Los Cofres del Saber

By PatCasalaAlbacete

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El padre de Sara era el descendiente de una saga de custodios de un secreto antiquísimo, un cofre que contien... More

Los Cofres del Saber (prólogo y primer capítulo)
Los Cofres del Saber (capítulo 2 y 3)
Los Cofres del Saber (Capítulos 4 y 5)
Los Cofres del Saber (capítulos 6 y 7)
Los Cofres del Saber (capítulo 8 y 9)
Los Cofres del Saber (capítulo 12 y 13)
Los Cofres del Saber (Capítulo 14 y capítulo 15)

Los Cofres del Saber (Capítulo 10 y 11)

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By PatCasalaAlbacete

Capítulo 10

 Vladymir seguía quieto en lo alto de las escaleras de casa de Sara, en una posición estática, pétrea, como si sus pies se hubieran encolado al suelo y todos los músculos de su cuerpo se hubieran convertido en la piedra que moldea a una estatua. Su porte rígido y erguido acompañaba una mirada feroz de penetrantes ojos negros que cruzaba la distancia en busca de su presa.

 La rabia emitía punzadas regulares en su cerebro, pero su increíble control de las emociones la aniquilaba rápidamente para no perder la concentración Necesitaba desesperadamente encontrar a Sara y a su acompañante antes de que la muchacha compartiera con él la información de Jaime, antes de que ellos encontraran el cofre de los prigenios, antes de que aquel chico desconocido accediera al poder que escondía ese cofre.

 ¿Quién era el chico que ayudaba a Sara? ¿Cómo podía bloquear sus envistes con tanta facilidad? Vladymir intentó acceder a su interior, escarbar entre sus pensamientos, descubrir la esencia de aquel chico que captó cuando se adentró en el interior del encapuchado y le obligó a golpear a Sara para detenerla y traerla de vuelta. Fue extraño, el chico rechazó todos los intentos de entrar en él y consiguió escapar de su dominio, alejando a Sara del lugar.

   Desde ese instante Vladymir intentó localizar a la pareja. Conocía su ubicación física gracias al taxista y al encapuchado, así que buscó a las pocas personas que caminaban por el barrio Gótico a esas horas para ver con sus ojos, pero el muchacho era escurridizo, caminaba de alguna manera zigzagueante, como si detectara las personas antes de llegar a ellas y las esquivara con giros inesperados en las callejas.

Cuando la pareja salió a las Ramblas los encontró, a pesar de que el reloj marcaba las dos menos veinte de la noche, las Ramblas eran un lugar suficientemente concurrido como para localizarlos.              

Vladymir aumentó la potencia de sus facultades mentales para introducirse en el interior de Sara y hacerla regresar a casa, pero ella lo bloqueaba con fiereza, resistiéndose con la misma intensidad que en los últimos meses había guardado el secreto de Jaime.

La cara de Vladymir se contrajo en una expresión feroz. Sara era una presa difícil para sus facultades mentales. Durante seis meses la había drogado para debilitar sus defensas y desenterrar el saber que Jaime le transfirió en su lecho de muerte, pero todo fue inútil, la chica lo guardaba en algún lugar inaccesible de su mente, rodeado de miles de recuerdos intensos.

Con una fuerte aceleración de sus sentidos aumentados gracias a los cofres que desenterró en el pasado, el transilvano permitió que todo el potencial almacenado en su mente se concentrara en penetrar en la mente de Sara y descubrir la identidad de aquel muchacho que estaba sentado a su lado.

A través de los ojos de una mujer del autobús descubrió el rostro pálido de Ignacio, con un tono plúmbeo, casi fantasmal, que aparecía enmarcado dentro de la cabellera de rizos morenos que caía en cascada hasta sus hombros rectos, enfundados en un abrigo negro de lana. Se demoró un instante en sus ojos marrones, ribeteados por unas largas cejas que le conferían un aire penetrante a su mirada.

 A medida que aumentaba la intensidad de sus embistes para poseer la mente de Sara Vladymir sentía cómo la mirada de Ignacio se adentraba peligrosamente en su interior. Veía dos esferas marrones reflejadas delante de Sara con un brillo amenazador, las notaba fijas en un espacio de su cerebro, enviándole unos latigazos cervicales muy dolorosos, interfiriendo en su capacidad para surcar las distancias con su mente.

 La concentración de Vladymir empezó a flojer cuando los azotes de Ignacio se convirtieron en unos ruidos que retumbaban en su mente como las reverberaciones de un tambor incesante. Cada uno de los golpes se introducía en sus neuronas y las iba desarmando, como si deshiciera su capacidad de seguir utilizando los dones de los cofres.

Se le aceleró la respiración, todo su cuerpo se tensó a la vez que sus cuerdas vocales emitían un grañido agudo e interrumpido, un alarido desgarrado de dolor intenso. Su conciencia iba regresando a él, reocupando su lugar, apartándose de su presa.

Acompañado de unos jadeos roncos se agarró la cabeza con ambas manos, a la vez que intentaba apartar ese sonido de su cabeza. Su conciencia empezó a fundirse, a perderse en un laberinto oscuro y lúgubre donde cada uno de los recodos escondía una cadena de pasadizos sin salida.

La negrura se encargaba de dirigir sus pasos hacia el centro, un lugar donde la nada se encargó de apagar sus circuitos neuronales. Su cuerpo se desplomó flácido en el suelo, al inicio de las escaleras, como si no fuera más que una marioneta a la que le han soltado los hilos.

Cunado su cuerpo yacía inerte en el suelo, con el eco que había propagado Ignacio todavía reverberando en su cerebro, la conciencia de Vladymir logró hacerse oír, deshacerse del embiste del mago, resurgir de sus cenizas como el ave fénix y recorrer el laberinto hasta la salida. Se levantó con dos movimientos ágiles, rebajando la intensidad de los latigazos a los que lo sometía Ignacio mediante un gruñido gutural. Levantó las manos y las cruzó sobre su pecho, con la cabeza mirándolas, en un gesto de poder. Sus facciones adquirieron un aspecto feroz, intenso, inflexible.

Aspiró una bocanada de aire por la nariz antes de volver a levantar la mirada y recorrer de nuevo la distancia hasta el autobús, en busca de sus presas, aplacando el sonido que Ignacio todavía le mandaba a través de aquellos ojos marrones que se habían quedado fijos dentro de él.

capítulo 11

Isaac nació en una pequeña aldea de las montañas, alejado de la civilización, entre gentes sencillas que nunca se percataron de las capacidades mentales que el niño adquiría a medida que los años se sumaban en su haber.

Desde su infancia Isaac fue capaz de pensar más allá de lo común, de predecir los gestos y las miradas de sus amigos, de pronosticar los cambios de tiempo, de descubrir los pensamientos ajenos y de discernir más allá de las palabras.

Al cumplir los nueve años un rayo de lucidez le alcanzó, fue como si todo su mundo infantil eclosionara en un saber infinito que le aportaba datos inconexos acerca de los prigenios, los cofres y el futuro de la humanidad. Fue una experiencia casi mística, plagada de instantes mágicos y desconcertantes para él.

Salió de noche a ver las estrellas. Estaba solo en el bosque cercano a su hogar, estirado sobre la pinaza, con la mente anclada en los astros que poblaban aquel universo negruzco que tantas preguntas le despertaba. Temía la costumbre de escabullirse de la cama a altas horas para repasar la bóveda celeste en busca de respuestas a las miles de preguntas que le ametrallaban diariamente esa mente de niño que entendía más que el resto de personas de la aldea.

Mientras sus ojos se pasaban inquietos por cada una de las constelaciones y su mente divagaba acerca de las muchas explicaciones pausibles a las dudas existenciales que le planteaba su mera existencia, una estrella fugaz se desplazó curiosa frente a su mirada. La estela de luz que la seguía refulgía en la negrura con un brillo especial, como si miles de luciérnagas deambularan inquietas por ella.

Isaac sintió una especie de descarga interior,  como si todos los sistemas de su cuerpo estuvieran respondiendo a un grito de alarma. Se levantó de un salto, con los músculos tensos y la mirada enredada en la estela brillante que descendía a su lado en el bosque en forma de una luz en movimiento. Era una luz incandescente, brillante, que se retorcía sinuosamente creando ondas lumínicas.    

El niño aspiró una ingente cantidad de aire cuando escuchó unas palabras resurgir del interior de la luz. Era una voz atemporal, modulada en un tono suave y distante, que pellizcaba las sílabas con una cadencia melódica y hablaba en un idioma desconocido.

En la mente de Isaac se fueron formando imágenes del pasado. Eran como flashes de información proyectados por la luz que lo llevaban a contemplar la historia de los prigenios y de sus descendientes. Fue testigo de los experimentos, de los secretos guardados en los cofres, del futuro que vislumbraron y de las matanzas a las que sometían a los nacidos con dones.

En el interior de Isaac fueron arremolinándose los sentimientos, despertando un sinfín de emociones encontradas que lo envolvían en un torbellino de angustia e impresión. La maldad que exudaban los actos de los prigenios le partían el corazón, eran actos perpetrados en pos de la humanidad, unos actos equivocados que los convertían en unos tiranos erigidos para condenar a sus congéneres al ostracismo y decidir cuál iba a ser su futuro.

 El niño fue procesando cada dato en una mente que parecía agrandarse con cada imagen. Era como si a través de las proyecciones su cerebro fuera aumentando la capacidad y se fuera abriendo a un mundo nuevo de posibilidades. Discernía con una claridad pasmosa, entendía más allá de los propios actos, veía intrincadas ramificaciones de todo cuanto se le mostró.

Los prigenios databan del milenio anterior, desde su muerte habían legado su visión  deformada del futuro a unos descendientes marcados con un único fin: impedir que la evolución se escapara a la sujeción de los cofres. Isaac fue testigo de sus matanzas en pro de un ideal equivocado, de sus facultades mentales enfocadas a encontrar a los nacidos con un don y a deshacerse de ellos.

Cuando la luz del alba despuntó en el horizonte y el sol inició su andadura en ese lado de la Tierra,  Isaac despertó. Estaba estirado en un lecho de pinaza, aterido por las bajas temperaturas, con las ropas enganchadas al cuerpo por un sudor frío y resbaladizo que lo acompañó en sus últimas ensoñaciones.

Durante unos minutos se rindió a la ilusión de que todo había sido un sueño fruto de una imaginación desbordante. Se incorporó despacio, permitiendo que sus músculos agarrotados por la gélida temperatura que azotaba el exterior se fueran desentumeciendo. Inspiró una gran bocanada de aire antes de erguirse en toda su estatura y empezar a caminar hacia su casa con una resaca de movimientos.

Era un niño un tanto desgarbado, de estatura media, rasgos suaves y delicados y una mirada de penetrantes ojos pardos. Heredó de su madre el esqueleto fino de huesos pequeños y largos que apenas se llenaban con un gramo de grasa. Pero tenía una fuerza interior que vencía cualquier impedimento físico a la hora de realizar sus tareas y esa fuerza fue la que lo acompañó en los primeros pasos por el bosque aquella mañana  glacial.

 Recorrió tres metros antes de darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Al principio lo achacó a una ilusión, pero a medida que se percató de que podía ver el movimiento sinuoso del viento que revoloteaba las hojas de los árboles,  que podía escuchar el trino de los pájaros con una claridad de mente que interpretaba sus cánticos como palabras en su idioma, que no necesitaba mirar para conocer la ubicación de cada animal del bosque, supo que algo le estaba sucediendo.

Se paró en seco en un claro, rodeado de árboles, envuelto con la claridad del sol que ya había salido de las montañas e iba rumbo a su reinado en un cielo despejado de nubes. Forzó su mente a recorrer toda la basta extensión de montañas que lo rodeaban, visitando cada pequeño recodo, encontrando a todas las criaturas que lo habitaban, descubriendo unas capacidades cerebrales nada comunes, empezando a digerir su cambio, su avance, su nuevo devenir.

Fue entonces cuando los nubarrones opacos de la angustia se ensañaron con él. ¿Cuánto tiempo iban a tardar los guardianes de los cofres en descubrirlo? ¿No era a personas como él a quiénes buscaban? ¿No estaban dispuestos a deshacerse de todos ellos?   

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