Percabeth entre mortales

By PoseidonDescendant

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Admítanlo, nuestro mundo está lleno de mortales, por lo tanto, nos vivimos cruzando y relacionando con ellos... More

Me humillo en la TV estudiantil
Sabios consejos de un duende latino
Es el tipo del que no es mi tipo
Un poco de amor
Película no ATP
Golpeado por chicas
Nace un Percababie.
Fiesta en la piscina
Debo prestar más atención en historia
No peleaban por mí
Nueva en New York
No debí interferir
Mis nuevas amienemigas
Voy a morir, y la culpa la tiene un remo
Aprendí la lección
Mi fruto prohibido
Los primeros besos apestan
Creo que hago llorar a dos chicos grandes
¡Tengo a alguien para presentarte!

El vómito no es romántico

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By PoseidonDescendant

Miles Parrish, mortal.

Hola. Soy Miles, y estoy pasando una de las peores noches de mi vida. Tal vez les parezca que estoy siendo dramático, pero así lo siento. Y es que gracias a mi hermano gemelo me encontraba solo y perdido en una horrible fiesta, rodeado de gente que no conocía.

¡Gracias Aaron!

Te agradezco enormemente que como buen hermano que eres, me hayas arrebatado el libro que estaba leyendo y que con tu hermosa actitud me hayas dicho:"Deja de leer, traga-libros. Y hazme el favor de arréglate un poco porque iremos a la fiesta de los Stoll" yo no digo nada cuando te la pasas jugando con tus video juegos en lugar de estudiar. Ya ni recuerdo porque acepté vivir con él, ah cierto, porque mamá me lo pidió. El lado bueno es que pronto obtendré mi título como arquitecto y podré decirle adiós a ese apestoso departamento y al holgazán de mi hermano.

Volviendo a mi actual miseria, creo que ya había mencionado que estaba completamente perdido, lo único que sabía con certeza es que la fiesta la había organizado unos hermanos apellidados Stoll, a los que yo nunca había visto pero mi hermano me dijo que los conocía de la universidad y en el auto me había contado que sus fiestas eran épicas.

Me encontraba tan estresado que si no tuviera la cabeza rapada habría despeinado mi cabello.

Y ya que mencioné algo de mi apariencia física, mejor finalizo la idea, así conocen mi aspecto.

Soy un chico afroamericano, de ojos marrones y estatura alta. Si hablamos de mi cuerpo admito que no poseo el físico de mi hermano, y tal vez tenga unos cuantos kilos de más si me comparan con los estándares de belleza, pero no me quejo. Después de todo, mi cuerpo no va definir el resto de mi existencia.

En ese preciso momento una chica de cabello castaño y ojos verde por accidente chocó conmigo y derramó toda su bebida sobre mí.

—¡Lo siento tanto!—se disculpó.

—No te preocupes—la tranquilicé.

Un chico alto, delgado, de ojos azules, cabello castaño ondulado, cejas arqueadas, nariz y orejas puntiagudas, sonrisa sarcástica y un inquietante brillo en los ojos que me advertía que cuidase mis bolsillos; se acercó a nosotros.

—¿Sucedió algo Kit Kat?—preguntó a la castaña-derrama-bebidas.

—Nada, Stoll. Solo un pequeño accidente.

Tras esas palabras Stoll reparó en mi aspecto chorreante.

—Wow, sí que tienes puntería Katie. Supongo que estamos a mano, tú empapas a mis invitados y yo lanzó globos de agua a la cabaña de Deméter—se regodeó el chico. Al parecer le divertía la situación.

—Cállate, Travis—ordenó brusca.

—Cállame— el tono de voz que usó para decir esa simple palabra dejaba mucho en que pensar, por lo que no me sorprendí cuando un sonrojo invadió las mejillas de Katie.

Orgulloso del resultado de sus palabras, Travis posó sus inquietantes ojos azules en mí.

—Hay un baño en el piso de arriba. Tercera puerta a la derecha—informó así sin más.

—Gracias—agradecí antes de girar sobre mis talones en busca de las escaleras dejando a ese par a solas.

Por lo menos ya conozco a uno de los anfitriones—pensé.

Una vez que me encontré en el piso de arriba me dirigí hacia el baño y entré. Sin tocar. Lo sé, mala decisión.

El lado bueno es que no me encontré con nadie haciendo sus necesidades, o tomándose una ducha, o a dos personas besuqueándose contra la pared.

¿El malo? Casi resbalo con el vómito de aquella chica dueña de una cabellera rubia que me resultaba extrañamente familiar.

—¿Necesitas ayuda?—pregunté.

Tal vez abrí la puerta sin tocar, pero aún había un poco de caballerosidad en mi ser.

La respuesta de aquella chica fue una arcada y luego expulsó un poco más de vómito, afortunadamente, en el retrete.

—¿Quieres que busque a alguien?— ofrecí.

—No te preocupes, ya pasó—contestó.

Esa voz...la conocía. También conocía esos bellos ojos grises que en este momento me devolvían la mirada.

—¿Ann-abeth?—tartamudeé.

—Hola Miles—saludó.

—¿Qué haces aquí?—cuestioné, por fortuna, sin atragantarme con mis palabras.

—Connor y Travis son dos viejos amigos—respondió—¿y tú?

—Aaron—me limité a decir.

Ella asintió indicándome que comprendía.

¡Pues claro que entendía! Todo aquel que conozca a Aaron Parrish podría entenderme.

Desde que le hablé a mi hermano sobre Annabeth y mis sentimientos hacia ella se ha empeñado en coquetearle. Cada hora de cada día, cualquier estudiante de mi universidad puede ver a Annabeth Chase rechazando a mi gemelo. Digamos que mi hermano no está familiarizado con la palabra no.

Yo en cambio, me mantengo al margen. Solo soy un amigo más de Annabeth, que no piensa declarársele. Nunca. Suficiente tengo con cuidar a mi hermano cuando, en ocasiones, Annabeth le da su merecido. No quiero que a mí también me pateen el trasero, así que gracias pero paso.

—Wow, lo último que pensé ver esta noche era a Annabeth Chase vomitando en el baño de la fiesta a la que mi hermano me obligó a ir. Tampoco me creí que fueras de esas chicas que salen a fiestas y se emborrachan hasta no poder más—dije para aligerar el ambiente.

¿Qué fue eso?

¿Acaso acusé a la chica que me gusta de borracha?

¡Idiota!

La última vez que dije algo tan estúpido frente a ella, fue cuando fuimos compañeros en un final de la universidad donde teníamos que diseñar un edificio y construir una maqueta...y yo propuse que la maqueta la hagamos con legos.

Ella levantó ambas cejas, como si no pudiera creer que haya sido capaz de decir tal estupidez.

—Lo lamento. —me disculpé—N-no quise decir que...

—No te preocupes. En realidad...

No pudo terminar la oración...

Otra arcada y de vuelta a la acción.

Con sumo cuidado, asegurándome de no resbalar con el vómito, me coloqué en cuclillas y le aparté el pelo de la cara.

Una vez que terminó de expulsar todo, Annabeth se incorporó y me miró.

—Gracias.

—¿Para qué están los amigos?— dije con una media sonrisa.

Amigos, amigos, amigos.

Solo amigos...

—No es necesario que te quedes aquí. —avisó—Puedes irte si quieres.

Lucía exhausta. Estaba pálida y sus bellos ojos grises se veían cansados. Podría haberla besado y ella no hubiera tenido la suficiente fuerza para golpearme.

Aun así se veía hermosa. Siempre había admirado sus delicadas facciones y como su cabello caía sobre sus hombres en una bella cascada rubia. No parecía que estuviera borracha.

No parecía que estuviera borracha...

Tampoco tenía olor a alcohol.

No olía exactamente a rosas, digo su natural esencia a limón se había mezclado con el hedor del vómito. Pero no olía a alcohol.

¡Genial! Y yo la había acusado de estar borracha.

Tengo que disculparme.

Por favor no lo arruines, ni tartamudez.

—Oye Annabeth.

— ¿Qué sucede Miles?

—Quería disculparme por lo que dije antes, no pretendía hacerte quedar como si tuvieras un problema con la bebida o algo así. Yo...

— No te preocupes.—me interrumpió—Está bien.

Aquí me encontraba yo: Miles Parrish, sentado en el baño de una fiesta a la que fue obligado a asistir, junto a la chica que le gustaba, Annabeth Chase, hablando mientras se encontraban rodeados de vómito.

Sin dudas era el escenario perfecto.

—¿Te encuentras mejor?—pregunté, cuando ya llevábamos varios minutos en silencio.

Asintió con la cabeza para después agregar:

—Sí, ya me estoy acostumbrando.

—¿A qué te refieres?—investigué.

—No tiene importancia— dijo mientras cerraba sus ojos y se recostaba sobre el retrete.

—¿Quieres que vaya a buscar a alguien?— pregunté mientras intentaba ponerme de pie.

Annabeth no me lo permitió.

—Quédate conmigo, Percy— pidió.

¿Quién era Percy?

—Está bien, lo haré— accedí algo confundido.

Antes de volver a sentarme junto a ella tomé un vaso que había en el lavabo y lo llené con agua.

—Toma— le dije mientras le tendía el agua— Bebe, seguro perdiste mucho líquido.

—Gracias— contestó antes de tomarse toda el agua que había en el vaso.

Tras eso, sus ojos comenzaron a cerrarse. Dio un último y sonoro suspiro antes de dormirse por completo.

Y mientras ella dormitaba con la cabeza apoyada en el retrete yo la admiraba.

¿Qué tan loco de amor podía llegar estar uno para ver a la persona que quería, agotada y enferma, y aún así encontrarla hermosa?

Me pregunto si llegará el día en el que Annabeth descubra el tiempo que gasto en las clases admirándola, o si llegará a conocer todos los sentimientos que se esconden tras las miradas y sonrisas que le doy o si alguna vez me escuchará confesarle que la amaba.

Pasados unos minutos, ella se removió incómoda y comenzó a abrir sus ojos. No me extrañaba, después de todo, la posición en la que se encontraba no se podría describir como ideal.

Cuando por fin se despertó del todo, me tomé un momento para examinar su aspecto. Aunque solo había tomado un vaso de agua y dormido unos cuantos minutos, parecía estar mejor.

— ¿Sigues aquí, Miles?— preguntó somnolienta.

Miles. No Percy.

— No soy de los que abandona a una chica enferma en un baño en medio de una fiesta.

Ella me regaló una sonrisa amigable, agradecida por haberla acompañado.

—Luces mejor— señalé.

—Me siento mejor— confirmó.

—Me alegro— dije con una sonrisa sincera.

— ¿Vas a bajar?— curioseó.

—Prefiero quedarme aquí contigo— admití— De todas formas no conozco a nadie allí abajo— agregué junto con un encogimiento de hombros.

Ella no dijo nada. Tal vez no tenía qué comentar, o su silencio era una forma de decirme que ella tampoco tenía grandes deseos de bajar.

La música llegaba hasta mis oídos. Otra razón para no querer bajar, no deseaba ni imaginar como me quedarían mis oídos si me paraba cerca de los altavoces. ¿Cómo hacía mi hermano para disfrutar aquello? Estar rodeado de cuerpos sudorosos y tratar de conquistar a una chica con la ensordecedora música de fondo. Tampoco tenía miedo de que lo rechazaran, yo ni era capaz de mantener una conversación con Annabeth sin atragantarme, al menos una vez, con mis palabras.

¡Que cobarde! Pensarán algunos. Pues no, no soy el gemelo cobarde de Aaron Parrish, ese no soy yo. Y no quiero que eso sea lo que piensen de mí.

Puedo hacerlo, puedo ser valiente.

—Oye Annabeth, ¿qué piensas del amor entre amigos?— pregunté de forma casual.

—Que es factible.— respondió con una sonrisa— A veces, incluso, mejoran los lazos de confianza.

— ¿No crees que se puede arruinar la amistad?

— Para nada, yo creo que aún siendo pareja, continúan siendo amigos. ¿Por qué lo preguntas?

—Es que me gusta una amiga— confesé— y no sé cómo decírselo o cómo hacer para que se fije en mí.

—¿La conozco? Tal vez pueda ayudarte— dijo.

Me aguanté las ganas de en un susurro confesar eres tú. En su lugar dije:

—Posiblemente. Ella es muy linda y lista. También solidaria, fuerte, valiente e intimidante. Cada día estoy más convencido de que ella es perfecta.

Cada palabra la dije mientras miraba a sus encantadores ojos gris tormenta. Tal vez en las películas este sería el momento en el que el protagonista besa a la chica de forma apasionada pero también tierna, y en donde se ve que sus labios encajan a la perfección y que ellos son el uno para el otro. Pero esto no es una película, y si lo es, sin duda yo no soy el protagonista.

¿Por qué lo digo?

En el momento en el que iba a besar sus bellos labios, para indicarle que ella era la chica por la que había perdido la cabeza, y con la esperanza de que ella me corresponda y así fundirnos en dulce y tierno beso; ella vomitó sobre mi regazo.

Literalmente la chica que me gustaba me había vomitado en cima.

Cuando entendió a donde había ido a parar su vómito, la sorpresa y la vergüenza invadieron el rostro de Annabeth. Sus ojos estaban tan abiertos que uno podía llegar a pensar que se iban a escapar de su lugar en cualquier instante. Me hubiera reído de su expresión si no fuera por el hecho de que ahora estaba bañado en vómito.

—Lo lamento, yo no quise...

No fue capaz de terminar su disculpa, ya que, aparentemente, las nauseas volvieron. Por suerte el vómito fue a parar al retrete.

Mientras Annabeth regurgitaba yo le daba unas palmaditas en la espalda, una forma de tranquilizarla y mostrarle mi apoyo.

En ese momento un chico alto y musculoso de piel clara con el cabello azabache y los ojos verde mar abrió la puerta de un portazo y entró violentamente al baño. Al ver a Annabeth pareció tranquilizarse, pero al notar el estado de la rubia pareció preocuparse.

—Gracias a los dioses.— exclamó— Annabeth, llevo horas buscándote. Nadie sabía donde te habías metido, me tenías preocupado.

—Estoy a salvo, Percy— lo tranquilizó.

Estoy a salvo dijo, no uso un simple estoy bien o un no hay nada de que preocuparse o un está todo en orden. Supongo que era su forma de expresar que se sentía mal, pero, al menos, no le había pasado nada grave.

También noté que llamó a ese chico Percy. Supongo que a él se refería cuando me dijo de esa forma.

—Ya no podía soportar el olor a alcohol. Corrí directo hacia el baño apenas me invadieron las nauseas— explicó Annabeth.

—No puedo creer que los Stoll a modo de celebración hayan decidido organizar una fiesta, yo esperaba que todo sea algo más intimo— se quejó Percy.

—Sabes que ellos no fueron los que trajeron las bebidas.

—Pero invitaron a las personas que lo hicieron— reprochó mientras fruncía el ceño y se cruzaba de brazos.

Annabeth lo tomó de las manos y a continuación habló:

—Ya pasó, Percy. Estoy bien, estamos bien.

Percy colocó sus manos sobre el estomago de Annabeth para después decir:

—Eso era todo lo que quería oír. Te amo, listilla— tras eso la besó. 

No reacciones, simula que no te importa.

Para mi fortuna, Annabeth se apartó.

—No me beses, Sesos de Alga. Soy un asco.

— A mí no me importa.

— Pero a mí sí.

Tras oír esas palabras por parte de Annabeth, Percy bufó y rodó los ojos.

— ¿Hasta cuando durarán las nauseas? —preguntó.

— Se supone que es algo del primer trimestre— contestó Annabeth.

—No sé si pueda soportarlo— advirtió.

—A mí tampoco me gustan.— reconoció la ojigris— Además, si no puedes soportar unas simples nauseas, ¿cómo harás con lo que vendrá después?— añadió.

—Son dos situaciones diferentes— se excusó el azabache.

Cuando el silencio reinó en la habitación, Percy miró sobre el hombro de Annabeth a quien se encontraba tras ella, osea yo.

—Hola, soy Percy— se presentó.

—Miles.

— ¿Se conocen?— me preguntó mientras nos señalaba a Annabeth y a mí.

—Somos amigos de la universidad— expliqué.

—Miles me ayudó con las nauseas— agregó Annabeth.

— Se nota— reconoció Percy, una vez que reparó en mi aspecto.

Yo bajé la cabeza apenado, no solo porque era vergonzoso el hecho de estar cubierto de vómito frente a un desconocido, sino porque había tenido las intenciones de besar a su novia.

— Creo que es momento de que me vaya a casa— anuncié.

—¿De verás?— preguntó Annabeth.

—Sí. Ya sabes, debo ducharme y cambiarme.

—Si quieres lo puedes hacer aquí, mis amigos no tendrán problema en prestarte algo de ropa— insistió.

—No me sentiría cómodo, —admití—pero agradezco la oferta. Creo que prefiero irme a casa.

—De acuerdo— accedió— Nos vemos el lunes, supongo.

—Cuenta con ello. Un placer— dije esta vez dirigiéndome a Percy.

—Lo mismo digo.

— Adiós— me despedí.

Me fui del baño sin siquiera darles la oportunidad de que ellos también se despidieran. Bajé las escaleras y me fui de esa casa lo antes posible, por suerte tenía las llaves del auto así que ni me molesté en buscar a mi hermano (tampoco me preocupé mucho por él, probablemente Aaron se irá a otra parte después de la fiesta)

Debí haberme quedado en casa. Tras esta noche, no volveré a ir a una fiesta.

¡No más vómito y corazones rotos para mí!

Suficiente tengo con lo de hoy...

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