Destinos de Agharta 1, Calipso

By AnnRodd

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Ansiosa por tener una nueva vida, Calipso, la supuesta diosa del agua, huye de su templo con un sucio e hilar... More

Notas
1. Calipso
2. Odín
3. Liuberry
4. Fyrisse
5. ¿Quién eres?
6. Ojo de liebre
7. Aptitudes de guerrero
8. Un odre vacio
9. La esencia de una diosa.
10. Diminutas pastillas de jabón

11. Corte de cabello

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By AnnRodd


Calipso salió de los baños, tratando de apartar el cabello mojado de la túnica nueva. Lo mantuvo sujeto con las manos y siguió escurriéndolo aún en la calle. Retuvo un suspiro y buscó con la mirada a Odín en medio de su aturdimiento por el robo y la perdida de la noción del tiempo. No sabía cuánto había tardado en bañarse, pero, cuando pasó un larguísimo rato y no vio a Odín por ningún lado, se dijo que la hora pactada todavía no había pasado.

Quizás no tenía que apurarse en las piscinas, quizás no había turnos o grupos pactados. Quizás podría haberse tomado su tiempo, tranquila, si después de todo iban a robarle igual.

Se quedó parada cerca de las puertas, sin animarse a alejarse demasiado, y captó la mirada de la señora gorda que cobraba. Estaba analizándola y Calipso tuvo que girarse hacia otro lado para no tentarse a devolverle el visto. Ese gesto se le hizo extraño y, sin saber bien por qué, comenzó a pensar que quien le había robado habría sido ella.

Torció el gesto y por un brevísimo instante, consideró ir a reclamarle. Pero no tenía pruebas y al final podría haber sido ella como cualquier otra mujer, por lo que se quedó callada, dándole la espalda hasta que Odín apareciera.

Mucho después, cuando comenzó a preocuparse por él y a maquinarse lo peor, como que él la había abandonado en los baños, a sabiendas de que no podría regresar, para quedarse con todas sus joyas, alguien le tocó el hombro.

Dio un brinco enorme y retuvo un grito. Entre toda esa paranoia, creyó que querría robarle de nuevo, pero esta vez cara a cara.

—¿Si quiera te escurriste el cabello? —preguntó un hombre de pelo rubio y mirada brillante que dejó a Calipso muda por un segundo. Por supuesto, un momento después, reconoció sus ojos miel en un rostro sin barba.

Odín se veía muchísimo más joven y no solo el baño le había dado un aspecto alineado y prolijo, si no que la barbilla afeitada lo hacia parecer alguien de alta cuna. No parecía un ladrón ni mucho menos un guerrero. Se había atado el cabello largo en la nuca y la ropa limpia de lana y cuero estaba cuidada por completo.

Calipso abrió y cerró la boca varias veces, pues estaba estupefacta. No podía relacionar al Odín sucio con ese, que parecía un comerciante con un alto sentido de la higiene. La sonrisa burlona de Odín no era lo que ella esperaba en verdad que fuera. Sin toda esa barba, la curva de sus labios era atractiva. Él era atractivo, en una forma curiosa. Y esa sonrisa, ahora que la miraba bien, más que burlona era... encantadora.

—Calipso —insistió Odín, chasqueando los dedos delante de sus ojos.

—¡No pude secarlo bien! —contestó ella de golpe, retomando el hilo de sus pensamientos—. No me alcanzó la manta y me robaron la túnica y...

—Te la robaron —repitió Odín, frunciendo los labios con insatisfacción y Calipso boqueó como una idiota al verlo. ¿Esa mandíbula había estado debajo de toda esa barba asquerosa de alambre?—. Perfecto.

«Sí, perfecto», pensó ella, sin dar crédito realmente a lo que su cerebro maquinaba de forma inconsciente.

—No fue mi culpa —se excusó, para Odín casi como para sí misma.

—No, claro que no. Debí haberlo supuesto. —Tomó su muñeca y la sacó de allí a rastras—. No tengo más dinero encima, así que deberás soportarlo hasta llegar a la casa. Tengo unas mantas allí y puedes ponerte el otro vestido. Y tu cabello...

Siguiéndolo a trompicones, ella volvió a apartarse el cabello mojado de la ropa.

—Se está poniendo duro —murmuró—. No pude lavarlo bien y...

—Deberías cortarlo. No, deberíamos no. Lo cortaremos.

Doblaron en la primera calle y ella jadeó.

—¿Cortarlo?

Él le sujetó la mano, de pronto, y Calipso cambió el jadeo por un respingo nervioso. Odín solo pretendía apartarla del camino de una carreta, pero cuando la pegó a su lado y le vio el rostro rojo, frunció el ceño.

—Está excesivamente largo. Podrías tenerlo por la mitad de la espalda sin problemas. ¿En serio te preocupa tanto? Tampoco es para ponerse así.

Calipso miró su cabello y luego sus manos. No sabía por qué estaba tan nerviosa, pero optó, como él, por creer que era por el cabello. Con esa agua sucia y ese poco jabón había quedado tal vez peor que antes. Necesitaba algo que lo tratara mejor, y en ese sentido Odín tenía razón. Si no iba a poder cuidarlo, tener tanto pelo era una carga.

Y debatir mentalmente sobre ello era, claramente, mejor que preguntarse por el vuelco en su corazón cuando la tocó.

—¿Y cómo lo cortaremos? —musitó.

—Con mi espada, obvio —replicó él, tirando de su mano hacia otra dirección.

Odín se encogió de hombros mientras ella tragaba saliva. Esta vez, fue más fácil ignorar sus manos. La idea de la espada no le gustaba para nada.

—Pero...

—Luego venderemos el cabello. Con lo que ganes por él te comprarás otro vestido, ¿no es una buena idea?

Tenía un punto a favor, pero seguía temblando al pensar en la espada de Odín cerca de su cuerpo. Tomó airé y lo dejó salir lentamente cuando llegaron al callejón que llevaba a su casa. Tenía que tranquilizarse y entender que eso sería lo mejor. El cabello volvería a crecer algún día, cuando pudiera cuidar de él.

Odín la dejó pasar primero y ella subió las escaleras de la casa con frío. El pelo había mojado todo el vestido. Así iba a enfermar rápidamente.

—Vamos, hagamos esto rápido. —Odín le indicó que se sentara en la mesa. Incómoda, ella obedeció, apoyando el trasero en la endeble superficie de madera—. Tienes que quedarte muy quieta, ¿sí? Podría cortarte el cuello por error —rió entonces, divertido con el chiste que a Calipso no le dio ni un ápice de gracia.

Cerró los ojos cuando escuchó la espada cerca de su espalda, pero el escalofrío fue causado por los dedos de Odín preparando su cabello para el acto. La tocó con cuidado, como si ese feo cabello arruinado fuese muy delicado, y separó los mechones mojados, estirándolos correctamente.

Abrió los ojos como platos cuando su mano rozó su espalda mojada y contuvo el aire, confundida por la sensación. Odín ya la había tocado antes, alguna vez, ¿por qué ahora la ponía nerviosa?

Seguro era por la espada.

—¿Lista?

Claro —dijo con la voz seca, volviendo a cerrar los ojos mientras una parte de su mente le decía que cuando le tomó la mano no había espadas que la asustaran.

Odín pasó el filo por detrás de la manta de cabello espeso y lo mantuvo tirante. Cortó de un tirón y sin problemas en menos de dos segundos y Calipso exhaló bruscamente cuando él se alejó, festejando.

—Perfecto —exclamó Odín, con una de sus risas.

Calipso hizo un mohín y se llevó las manos a la espalda.

Oh, mi... diosa... —gimió, cuando sólo encontró el cabello a la altura de su cintura.

—Oh, sí, —bromeó él, levantando la cola de caballo de más de cincuenta centímetros de largo—. Para no haber chocado mi espada en un buen tiempo, sigue estando muy filosa eh. Descuida, la limpié del último ladrón que corté antes de rebanarte la cabellera.

—¡Has cortado mucho! —murmuró ella con la voz ahogada, olvidando por completo el filo, los ladrones, sus manos y cualquier otra cosa.

—¿No se siente más liviano? —murmuró él, inclinándose hacia ella con una sonrisa genuina en sus recién descubiertos labios—. Esto pesa. —Y sacudió un poco el cabello recogido.

Oh, mi...

—Oh, —volvió a reír él cuando ella empezó a gritar.

Calipso se mantuvo sentada en la mesa todo ese rato. La habitación era un asco y no sabía por dónde empezar. Sabía que tenía que limpiar un poco todo eso por sanidad, pero nunca había limpiado y tenía serias dudas con ciertas cosas puntuales.

Arrugó la nariz, pues ni siquiera el aire que entraba por la ventana ayudaba a menguar los aromas que había en esa casita.

Odín había ido a cambiar el cabello por dinero y luego por otro vestido. Decía que, si ella lo intentaba por su cuenta, iban a estafarla. Estuvo de acuerdo con él, ya que en verdad no tenía ni idea de cómo negociar con alguien y seguramente iban a pasarle por encima como en el baño con su camisón y chaqueta.

Suspiró, sintiéndose patética e inútil. Su primer día en la ciudad había sido un poco desastroso. Era la diosa del agua y no era capaz de vender un poco de cabello o de impedir que le robaran. Además, no había podido aclararle a Odín cuál era su máximo permitido en el corte de cabello. Era simplemente patética.

Miró a su alrededor entonces, sabiendo que si no podía ser capaz de limpiar eso lo sería aún más. Se puso de pie y comenzó a recoger lo primero que vio en el suelo. Apiló unos vasos y unas jarras en la mesa y levantó unas mantas sucias con la punta de los dedos. Seguramente, en algún sitio, había alguna fuente o río para lavar la ropa, así como los baños públicos, por lo que apiló esas mantas y la capa que ella había traído desde su palacio en un rincón para ir a buscar ese lugar al día siguiente.

Cuando no supo qué más hacer, volvió a quedarse sentada en la mesa. A medida que el sol bajaba, más frío sentía. Se había cambiado el vestido mojado por el otro nuevo y lo había colgado por la ventana, que dejaba ver el mar, a unas cuántas casas más allá, pero eso no impedía que tuviera ganas de taparse con algo. Por supuesto, no pensaba tocar las mantas sucias de Odín por nada del mundo.

Lo bueno era que su cabello recientemente cortado se ajustaba a ese entorno climático mejor que antes. Se estaba secando y tampoco estaba tan duro como el resto del cabello que había dejado ir.

Se preguntó, entonces, qué haría a partir de ese momento. Si bien había pagado su renta y gestado un nuevo trato con Odín, quedarse encerrada en la casa esperando a que él regresara no parecía ser un buen plan para el resto de su vida. Ni siquiera las esposas lo hacían en Liuberry o en Terranova, pues usualmente las mujeres trabajaban y tenían sus propios negocios. Sin embargo, ella no había pensado, para nada, de qué iba a vivir.

Bajó la mirada hasta el escondite en el suelo de Odín. La silla seguía encima, donde él la había dejado. Sabía que no sería capaz de levantar las tablas de madera por sí misma, así que no se apuró a chequear que estuvieran ahí. Esas joyas eran justamente lo que había llevado como único plan y, si Odín calculaba que con más de 100 monedas de oro podía vivir y alimentarse por un año entero, pensaba que el valor de sus objetos debía permitirle buenas oportunidades.

El tema era, otra vez, qué haría con ellas.

—Tú no hubieras podido sacar nada con esa cosa —dijo Odín, un rato después de que ella se devanara los sesos pensando, abriendo la puerta y apareciendo por las escaleras—. Toma —Calipso apenas tuvo tiempo de girarse y atrapar torpemente dos túnicas nuevas y secas, más una capa tejida a telar—. Esa última salió más cara de lo que gané por tu cabello.

Calipso extendió la capa con las manos. Era de lana trenzada, con un diseño tosco en tonos tierras, muy artesanal y gruesa.

—Se ve muy bien. ¿Cuánto salió?

—La mujer quería vendérmela a cinco monedas de bronce —bufó él, estirando los brazos al entrar al cuarto—. Una estafa, ¡cinco aes, por favor! Tú hubieras pagado por eso.

Ella hizo una mueca. No le había contado que directamente le robaron una moneda de plata por un pedazo de jabón de más.

—¿Cuántas cosas más hubiera hecho mal? —le preguntó entonces Calipso, de forma retórica, bajando la capa hacia su regazo. Sabía muy bien que Odín podía enumerar cuarenta cosas al menos. Ella también y ya se sentía bastante mal, por lo que no le agradaba que se lo repitiera en la cara cada cinco segundos.

—Eres una muñequita, Calipso —replicó Odín, leyendo claramente su mirada. Se inclinó hacia ella y la chica se echó para atrás, un poco intimidada por su mirada—. No estás capacitada para sobrevivir aquí sola aún.

—¿Y entonces?

—Entonces —Odín se alejó y caminó resueltamente hacia la cama—. Entonces tú y tus joyas se quedarán dentro de esta casa hasta que puedas imitarme. Antes de manejar ese dinero tú sola, tienes que saber qué es lo que vale realmente y qué puedes conseguir con ello.

—¿Y qué pasará si se termina el dinero antes de que aprenda?

Odín se sentó en la cama y estiró las piernas sobre ella. La miró durante un momento antes de encogerse de hombros.

—Pues depende de ti —murmuró—. Si pasas un año aquí, el pago de tu renta ya realizado, y no aprendes, tendrás que seguir pagando o mudarte. O puedes ir a buscar un trabajo y aprender por tu cuenta —añadió, encogiéndose de hombros.

—¿En qué podría trabajar? No sé hacer nada —le recordó, esperando alguna sugerencia.

—Problema tuyo también. Yo tengo mis propias cosas de las que preocuparme. Tengo que entregar la joya que le robé a la diosa del agua mañana y luego tendré otros trabajos, te imaginarás que incluso podría ausentarme días o semanas y estarás sola.

Curiosa por ese dato, ella se bajó de la mesa.

—¿A quién le vas a entregar mi collar? —preguntó, acercándose a la cama.

—Eso no importa. —Odín se levantó de un golpe, de forma ágil—. Lo que sí importa es que deberás arreglártelas para mantenerte. Puedes vivir aquí, pero como te decía —Abrió los brazos para señalar la habitación—, yo paso poco tiempo en este sitio y sobrevivo de formas que no podrías adoptar. Vivo día a día, no tengo un futuro definido. Si lo que tú buscas es un futuro, mejor que vayas pensando qué hacer con él. Yo no puedo decírtelo ni sugerírtelo —agregó, acercándose y plantándole un dedo en el pecho—. Es cosa tuya, niña. Tu decidiste esto, así que... es tú problema.

Calipso retrocedió suavemente y asintió con la cabeza, aferrando aún sus ropas nuevas y sencillas.

—Dije que quería ser libre y lo entiendo —respondió—. Para ser libre tengo que ser responsable de mí misma.

—Exactamente. Yo no seré responsable de ti, ¿está claro? —Odín sonrió de forma amistosa, sin burla en sus labios, y Calipso le devolvió la sonrisa.

—Sí.

Él le guiñó un ojo y fue hasta el hogar para prender un fuego. Mientras lo hacía, ella se quedó viendo su espalda.

Tenía una forma muy particular de señalar las cosas y de cierto modo estaba agradecida por ello. Comprendía muy bien de qué se iba a tratar todo a partir de entonces y aunque lo había pensado por sí misma, agradecía que fuesen claros y se comunicaran bien. Al final, él la había sacado de ese palacio y le había dado asilo en su propia casa. Podría decir que era un hombre de negocios, pero sí tenía una personalidad amable.

Infló el pecho y se giró hacia la ventana. Podría quedarse allí, pero todo iba a depender de ella, por lo que sí debería planificar qué iba a hacer a continuación. Sus joyas le pertenecían e iba a tener que aprender a empeñarlas antes de que Odín lo hiciera por su cuenta.

—Qué bueno que comprendieras todo —soltó él entonces, levantándose y dejándole ver el fuego creciente entre los troncos negros del hogar—. Porque ya he sido niñera durante unos cuantos días y no me ha gustado tanto.

Calipso puso los ojos en blanco, algo que sin dudad había adoptado de él, y dejó sus cosas en la mesa.

—No ha sido para tanto. Soy una niña buena. Y tampoco creas que soy idiota.

—Jamás una niña buena podría traer tantos problemas —se quejó Odín—. Y no dije que fueras idiota. Pero, en serio, ¿por qué cambiar la comodidad de un palacio por esto?

Ella suspiró y abrió los brazos tal y como él antes para señalar el cuarto.

—¡Por esto mismo! —exclamó—. Para poder ser como tú, para poder hacer exactamente lo que quiero. —Cerró los brazos y los apretó en torno a su pecho mojado—. Nunca me dejaron decir lo que quería comer, decir o hacer. Era prisionera de un nombre. Ahora, como has dicho, estuve pensando qué iba a hacer. Incluso antes de que me vinieras con esta charla.

Odín se rascó la barbilla y atrajó la única silla, la que había dejado tapando las maderas del cubículo secreto, para sentarse a verla.

—Aja... Y... ¿entonces? ¿Qué quieres hacer? Porque, convengamos que durante todo el viaje has tenido dudas y si tu mayor preocupación era ser prisionera de un nombre —Odín arqueó las cejas, mientras reflexionaba, y ella tragó saliva—, ¿qué te hace creer que has dejado de serlo? A mi parecer, sigues siendo Calipso.

Ella miró brevemente a cualquier sitio que no fuera él. Lo pensó durante un instante y luego negó.

—¿A qué te refieres? Aquí ya no están pidiendo nada de la diosa Calipso. Nadie está alrededor mío saltando, gritando y exigiéndome cosas y responsabilidades —le recordó, como si fuese obvio. En realidad, ahí estaba solo él pretendiendo obligarla a reflexionar sobre cosas que no quería.

Entonces, se dio cuenta de que tan rápido se había olvidado de la gente que había muerto en Asos una vez entró a Devanna y se vio enloquecida por su futuro soñado. Titubeó y él notó enseguida su vacilación.

—Bueno, ya te dije, es a mi parecer —contestó, encogiéndose de hombros y alzando las manos para sacarse las culpas—. Que nadie esté a tu alrededor intentando lamer tus sandalias no hace que dejes de ser Calipso —puntualizó, mirando el techo—. ¿O no? —dijo, entonces, mientras ella fruncía el ceño y retenía las ganas de golpearlo por hacerla dar vueltas sobre su identidad otra vez—. ¿O sí? Bueno, no lo sé en realidad. Porque, si lo pensamos así, tú nombre es Calipso porque no tienes otro, y eres la única persona con ese nombre y ese nombre es el nombre de una diosa —añadió, bajando la mirada. Mientras ella hacia una mueca.

—Si dices "nombre" una vez más... te golpearé —musitó.

Odín aguardó un segundo y luego se echó a reír de forma estruendosa. Se golpeó la pierna y hasta se secó unas lágrimas que le bajaron por la mejilla.

Mientras ella apretaba los labios e inflaba los cachetes, el muchacho se descostillaba de su amenaza. Por supuesto, eso la ofendía más que sus burlas, pero como no se atrevía realmente a golpearlo, se limitó a tomar uno de los tantos objetos que había recogido del suelo y se lo lanzó a la cara.

—¡Ya basta! —se quejó, cuando el jarrito de latón le pegó en el pecho.

Odín alzó las manos para pedir tregua antes de que ella agarrara una cajita de madera vieja y asintió con la cabeza.

—Perdón, perdón —gritó, todavía riéndose, pero ahora de forma contenida—. Pero vamos, tu sabes que... no matarías a nadie.

—¡Soy la diosa del agua! —le espetó Calipso, finalmente arrojándole la cajita, que él esquivó tirándose al suelo—. Puedo matar a mucha gente.

Él se irguió y la apuntó con el dedo.

—Pues ahí está, ¿no te das cuenta? —dijo, con la cara colorada por retener las carcajadas—. Piénsalo muy bien —siguió, blandiendo el dedo índice—. Porque que tú te esfuerces en desligarte del significado de tu nombre no hará que dejes de ser quién eres. —Entonces, él dejó de reír, se enderezó y se acercó hasta ponerle ese dedo en la frente—. Si eres la diosa del agua, linda, da igual en quién intentes convertirte. Tampoco importa dónde vivas y qué ropa uses. No tendrá sentido cortarte el cabello o incluso cambiarte el nombre. Si eres la diosa del agua no vas a poder escapar de ella. Calipso y su magia te perseguirán a dónde quiera que vayas. ¿No has pensado, al fin y al cabo, que si el poder está dentro de ti no tienes a dónde correr? —Calipso abrió la boca para decir algo, pero nada salió. Sentía la garganta seca y, aunque Odín estaba diciendo todo eso con un sostenido tono agradable y bromista, ella sentía el peso de las palabras como si fueran frías y afiladas—. Mejor piensa si no estás corriendo en círculos.

Odín pasó de ella y bajó las escaleras para salir de la casa, sin más, y Calipso se quedó allí, aún con frío y con la gravedad del discurso causándole temblores y frustraciones.

¿Estaba corriendo ya en círculos?  

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