La sombra de la rosa ©

By ValeriaDuval

84.8K 6.8K 1K

Ataleo Pagano tiene 21 años y una vida complicada: no solo es luchar por terminar su licenciatura, ni ese tra... More

De lágrimas y arte #01
PREFACIO
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
SINOPSIS #audiolibro

Capítulo 4

2.6K 447 50
By ValeriaDuval

Las vacaciones de verano siempre eran buenas para el bolsillo: durante las vacaciones, los restaurantes siempre estaban llenos, tanto de turistas como de personas que querían romper la rutina, sin embargo, Marzia había cogido una infección respiratoria que no solo había resultado costosa, sino que —pese a las protestas de ella—, había obligado a Ataleo a quedarse en casa, por más de una semana, para cuidarla.

Leo intentó mirarle el lado positivo: al menos podían pasar unos días juntos. Ella, en cambio, estuvo tensa todo el tiempo y, a penas se encontró mejor, corrió a buscar cómo ganarse algo de dinero; decía que debían reponer no solo lo que habían gastado en sus medicamentos, sino lo que había perdido él... Pero no había podido conseguir más que trabajos eventuales —extenuantes, de sol a sol—, que habían concluido, también, con el periodo vacacional.

Y aunque nada de eso había estado tan mal —ellos siempre encontraban la manera—... se llegó el primer viernes de septiembre. Aquel día tenían que agendar su horario para el nuevo semestre y ambos acudieron a la biblioteca de la universidad, como ya era su costumbre..., pero solo Leo pudo hacerlo. Cuando Mariza lo intentó, cuando ella introdujo su código y contraseña en el sistema, este le arrojó un aviso con letras grandes y rojas, avisándole que debía acudir a Control Escolar.

Marzia no se sintió sorprendida y, en realidad, Leo tampoco... pero él sentía una opresión en el pecho; lo sentía como su primera pelea perdida y... «La primera de muchas» dijo algo en su mente, ajeno a él..., como un presagio.

Tres días después, en lunes, Leo permaneció en su cama, mirando al techo, cuando sabía que debía levantarse y ducharse para ir a la universidad. No lo hizo porque... no lo había hecho antes sin Marzia; no sin un motivo válido, y que la hubiesen expulsado a ella, era válido... no era justo. Era a ella a quien más le importaban los estudios..., y había sido ella quien había perdido más, junto a ese bebé —ese mes se cumplía ya un año de su perdida—. El bebé de él... El bebé que él no había sido capaz de cuidar... Y seguía arruinando a Marzia —la mayor parte del tiempo, Leo se sentía triste y culpable, y el resto del tiempo, enojado—. Por más que lo había intentado, no había sido capaz de reunir nada de dinero para entregar a ese docente sin ética ni humanidad.

Marzia, a su lado, continuaba dormida. O al menos eso creía él. Se levantó para orinar y después le cocinó algo a su novia; a ella le gustaba desayunar panqueques con tocino, pero él preparó huevos revueltos e hizo jugo de naranja, pues no quería que ella pensara que estaba intentado estúpidamente consolarla con un desayuno.

No lo logró porque, cuando ella dejó la cama —justo cuando él terminaba de servir los platos—, ella solo frunció el ceño... y no preguntó por qué él no estaba ya de camino a la universidad.

Al día siguiente, a pesar de continuar sintiéndolo una gran falta de respeto, Leo tuvo que levantarse —salió de la cama intentado no despertarla—, y acudir a clases: ya tenía suficiente con no llevar los materiales completos, como para agregarle también innumerables faltas a la lista...

Y aunque ahí, en el campus, se sentía solo e incompleto, logró quedarse hasta el mediodía... que fue cuando la vio: Marzia estaba en Control Escolar recogiendo sus papeles —ya, era oficial: ella estaba fuera de la universidad—, y él no pudo hacer más que observar, a distancia, en silencio, hasta que ella salió por la puerta número tres. No hizo por hablarle, por acercarse..., le habría parecido casi una burla.

Leo tuvo la certeza de que iba a llevarle un tiempo poder mirarla de frente sin sentir vergüenza.

Luego de clases se marchó al restaurante —donde dejó caer dos veces la charola con trastos y comida— y, cerca de las once de la noche, cuando ya limpiaba su última mesa —comprobando la poca propina que le habían dejado—, alguien, muy cerca de él, lo llamó por su nombre. Leo no se sorprendió: algunos clientes solían tener la amabilidad de aprender su nombre y no solo lo llamaban «Disculpa...», pero entonces reparó en que estaba limpiando su última mesa. Se volvió, atento, de cualquier manera, y aunque por poco no la reconoció —solo había hablado una vez con ella—, al hacerlo se sintió fastidiado: Vittoria Moro se hallaba sentada en la misma mesa donde lo había abordado tres meses atrás y, con una sonrisa amable, pequeña, le dijo:

—¿Cómo ha estado, Ataleo? No he tenido noticias de usted...

Leo torció un gesto sin darse cuenta, ¡lo que le faltaba!

—¡Ahora no! —le suplicó.

—Ahora es un buen momento —difirió ella.

Leo frunció el ceño, ¿por qué a ella le parecía ser un momento idóneo aquel?

—Luce sumamente estresado —siguió ella, explicándole—. ¿Realmente le gusta vivir de este modo tan... precario? —inquirió.

El muchacho dejó escapar el aire por su nariz. ¡¿Y a quién le gustaba vivir así?!

—Siéntese, por favor —le pidió la abogada.

—Estoy trabajando —obvió Leo.

—No —nuevamente difirió ella—: está cogiendo lo que puede de las propinas, de lo que le sobra a la gente.

Leo apretó los labios. La abogada, indiferente a su reacción, esperó un momento antes de continuar:

—Si aceptara, podría pagar su deuda y, entonces, conseguir un empleo estable.

El muchacho miró a otro lado.

—Ahora estoy trabajando —insistió.

—Incluso, tal vez, tendría un poco más que para pagar su deuda...

«Marzia...», pensó él, sin desearlo.

—Ella está fuera de la universidad porque no pudo pagarse el material necesario, ¿no? —esperó un par de segundos, pero no probando en si él respondería (era obvio que él no lo haría), sino permitiéndole pensar—. ¿Cuánto tiempo le queda a usted antes de que lo den de baja también?

—Pero ese no es asunto suyo, ¿no? —rezongó él—. Y le advertí sobre investigarme...

Vittoria, aunque no lo pretendía, esbozó una sonrisa:

—Pero, si para eso no hay que investigar nada: ustedes dos eligieron una carrera muy cara y... ¿Ya pagó este mes de renta?... ¿Y el anterior alcanzó a cubrirlo?

«No». Leo apretó los labios.

—No lo haré —atajó, comenzando a irritarse.

—¿Por qué no? —preguntó la mujer.

—¡Porque no! —escupió, alzando ligeramente la voz y acercándose más a la mujer, intentado que ella lo escuchara bien, pero sin llamar la atención de los demás en el restaurante—. No quiero.

—A usted no le cuesta nada... —insistió Vitoria.

—Claro —ironizó él.

—Además, estaría haciendo algo muy bello por otra persona, sin mencionar los beneficios que le traería esto a usted...

—Beneficios —bufó él—. ¿Lo haría usted?

—Bueno, el proceso sería distinto, pues yo soy mujer —le explicó—:

»Para que la mujer madure varios óvulos a la vez, es necesario que la donante reciba terapias hormonales (las terapias consisten en inyectarse a una misma, directamente en el abdomen), y como resultado, no solo hay duros cambios de ánimo (y posteriores y severos descontroles hormonales), los dolores de cabeza son frecuentes, lo mismo que los mareos, vómitos, hinchazón, aumento de peso, cansancio, resequedad vaginal...; y lo peor es que se corre el riesgo de comprometer a los sistemas hepático, renal, hematológico y respiratorio.

»Más tarde, mediante punción, se aspiran los óvulos directo del ovario, por lo que la donante no está exenta de infecciones —la punción va desde la vagina, pasando por el útero y hasta alcanzar el ovario—. En cambio, usted, solo eyaculará en un vaso y saldrá del laboratorio con un jugoso cheque. O efectivo, si así lo prefiere usted.

»¿Ve que no es lo mismo?

Para cuando la mujer terminó de hablar, Leo —sin terminar aún de procesar todo lo que ella le dijo— solo pensaba en que ella parecía saber demasiado sobre el tema. ¿Realmente era su primer trabajo relacionado con... eso?

—Volviendo a su pregunta: ¿yo lo haría? —continuó Vittoria, poniéndose de pie—. Si viviera en una situación tan precaria como usted, si tuviera su necesidad... si tuviera a alguien a quien quisiera tanto, como usted a su novia —Leo apretó nuevamente los labios—... Sí —aseguró, asintiendo—. Lo haría.

»Ustedes son buenas personas; merecen una buena vida: facilítese las cosas, Leo —le recomendó.

El muchacho no sabía qué responder. Ella lo había dejado desorientado.

Vittoria apoyó su bolso sobre la mesilla y buscó algo dentro.

—Tome —le tendió una nueva tarjeta; esta, era blanca y rosa—. Dese el tiempo y visite el laboratorio. Compruebe por usted mismo que todo irá bien.

El muchacho no cogió la tarjeta. Vittoria la dejó sobre la mesilla, junto a tres monedas... Leo se sintió humillado, ¿ella estaba dejándole, como bien había dicho antes, lo que le sobraba?

Esa noche, cuando volvió a casa junto a Marzia, la encontró dormida. No fue capaz de despertarla para avisarle que había llegado; ni siquiera pudo besarla —no quería arriesgarse a despertarla y devolverla a su horrible realidad—.

A la mañana siguiente, salió de casa antes de que ella despertara; no quería que lo mirara yéndose a la universidad —ni siquiera le dejó una nota para avisarle que, la noche anterior, le había llevado picadillo y su postre favorito de limón— y, mientras bajaba las escaleras de su apartamento, el encargado lo detuvo para recordarle que debía ya dos meses de renta.

Y una vez en la universidad, se quedó ahí, sin entrar a clases, sentado en la cafetería del campus con un café negro enfriándosele entre las manos; por la tarde, cuando se llegó la hora de ir al restaurante, tomó el autobús, pero... bajó antes, a mitad del camino.

Miró entonces a su derecha, luego a su izquierda y cruzó la avenida con la tarjeta blanca y rosa que Vittoria Moro le había dejado la noche anterior, sobre la mesilla.

Una disculpa por la demora; he tenido unos días pesadísimos.

Continue Reading

You'll Also Like

10.4K 1.8K 49
¿Quién es él? Su nombre es Zarek, un chico terco hasta la médula y un cascarrabias nato. ¿Te atreves a leer su historia? Portada hecha por @Jazmin_0...
15.2K 2.4K 53
Estoy llegando a los 2 K de seguidores y, además, he comenzado una nueva etapa en Wattpad como embajadora: no hay mejor forma de festejarlo que con u...
4.1K 770 82
Todas las palabras que no dije... Todas las palabras que tal vez nunca diré... Portada realizada por @paolaimaginativa de Editorial Arrowy
116K 4.1K 27
︵‿︵‿୨ • 🌔 •୧‿︵‿︵ • 𝘁𝗿𝗮𝗱𝘂𝗰𝗰𝗶𝗼𝗻𝗲𝘀 𝗱𝗲 𝗿𝗲𝗮𝗰𝗰𝗶𝗼́𝗻𝗲𝘀 𝘆 𝗵𝗲𝗮𝗱𝗰𝗮𝗻𝗼𝗻𝘀 𝗱𝗲 𝗵𝗮𝗶𝗸𝘆𝘂𝘂. • 𝗹𝗮𝘀 𝗿𝗲𝗮𝗰𝗰𝗶𝗼𝗻𝗲𝘀...