviese tramando algo, pero el caso es que, mientras hacíamos el trayecto y yo admiraba la peculiaridad de la ciudad, él dijo algo realmente extraño:

Cuidado con Nueva Orleans, muchacho...

Ahora, mientras contemplo ese universo en los ojos de Zoe y ella me sonríe tan ampliamente como creo yo lo estoy haciendo, sólo puedo pensar en el resto de esa frase:

Es un lugar mágico, y no podemos escapar de la magia.

No puedo escapar de ella.

Y no quiero hacerlo.

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