10. Diminutas pastillas de jabón

31.3K 2.7K 219
                                    


Devanna era imponente

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Devanna era imponente. Calipso jamás creyó pisar un sitio tan enorme y poblado como ese. Si había pensado que el puerto y el pequeño pueblo de Temple, que rodeaba su palacio, tenían actividad, o que Fyrisse era un lugar grande, pues... ¡qué equivocada había estado! ¡Cuán poca idea tenía del mundo!

Tuvo que forzarse a cerrar la mandíbula cuando Odín se alejó un poco de ella y un citadino estuvo a punto de arrollarla.

—Muévete, campesina —le gruñó el hombre.

Asombrada por su poca amabilidad, se acordó del hombre desconfiado del campo. Entendió que ese señor había sido desagradable con ellos pensando que eran ladrones, pero sí que no comprendía la necesidad de ese hombre de ser tan maleducado.

Y... ¿Campesina?

—Vamos, campesina. —Odín apareció para tomarla de la manta de lana. La apartó del camino de una carretilla y ella chocó contra su costado—. Tenemos que movernos o van a empujarte de vuelta hasta el campo.

—¿Y a dónde vamos ahora?

—Oye, creo que habíamos quedado en que yo te traía hasta aquí y tú me dabas tus joyas, ¿lo recuerdas? —terció Odín, apartando a otro señor antes de que pudiera, siquiera, intentar empujarlos.

Ella abrió la boca una vez más, abrumada por todo lo que estaba viendo. Si Odín la dejaba allí, no iba a poder sobrevivir por si misma ni una sola semana.

—E-espera —balbuceó, tirando de su brazo, ignorando el asunto de las joyas al instante—. ¿Me dejarás? ¿Ya?

Odín se detuvo y le miró los ojos azules dilatados. Una sonrisa divertida se formó en sus labios cubiertos por la densa barba.

—¿Tienes miedo, diosa?

Ella miró de reojo a su alrededor. No sabía si era exactamente miedo, pero si encontraba que era un sitio demasiado intenso para ella. Había estado emocionada por llegar a ese lugar, pero no había imaginado el bullicio y el lío que sería siquiera avanzar unos pocos metros. ¿Y qué tan grande sería Devanna, entonces? Seguro que no había visto todo.

Y... además, ¿cómo sobreviviría si le daba sus joyas a él? Eso sí que le daba miedo.

—No puedo darte mis cosas —le espetó, aferrándose a su brazo, por si pensaba salir huyendo de ella—. Yo te prometí la estrella. Jamás hablamos de mis joyas.

—Sh —la acalló Odín, agarrándole la mano. Como no se la soltó, Calipso se relajó por un segundo—. Sabemos que no sabes dónde está la estrella y que tienes que pagarme con otra cosa.

—Sabemos que me sacaste de ahí por lástima —le urgió Calipso, agachándose a tiempo para esquivar a una señora que llevaba un canasto gigante sobre su cabeza—. Porque eres buena persona y no querías verme sufrir ahí el resto de la vida.

Destinos de Agharta 1, CalipsoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora