¿Qué te he hecho, Poseidón?

By Cangrejita_Lunera

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Los tritones apestan, literalmente. Harta de no encontrar el amor en el fondo del mar, ha decidido probar sue... More

PARTE 1
PARTE 2

PARTE 3

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By Cangrejita_Lunera


Se animó a preguntarle a su amiga por el chico apuesto.

—Ni lo pienses —le respondió firmemente—. Te lo digo por tu bien. Es el capitán del club de soccer y si te acercas a él, esas chicas —dijo señalando al grupito que la había ignorado el día anterior —te destrozarán viva. Son las más populares, así que él les pertenece; a la de la blusa roja, más bien. O bueno, al menos ella cree que es así. No te metas en problemas.

No les tenía miedo, ¿qué podía hacerle un grupo de niñitas altaneras a una sirena de 90 años como ella, que si se lo proponía podía transformarlas en espuma de mar al instante?

Dejó a su amiga hablando sola en cuanto lo vio llegar. Se acercaría y le pediría su número. Le sacaría provecho a su nuevo celular.

Caminó decidida hasta él, lo vio sonreír. Alcanzó a escuchar su voz, tan varonil, tan ven y háblame suavecito al oído mientras nos movemos como las medusas en el mar. Y eso fue todo, sintió como los nervios se apoderaban de su ser y sin poder controlarse giró y regresó a lado de la chica que ahora la miraba intentando no reírse.

—Por un momento creí que de verdad lo harías —dijo con una sonrisa burlona.

Yo también —respondió desolada.

«¿Cómo puede sucederle esto a una sirena tan segura de sí misma como yo?»

No lo dejaría así.

...Pero pasaron días, siempre era lo mismo. No, cada vez era peor. Mientras más lo observaba a lo lejos, más le encantaba. Lo miraba durante sus partidos, lo miraba por los pasillos, lo veía por la ventana del salón reír con sus amigos y con esas tipas que se le colgaban del brazo y a las cuales envidiaba porque no era ella quien estaba a su lado.

Lo observaba siempre.

Pasaron semanas. Pasaron meses.

Comenzaba a deprimirse. No lograba juntar el valor necesario para pedirle su número y aunque lo lograra, ¿para qué? Seguramente tampoco se atrevería a llamarlo, y si lo hacia su voz temblaría y quedaría como una tonta.

Pensaba en eso abrazada a una almohada en su sofá. De repente su celular vibró y sonó un corto timbre. Era un mensaje de su amiga.

«¡Un mensaje! ¡Qué bruta soy! ¡Claro!»

No podía hablarle porque los nervios le ganaban, pero con mensajes sería más sencillo, además él no sabría quién era y el anonimato le daba una sensación de seguridad.

Tuvo que resignarse a no pedirle el número directamente, sino recurrir a uno de sus compañeros de equipo, el cuál primero se negó, ¿por qué le daría el número del capitán a una desconocida? Pero ningún hombre puede resistirse a la voz de una sirena, bastaron unas cuantas palabras más y el chico le dio su número, correo, y le hubiese dado hasta su dirección, pero no era necesario, no era una acosadora, sólo necesitaba cómo contactarlo, de lo demás se encargaría ella misma.


Hola, te he estado observando y me encantas.


Oprimió el botón de Enviar. Sí, era sencillo.

La respuesta no tardó en llegar.


»¿De verdad?

»¿Y se puede saber quién eres?


Ella quedó encantada con la carita amarilla y sonrojada que acompañaba al mensaje.


No por ahora. Conversemos así por un tiempo antes de decirte quién soy. Conozcámonos de esta manera. 

»Eso es injusto.

»Quiero saberlo.

»¿Qué tal si tú también me encantas? ¿No te gustaría saberlo ya?

Seguramente no sabes ni que existo.

Pero no importa, te encantaré. Te lo garantizo.

»Me intrigas...

»Tú ganas, conozcámonos con mensajes.


Y así comenzó.

Mensajes cortos, largos. Saludos de buenos días, chistes entre clases, críticas a los profesores que se sentían dioses, buenos deseos para los partidos y los exámenes, un buenas noches respondido por un sueña con los angelitos y otra respuesta de vuelta de él:


»El único angelito con el que quiero soñar eres tú.


El tiempo pasó, se sentían cada vez más cercanos el uno al otro.

Hablaban mucho. Hasta de la mosca que pasaba, literalmente; en el laboratorio de química una mosca que no dejaba de fastidiar había hecho que alguien diera un manotazo y algunos reactivos salieron volando, terminando con un compañero medio desnudo bajo el chorro de la regadera de emergencias.

Pero un día él se dio cuenta de que, por alguna extraña razón, a pesar de hablar de tantas cosas, no habían tocado temas tan simples como su color favorito, si le gustaba el café o el té, si usaba tacones o tenis... Entonces empezó a preguntar por esas cosas, por esos datos sencillos que le ayudarían a tener detalles cuando se conocieran por fin y se convirtieran en novios, porque sí, él estaba seguro de que quería que ella fuera su novia.


»¿Te gustan las películas de terror?


Esperaba que respondiera que sí, para llevarla al cine y poder abrazarla.


»¿Sabes patinar sobre hielo?


Tendrían una cita divertida si así era.

Una pregunta más, una respuesta más.

Entonces él se dio cuenta de que al oprimir Enviar un timbre sonaba muy cerca. Su corazón se agitó. Mandó otro mensaje, poniendo atención. El celular que sonó era el de la chica que estaba sentada en una banca frente a él, a unos quince metros de distancia. Ella se vio descubierta, pero ya era tarde, no podía huir más.

Sus miradas se encontraron. De inmediato él se levantó y caminó hacia ella con una expresión de sorpresa y alegría. Ella sintió que su corazón intentaba salirse de su pecho y un calor ardiente se instaló en su rostro y orejas.

Se puso de pie sintiendo que sus piernas temblaban y se volvían débiles. Deseo estar rodeada de mar, ahí era imposible caerse, pero en tierra... no quería ni pensarlo, sería muy vergonzoso si se tropezaba, así que sólo se quedó parada esperando a que él llegara hasta ella.

—Eres tú —dijo él con la voz llena de ilusión y sus hermosos ojos resplandecientes de felicidad.

Los sensuales labios carnosos del chico se curvaron en una sonrisa maravillosa y dulce, dejando ver sus perfectos dientes blancos, al mismo tiempo en que ponía su mano derecha sobre el brazo izquierdo de ella y se inclinaba para besarla.

Entonces ella pudo sentir esos suaves labios sobre su mejilla y con ellos, el aroma de su cálido aliento acariciando su piel. Eso provocó que un hormigueo intenso, que comenzó en su estómago, recorriera su cuerpo entero. Por un momento pensó que iba a desmayarse.

Bajó la mirada y deslizó el dedo sobre la pantalla de su celular para leer el último mensaje recibido:


»¿Cuál es tu comida favorita?

»Yo lo que no puedo dejar de comer son las algas.

»¡Las amo!


Sintió ganas de llorar.

«¿Por qué? ¡¿Yo qué te he hecho, Poseidón, para que me castigues de esta manera?!»

FIN.

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