Huellas en la Piel ©

By MileMoony

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La tragedia que marcó su vida y el casi perderlo todo, hizo de Pepper una chica fuerte e independiente, ademá... More

Prólogo
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41. Parte 1
41. Parte 2
41. Parte 3
41. Parte 4
41. Parte 5
41. Parte 6
Epílogo
Agradecimientos
Descargalo!!! :D
Primer borrador de Huellas en la Piel

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By MileMoony

Pepper 

Cruzar todo el país en auto es fastidioso y agotador, pero con Dastan es muy fácil sobrellevarlo, y con Nicole. Ella está en mi tablet, en una video llamada. Los tres vamos en un maserati que no sé de donde lo sacó Dastan, y pensándolo bien, tampoco sé de dónde sacó el mercedes que conduce Thomas desde ayer, pero a estas alturas ya me acostumbré a que Dastan consigue todo lo que quiere. 

Estamos en medio de la nada, pero todo a nuestro alrededor nos ofrece una vista hermosa, con los terrenos de ambos lados tapizados de verde, y muy al fondo se ven las montañas en un tono gris opaco debido a que están a una distancia muy lejana. De vez en cuando, uno que otro árbol, alguna casa o incluso animales como vacas y borregos adornan los grandes terrenos, y a veces en el cielo se ven grandes aves planeando libres en lo alto. En una de esas, vi a un perro pastoreando ovejas, así que saqué la tablet por la ventana y la puse en dirección al perro para que Nicole viera lo que estaba pasando y ambas nos pusimos a gritar y reír como locas de la emoción, yo más que nada por ver a Nicole tan contenta por algo que nunca había visto en su vida. 

Entonces me doy cuenta que Dastan se estaciona a un lado de la carretera. 

–¿Por qué nos detenemos? –pregunto. 

–Vamos –se quita el cinturón de seguridad y baja del auto. Yo hago lo mismo. 

Nos acercamos para seguir viendo como el perro pastorea a las ovejas, pero no demasiado, no sabemos si es agresivo o piense que queremos hacerles daño a su rebaño y nos ataque. 

Dastan se agacha para sentarse en el suelo, me extiende la mano y me invita a sentarme entre sus piernas, me abraza por detrás y acomodo la tablet para que podamos ver a Nicole, pero que ella aún pueda seguir viendo a los animales. Ojalá algún día pueda traerla para que lo vea de verdad y no a través de una pantalla. La verdad es bastante emocionante. No todos los días tienes la oportunidad de ver cosas tan bonitas como está. 

–Quiero una oveja –dice Nicole. 

–¿Y dónde la piensas tener? –le pregunto. 

–Qué se quede ahí mismo para que pueda correr y no esté solita, pero quiero que una sea mía. 

Dastan y  yo nos echamos a reír. 

–¿Dónde está Frodo

–Aquí. Mira. 

Acomoda su pantalla de otra forma y me doy cuenta que está jugando con Frodo. Está echo bolita y acostado sobre su espalda, lo que deja ver su carita de erizo, y Nicole le pone diferentes tiras de papel sobre su cara a la altura de su hocico. Cada tira tiene dibujos sencillos de una boca diferente y pareciera que Frodo está haciendo diferentes expresiones: en una te sacaba la lengua, en otra parecía que había hecho algo malvado y se reía con crueldad, en otra parecía un pato e incluso en otra tenia barba. Era bastante gracioso. 

–Mira, Dastan –le muestro la tablet cuando Frodo tiene el papelito de la cara con barba–. Se parece a ti. 

–Esta la hice pensando en ti, Dastan –le dice Nicole. 

Dastan sonríe cuando la ve–. Te quedaron geniales, Nikky. Eres toda una artista profesional. 

–Yo creo que incluso Frodo se ve mejor que tú –bromeo. 

–No te quejes –me dice Dastan–. La que está conmigo eres tú. 

–Yo creo que mi tía está ciega –dice Nicole–. Pero no te preocupes, Dastan, de todas maneras te quiero y sigues siendo mi tío favorito. 

Dastan y yo nos echamos a reír. Nicole acabó con ambos. 

–Es hora de dormir, Nicole –le digo. 

Aunque aquí es de día, según mis cuentas, allá son las siete de la noche. 

Ella asiente con la cabeza–. Bueno, ¡pero ya vuelvan! Los extraño, y además mis tíos no saben leer cuentos como ustedes. 

–Si quieres te puedo contar un cuento por aquí, Nikki –le dice Dastan. 

–¡Va! –contesta ella, con emoción. 

–Ve a poner a Frodo en su lugar y acuéstate –le digo. 

Entonces, Kristeen entra en la habitación–. Es hora de terminar la llamada, Nicole. 

–Sí, pero Dastan me va a contar un cuento –le dice ella. 

Kristeen la ayuda a terminar de alistarse, la arropa en la cama y acomoda el portátil a un lado de Nicole, se despide de nosotros y luego sale de la habitación. 

Entonces Dastan empieza con su historia. Era la de caperucita roja, pero le contó su versión. El lobo la cuidaba de todos los depredadores que había en el bosque para que la niña pudiera llegar sana y salva a su destino. Pero justo antes de entrar, ella dejaba un pedazo de comida en el pórtico de la casa de su abuela, como si supiera que el lobo siempre la estuvo cuidando y le agradeciera por ello. 

Cuando Nicole queda profundamente dormida, corto la llamada. 

–Vas a cuidar siempre de ella, ¿no es así? –le pregunto a Dastan. 

Él asiente con la cabeza, sonriendo. 

Hace tiempo que dejé de sentirme sola, pero caigo en la cuenta de que fue en el momento en el que conocí a Dastan. Y sí, sé que nunca lo estuve, pero es diferente saberlo a sentirlo. 

No sé si exista el vivieron felices para siempre, de hecho, no lo creo, pero vale la pena intentarlo. Ningún amor es perfecto, pero al igual que siempre, todo lo que siembras se cosecha, y podemos cultivar lo que sentimos. 

–¿Están perdidos? –aparece un hombre vestido con overol, botas, un palo de madera en su mano y una rama de trigo en su boca. Supongo que es el pastor. ¿Y que se traen los granjeros con el trigo en la boca? 

Dastan y yo nos ponemos de pie. 

–Sólo estábamos mirando. Soy Dastan –le dice y extiende la mano para saludarlo. 

–Bill –contesta el hombre–. ¿Qué tiene de interesante ver ovejas corriendo por culpa de un perro loco?

Dastan se echa a reír–. Bueno, no es habitual ver estas cosas de donde venimos. 

–Chicos de cuidad, eh. No es que no lo supiera por como visten. Pero tú hablas extraño, no eres de aquí. 

Aunque el inglés de Dastan es excelente, todavía se distingue su acento holandés. 

–Bueno, tú también tienes un acento extraño –le digo a Bill. 

–Tengo acento de rancho, que esperabas –dice sonriendo–. Pero tú sí eres americana. 

–De Seattle –afirmo. 

–Uh, ¿Supongo que van para allá? 

Dastan y yo asentimos con la cabeza, sonriendo. 

–Todavía falta mucho para que lleguen, pero a juzgar por esa carroza que traen ahí, no creo que tarden tanto. Pero yo no necesito una de esas. 

–¿Un auto? –pregunta Dastan. 

Bill niega con la cabeza–. No, lo que yo necesito son tablas. Tablas de madera. Quiero hacer un corral para mis ovejas y hacer que ese maldito perro del infierno deje de perseguirlas todo el día. 

–¿Él perro no es suyo? –pregunto con humor. 

–No. O no sé. Un día llegó y se adueñó de mi trabajo y hasta lo hace mejor que yo, pero sus ladridos son la muerte, jamás se calla. 

Dastan y yo nos echamos a reír. 

Seguimos platicando con Bill y casi casi nos platica su vida entera. Dastan le enseñó algunas técnicas para educar a su perro y las pusieron en practica. Bill se sorprendió de lo inteligente y obediente que era el animal y de un momento a otro juraba que lo amaba con su vida. Estoy segura que lo hacia desde antes, pero ahora lo demostraba. 

Después de un rato agradable de conocer a gente diferente, continuamos nuestro camino.

~ · ~ · ~ · ~ · ~ · ~ 

Ya llegamos. Bueno, casi. Ya estamos en Washington. Llegamos más rápido de lo que pensé debido a su maserati, claro. Y también porque partimos de Nueva York a las cuatro de la mañana. 

Le insistió a Dastan en que paremos, pues lleva todo el día conduciendo y no vendría mal estirarnos y descansar un rato. 

Nos detuvimos en un restaurante que queda a las afueras de Seattle. 

Pero desde que entramos a Washington, me siento rara. No he dicho absolutamente nada. 

–¿Cómo estás? –pregunta Dastan, cuando nos sentamos en una mesa. 

–Bien –contesto de forma automática. 

Puedo decir que estoy cansada, y pues sí, lo estoy, pero estoy segura de que sabe que esa no es la razón por la que estoy así. 

Él me mira y me toma de la mano–. En serio, ¿cómo estás? 

Entonces, suelto el aire que ni siquiera sabía que estaba conteniendo–. La verdad es que no lo sé. 

Asiente con la cabeza–. Esos es bueno –afirma. 

–¿Cómo? –pregunto extrañada. 

–Nena, entiendo por qué te cuesta trabajo venir aquí, y el que no sepas como te sientes hace que estés abierta a muchas posibilidades. 

–¿Y cuales son esas posibilidades? 

–No puedo definirlas con exactitud. Pero sólo tú decides de que forma quieres tener tu cierre. 

Lo miro sorprendida–. ¿Por qué parece que tú me conoces mejor que yo? –sonrío y apoyo un codo sobre la mesa y luego recargo mi cabeza en el brazo. 

–Porque cuando alguien te importa, quieres hacer hasta lo imposible para hacer que esa persona esté bien, y para eso tienes que fijarte hasta en el más mínimo detalle. Pero aún así me faltan muchas cosas por conocer de ti. 

–¿Y qué vamos a hacer al respecto? 

–Tengo toda la vida para solucionarlo. 

Siento como la sangre me sube al rostro y me ruborizo. 

Dastan tiene un don para hacerme sentir bien incluso en los momento en los que siento que voy a desmoronarme. 

Entonces lo veo sonreír. 

–¿Estoy roja, verdad?

–Como un rubí.

Bien, ahora estoy más roja. Con él es fácil que todos los tonos de rojo pasen por mi rostro como un desfile de colores.

Entonces, se acerca una camarera para toma nuestra orden. O eso se suponía que iba a hacer. No pude evitar darme cuenta de que prácticamente se le salieron los ojos de sus órbitas cuando vio a Dastan y simplemente me ignoró. Bueno, ¿a quien no se le saldrían los ojos al verlo? Digo, ¡es Dastan, por Dios! ¿Pero en serio tiene que ser tan resbalosa-lame-culos? 

Tal vez podría tomar un tenedor y enterrárselo en sus ojos hasta el fondo de su cráneo, seguro así se quedan en su lugar. 

–Nena, ¿qué haces? –pregunta Dastan, cuando la chica se va. 

–Idealizo un plan malvado contra la camarera. 

Dastan se echa a reír–. En serio eres un monstruo, Pepper. 

–No me busques, Dastan –le digo con humor. 

–¿Yo? –alza las cejas con sorpresa–. La que te está buscando es ella. 

–No, ella ya me encontró –le digo tomando el tenedor... 

Y lo hundo en la pasta que nos trajo la chica.

~ · ~ · ~ · ~ · ~ · ~ 

Todo se ve igual y tan diferente al mismo tiempo. Estamos caminando entre las calles de Seattle, en el vecindario que algunas vez llamé mi hogar. Pasmaos por mi escuela y el parque al que solía ir con mi hermana cuando éramos pequeñas. 

Después llegamos a lo que en ese entonces, solía ser mi casa. 

Me pregunto si aún vivirá aquí la familia a los que les vendí la casa.

No me detengo a averiguarlo. 

De vez en cuando le cuento historias a Dastan, historias de lo que solía hacer cuando vivía aquí, y él me escucha con atención. 

El recordar todas esas historias me pone los vellos de punta, no por miedo, sino porque me desacostumbré a recordar. Pero al hacerlo, siento como si un peso gigante dejara mi cuerpo. Sabía que éste era el adiós que tenia que darle a mi pasado. 

–Creo que sería buena idea que consigamos un hotel –le digo a Dastan. 

Él frunce el ceño y me mira con extrañeza–. ¿No hay un lugar a dónde visitar a tu familia? 

–No. Doné sus cuerpos a la ciencia –digo sonriendo. 

Él asiente con la cabeza y me toma de la mano–. Entonces, primero tenemos que ir a un lugar. 

Entonces un mercedes aparece a lado de nosotros y Thomas sale del auto. En serio ese hombre es como una sombra, siempre aparece de la nada. Nos abre la puerta del asiento trasero y Dastan y yo entramos al auto. 

Ya adentro, Dastan me entrega una bolsa–. Toma, ponte lo que está ahí. 

Al fijarme en la bolsa, veo que hay ropa deportiva junto con unos tenis. 

–¿Para qué son? 

–Tú póntelos. 

–¿Me estás ordenando? –levanto las cejas con humor. 

Se echa a reír–. Por favor, nena, póntelos y no arruines la sorpresa. 

Así está mejor. 

Saco la ropa de la bolsa y empiezo a desabrocharme los jeans, pero me detengo. Volteo a ver a Dastan y me acerco a su oído–. Thomas me va a ver –susurro. 

Niega con la cabeza–. Thomas –lo llama en voz alta, pero él simplemente lo ignora y sigue con la vista fija en el camino–. ¿Ves? –me dice. 

Entonces me dedico a cambiarme de ropa. 

Después de un rato me doy cuenta que estamos en Skyline Trail. 

–¿Qué hacemos aquí? –pregunto sorprendida.

–Vamos a acampar. Hay que darnos prisa, no falta mucho para que oscurezca.

Bajamos del auto y Dastan saca tres mochilas de campamento del maletero. 

–¿De quién es la tercera? –pregunto mientras me da una a mí.

–De Thomas. 

–¿Pero no hay osos aquí? 

Asiente con la cabeza–. Y lobos, y alces y ciervos. 

–¡Dastan! –digo horrorizada. 

Él se echa a reír–. Por eso viene Thomas, nena. 

–Estarán seguros, Pepper –me dice Thomas. Acabo de darme cuenta de que también está vestido con ropa deportiva–. Pero hay que darnos prisa. 

–No nos adentraremos mucho, sólo hasta llegar al lago, no hay tiempo para más –me dice Dastan. 

–No tengo ni idea de donde está el lago. 

–Cerca. Vamos. 

–Espera, ¿vamos a dejar el auto aquí? 

Entonces veo que otro mercedes se estaciona a un lado y salen dos hombres de negro. Más agentes de Dastan. 

En su rostro se planta una sonrisa petulante. 

Cabrón. 

Me toma de la mano y nos adentramos en el bosque. 

No tengo idea de cuanto caminamos, pero el tiempo simplemente se me pasó volando. Y me alegra decir que estoy en buena forma, pues no nos detuvimos en ningún momento, ni siquiera cuando Dastan me lo propuso. Aunque la verdad no sé si era porque temía de los lobos y los osos por lo que en realidad no quería detenerme. 

De vez en cuando, Dastan me ayudaba a subir o bajar una roca, y me avisaba que me fijara en el suelo porque había alguna raíz de un árbol que estaba por encima del suelo y me podía tropezar. 

También Thomas me explicaba algunas cosas: como qué plantas eran comestibles, o decía qué tipo de plantas son. 

–¿Por qué sabes tanto de estas cosas, Thomas? –le pregunto. 

–Antes de trabajar para el señor Wolf, era jefe scout y aventurero experto en supervivencia. 

–¿Cómo el de la tele que hace locuras en Discovery? 

–Exacto. 

–Vaya. Eso es genial, Thomas –digo emocionada–. Y alguna vez estuviste realmente en peligro. 

–Una vez me perdí en el Everest y casi muero congelado. Perdí dos dedos de mi pie izquierdo por eso. 

–¡Dios mío! –digo horrorizada. 

Thomas se encoge de hombros–. Fue hace mucho. Pero fue divertido –dice sonriendo. 

¡Thomas está sonriendo otra vez! 

Pero yo no le encuentro nada de divertido perderse y casi morir de frío. Supongo que también el frío le dañó la cabeza. Eso no lo voy a decir en voz alta. 

–A que Thomas está dañado de la cabeza, ¿eh? –dice Dastan delante de nosotros–. Yo no le veo nada de divertido perderse en una montaña gigantesca y casi morirse de frío. Apuesto a que el frío también le afectó el cerebro –dice sonriendo.

Dastan tiene poderes telepáticos o algo así. 

Escucho como Thomas se echa a reír. 

–Llegamos –anuncia Dastan. 

Entonces me doy cuenta que salimos a un lugar bastante espacioso, a la orilla de un lago que parece un espejo gigante y refleja las estrellas en el cielo. Al otro lado se ve una línea de arboles altos que se van extendiendo hacia atrás, perdiéndose en las montañas. Es hermoso. 

Entonces nos dedicamos a poner el campamento. 

Dastan me enseña como armar una casa de acampar y a prender una fogata con yesca y chocando piedras para crear una chispa, y nos sentamos a lado de ella mientras asamos salchichas. Consiguió unas vegetarianas para mí. 

Thomas nos siguió contando historias sobre sus aventuras y Dastan también contó otras de todas las veces que ha ido a acampar. Cuando tocó mi turno, me dio vergüenza admitir que era la primera vez que hacía algo así y ambos se sorprendieron, sin embargo no se burlaron. 

Después, Thomas se despidió y se fue a donde puso su sitio.

–Tengo una sorpresa para ti –me dice Dastan.

–¿Es la que mencionaste en el festival? 

–No –dice sonriendo–. Esa te la daré después. Es otra cosa –se pone de pie y me extiende la mano–. Ven. 

Nos acercamos a la orilla del lago y nos sentamos en unas rocas que se veían bastante cómodas. 

Entonces se escucha el aullido de un lobo y siento que me pongo ansiosa. 

–Cálmate, nena. Está muy lejos de aquí. 

–¿Cómo sabes? 

–El aullido del lobo puede escucharse a veinte kilómetros a la redonda. Y sí, te dije que había lobos y osos, pero esos están todavía más adentro del bosque. Esta zona está un poco urbanizada porque es usual que la gente acampe por aquí, no se acercan tanto. 

–¿Pero y la foto de tu casa? 

–Nuestra casa –me corrige sonriendo–. Y esa vez estaba más adentro del bosque, casi en Canadá. 

–Oh –me tranquilizo y él se echa a reír. 

–Ahora vuelvo –me dice y regresa al campamento. 

Miró hacia el lago y me pierdo en su encanto. 

–¿Nena? 

Volteo a ver a Dastan y en sus manos hay tres linternas. Como las del día que lanzamos en honor a su hermano. 

–¿Para que son? 

Se sienta de nuevo a mi lado–. Para tu familia.

Mi corazón termina de reconstruirse. 

Me quedo viendo las linternas por un rato mientras Dastan coloca una en mi mano, él se queda con otra, y la tercera la detenemos los dos. 

Dicen que las estrellas que vemos murieron hace mucho, y que la luz que emanan se pierde y viaja través del espacio y que en sí eso es lo que vemos: la huella de algo que vivió hace mucho tiempo. 

Entonces las soltamos y dejamos que se vayan al infinito, y es cuando entiendo lo que simbolizan esas linternas. Son la huella que mí familia dejó. 

Me doy cuenta que a lo lejos, al otro lado del río, un hermoso ciervo se acerca a la orilla para tomar agua. Después levanta su cabeza, me mira por un momento que me pareció eterno y luego vuelve al interior del bosque. Fue el cierre perfecto. 

–Te amo, Dastan –murmuro. 

–Y yo a ti, nena. De aquí al infinito y de regreso. 

Y Dastan acaba de marcar una huella en mi corazón.

~ · ~ · ~ · ~ · ~ · ~ 

Ya de vuelta en Nueva York, Kaa nos recibe con un mega abrazo cuando entramos al pent-house. 

–Los extrañe tanto –dice mientras me asfixia con su acogedor abrazo. Y no sólo a mí, porque entonces se escucha un chillido que proviene de mis brazos–. ¿Qué es eso? –pregunta cuando se separa de mí y ve lo que traigo. 

–Un perrito.

–¡Está divino! –me lo quita de los brazos y se dedica a mimarlo–. ¿De dónde lo sacaron? 

–En el camino conocimos a un granjero que tenía un perro y ese perro tenia perritos –le dice Dastan que entra detrás de mí. 

–Con razón apesta a perro –dice Kaa. 

Dastan se encoge de hombros–. Lo conseguimos de regreso, así que no hubo tiempo de bañarlo. 

–¿Y te lo regaló sin más? –dice Lex cuando se acerca con nosotros. 

–¡Claro que no. Me costó todo un corral! –dice fingiendo que le molestó lo que hizo. 

En realidad, volvimos a visitar a Bill porque Dastan quería ayudarlo, y como agradecimiento, Bill nos regaló un perrito. Pero no iba a delatar a Dastan. Aunque no lo admita, está feliz con el cachorro. Hubieran visto como estuvo a punto de matar al gerente cuando le dijo que aquí no podían entrar perros. ¿Cómo se le ocurre decirle al dueño del hotel lo que no puede hacer? Tuve que decirle a Dastan que no exagerara y le hice un favor al gerente: no perdió su empleo. 

Kaa pone los ojos en blanco–. Como sea. ¿Y cómo se llama?

Rush Jr.

–Dastan, no puedes ponerle ese nombre –me quejo, mientras todos nos dirigimos al interior y luego a bañar al cachorro.

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© Huellas en la Piel por Michelle Acero. Todos los derechos reservados.

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