El circo de Ashton #1 ✓

itsocks द्वारा

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El circo de la muerte, así lo nombran en leyendas. Mencionan que aproximadamente medio siglo atrás llegó a Po... अधिक

La sombra de los caídos
Nota, advertencia, booktrailer y redes
Dedicatoria
Epígrafe
Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y uno
Capítulo treinta y dos
EXTRAS
Extra uno
Extra dos
NOTA DEL AUTOR
SEGUNDO LIBRO
¿Este libro se encuentra a la venta?

Capítulo veintitrés

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itsocks द्वारा


SUEÑO ✶


Renzo se aclaró la garganta. Debía hacer algo que abarcara moverme del sitio o reaccionar si quiera. No era razonable quedarse debajo de la cama, tan vulnerable y al alcance de cualquier cosa.

En cuanto Ashton salió, de alguna forma supe que también había estado pensando en similitud, y me alegraba. Además, ya no existía luz alguna dentro del contenedor que amenazara contra su "vida".

—El fuego los espantó. —Lo escuché decir.

Me arrastré por el suelo y me tendió su ayuda para levantarme.

—Te siguieron —afirmó Renzo mirando al cielo. Su voz apenas fue audible.

—¿Estuvieron buscando el ferrocarril? —pregunté incrédula.

Ashton meneó la cabeza. Su indirecta era clara: no fraternices con el enemigo. Pero, y si a cambio de mis cuestiones no tenía ninguna respuesta, al menos serviría para distraerlo. Asimismo, me figuré nuestro escape con tan solo un par de movimientos; podríamos salir disparados hacia el cielo, al igual que en la feria, o bien Ashton podría impulsarnos. Lo que me sorprendió que todavía no hiciera.

—No exactamente el ferrocarril, a la persona que habita en él —se quejó. Y vaya presuntuoso que lo hizo parecer. Pero sí, fue como si intentaran tentar contra su vida.

Pareció incomodarle algo, porque aún con la mirada puesta en el hueco sobre él, apretó la tela de su pantalón con evidente disgusto.

Me hizo pensar que las sombras seguían rondando fuera, así que para comprobarlo levanté la vista hacia la puerta. Me extrañó ver al titi aparecer entre la torrentosa lluvia y colgarse del filo. Con un ágil movimiento saltó al hombro de Renzo, avanzó por detrás de su cuello e impulsó hasta la pared, por donde se desplazó con ayuda de los cables chamuscados. Lo vi aterrizar frente a Ashton y, tras pararse sobre sus dos patas traseras mientras mostraba una simpática sonrisa, comenzó a examinarlo, como si supiera que él estaba ahí. Además, tenía un bonito sombrero en la cabeza. Sentí la urgencia de querer gritar de emoción y correr a mimarlo, pero Ashton habló:

—Estás en desventaja. —Sacudió la mano hacia el titi.

El monito dio un brinco y salió disparado a esconderse detrás del closet. Consternada miré a Ashton, quien siguió contemplando la dirección de su huida. Lo había espantado.

—Es un ladrón de primera, no tuvimos una agradable relación —expuso con engorro.

Volví a vigilar el frente y me encontré con la sorpresa de que el titi salía de su escondite, empujando la caja musical. Me invadió la sorpresa.

—Eso es mío —exigí.

Tuve la impresión de que un vacío me atravesó el pecho, y no fue menos que la intensa mirada de ambos, haciéndome sentir como si hubiese hecho mal. Ashton sobre todo, no pareció para nada contento.

—Son suficientes motivos —musitó—. Hay cosas que debí haberlas dicho antes, como esto. Ahora empiezo a arrepentirme.

El sonido de la lluvia en compañía de unos cuantos relámpagos, retumbaron en mis oídos.

Me quedé mirando al mono, deseando que él fuera capaz de traducirme el porqué de la repentina molestia de Ashton y la extraña aura anhelante que pareció emitir Renzo. No obstante, se esforzó para empujarla hasta mis pies. Me tomó de la basta del pantalón y jaloneó.

—¿Eres tú? —Renzo avanzó hacia nosotros, pero se detuvo al percatarse de mi mala cara.

—¿Qué?

—Después de lo que dijiste... —Ashton se acercó, lo suficiente para espantar al mono y colocarse en frente de mí. Observé su espalda. El bastón fue armándose entre una especie de humo mientras lo hizo girar con los dedos. —Ahora cree que eres Eloísa. Sirio, la estrella más brillante, así es como la conocían en el escenario. La caja era suya, y al reclamarla de ese modo...

Lo descubrí mirándome de soslayo. Mis piernas temblaron, como si tuviesen la intención de derrumbarme aquí mismo.

No supe cómo responder a eso. La situación terminaba por molestarme y empecé a repasarla, una y otra vez... «Yo nací aquí, en Port Fallen hace dieciséis años, crecí junto a mis padres y hermanos mayores. Con el tiempo creamos nuestros propios recuerdos. Además, nunca me atrajeron los circos, aún peor las alturas. Simple y sencillo, yo no soy ella. Así que no debería juzgarme por un par de cosas tan superficiales. Tal vez, si logro hacérselo ver de alguna forma, cualquiera que sea...»

Me agaché para tomar la caja musical entre mis manos, la volteé un par de veces, examinándola, para estar segura de que ningún detalle se me pasaba por alto. Pronto, la tomé con una mano y justo cuando pretendía lanzarla contra la pared, la tapa se abrió. La música empezó a sonar igual de horrible que antes mientras el trapecista giraba a toda velocidad. Empecé a arrepentirme por la molestia que debía soportar por culpa del averiado objeto, inservible.

—Zara. —Escuché a Ashton llamarme. Parecía preocupado, pero no pude certificarlo.

Me quedé mirando la caja sin poder ser capaz de reaccionar. Una luz surgió de su interior, una tan intensa que terminó por cegarme. Pero no podía ser cualquiera ya que Ashton seguía aquí, y podía escucharlo, aunque cada vez pareció ser más lejano.

De nuevo, la misma imagen del público entusiasmado figurándose debajo de mí, proclamando en alto ese mismo nombre: Sirio, Sirio...

Quise gritar cuando me vi en lo más alto de una plataforma. Los nervios pudrieron conmigo, pero aun así, salté, directo hacia el vacío, donde un columpio me esperaba inmóvil. Iba a aferrarme, y sin embargo, segundos antes de tomarlo todo se volvió negro, inconsistente. Me sentí caer en picada y el imponente vacío en el estómago que tanto temía. Me desplomaba a la nada, dentro de una oscuridad llena de aberrante suplicio.

En espera de lo obvio, el fino destello me hizo saber que llegaba al suelo. Solté un diminuto gemido e inhalé con fuerza al tiempo en que el dolor en el pecho me sacó lágrimas. Parpadeé innumerables veces y creo que hasta grité.

—Tranquila... —La voz de Ashton me sacó del shock.

Alcancé a ver borroso y no tardé en descubrir que el impedimento era la lluvia, bañándome por completo. Desplacé la mirada de un lado a otro, en busca de cualquier cosa que lograra aclararme que todo lo presenciado no hubiese sido nada más que un sueño, una pesadilla en realidad. Moví la cabeza hacia atrás al tiempo en que hallé la mirada intranquila de Ashton. Esos cetrinos... Mi apreciación fue cierta, estaba preocupado, pero en ese instante, empecé a pensar que permanecer entre sus brazos de esa forma se sentía tan bien que era casi irreal.

—¿Puedes sentarte? —preguntó.

Sin decir nada, me senté tan rápido que todo dio vueltas alrededor. Fue casi como lo supuse en un principio: Ashton me había sacado del contenedor. Estábamos fuera, no muy lejos del ferrocarril, solo que ahora, entre los rieles bailando junto a mí a causa del mareo, un resplandor me avisó que el depósito estaba cubierto por llamas fervientes que ni la misma lluvia podía calmar. No era si quiera normal.

Me había desmayado poco antes de que se encendiera pero... ¿cómo?

Mi duda fue diluida al instante en que vi al mono parado en medio de las llamas, y tampoco pareció molestarle en lo absoluto, es más, alzó los brazos y parte el fuego saltó del contenedor, convirtiéndose en una ola de fuego que se tragó una de las sombras para enseguida escupirla como simple vapor.

—Zara. —Ashton me había estado llamando varias veces. Volví la vista y me pareció extraño verlo temblar, luego me di cuenta de que en realidad era yo quien no podía dejar de hacerlo—. Dime, ¿cómo te sientes?

Seguía pareciéndome un sueño donde la desafinada música continuaba sonando de fondo.

—El mono... —hablé. Alzó una ceja.

—Mango, tomó el medallón.

—¿Mango? —Palpé mi pecho—. No está. Se supone que vuelve solo.

—Mango es el nombre del mono —aclaró molesto, pero no conmigo—. Lo sabe, así que está dando vueltas cerca de aquí a propósito. Le encanta hacer eso y sabe bien que me enfurece. Intentaré alcanzarlo, pero debes quedarte aquí, ¿de acuerdo?

Asentí en breves. Entendí todo lo que dijo a la perfección, y aun así, seguí sintiéndome desorientada.

—Estarás bien, lo prometo. —Besó mi frente. Perduré asimilando eso más de la cuenta. Sonrió al verme la expresión. No ayudó para nada en mi intento por saber si había vuelto a la realidad—. Regreso enseguida.

Lo seguí con la mirada en tanto de un salto, se alejó hasta desaparecer sobre el ferrocarril. Empecé a darme ligeras palmadas en las piernas, brazos y hasta en las mejillas. Dolía, lo que quería decir que en realidad no había caído desde lo alto, y que también, Ashton me había besado. Y hubiese deseado estar al pendiente, con mis cinco sentidos funcionales.

El viento sopló con fuerza, mandándome todos los pelos a la cara. Sacudí la cabeza y aun así permanecieron pegados. Me levanté del suelo sin poder dejar de temblar. Tenía las manos entumecidas a causa del frío.

Observé el ferrocarril intacto. El único contenedor que permanecía ardiendo y descarrilado, era el mismo del que habíamos salido, justo de donde creí haber visto al mono controlar las llamas. Debió haber sido producto de mi imaginación ya que no pude verlo otra vez.

Esconderse dentro del ferrocarril había sido una pésima idea, lo supe al ser consiente que todas las sombras en verdad parecían empeñadas por ingresar al contenedor. Eran tantas que se me hacía imposible pensar que todas fueran personajes del circo, y también, que quisieran ejecutar a Renzo. ¿Qué querían conseguir de eso? Él lo insinuó, y por ende, él mismo habría de conocer la razón.

Mi cabeza empezó a maquinar más allá de lo que en realidad debería. Sacarlo de ahí no iba a prometerme nada, pero tampoco podía permitir que algún otro conocedor fuera a desaparecer sin hablar de todo lo que parecía ser consciente.

—No como Thomas —musité. Di tres pasos hacia el frente y enseguida salí corriendo en dirección opuesta, ocultándome detrás de uno de los postes. La luz del farol parecía hacer cortocircuito, parpadeaba tan rápido como mi corazón se dedicaba a bombear. No necesitaba del medallón para avisarme del peligro que representaba haber visto al títere de ojos verdes.

Inhalé y exhalé, tratando de calmarme, pero era imposible. El infierno se había desatado en un solo lugar. El humo debió alertar no solo a los presentes, si no, muy posiblemente a todo Port Fallen. Las llamas eran exageradas; bailoteaban alrededor del contenedor y pronto se elevaban, tal y como un mar de fuego que terminaba como remolinos incandescentes formados en alguna parte del cielo nocturno, repitiendo el proceso una y otra vez.

Asomé la mirada y me encontré con la misma escena. No había rastro alguno del títere. ¿Seguía imaginando cosas? Suspiré aliviada mientras arrimaba mi espalda contra el poste, y pude jurar que vibró. Miré al suelo, creyendo que había sido un temblor lo que lo hizo moverse. Así fue como logré verlo reflejarse en el agua, poco antes de que la luz se apagara cuando se soltó del poste. Aterrizó en frente de mí, con el farol en la mano. Lo arrojó a un lado, y sin quitarme la vista de encima avanzó.

Intenté llamar a Ashton y la voz no salió. Meneó la cabeza de un lado a otro y abrió la boca. Sus labios se movieron al tratar de gesticular algo, pero al igual que yo, ningún sonido al final salió.

Estaba mudo en el sentido literal, no fue difícil darse cuenta, dado a que ni el más mínimo susurro logró gesticular, y tampoco pareció contento por eso.

Rebuscó en el bolcillo de su pantalón y al sacar la mano, atisbé el reconocido pañuelo pintoresco caer al suelo, empapándose en el charco de agua. Con los ojos bien abiertos lo miré a la cara. Lucía como un tronco seco y longevo, sumándole a eso la misma expresión vacía de la última vez, exceptuando que parecía mucho más cuidadoso con lo que estaba haciendo. Se movía con mucha torpeza, acercándolo más a reflejar lo que era en verdad: un títere.

Dando un gran paso hacia un lado logré apartarme y obtener distancia, pero de algún modo consiguió alcanzar mi mano. La tomó durante el breve instante en el que sentí un dolor punzante recorrer desde mi dedo anular hasta el hombro. Agradecí a la lluvia por empaparme lo suficiente para que mi mano se resbalara cual jabón.

A trompicones estabilicé mi cuerpo. Él avanzó y abundante calor pasó junto a mí como cañonazo, calentándome un lado de la cara. Abrí los ojos al ver el túnel de fuego abrazarlo. Las llamas empezaron a consumirlo a gran velocidad, y no era extraño tomando en cuenta del material que estaba hecho.

Lo vi alejarse. Estaba muy alterado. Un par de veces cayó al suelo y volvió a levantarse hasta que de alguna forma consiguió trepar el ferrocarril. Lo perdí de vista después que llegó al otro lado. Seguro no avanzaría mucho en ese estado.

El temblor en mi cuerpo se había ido, pero aún seguí de pie, sin poder moverme.

—¿Te encuentras bien?

Alcé la vista hacia el frente, en busca de la cantosa voz.

Un hombre gordo, de tez casi traslúcida y rojiza, con el cabello blanquecino en un vano intento por lograr conservar su tono rubio. Sus greñas parecían haber sufrido serias consecuencias al exponerse a demasiado calor. Lucía casi tan mal que Renzo, hasta parecía ser de la misma edad; le calculaba unos 60 o 70 años. No fue difícil intuir que se trataba de otro personaje, uno que se unía al grupo de los desconcertados al verme.

—¿E-eres...?

—Zara —intervine con la voz áspera. La garganta empezaba a dolerme a causa de los gritos atascados que se amontonaron, formando un horroroso nudo.

—Claro que no podías ser ella. La conocí mejor que nadie. Te vi intentando romper la caja, mi Eloísa no habría hecho eso —murmuró con certeza.

Mi garganta carraspeó después de escuchar «mí Eloísa». Pegué un salto cuando el mono pasó corriendo junto a mí y trepó hasta el hombro del veterano. Levantó los brazos y los sacudió en dirección al cielo. Miré hacia arriba y vi a Ashton ir al frente del grupo de sombras que lo perseguía. No las hubiese visto a no ser por la correa de fuego que salió disparada del contenedor, directamente hacia ellos. Consternada volví a mirar al mono, quien más bien movió la cabeza como antena, en todas direcciones. El hombre alzó la mano y entendí que no era el mono quien controlaba el fuego, en realidad, se encargaba de señalar el lugar hacia el que el sujeto debía atacar.

El fuego las alcanzó al poco tiempo y regresó a su origen justo antes de atrapar a Ashton. Logró descender junto a mí sin ningún problema, pero cuando sus pies rozaron el suelo la irritación le arrugó la cara.

—Voy a hacerlo volar —murmuró. Un mono logrando sacarle de sus cabales, era digno de entrevista. Me examinó de pies a cabeza, miró al mono y luego al hombre—. Milo, eso explica el inesperado verano y al fugitivo con sombrero de mal gusto.

El titi chilló, primero en dirección a Ashton y luego hacia el cielo. Fue capaz de alertarnos a todos. Mango pareció ser una alarma contra sombras, pero bastante desafinada.

—Vete —ordenó el tipo—. Estarás a salvo cuando amanezca, hasta mientras, debes alejarte lo más que puedas de aquí. Que no te sigan.

Me mordí el interior de la mejilla con ansiedad.

—Por cierto, creo que necesitaran de esto —añadió. Como una moneda al aire, lanzó el medallón y no supe de qué manera conseguí atraparlo sin que antes aterrizara en mi cara—. Cuida a la chica y busca los dos que faltan.

Logró perturbarme. Por un momento creí que podía ver a Ashton, pero al percatarme que miraba al vacío, intuí que lo supo porque el mono no dejaba de gruñirle.

Ashton me dio un ligero empujón para que me moviera del sitio. Estaba tan impresionado como yo.

—Renzo. —Lo detuve.

—¿Cómo...? —Entrecerró los ojos en mi dirección—. No importa, vete ya —refunfuñó.

—¿Lo sacará de ahí con vida? Hay algo que quisiera preguntarle.

—Trataré. Por ahora, ¡largo de aquí! —aulló, en compañía de su mono.

—Debemos irnos. —Ashton estaba más inquieto de lo normal. Me tomó del brazo y llevó con él cual niña pequeña.

Avanzamos unos metros lejos del sujeto de cabellos chamuscados, cuando de pronto me abrazó la cintura y nos levantó a ambos del suelo. Me enganché a él. Observé su entrecejo fruncido y de reojo al grupo de sombras que se cernieron sobre el hombre y su mono. Parecían interminables, y tal vez se debía a esa misma razón: no podían morir, ya lo estaban, así que iban a regresar, una y otra vez hasta que buena luz se hiciera presente de alguna forma.

—¿Qué quieres preguntarle a Renzo? —Miró al frente con tal atención que pareció preciso y condicionado al vuelo. Luego miró hacia atrás y de regreso al frente otra vez.

—¿No te parece extraño que las sombras lucieran tan empeñadas en picarlo en trocitos con la puerta del contenedor?

Con cuidado me puso debajo de él. Podía sentir su pecho presionado en mi espalda. Mis conocidos amigos nerviosos lograron invadirme al sentirlo apoyar el mentón en mi hombro y hablar muy cerca de mi oreja.

—Sí, puede que quisieran picarlo en trocitos, o... ¿qué tal si solo fingía?

Para mí, el susto y su pierna coja no parecieron ser señal de malas intenciones, ni mucho menos parte de un plan siniestro.

—No confías en nadie, ¿por qué? —formulé.

—No lo sé. Pero confío en ti, con eso me basta.

—No me conoces.

Le oí reir.

—Te lo dije, bastó una semana para saber lo necesario.

—Después de que apareciste la primera vez... Así que tú fuiste la causa de que no pudiese dormir. —Le acusé.

—Me gusta verte dormir. Además, no creo que sea tan malo como suena.

—¡Ja! No tanto, en realidad, en estos tiempos, vigilar a alguien sin su consentimiento previo se llama acoso.

—Oh, en ese caso... Cédeme el permiso de acoso previo —Me quedé en blanco, con la boca y los ojos bien abiertos—. Bromeo. Es solo que tienes una bonita expresión. Creo que debo sorprenderte más a menudo. —Suspiró—. Me gustaría poder existir de verdad.

Guardó silencio, empezaba a acostumbrarme a él, pero todavía no a sus repentinos comentarios que solo terminaban por avergonzarme o deprimirme en algún sentido.

Tuve el tiempo necesario para recapacitar en lo ocurrido, puesto a que todavía lo recordaba con claridad. Hasta pude percibir la reanudación del dolor grabado en mi brazo por culpa del títere, y también, la agradable sensación de los labios de Ashton sobre mi frente. Me resultó irónico pensar que hubiese logrado atontarme más de lo que ya estaba.

En tan solo un par de minutos cruzamos el pueblo. Avizoré el lago y las pequeñas embarcaciones tratando de reposar quietas sobre el agua turbia. El chubasco había causado ese efecto.

Llegamos al muelle. No supe la razón por la que me había llevado a él, y fue al ver la vieja caseta donde solían vender cebo, cañas, entre otros materiales para pesca, que intuí a qué se debía. Había otras cuantas islas más, pero apenas pisé los tablones con fervor, me apresuré a refugiarme bajo el techo más cercano.

No era por Ashton, pero después de las veces que había surcado el cielo, seguí sin ser capaz de sentirme completamente tranquila. Al menos, no luego de recordar aquella pesadilla en la que caí, directo al suelo y sin freno alguno. Y me preguntaba por qué habría de soñar que trepaba un trapecio y me venía abajo. ¿Premoniciones? La sensación todavía podía sentirse tan clara que me revolvía el estómago.

Me apoyé sobre el tablero más largo y examiné el puesto de cebo por dentro; redes de pesca colgaban de percheros y caían como cascadas, formando montones que cubrían gran parte del suelo.

—Definitivamente no puedo dejarte sola. —Lo escuché mencionar.

—¿Qué dices? —Volteé hacia él.

—El pañuelo.

—Ah, eso... El hombre grande lo espantó —contesté. Lució aliviado, aunque no del todo. No cabía duda alguna que lo había visto después de que el títere lo dejara olvidado y huyera. Era fácil suponer que hizo presencia en la estación. Miré en esa misma dirección; el cielo había dejado de iluminarse a causa de las olas de fuego, y podía escuchar las sirenas de los carros de bomberos perderse en la lejanía.

Enajenada, esperaba que estuviesen bien.

—¿Qué sucede?

Me senté sobre el tablero.

—¿Quién era el hombre? Supo que estabas ahí.

—En el circo, muchos éramos grupos familiares, algunos más numerosos que otros. Milo, el hombre grande y dueño del mono, era el padre de Eloísa —explicó—. Es fácil reconocerlo, la reacción de Mango debió delatarme. Digamos que esa era su forma de saludo hacia mí. Además, le gustaba tomar objetos y esconderlos en algún sitio.

—¿Y solo era así contigo? —sospeché, sin poder ser capaz de ocultar la risilla que no tardó tiempo en escapar.

—Sonrisa astuta, deja de burlarte —ironizó.

—No me rio de ti, me rio contigo.

—Claro. —Se incorporó junto a mí y siguió mirándome.

—¿Qué?

Alzó la mano hasta rozar los dedos en mi mentón.

—Tus labios... —Se pasmó, o eso creí, cuando con delicadeza desplazó ese mismo tacto por mis cabellos empapados, continuó por la tela sobre mi brazo hasta detenerse en mi mano—. Estás helada —añadió. Durante todo ese tiempo no pude dejar de mirarlo con curiosidad, tal y como el a mí. Contuve la respiración y luego hice una mueca cuando me apretó la palma.

Por su puesto, la confusión se plantó en su rostro y enseguida me soltó.

La serenidad se esfumó de su rostro del mismo modo que observé mi mano astillada; parte del rojo vivo resaltaba, los pequeños trozos de madera habían logrado ingresar en la piel. Pero, las astillas no fueron lo que más me preocupó, si no, el grotesco anillo de plata con una exagerada piedra turquesa que yacía ostentoso en mi dedo anular. Alrededor tenía grabados como rayos.

No era mío, razón por la que tampoco podía ser más feo.

—¿Esto es tuyo? —pregunté.

—No. El títere debió... ¿Te lo puso él? —Sonaba confundido y su expresión meditabunda lo reflejaba bastante bien.

Tuve una especie de sacudida rencorosa al recordar la escena.

—Pues, yo no carezco del curioso gusto por los anillos gruesos de piedras ostentosas, y mucho menos adornados con rayos. No me lo pondría yo sola.

Despavorida lo observé tomar mi mano con mayor cuidado.

—No son rayos, son zetas —aclaró.

—¿Zetas?

—La representación del sueño.


 ✷ ✶ ✷


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