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By CreativeToTheCore

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Segundo libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Enigmátic... More

✿ S I N O P S I S ✿
A D V E R T E N C I A
R E P A R T O
C1: Dispar.
C2: Peculiar.
C3: Disminuir.
C4: Fanáticos.
C5: Eventualidad.
C6: Buitres.
C7: Fontanería.
C8: Recapitular.
C9: Tempestad.
C10: Destructores.
C11: Lectores.
C12: Deambuladores.
C13: Técnicas.
C14: Paranoia.
C15: Voltaire.
C16: Hiperventilar.
C17: Cafeína.
C18: Regresar.
C19: Atizar.
C20: Líos humanos.
W A T T P A D E R S
C21: Petrolíferos.
C22: Guayaba.
C23: Jökulsárlón
C25: Volar.
C26: Hasta pronto.
C27: Química avanzada.
C28: Oxígeno.
C29: Eres y serás.
C30: Ríete.
C31: Latiendo.
C32: Hoy.
C33: Magia.
C34: Aurora Boreal.
C35: Poético.
C36: Significar.
C37: Marcapáginas.
C38: Extraviado.
C39: El coco.
C40: Escenificar.
C41: Flujo sanguíneo.
W A T T P A D E R S
C42: El apunte perdido.
C43: Incandescencia.
C44: Tan bien y tan mal.
C45: Sábados.
C46: Código arcoíris.
C47: ¡Luz, cámara, acción!
C48: Brújula.
C49: Leamos.
C50: Serendipia.
C51: Amor al cubo.
Epílogo
¡Agradecimientos + aviso!
¡Oh, casi lo olvido!
CAPÍTULO EXTRA

C24: Insospechado.

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By CreativeToTheCore

Shane se desmayó.

Beasley no fue capaz de decir siquiera «Hola» antes de que cayera de espaldas, pero por suerte los Sharps se lanzaron hacia él antes de que su calva cabeza rebotara contra el césped sintético.

Gran parte de los Jaguars ya no se dedica al fútbol, pero nadie se negó a jugar cuando el coach hizo sonar su silbato. Shepard nos dividió para que estuviéramos mezclados: medio equipo de la ofensa de los Sharps con la mitad ofensiva de los Jaguars, lo mismo con la defensa y los equipos especiales. Y yo, para envidia del inconsciente Shane Wasaik, terminé jugando junto a su ídolo deportivo.

Mis compañeros están más que emocionados, disfrutando de un partido con el histórico equipo de la BCU. Sin embargo, yo quiero que todo acabe cuanto antes.

Tengo que demostrarle a Shepard que soy capaz de jugar, de disfrutar el tacto del balón entre los dedos y anotar sin vacilar. El problema radica que una cosa es jugar con los Sharps, quienes me conocen, quienes saben cómo soy en el campo y fuera de él. La mayoría de estos muchachos fueron conmigo a la preparatoria y recuerdan cuánto adoraba el deporte, y también saben el porqué dejé de amarlo. Pero no puedo resumir todos los eventos del pasado a los Jaguars, y tampoco quiero hacerlo. Muchos de ellos son jugadores profesionales: Logan Mercury, Beasley, Joe Nygo. Ellos viven por y para el fútbol, y no quiero ofenderlos diciendo en voz alta que aborrezco el deporte o que al notar mi desinterés en el campo comiencen a cuestionar por qué estoy dentro de los Sharps cuando no lo merezco. Veo el prejuicio en sus ojos.

El sol ha comenzando a ocultarse tras una hora y media de partido, y Bill decide que dentro de media hora terminaremos y nos mandará de una patada a las duchas.

—Anota y pediré un cambio, así estarás fuera del campo cuanto antes —murmura por lo bajo el número veintisiete, acercándose.

Me mira a los ojos y me sorprende que no me esté juzgando. No hay rastro de enfado o impotencia por el hecho de que, en más de una oportunidad, aunque lo intenté, no fui capaz de anotar. Él notó que no juego como lo otros, que la pasión parece haberse drenado de mí hace tiempo, y lo único que está haciendo es darme una escapatoria con gentileza.

—¿Puedes hacer eso? —inquiero, algo sorprendido por el hecho de que sea capaz de demandar al coach por otro jugador. Bill no hace cambios a menos que alguien esté en su lecho de muerte.

—Puedo hacer muchas cosas, Hensley. —Sonríe mientras comenzamos a trotar hasta nuestras posiciones—. Y creo que estoy en deuda contigo de alguna forma, por lo que hiciste por Zoe. —Bill parece haberle comentado lo ocurrido en el vuelo desde California hasta Mississippi.

—Cualquier hubiera hecho lo mismo. —Me encojo de hombros, intentando restarle importancia a mis acciones.

—Cualquiera habría tenido al intención de hacerlo —corrige en cuanto nos detenemos. Sus ojos, de una tonalidad más oscura que los de Zoella, se clavan en los míos y noto auténtica gratitud allí—. Mi hermana es optimista, cálida, totalmente transparente cuando no hay una tormenta cerca. Si la conoces sabes que siempre sonríe, que le es inevitable no reír y hablar con notas de entusiasmo e inocencia en la voz. Sin embargo, todo cambia cuando se oyen los primeros truenos. —Sus cuerdas vocales vibran con cierto pesar, y aprieta sus labios en una dura línea de expresión por un instante—. Todo lo que ella es se ve reemplazado por algo peor, algo que no quiere mostrarnos. Cuando era niña solía abrazarme durante lo que durara la tempestad, pero a medida que fue creciendo se fue aislando cuando ocurría —informa, y noto la impotencia en la forma en que inhala—. No hay nada peor que saber que alguien está sufriendo y tú no puedes hacer nada al respecto, que ni siquiera puedes sostener se mano. Sin embargo, de alguna forma, ella te permitió entrar. Te permitió ayudarla, y a pesar de que me gustaría ser yo el que la sostuviera, confío en que si ella te escogió para hacerlo es porque lo haces mejor que yo.

—No creas que debes ayudarme por lo que hice por ella. —No me agrada pensar que me está devolviendo el favor—. Puedo soportar media hora más en el campo.

—No es que crea que la ayudaste para sacar provecho alguno —se apresura a decir pasando una mano a través de su cabello revuelto—. Si ese fuera el caso no estaríamos platicando como personas civilizadas, te estaría golpeando en este instante.

—Nosotros te estaríamos golpeando —corrige un hombre castaño acercándose con una botella de Gatorade en mano. El número trece viene acompañado de la reciente estrella deportiva de los Tennessee Titans, Logan Mercury—. Malcom no puede ni atinar el chorro de orina al retrete, menos su puño a tu rostro, muchacho.

—Hamilton tiene razón —apoya el número siete robándole la botella, acción ante la cual el hombre lo mira con cara de pocos amigos—. Aún no estoy seguro de cómo embarazaste a Kansas. Sinceramente pensé que jamás darías en el blanco —se burla antes de beber y limpiarse con el dorso de la mano. El número trece le quita la botella con brusquedad y la limpia con su camiseta antes de beber.

—¡Ya es suficientemente malo el hecho de saber que mi hija carga un ex espermatozoide de Beasley dentro de ella como para que anden comentando acerca de la concepción de mi nieto! ¡Me hacen imaginar escenas perturbadoras, imbéciles! —reprocha el entrenador estremeciéndose ante la imagen que se formó en su mente—. ¡Menos charla y más acción, señoritas! ¡Los que van a la banca fuera del campo y los que restan a sus posiciones antes de que le entregue al irritante de Wasaik todas sus cabezas como regalo de cumpleaños!

—Estoy seguro de que Shane apreciaría la cabeza de Malcom Beasley como recuerdo de un día tan memorable —comento.

—Luego podríamos robársela y venderla por Mercado Libre. El dinero me vendría bien —acota Dave llegando a mi lado, y como consecuencia tenemos al formidable número veintisiete arqueando una ceja en nuestra dirección.

—¡¿Me han oído, pedazo de holgazanes?! ¡A sus jodidas posicio... ¿qué diablos?! —inquiere fijando sus ojos Steve y el que, indudablemente, debe ser su hermano Chase. Ambos están haciendo pases con un balón a un par de metros: Steve lanza con la precisión y fuerza justa y su pariente alza las manos dispuesto a atrapar el balón, pero, sin embargo, el ovoide pasa de largo entre ellas y lo golpea en la cara. El crujido de su tabique nasal me obliga a encogerme por su dolor—. ¡Timberg 1, ¿por qué no puedes ser como Timberg 2?! ¡Hasta mi nieto en gestación habría atrapado ese balón, dedos de manteca!

El entrenador esconde el rostro entre sus manos y suspira exhausto antes de arrastrar sus dedos por sus mejillas con rabia. Su paciencia, o mas bien la falta de ella, parece haber llegado a un punto crítico.

—¡Retomemos, señoritas! ¡Segunda y siete por avanzar! —nos recuerda dado que, en el primer down, avanzamos tres yardas.   

Todos toman sus posiciones, y en el lacónico silencio previo a la jugada me permito cerrar los ojos. Una anotación y podría ahorrarme media hora en el campo, podría zafar del pasado y dejar de lamentarme por lo que he dejado allí. 

Muchos no entienden por qué odio el deporte, y en mayor parte se debe a que no me trae más que recuerdos que deseo repetir y sé que no puedo. Detesto voltear hacia las tribunas y no ver el rostro de Mila entre la multitud, y, con eso, pensar que vive aterrada escondiéndose al otro lado del país. Detesto que mi padre no esté para ser capaz de darme unas palabras de aliento, unas palabras que me den coraje, que me inspiren confianza y hagan que la pasión se potencie. Odio que los fanáticos griten Touch-heart, que con eso me recuerden todo lo que he perdido. No soy capaz de ver nada bueno dentro del campo, solamente la desilusión de las personas al ver que alguien falla. ¿Y cuando nadie se equivoca? Sé que es un pensamiento negativo, pero vislumbro la felicidad y el orgullo en sus rostros y pienso que pronto se les será arrebatado; porque, tarde o temprano, alguien volverá a fallar.  

—Dame un touchdown, Hensley —pide Malcom observándome con esos singulares ojos azules cargados de determinación y esperanza—. Sólo uno y te saco de aquí. Lo prometo.

El silbato suena y Joe, el que está jugando como centro dado que Shane está desmayado, pasa el balón a Beasley. La mitad de los Sharps y los Jaguars que quedaron en las bancas se encargan de compartir su emoción y arrebato mediante los gritos que surcan los aires y llenan mis oídos. 

La defensa se precipita hacia adelante gruñendo entre dientes en el intento de llegar al número veintisiete, quien retrocede y, sin perder segundo alguno, tira de su brazo hacia atrás y lanza el balón. El ovoide recorre una trayectoria perfecta, y por un momento el tiempo parece detenerse mientras contemplo la forma en la que se acerca, prácticamente obligándome a extender mis brazos. Siento la aspereza del material entre mis dedos y me echo a correr en cuanto está seguro en mis manos.

La mezcla de jugadores de Betland y Owercity que componen la defensa se lanzan en mi dirección con bramidos dignos de una conflagración, y mientras tanto los latidos de mi corazón se incrementan tan rápido como la necesidad de anotar. La temperatura parece elevarse, las gotas de sudor multiplicarse bajo los últimos rayos de sol y los pulmones arden y parecen estar a punto de incinerarme de adentro hacia afuera.

El cincuenta y nueve y setenta y ocho de la defensiva, dos Jaguars, se lanzan tras de mí obligándome a correr más rápido. Uno de los Sharps se lanza dispuesto a barrer mis piernas pero, para mi suerte, Ben Hamilton aparece a mi lado listo para bloquearlo. Aún con dos Jaguars pisándome los talones me las arreglo para esquivar a un jugador más, desviádome hacia la izquierda. Las yardas van siendo dejadas atrás mientras fijo mis ojos en la zona de anotación, y es entonces cuando el dúo de jugadores de Betland se lanza.

Me pongo de cuclillas de golpe haciendo que ambos colapsen entre sí y rueden por el césped sintético, entonces retomo mi carrera mientras oigo sus maldiciones cargadas de impotencia a mis espaldas. No me detengo, corro pensando que podré largarme del campo si anoto, y ese pensamiento hace de motor a mi urgencia de hacer un touchdown.

Sin embargo, hay un obstáculo más.

Un hombre de los Jaguars que no había notado antes, robusto y considerablemente bajo, está corriendo en mi dirección. Incremento la velocidad, inhalo profundo y aseguro el balón en mis manos. Faltan pocas yardas y estoy tan cerca de la zona de anotación que, por primera vez en mucho tiempo, creo que voy a lograrlo.

Tengo que hacerlo si quiero salir de aquí.

A segundos de colapsar con el Jaguar flexiono las rodillas y me impulso hacia arriba. Salto y cada músculo de mi cuerpo se tensa cuando estiro las piernas y elevo el balón tan alto como puedo. Los reflectores se encienden de repente y se oyen los jadeos cargados de sorpresa a la lejanía, y entonces mis botines vuelven a hacer contacto con el césped tras saltar sobre el contrincante.

Touchdown.

Con la respiración acelerada me giro para contemplar a la multitud de jugadores que se ven sumidos en el silencio en medio del campo. No se oye más que mi pesado inhalar y exhalar, no más que los latidos de mi frenético corazón.
Todos permanecen inmóviles bajo la refulgencia de las luces, sin emitir palabra alguna. Miro al hombre de los Jaguars que me contempla desde el piso con ojos amplios y cargados de estupefacción.

—¿Qué... qué rayos fue eso? —Bill Shepard tartamudea y parpadea aturdido mientras se quita su gorra de los Kansas City Chiefs y mantiene los ojos fijos en mí.

Dejo caer el balón y arrastro mi mirada hacia Malcom Beasley, quien me observa de la misma manera. Me quito el casco y asiento en su dirección, diciéndole de alguna manera que cumplí con lo pedido.

Ya no tengo que volver a jugar, no por ahora.

—Fue un Jeté —explica una voz familiar a mis espaldas. Giro sobre mi propio eje para contemplar a Zoella Murphy de pie a unos pocos metros de distancia, con una sonrisa curvando sus labios y la sorpresa destellando en sus ojos—. Un salto de ballet, un Jeté —repite antes de que su risa algo desconcertada se vuelque en el aire y reemplace el silencio por ese tipo de melodía que jamás te casarías de escuchar.

—Con eso doy por finalizado mi entrenamiento —informo.

—No creo que este sea el ambiente adecuado para una embarazada de ocho meses —opina Malcom cruzándose de brazos junto a Kansas, quien reprime una sonrisa a mi izquierda. 

El estadio está completamente lleno, como si fuera un juego de domingo. La música suena de fondo para que los universitarios de la Owercity Central University, la numerosa familia de Shane y los invitados de Betland bailen sin control bajo los reflectores que iluminan el campo. Las descomunales pantallas intercalan fotografías del cumpleañero con videos realmente vergonzosos: Shane yendo al baño por primer vez, borracho en su primera fiesta de universidad, bajándose los pantalones en medio de un partido y conociendo a grandes jugadores como Tom Brady, de los New England Patriots.

Vomitó un emparedado de queso sobre el pobre Tom de la emoción. Vaya a saber uno lo que hará cuando esté frente a Malcom.

Consciente, por supuesto.

Ya ha estado demasiado tiempo incosciente frente a jugador de los New Orleans Saints, y en parte es mi culpa dado que yo traje a Malcom aquí.

—A mí me parece bastante adecuado: alcohol ilimitado, sexo desenfrenado en los vestuarios y comida gratis —enumera la castaña robando una hamburguesa de la bandeja que lleva un camarero—. Lástima que solamente puedo disfrutar una de las tres cosas —suspira, y mi hermano enarca una ceja con un desafío instalándose en sus ojos.

—Quiten esas imágenes de mi cabeza, por favor —suplico escondiendo el rostro entre mis manos. Kansas ríe con la boca llena y Malcom se apresura a llegar hasta mí y envolverme entre sus brazos—. No intentes arreglar el hecho de que no podré dormir este noche con un abrazo, no funciona.   

—Sabes cómo funciona el acto de la procreación y la satisfacción corporal, yo mismo te di clases de educación sexual a los doce. No es nada que no hayas visto en videos educativos aptos para mayores de diez —recuerda depositando un beso en la cima de mi cabeza y rodeando mis muñecas con sus dedos para apartar las manos de mi rostro—. Las relaciones sexuales son la naturaleza misma intentando subsistir, parásito. —Sabiduría en la voz, suspicacia en los ojos y gracia en su sonrisa ladeada es lo que noto una vez que me obliga a mirarlo.

—Entiendo la necesidad de subsistir, pero no es estrictamente necesario que perturbes mis sueños con ello.  —Sonrío y una sensación de familiaridad y calidez parece envolverme el corazón al ver esos singulares ojos oceánicos.  

—Como su niñera tengo que ponerme de su lado y apoyarla en esto, pero como su cuñada es mi deber atormentarla —reflexiona Kansas antes de tragar y lamerse los dedos con restos de mayonesa—. Creo que necesito de otra hamburguesa para resolver el dilema.

—¿No crees que sería más prudente y saludable comer los cuadraditos de salmón ahumado y la ensalada de hortalizas que te preparé y traje en un táper? —inquiere mi hermano girándose para ver a su esposa. 

—¿Tú estás embarazado, Beasley?—cuestiona Kansas, frunciendo el ceño—. Porque yo no veo más que unos esculpidos abdominales allí abajo. —Hace un ademán a la camisa blanca que envuelve el torso del número veintisiete y descansa las manos a ambos lados de su cadera—. Por lo tanto no sabes lo difícil que es tener antojos incontrolables que, de no ser cumplidos en cuestión de minutos, provocan en ti una irreprimible necesidad de incrustar tus hinchados pies de embarazada en los traseros de aquellos que no cumplen dichos antojos y enviarlos a dar una vuelta por Sudáfrica de una patada entre las nalgas. —La advertencia en su voz obliga a Malcom a retroceder con cierto temor. 

—¿Algún aderezo, querida? —pregunta al cabo de los segundos.

—Képtchup. —La palabra de la castaña se dulcifica y mi hermano sale en búsqueda de una hamburguesa antes de que la futura madre su hijo lo envíe de vacaciones a otro continente—. ¡Y salchichas de Zaratán si consigues!

—Creo que te estás aprovechando un poco de la situación —señalo en cuanto el rubio se esfuma.

—¿Un poco? —se burla entrelazando su brazo con el mío y guiándome a través de la aglomeración de invitados—. Nunca me aproveché de alguien como lo hice en estos ocho meses, es genial —confiesa llevándose una mano al estómago—. Algún día estarás de acuerdo conmigo acerca de la explotación de maridos en época de embarazado. Hablando de eso, ¿hay algún candidato por aquí? —indaga.

Miro a mi alrededor y solamente soy capaz de sonreír. Ben ha sacado a bailar a Harriet, Timberg y Jamie están pasándose a Tyra como si fuese una granada dado que acaba de ensuciar su pañal por tercera vez consecutiva, Adam carga a Ciro Hyland mientras Logan discute con Gabe y Claire oye a Sierra Montgomery hablar de las aventuras de Anneley en Australia. Joe, miembro de los Jaguars y tío de Glimmer, hace pases con un balón junto a hijo Isahia y su sobrina. Mei Ling le gruñe a una chica que tiene intenciones de acercarse a Callie, Akira e Ingrind coquetean con un universitario que parece estar bastante incómodo teniendo en cuenta que una chica le habla de las tendencias del otoño entrante y la otra de los síntomas de la diabetes. Bill Shepard está en una acalorada discusión con la eterna y arrugada señora Hyland y el resto de los Jaguars disfruta de una improvisada fiesta hecha una noche de verano.

Sin embargo, no encuentro a la persona que busco en la multitud.

Y tampoco hay algún Sharp a la vista.

—Veo que sí hay alguien —reconoce Kansas dejando ir mi brazo y enfrentándome.

Supongo que no es necesario decir nada: ella lo ve en la forma en que mis ojos vagan esperanzados por el lugar. Al principio noto el temor y la incentidumbre que la obligan a fruncir el ceño preocupada. Sé lo que esta pensando, o más bien en quien.

—No es como Elián. —Sonrío intentando transmitirle tranquilidad.

—¿Y cómo quién es? —arquea una ceja.

—Como nadie que hayas conocido alguna vez —aseguro, y mi corazón parece encogerse dentro de mi pecho—. Es...

Trompetas resuenan interrumpiendo la conversación, y entonces él aparece en las colosales pantallas que se elevan en las alturas: luce una camiseta negra decorada con algunas manchas de pintura, bajando tenemos los brazos de un deportista y las manos de un artista, y si subimos encontramos ese cabello azabache revuelto, una sonrisa ladeada curvando sus labios y esos extraordinarios globos oculares.

—Ya casi es media noche, estamos a minutos de finalizar un día más y darle la bienvenida al veintiuno de junio. —Ladeo la cabeza y contemplo su imagen, la forma en que sus ojos parecen cargarse de orgullo con las siguientes palabras:— Una madrugada de verano, hace diecinueve años atrás, nació alguien con la capacidad de confundir cerebros ajenos con explicaciones que parecen involucrar demasiados árboles genealógicos. —La multitud ríe, porque no hay nadie en la OCU que no conozca a Shane Wasaik y su palabrería—. Nació un hijo, un sobrino, un nieto, un... todo; nació un amigo, un hermano. —Blake no es capaz de describir a Shane sin que el aprecio y el respeto que tiene por él se filtren a través de cada oración—. Nació un Sharp, y créanme cuando les digo que todas estas semanas de trabajo junto al equipo valieron la pena, porque el número setenta y cuatro lo vale.

Entonces los reflectores y las pantallas se apagan de golpe y la oscuridad nos envuelve. La multitud se sume en silencio hasta que el mutismo es reemplazado por jadeos de asombro al ver lo que únicamente un artista con imaginación desbordante podría crear.

—¿Eso es...? —Kansas no es capaz de terminar la frase, o tal vez no sabe cómo hacerlo—. Es tan, tan... —Su mano vuelve a su estómago y acaricia su barriga en silencio mientras lo contempla todo.

—Creativo, insólito y cautivante —describo por ella, anclando los ojos en las alturas.

—Amén.

Es obra de Blake Hensley, ¿qué más se puede esperar? 

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