"A tres lagunas de ti"『Creek 』

By Inthyblxe

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Después de pasar todos los días en casa, Craig decide salir a caminar por su pueblo natal encontrando una cur... More

Prólogo
•Tregua•
•Mitad•
•Oasis•
•Sensible•
•Busca•

•Detente•

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By Inthyblxe

—Sigo creyendo que el espacio es infinito, aunque hay algunos que lo dudan. Idiotas ¿Cómo no sería infinito? Hay tanto que descubrir, tantas cosas que investigar; imagínate... Encontrar un sistema solar similar al nuestro, demonios, sería un descubriendo genial.

—¿Qué es lo que te gusta del espacio?

—¿Qué es lo que me gusta? Pues... Que nunca deja de expandirse, que siempre hay algo nuevo que explorar. Que, aunque creas conocer todos los planetas y estrellas qué hay, siempre habrá y nacerá algo nuevo, algo... Único. Siempre te encontrarás con alguna cosa increíble, me gustaría tanto encontrar un planeta o estrella genial. No lo sé, bueno, además me gusta porque es lindo. ¿Qué dices tú?

—Yo digo: que deberías quedarte... Un rato más.

**~~**~~**~~**~~**~~**~~**~~**~~**

Sin nada que hacer, sin nada que pensar.

Así eran mis días desde hace tiempo, no había novedad alguna, todo era lo mismo: rutinario.
Despertaba, desayunaba a la hora del almuerzo, no almorzaba, encendía la consola y me ponía a jugar hasta que llegara Tricia y la ayudaba con sus deberes. No cenaba, comía algo y luego a la cama.

Me cansaba. Hacer nada cansa, agota, debilita. Te hace sentir un débil que sólo se la pasa jugando y comiendo aunque me sorprende que no haya subido mil kilos estando como un real cerdo, literalmente, echado en el sofá, con los ojos rojos y pesados, con los pulgares cansados y los pies sobre la mesa, cambiando su posición más de una vez porque me aburre siempre la misma pose.

¿Creen que soy un vago? Pues sí, lo soy. No me jacto por eso, me humilla ser así y eso que he salido a buscar trabajo, trabajos que nunca llegan a mí ya que siempre me dicen lo mismo: "te llamaremos, no es lo que estamos buscando, te tendremos en cuenta, creo que no servirías mucho en esa área, no tienes experiencia", me he agotado de eso así que simplemente dejé de salir a pedir empleo y me dediqué cien por ciento a vagar. Mas, odio que mi familia aún me mantenga siendo que ya soy mayor. Se supone que cuando uno es adulto se cuida solo y ve por sí mismo, pero después de la operación supongo que mis padres ya no piensan igual.

Ahora, acabo de terminar una partida y apoyo la nuca en el respaldo del sillón, dejo que mis manos descansen sobre mis muslos desnudos pues sólo ando con un bóxer. Una eterna vida en casa te da ciertas libertades. Miro el techo con cautela, cada mancha que veo es un nuevo diseño y me quedo como estatua por unos veinte minutos hasta que escucho la puerta chillar a mi lado izquierdo.

Mis vértebras giran por mera inercia y Tricia arroja su mochila al sillón. Se ve molesta pero me abstengo a preguntar; no me saluda y yo tampoco, sólo pasa caminando tapando la pantalla por unos segundos y se dirige a la cocina. Escucho el refrigerador abrirse y cerrarse rápidamente, ahora vuelve con un trozo de chocolate en su boca. Levanta su mochila, me saluda y se va a su habitación.

Creo que sólo quería comer.

Vuelvo a mi posición anterior y un escalofrío recorre mis dedos, se contraen y luego se sueltan. Curiosa sensación. Los miro y están igual que siempre pero juro haber sentido un ligero apretón, como sea, la pantalla sigue encendida y bufo pensando en que hacer ahora. Rasco mis ojos con los nudillos, haciendo que un molesto chasquido provenga de ellos, luego de eso veo manchitas decorando mi visión. Mastico sin tener nada en la boca, sólo un sabor salado almacenado en mis muelas por la reciente comida que tragué, además de eso, nada.

Supongo. No. ¿O sí? Tal vez deba salir, no lo sé, caminar un rato. Sentir aire fresco, respirar algo más que sólo comida y encierro. Sí, creo que saldré, por un rato.

Sin esperar mucho más, me levanto y apago la consola. Subo y me doy una ducha. Como algo y me lavo los dientes. Me abrigo bien y me despido de Tricia, la cual sólo me dedicó un "ajá".

Antes de salir, estando de pie frente a la puerta, agarro mi celular pero lo vuelvo a dejar en la mesa ya que no tiene batería, así que ¿para qué lo llevaría? Reviso si tengo mi billetera y llaves, al verificarlo y ver ambas cosas en mi mano las vuelvo a guardar. Me subo la bufanda bien arriba hasta que me cubra la nariz y si es posible mis pestañas inferiores. Respiro y miro la casa. No es como si nunca saliera, lo hago de vez en cuando, pero la vibración que recorre mi cuerpo cada vez que salgo es extraña... Es, bueno, no sabría explicarlo, se siente como si estuviese perdido, como en otro mundo, una realidad que no es mía. Díganme, ¿han ido al cine, cierto? Es obvio que sí. ¿Se han dado cuenta que cuando salen del cine no saben si es de noche, día, verano, invierno, 2018 o 4087? ¿No se sienten confundidos con el horario? ¿No sienten que todo pasó muy rápido? Pues así es como me siento cuando salgo de mi casa.

Salir de mi casa es como salir del cine: no sé en qué realidad estoy.

Salir de mi casa es como entrar a un mundo al cual no pertenezco.

Como sea, no importa. Yo me entiendo.

Mi agujeta está desabrochada, lo ignoro. Abro la puerta y después de diez minutos hago lo que le dije a Tricia que haría: salir.

El aire afuera es fresco, pensé que nevaba pero no, un poco de nieve del otro día cubre las veredas, además de eso, nada de que preocuparse; aun así, hace frío. Bastante.

Cierro la puerta tras de mí y mis hombros se contraen en señal de congelamiento ante una brisa gélida que pasaba caprichosa por ahí, sacándome en cara que es demasiado fría y que debería volver a casa, pero no querida brisa, no entraré. Ya estoy afuera del cine. Acomodo mis guantes de tal forma que me queden bien cómodos y apretando mis dedos, me gusta que queden así, siento que calientan más. Yo que sé.

Doy el primer paso, un pie delante del otro y el frío es cada vez peor. Atraviesa mi abrigo y bufanda, quebrando mis huesos superiores de tal forma que mis brazos se abrazan a sí mismos. Y así me quedo y así camino, como un pobre sin ropa que muere de frío.

Me apetece volver a casa pero ya he caminado media cuadra, no veo el porqué devolverme, aunque, ni siquiera sé a dónde voy. Sólo estoy caminando a paso lento, sin dirección alguna, sin sentido, sin coordenadas. Simplemente dejo que mis pies caminen por sí solos tanto así, que me doy el lujo de cerrar los ojos de lo cansados que estaban después de unas horas jugando.

Mi nariz estaba helada. Lo sabía porque acabo de sacar un dedo de mi guante para tocarla. Sorbeteo un par de mocos que se resbalan por mis cavidades y me retracto, queriendo volver a casa con el aire acondicionado. Estoy seguro de que me resfriaré por el brusco cambio de temperatura.

¡Oh ¿pero qué veo?! Justo la solución a mis problemas, justo lo que que quería encontrar y aunque no lo había visto antes, supe enseguida que este lugar sería un santuario.

Bros Coffee.

Nunca lo había visto, creo que es nuevo, supongo. Me da igual, y puede que diga que me da igual pero el hecho de no conocer mi propio pueblo por estar vagando en casa me está golpeando fuertemente en la boca del estómago.

Miro el cartel en donde yace tal nombre y me coloco al frente de la puerta de vidrio; golpeo mis botas la una con la otra para retirar los restos de nieve que se quedaron abrazados a mi suela y empujo el cristal con mi mano enguantada, cubierta por diminutas hebras gruesas que me protegen del frío. En el momento en que entro, un cálido ambiente me pega en la frente, respirando una mezcla entre dulce y amargo. Me gustaba.

Me dolió un poco el repentino cambio y cuando pongo un pie adentro una campanilla suena, elevo mi vista y una mínima campana cuelga de la puerta, mas nadie pareció oírla.

Olía bien y estaba cálido. Inmediatamente comencé a tirar de mi bufanda cual corbata y a desabotonar mi abrigo con una mano mientras me dedicaba a desnudar mi alrededor con mis ojos. Colores cálidos, todo estaba rodeado por colores cálidos: amarillo, naranja, ocre, durazno, beige, rojo, rosa oscuro, dorado, etc. Decoración de flores igualmente cálidas, enredaderas de mentira recorriendo las paredes de un lindo diseño parecido a ladrillos; unas mesas cuadradas y de un tibio color. Ya veo, la comodidad, la relajación... Todo este ambiente me hace sentir raro, tranquilo.

Veo a la gente, esta algo lleno y mis azulinos ojos no daban con ninguna mesa disponible... ¡Ah, espera! ¡Bingo! Ahí se acaba de desocupar una. Creo que hoy la vida está a mi favor. Camino raudo para llegar a la última mesa del lado izquierdo y sentarme sin llamar mucho la atención. Los sonidos de tazas y conversaciones hacían que mis oídos zumben, pero me agradaba esa sensación en mis tímpanos. Ya estaba sentado, ya estaba listo.

Dejé la bufanda sobre la mesa y me quité el abrigo dejándolo también a un lado. El sillón alargado y acolchado era bastante cómodo, removí mis hombros y coloqué mis manos sobre el mesón, mirando por la ventana y esperando con paciencia a que me atendieran.

Espere, espere, espere... Sigo esperando.

~**~

¿Siguen ahí? Bueno, genial, o más bien, no tan genial. ¿Saben por qué? Porque sigo esperando, mierda.

¿Cuánto tiempo ha pasado ya? Aguarden, veré mi celular... Ah, no lo traje. Por suerte hay un reloj colgando detrás de la caja, la cual no se ha vaciado en todo este tiempo. Observo el reloj y veinte minutos han pasado, nadie me ha atendido y comienzo a ponerme de mal humor.

Carajo. ¿Por qué se demoran tanto? Es una falta de respeto y yo soy ese tipo de persona que el respeto le importa poco, sin embargo, esta clase de cosas me molestan.

Dirijo mi vista a los camareros o como se llamen para que me noten, muevo los dedos e incluso llegué a llamar a uno el cual me dijo "de inmediato lo atiendo" sí como no. No lo volví a ver. Ya estaba cansado, ¿ustedes que harían si estuviesen en una situación así? No, no respondan, no me interesa saber. Estoy de mal humor.

Volteo hacia la ventana y apoyo mi cabeza en la palma mi mano, derritiéndome sobre mí mismo. La vereda comienza a oscurecerse, angostas manchas circulares se plantan sobre la calle y la lluvia comenzó a caer. No traje paraguas, por suerte este local no queda tan lejos de mi casa; podría ir corriendo y llegaría a casa seco, igual a cómo salí.

Aburrido y cansado ya de esperar, me doy la tarea de colocarme mis guantes, dedo por dedo, introduciendo mi índice entre los resquicios que quedaban al medio de mis falanges para que el guante quede ajustado, ya dije que me gustaba así. Con la misma cautela, esperando a que alguien vea que están perdiendo un cliente, me enredo la bufanda en el cuello quedándome estrecha y tirando de ella desde los bordes. Nadie parece notarme. Me deslizo lentamente por el sillón y estando de pie comienzo a introducir mi brazo en el agujero del abrigo. Nadie parece notarme. Cada botón lo conecto con cada corte transversal, dedicando minutos y minutos a esos botones oscuros para que alguien me detenga pero una vez más: nadie parece notarme.

Suspiré y di un paso largo, sólo uno. Me detuve y miré hacia los lados dándoles una oportunidad más para atenderme aunque bueno, no soy una persona tan importante como para que me noten, sin embargo... Por favor, soy un cliente ¿o no? Como sea, doy otros dos pasos y ya me estoy acercando a la puerta de cristal. Coloco mis manos en los bolsillos y las muevo adentro produciendo que los bordes de mi abrigo bailaran al compás de mis movimientos. Aún nadie me detenía.

Volví a suspirar, inflando mi pecho cual paloma orgullosa, y caminé sin importarme, ahora, si me perdían o no. Incluso pensé en gritar "¡me voy!" Pero no; sin embargo, me duele irme sin haber tomado algo caliente con este frío de mierda. Dejé de caminar hasta quedar frente al vidrio y mirar como llovía: suave, despacio, gotitas pequeñas siendo soltadas por las nubes grises; opacas de verdad opacas. Me recuerdan a algo, me recuerdan algo que no puedo recordar.

Me giro y una pareja bebía su café humeante mientras conversaban de algún tema serio, lo sé porque sus rostros son planos, alargados, opacos.

Lamento si me fijo en tantos detalles. Es que de verdad no quiero irme, algo no deja que me vaya.

Trago saliva y por fin empujo la puerta reproduciendo ese sonido agudo y molesto de la campanilla.

Alcanzo a oír el chapoteo del agua sobre el cartel, alcanzo a oler lo mojado suelo, alcanzo a ver algunas cristalinas figuras redondas atravesar mis ojos, alcanzo a exhalar un insignificante aliento que se esfumó tan rápido como salió y me detengo. No porque quise, sino porque alguien me dijo. Y obediente, me quedé ahí. Inmóvil.

Espero a que vuelva a hablar. No digo nada, simplemente estoy ahí parado mirando aún el suelo ennegrecido, aún con la puerta abierta. Suelto el aire que yacía en mis pulmones, subiendo mi diafragma y juntando mis costillas. Pestañeo cuatro veces antes de que vuelva a hablar.

—Por favor —musitó—. No te vayas.

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