Entre el cielo y el infierno...

By nyxaquabooks

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Aíma es como una ninfa, evoca la dulzura y con sus delicados pasos incita ligeramente al deseo. Ante los ojos... More

Información importante
Prefacio
La Misión
Apariencias engañosas
El entrenamiento
Sucesos inesperados
Amargos secretos
La visita de la muerte
Vidas fragmentadas
Almas condenadas
Traidores
Dolorosos engaños
Verdades insondables
Desengaños
Tormento eterno
Acciones inesperadas
El final de una vida (parte I)
El final de una vida (parte II)
Epílogo
Significados de los nombres de algunos personajes
Ángeles caídos - trilogía cielo o infierno #2
Dedicatoria
Agradecimientos

Enemigos infernales

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By nyxaquabooks

«El fuego del infierno no necesita que nadie

lo encienda y ya te está quemando por dentro...»

― Toni Morrison―



—Buenos días—le despertó Kólasi̱ con un suave susurro.

—No son buenos, son maravillosos—se despertó Aíma alegremente, luego le besó apasionadamente.

—Mi niña mala volvió—agregó sonriente, apretándola contra su pecho fornido. Ellos tenían una complicada, aunque larga historia.

—Siempre está aquí, pero a veces se aburre—confesó la pelirroja deslizando sus dedos por los brazos cálidos que la aprisionaban.

— ¿De mí? —preguntó él, empujándola sobre la cama, para luego colocarse sobre ella. Le miró sus brillantes ojos, tan bellos con un atardecer de verano.

—De todo diría yo—resopló la joven, apartándole un mechón rubio del rostro.

— Sabes a que vengo, ¿verdad?

— ¡Vamos al infierno! —gritó eufórica.

—Exacto—le dedicó una sonrisa—. Lo que te dije ayer, era cierto ha empezado la cacería de nephilims.

—No quiero que sigas con eso—le cortó empujándolo para levantarse de la cama. Tomaría una ducha rápida, sin duda no deseaba continuar con esa conversación. Al salir del baño notó que Kólasi̱ seguía acostado en la cama, mirando por la enorme ventana.

— ¿Cómodo? —le preguntó con el ceño fruncido.

—Si, aunque le falta algo—se quejó Kólasi̱ golpeando una almohada.

— ¿Algo como qué? —susurró sin pensar.

—Como tú—soltó él. La joven se dirigió al closet, tomó un short rojo, una camisa negra estilo corsé, junto con unas botas de cuero negro.

—Eres hermosa—murmuró Kólasi̱ acariciándole la espalda.

—Siempre lo he sido cariño. Es hora de irnos.

—Vámonos—añadió a regañadientes, tomó su mano y en pocos segundos aparecieron en el infierno. Ese era el lugar favorito de Aíma en todo el mundo.

—Casi olvido como se siente—suspiró con nostalgia.

—El calor es más fuerte que en un sauna—comentó Kólasi̱ con desagrado, eran tan diferentes, lo que a la joven le apasionaba a él le causaba un tremendo tedio.

—грязнокровкой—soltó Vladimir asqueado, cuando pasó cerca de la pelirroja. Él era uno de los demonios más jóvenes del inframundo, poseía un cabello rubio muy claro, sus ojos eran azul pálido acompañado por unas facciones agraciadas; pero tras su perfecto rostro, se ocultaba un ser desagradable, que trataba a todos como sirvientes.

— ¡Retráctate! —gritó Aíma furiosa.

— ¿Y si no lo hago? ¿Qué? —escupió desafiante, su acento ruso era muy marcado.

— ¡Te vas a arrepentir! —maldijo la joven.

—No le temo a una sangre sucia—agregó con asco, provocando que Aíma perdiera el poco control que poseía; lo lanzó contra uno de los muros de piedra rojiza. Su rostro se veía confundido.

—No podrás con nosotros niña tonta—me amenazó mientras se levantaba del piso. Su mirada era feroz, como una bestia rabiosa.

— ¿Eso crees? Te apuesto que puedo con todos ustedes—le retó la pelirroja. El grupo de Vladimir trató de acercarse para ayudarle, eran los perritos falderos, siempre tras él. Aíma Lanzó una llamarada de fuego, dejándolos atrapados en un impecable círculo de fuego, ¿quién decía que la geometría no era divertida? —Ahora que dices, idiota—se burló con saña.

— ¡Eres una maldita nephilim! ¡La sangre en tus venas está sucia! —gritó Vladimir invadido por el odio.

Sus palabras fueron la gota que rebasó el vaso; los ojos verdes de la joven se habían vuelto tan rojos como la sangre. Ya no se controlaría más, sus uñas crecieron salvajemente y las clavó en los ojos del demonio rubio. Los gritos de dolor emitidos por el joven eran desgarradores; la pelirroja no se detuvo, hasta que vio sus cuencas vacías y una línea de sangre derramándose por su rostro mutilado. Nunca permitiría que la ofendieran nuevamente.

— ¡Ese regalito es un recuerdo de mi poder! —gritó con sorna. Él se retorció de dolor.

Kovat apareció de improviso, clavó su mirada en la joven, por cuyos dedos se deslizaban pequeñas líneas del líquido carmesí, luego se enfocó en Vladimir, que seguía sumido en el dolor, perder los ojos a sangre fría, resultaba doloroso. Sus manos e incluso la camisa gris que vestía se encontraban cubiertas de sangre. La joven levantó la mirada, encontrándose frente a frente con los ojos feroces de Kovat, su gesto albergaba un profundo disgusto. La rabia brillaba en sus iris azulados, sin duda desearía, que quien estuviera gritando de dolor fuera ella. Aíma se enderezó mirándole sin temor.

—Deberías entrenar mejor a tus sirvientes, estos están muy débiles—soltó con superioridad, pasando junto a Kovat, alejándose de la escena sangrienta tras ella.

—Tientas a tu suerte—le reprendió Kólasi̱ en un susurro.

— ¿Qué puedo hacer? Me divertía viendo su cara; parecía que iba a explotar de la rabia—admitió sonriendo.

—No sabes en lo que te metes, hermosa—añadió él y suspiró profundamente.

—Me subestimas Kólasi̱, podría matarlo sin utilizar toda mi fuerza—se quejó algo ofendida.

—Es un demonio de alto nivel—replicó el joven, tratando de hacerle comprender lo arriesgado de sus impulsos.

—Una pequeña y frágil dama, podría acabar con él, sin dañarse la manicura—añadió dando por terminada la conversación.


La enorme sala, en la que se realizaría la "Convención demoníaca especial", les daba la bienvenida. El lugar estaba hecho de piedra rojiza, con un techo tan alto, que era imposible mirarlo. Se encontraba iluminado por antorchas de fuego naranja, decoradas símbolos antiguos e incrustaciones de oro y piedras preciosas; las mesas eran de mármol blanco, cada una de ellas estaba reservada para alguien en especial, las del centro para los demonios de alto rango, como sus padres y Kovat, las de la derecha para los nephilim novatos que aún no gozaban de misiones específicas, las del lado izquierdo, para los demonios jóvenes alto rango entre ellos se encontraban Kólasi̱ y Aíma. Tomaron asiento, junto a dos rubias que parecían ser hermanas, observaron entrar al grupo de Vladimir, quienes le guiaban hasta una de las mesas cercanas.

Las trompetas sonaron, dándole paso a Cassius; todos los presentes se levantaron, en señal de respeto. Él dirigiría la reunión de esa tarde. Era alto, de cabello rubio oscuro, ojos claros y barba escasa, es el tipo de hombre que haría a las humanas pelear entre sí, solo por tener un poco de su atención. Vestía una camisa de seda gris, un pantalón negro y calzado del mismo color, sobre su ropa reposaba una túnica de color rojo intenso, casi parecía que estuviese hecha de sangre.


—Como ya deben imaginarse, los he citado aquí, porque existen traidores entre nosotros—voces y murmullos invadieron la sala, producto del comentario hecho por Cassius.

— ¡Silencio! —ordenó autoritario, provocando que la sala se estremeciera—. Fuentes cercanas y de mi entera confianza, me han comentado una perturbadora noticia. Un grupo de nuestro bando, se encuentra colaborando con los defensores de la humanidad. ¡Nos han traicionado con esos bichos asquerosos y ruines! —continuó diciendo, su voz era sedosa, aunque dura a la vez, igual que la bofetada de una rosa espinosa.

— ¿Defensores de la humanidad? —murmuró la pelirroja un tanto confundida.

—Ángeles—susurró Kólasi̱ a su oído. Ella le miró incrédula, pensaba que era una broma. — ¿Crees en los demonios, pero no en los ángeles? Mi querida Aíma, para que exista el mal en el mundo, también debe existir el bien. Es parte del equilibrio.

—Les advierto que no seremos compasivos con los traidores, los torturaremos y luego mataremos, de la única forma que nosotros sabemos, hasta que imploren piedad y saben que no somos piadosos—terminó Cassius con un tono macabro. La reunión finalizó y todos abandonaron la sala.

—Я заплачу—escupió Vladimir, pasó junto a la pelirroja.

—Cuando quieras—respondió ella. El joven demonio llevaba una venda alrededor de la cabeza, justo sobre la zona de los ojos, si antes le odiaba ahora deseaba acabarla.


Estar en el infierno provocó un agradable, aunque raro buen humor en Aíma; al estar junto a los demás demonios, no tenía que fingir ni pretender ser algo que no era. La verdad era que ser buena y calmada le costaba demasiado; algunas veces deseaba asesinar a unos cuantos de sus compañeros de clases, pero al final del día se contenía por el bien de los planes de su padre. Le dolió cuando Kólasi̱ la regresó a casa, aunque su soberbia le impedía admitirlo. Él se quedó a su lado, hasta que se durmió, como lo hacía cuando eran niños. Aíma siempre disfrutó de su compañía, pero el tiempo le hizo comprender que debía dejarlo ir, arriesgó mucho en el pasado, pero nunca recibió nada significativo de su parte.

El reloj marcó las 6:40 am, la alarma tocó una melodiosa sonata rusa, era la favorita de su padre, la encantadora melodía le despertó inmediatamente. Se deslizó fuera de la cama, tomó una ducha cálida, para luego ponerse su disfraz diario, peinó su cabello hasta dejarlo lacio, lo recogió en una cola de caballo alta, se colocó unos lentes enormes que sacó de un cajón, eran horribles, sinceramente sentía lástima por quienes tenían problemas de visión.


—Lo odio—murmuró frente al espejo. Se acomodó el uniforme del colegio; era azul marino, con detalles rojos de estilo japonés, y junto con el look que su padre le obligaba a llevar, la hacía sentirse horrible. Salió de la casa, cuando sintió el autobús del colegio acercarse.

—Buenos días—saludó al subirse. La miraban como un bicho raro, eso era común, incluso algunos jóvenes hicieron comentarios de mal gusto. Trató de distraer su mente para no escucharlos de lo contrario haría una estupidez; se sentó en el tercer asiento del lado izquierdo, junto a la ventana. El autobús realizó varias paradas en las cercanías, en pocos minutos se encontraba casi lleno, excepto por el puesto a su lado, nadie era capaz de sentarse junto a ella, aunque no por miedo obviamente.

—¿Puedo? —escuchó una voz masculina—, subió la vista, percatándose de su presencia, era Daniel. La joven quiso negarse, pero al dar un pequeño vistazo notó que no quedaban asientos vacíos, por lo que no pudo detenerlo.

—Adelante—respondió en un susurró, volteó la vista nuevamente, pegando su rostro contra la ventanilla. Hay algo raro en él, su presencia le perturbaba y le hacía recordar cosas sin sentido.

—¿Te sientes bien? —preguntó el rubio. Aíma lo miró confundida—. Tus manos están sangrando—continuó diciendo. La joven observó sus manos, estaban cubiertas de ese líquido carmesí que ella conocía tan bien; su cuerpo temblaba, se apartó de Daniel bruscamente, se tambaleó hasta a la puerta de salida. En ese instante el vehículo se detuvo frente al instituto educativo.


La pelirroja bajó con premura, corrió por un pasillo, llegando directamente al baño, se recostó contra los lavamanos, con los dedos temblorosos logró abrir el grifo del agua, permitiendo que el frío líquido resbalara por sus manos, eliminando la sangre en ellas. Miró su reflejo en el espejo, lucía muy pálida. No sabía que le sucedía, estaba débil, se obligaba a mantenerse de pie para no caerse; terminó de limpiarse y vio una gran marca en la palma de su mano derecha, era de color rojizo, redonda, como una moneda, tenía algunos símbolos en un idioma desconocido para ella, nunca había visto algo así en su vida. Pasos invadieron el pasillo; por instinto entró en uno de los cubículos del baño; desde allí reconoció a las recién llegadas. Eran Daniela y Mariana, se maquillaban frente al espejo, manteniendo una divertida conversación sobre la fiesta del fin de semana. Aíma tomó su celular con la mano izquierda, le envié un corto mensaje a Kólasi̱, necesitaba verlo urgente.

No conocía el significado del extraño símbolo, pero estaba segura de que no era nada bueno, salió del baño, fue con la enfermera, fingió sentirme mal, aunque no era del todo falso. La amable mujer de pelo canoso le proporcionó un pase para faltar a clases, se ofreció a llevarla hasta su casa, pero ella le rechazó educadamente, alegando que no era necesario, aunque accedió a que le llamara un taxi. Cuando se acercó a la puerta de su residencia, esta se abrió, dándole paso a Kólasi̱, la ayudó a entrar y cerró la puerta tras ellos.


—¿Te hicieron algo? ¿Fue Vladimir? —preguntó Kólasi̱, sujetándole por los hombros fuertemente.

—No sé—admitió enseñándole la herida en su mano. El rostro del joven palideció, parecía asustado o más bien aterrado.

—¿Sabes quién te la hizo? —agregó preocupado.

—No, mi mano empezó a sangrar y luego apareció.

—Está mal, muy mal—negó dándole la espalda.

—¿Tu sabes qué es? —preguntó inocentemente, se veía como lo que era, una pequeña, casi una niña.

—Sí, significa algo malo. Es una marca celestial—murmuró volteándose para mirarla.

— ¡¿Qué?! —soltó desconcertada.

—Te la hizo un ángel, saben quién eres. Esa marca es una señal de que vendrán por ti.

— ¿Ángeles? Si claro, no seas infantil Kólasi̱, los ángeles no existen—se mofó Aíma. —Casi me asustas, no juegues conmigo de esa forma.

—Para que exista el mal, debe existir el bien y para que haya demonios sobre la tierra, es necesario la presencia de ángeles. ¿Cómo puedes creer en el infierno y pensar que no hay un cielo, mi niña? —comentó seriamente, acariciándole la mejilla antes de irse.


¡Ángeles! Aíma nunca creyó que existieran, la idea de seres protectores que cuidaban de los humanos siempre le pareció una simple fantasía. Miro su mano, en ella reposaba ese sello, marcado en su carne, Kólasi̱ aseguraba que era la marca de un ángel; pensaba que andaban tras ella, notó el temor en su semblante. Jamás lo había visto perturbado, eran más fuertes, por eso no entendía su exagerada preocupación, qué más daba da que los ángeles conociesen su origen; los malos siempre ganaban, eso todos lo sabían. Las palabras que su padre siempre me decía le golpearon mentalmente:

«nadie debe saber lo que eres; por eso debes ocultarte».

Я заплачу: Me las vas a pagar (ruso, se pronuncia: YA zaplachu).





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