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By CreativeToTheCore

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Segundo libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Enigmátic... More

✿ S I N O P S I S ✿
A D V E R T E N C I A
R E P A R T O
C1: Dispar.
C2: Peculiar.
C3: Disminuir.
C4: Fanáticos.
C5: Eventualidad.
C6: Buitres.
C7: Fontanería.
C8: Recapitular.
C9: Tempestad.
C10: Destructores.
C11: Lectores.
C12: Deambuladores.
C13: Técnicas.
C14: Paranoia.
C15: Voltaire.
C17: Cafeína.
C18: Regresar.
C19: Atizar.
C20: Líos humanos.
W A T T P A D E R S
C21: Petrolíferos.
C22: Guayaba.
C23: Jökulsárlón
C24: Insospechado.
C25: Volar.
C26: Hasta pronto.
C27: Química avanzada.
C28: Oxígeno.
C29: Eres y serás.
C30: Ríete.
C31: Latiendo.
C32: Hoy.
C33: Magia.
C34: Aurora Boreal.
C35: Poético.
C36: Significar.
C37: Marcapáginas.
C38: Extraviado.
C39: El coco.
C40: Escenificar.
C41: Flujo sanguíneo.
W A T T P A D E R S
C42: El apunte perdido.
C43: Incandescencia.
C44: Tan bien y tan mal.
C45: Sábados.
C46: Código arcoíris.
C47: ¡Luz, cámara, acción!
C48: Brújula.
C49: Leamos.
C50: Serendipia.
C51: Amor al cubo.
Epílogo
¡Agradecimientos + aviso!
¡Oh, casi lo olvido!
CAPÍTULO EXTRA

C16: Hiperventilar.

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By CreativeToTheCore

—La señora MacQuoid me pidió que verificara algunos datos, eso es todo —dice con una sonrisa despreocupada, renstándole importancia.

—Pero tú eres contador, Corbin —señalo mientras él se inclina y presiona un botón del elevador. Comenzamos a subir y él mira el expediente entre sus manos antes de clavar sus ojos acaramelados en los míos y aflojar su corbata—. ¿Qué tiene que ver un hombre de números con asuntos administrativos relacionados conmigo? —Río sin comprender.

 —Creemos que hubo un problema con tu cuenta bancaria y la paga del mes. —El ascensor se detiene y las puertas se abren dándonos la bienvenida a un extenso pasillo. Él me hace un ademán para que salga de la caja de metal y a continuación lo hace el Doppelgänger de Travis Kelce—. Sé que no llevas ni una semana trabajando aquí, pero se paga por adelantado. Insisto en que no debes preocuparte, tengo todo controlado y pronto verás los números que tienes en el banco subir —asegura.

No es como si quiera verlos subir o lo necesitara. Tras la muerte de mi madre quedó a mi nombre absolutamente todo: la casa, el auto, el departamento en Nueva York y varios millones en el banco contando lo del seguro de vida. Y, hasta ahora, todo sigue intacto, cada centavo.
Bill me adoptó tras lo que ocurrió y él cubrió todos los gastos desde que tuve once años hasta ahora. No tocó ni pidió absolutamente nada para mantenerme, él se hizo cargo con la idea de que yo era la única que podía usar el dinero cuando tuviera conciencia y la edad suficiente como para sacarlo del banco. Aún ahora, a más de medio año desde que cumplí dieciocho, no me he atrevido a sacarlo.

Por eso trabajé como niñera cuando era adolescente cuidando al hijo de Joe y, exactamente por lo mismo, tengo un trabajo distinto ahora.

 —Nosotros compartimos oficina, no sé si alguien te lo ha dicho ya —informa el hombre de traje mientras caminamos a la par y nos detenemos frente a una puerta que, al abrirse, deja al descubierto un gran espacio con una vista panorámica increíble—. Espero que te guste.

Me adentro con emoción y examino cada rincón del lugar, tocando cosas que no tendría que tocar y abriendo gavetas que no debería abrir.  Entonces mis ojos caen en lo que creo que es mi nuevo escritorio, uno que está enfrentado al de Corbin.

—Sé que no tendría que haberlo hecho, pero me tomé el tiempo de leer todo el expediente a pesar de que lo único que tenía que mirar era lo relacionado con el banco —confiesa a mis espaldas, aún en el umbral de la puerta. Dejo de arrastrar las yemas de mis dedos por la superficie de cristal y espero a que continué—. Tu madre figura como fallecida, lo siento por eso.

—Eso ocurrió hace mucho, no debes disculparte —aseguro tras tragar. Me giro para encontrarlo y sonrío con cierto pesar y curiosidad—. ¿Por qué leíste todo el expediente? 

—Quería saber un poco más de ti. —Se encoge de hombros.

—En ese caso solamente necesitas preguntar, soy una persona muy transparente y abierta —reconozco dejándome caer en mi nueva silla giratoria.

Él se tome un minuto para asentir y adentrarse en la oficina. Deja las carpetas sobre su propio escritorio y se apoya en él antes de arremangarse la camisa hasta los codos. Kansas se moriría si lo viese, tengo que enviarle una fotografía por WhatsApp.

—¿Estaría abusando un poco de tu oferta si pregunto cómo murió tu madre? —inquiere clavando aquellos ojos en los míos. Diviso un brillo de incertidumbre y algo más allí, algo que no soy capaz de descifrar. 

—¿Por qué querrías saber eso? Es morboso. —No puedo evitar que una risa trepe por las paredes de mi garganta—. Podrías preguntarme acerca de cuál es mi comida favorita o cómo llegué hasta aquí. —Hago un ademán al lugar mientras giro en mi silla—. Esa en una buena forma para empezar a conocer a alguien, ¿preguntarle directamente por su madre que murió en un accidente automovilístico? No, así no lo hace la gente normal.

—Accidente de coche —reitera pasando por alto todo lo demás—. ¿Y tú estabas ahí? —indaga antes de meter sus manos en los bolsillos del pantalón de vestir, su voz tornándose un poco más suave.  

Tomo una bocanada de aire en cuanto la oración llega a mis oídos y me lleva a dar un paseo en el pasado. Sonrío con cierta nostalgia y asiento, una y otra vez. 

                                                                                                   Siete años atrás...

Mi cabeza duele, duele un montón. Intento abrir los ojos pero al principio no puedo, mis párpados se sienten tan pesados como mis piernas y mis brazos. No me puedo mover.
Estoy ensordecida y mareada, mis pulmones parecen no recibir tanto oxígeno como necesitan mientras mi corazón bombea con fuerza en mis adentros y golpea desgarradoramente mi pecho. No sé qué está mal, no puedo recordar nada, el dolor me está consumiendo y borrando todo lo demás.

Intento incorporarme y mis huesos crujen. Grito con fuerza, y a pesar de que no sale nada de mis labios, mi garganta arde mientras lo hago y mis mejillas se humedecen en cuanto la tortura de la acción incita a mis lágrimas a salir. Logro sentarme y lloro, lloro porque no puedo ver nada más que oscuridad y no logro oír nada más que un zumbido agudo y ensordecedor. Lloro porque pienso que ya no podré volver a ver ni a oír. 
Entonces, con cada segundo que pasa, mi visión se vuelve más clara y los sonidos comienza a llegar. La agonía se extiende con el tiempo como si no tuviera límite, como si fuera infinita, y es en medio de la aflicción donde soy capaz de pestañear para alejar las lágrimas y enforcar mis ojos en el auto volcado a un lado de la carretera, a metros de mí.

—¿Mamá? —susurro sin aliento, haciendo el esfuerzo de poner de pie. 

Sin embargo, no puedo.

Noto la sangre que me rodea en el asfalto y se me cierra el pecho, lloro y le pido a mamá que conteste, pero no lo hace. Hundo mis manos en mi propia sangre en el piso e intento levantarme otra vez, pero mis piernas no ceden ante el esfuerzo. Comienzo a arrastrarme, comienzo a ser presa de un montón de escenarios que mi cerebro crea para atormentarme mientras clavo mis uñas en pavimento y me impulso hacia el coche. 
Estoy sola en medio de la carretera, en mitad de la noche y sumida en la penumbra a excepción por uno de los faros del auto que aún sigue intacto.  

Grito en cuanto los cristales hechos añicos del parabrisas y las ventanas se clavan en mis palmas y antebrazos, en mis piernas desnudas y en mi rostro cuando me quedo sin fuerza y colapso contra el piso. 

—¿Zoe?—La voz quebrada de la mujer me acelera el corazón e intento moverme, pero no puedo, estoy demasiado cansada, demasiado adolorida como para siquiera seguir respirando—. ¡Zoe, ¿estás bien?! ¡Zoe, por favor, contéstame!   

Su voz me impulsa a fijar mis manos sobre los vidrios e intentar incorporarme. Mis brazos tiemblan con fuerza mientras lloro ante la desesperación y el desazón de llegar hasta ella. Lucho contra mi propio cuerpo, contra la debilidad y fragilidad que lo envuelve. Me parto en uno y decenas de pedazos más para cuando logro estar sobre mis zapatos y los vómitos y los mareos atacan sin piedad. 
Trago con fuerza y cojeo mordiéndome el labio para no gritar, para no asustar a mamá.

Y cuando llego a ella me quiebro, caigo de rodillas sin emitir palabra.

Creo que va a morir.

Y ella también lo cree.

—¿Estás bien, cielo? Dile a mamá que estás bien —suplica con sus brillantes ojos verdes cristalizados. 

Ella está atrapada en el auto, de cabeza gracias al cinturón de seguridad. Los vidrios y la sangre se fusionan en cada centímetro de su piel, y su cabello rojo parece más oscuro de lo que usualmente es gracias al espeso líquido que la baña. Las manos de mamá tiemblan en cuanto llega al cinturón y lo desabrocha, y es ahí cuando ahogo un llanto entre mis manos; ella cae con brutalidad en el techo del coche y soy capaz de verlo, el enorme trozo de vidrio clavado en su estómago, el que está atravesando su camisa blanca. 
Desesperada intento llegar a ella, pero lo único que logro alcanzar es su mano, la cual envuelve alrededor de la mía con fuerza.
 
—Te voy a ayudar, te prometo que lo voy a hacer—le juro desesperada y aterrada mientras miro a nuestro alrededor y grito por ayuda, por alguna clase de milagro que ambas sabemos, en el fondo, que probablemente no sucederá. Le imploro a todo, me aferro a la mínima luz de optimismo que sé que siempre está presente, pero parece inútil—. Solamente debes resistir, quédate un minuto más conmigo. Por favor, quédate un minutos más.  —Aprieto su mano y soy testigo de la forma en que sus ojos se ven empañados por las lágrimas.

—Tu esperanza es lo más hermoso que he visto en mi vida, ¿alguna vez te lo había dicho? —Sus labios tiemblan y me estremezco al notar lo aterrada que está—. Eres esperanza en su más puro estado, Zoe. —Ríe de forma agridulce y la sangre brota de su boca, haciendo retorcer mi corazón mientras me aferro a su mano con todas mis fuerzas—. Eres... eres la esencia de la felicidad, de mi felicidad.

—No te vayas, por favor —susurro en medio del llanto que hace temblar mis hombros y me destroza por dentro—. Quédate conmigo un minuto más, quédate para llevarme a la escuela por la mañana y leerme un cuento por la noche, quédate para te abrace —ruego deslizando mis ojos por su rostro, que aún en el peor escenario, luce tan precioso y cálido como siempre, como la primera vez que la vi—. Te quiero abrazar, te quiero abrazar para siempre, así que quédate. Por favor, mamá, quédate conmigo. —Lloro, lloro con impotencia y terror.

—No me puedes abrazar, cielo —reconoce, y aquellos ojos primavera me parten el alma al mirarme—, pero sé que Bill, Kansas y Malcom te abrazaran con mí. Ellos... ellos te van a cuidar, y yo también lo haré, ¿sabes desde dónde? 

—¿Desde las estrellas? 

—Sí, desde la estrellas. —Sonríe, y entonces la sangre vuelve a brotar de sus labios y también de su nariz, casi ahogándola—. ¿Puedo prometerme algo, Zoe? Promete... promete que me amarás desde aquí mientras yo te ame desde allá arriba.

—Te lo prometo, ¿y tú me prometes que te quedarás conmigo un minuto más? —musito asustada, no queriendo dejarla ir jamás.

Y entonces algo se oye, un olor envuelve el aire y sus ojos verdes se amplían con un pavor y angustia que me quiebran internamente. Ambas sabemos lo que va a pasar.

—Aléjate del auto, Zoe. —Su pecho sube y baja rápidamente mientras el frenesí inunda sus facciones y hace ir y venir sus ojos con alarma—. Aléjate, por favor, aléjate, amor —suplica.

Y antes de que me aleje ella aprieta mi mano y me mira, me mira directamente a los ojos. Yo hago lo mismo y nos despedimos diciéndonos esas dos palabras por última vez.

Y el auto explota.

—¿Zoe? ¿Te encuentras bien? —Corbin me trae a la realidad reiterando mi nombre y la pregunta más de una vez.

—Sí, solamente no me gusta hablar mucho de eso. —Me esfuerzo por sonreírle y tranquilizarlo, esperando que funcione—. Únicamente me gusta tocar el tema de los muertos si hablamos de The Walking Dead.

Sus labios se curvan y tengo la certeza que lo he despojado de su inquietud.

Sin embargo, he revivido la mía.

Eres una genio, Zoe. Me digo y aplaudo internamente.

—¡¿Te crees un caracol, Preston?! ¡Porque estás corriendo a la velocidad de uno, y yo odio los caracoles! ¡¿Sabes por qué?! ¡Porque se comen las malditas hojas de mis malditas plantas! —grita Bill Shepard con furia mientras troto hacia el campo, donde mis compañeros están corriendo de a grupos—. ¡Y me gustan mis plantas, Preston! ¡Así que no seas un caracol porque te voy a aniquilar con mis pesticidas y te enviaré de una patada hasta el Polo Norte!

Dave mi divisa desde donde está y niega repetidas veces con la cabeza mientras se cruza de brazos, reprochándome por llegar tarde. No era mi intención hacerlo, pero como siempre tras mi última clase tuve que ir por Kassian al colegio porque Kendra y Wendell están trabajando y, obviamente, no iba a dejar Larson lo hiciera. Tras eso fui a la biblioteca para sacar algunos libros de historia del arte que necesito y fui a pagar un montón de facturas.

—¡Hensley! —El entrenador grita en cuanto me ve, y cuando lo miro sé que le falta mucho que gritarme—. Ven conmigo, treinta y uno. ¡Todos los demás sigan sudando, si veo a alguno sin hacer nada le meto mi silbato por el trasero! ¡Especialmente tú, Preston! ¡¿Por qué no puedes seguir el ejemplo de Timberg?! —inquiere haciendo un ademán a nuestro capitán, que corre, salta y hace flexiones sin que se lo pidan, como toda una máquina.

Shepard me encuentra en medio del campo y contemplo su ceño fruncido y sus ojos cargados de ira. Él se acomoda su gorra de los Chiefs antes de cruzarse de brazos y clavar su mirada en mí, escudriñándome con cautela.

—¿Qué clase de juego estás jugando, muchacho? —espeta bajando el tono voz, la irritación e incertidumbre haciendo vibrar sus potentes cuerdas vocales—. Leí las anotaciones que tu antiguo entrenador dejó: no respetas los horarios de los entrenamientos, llegas tarde a los partidos, faltas reiteradas veces, te niegas a ser parte de muchas jugadas ofensivas... —enumera. Aprieto mi mandíbula y me obligo a inhalar mientras contemplo la seriedad y pizca de rabia que cubre sus facciones—.  Y no hablemos de la estupidez que hiciste el domingo, que teniendo un camino libre hasta la zona de anotación arriesgaste la jugada en un momento crítico entregándole el balón al quarterback. —Sabía que tarde o temprano iba a sacar eso a relucir, Dave me lo reiteró más de una vez, y también dijo que Shepard no es como nuestro antiguo coach, que no iba a tener indulgencia conmigo—.  Así que repito, ¿qué clase de juego estás jugando?

—El que usted me ordene que juegue, señor —replico—. Tengo una vida fuera del campo y no debo dar ninguna explicación a por qué no asisto a la mayoría de los entrenamientos o por qué llego tarde.  —Me niego a confesarle que estoy metido en demasiados problemas.

—Tendrás que hacerlo si no quieres que te saque del equipo —dice entre dientes—. Debes seguir mis reglas, Hensley. Yo no doy oportunidades a quien creo que no las merece, y si sigues siendo indisciplinado no me dejarás más opción que expulsarte. ¿Sabes cuántos chicos pelean por estar dentro del equipo? ¿Cuántos lo necesitan? 

—Yo lo necesito —señalo mascullando por lo bajo.

—Entonces demuéstralo —presiona—. Si no hubiera sido por lo de tu padre o Zoe puedo asegurarte que ya estarías reclutado en la banca hasta el fin de la temporada o peor, porque créeme cuando te digo que mi nivel de tolerancia es demasiado bajo —vuelca con honestidad.

—¿Usted qué sabe de mi padre? —Indago frunciendo el ceño, y siento una inquietud naciente en mis adentros.

Él arquea un ceja ante la demanda que se oye en mi voz.

—Lo suficiente —se limita a decir antes—, ahora únete a tus compañeros, Hensley.  

Le dedico una última mirada al hombre antes de reunirme con los Sharps. Estoy yendo en dirección a Dave cuanto siento unos dedos enroscándose alrededor de mi antebrazo y deteniéndome con firmeza. Automáticamente me zafo al ver a Larson observándome con fijeza.

—Tú y yo tenemos que hablar —murmura con una advertencia cargada en sus palabras.

—No tenemos nada de qué hablar —replico—. No discutiré nada sobre Kendra, Kassian o Wendell contigo y lo sabes. —Exhalo cansado de que siempre se interponga en medio de una familia a la cual no pertenece. Me dispongo a mantener el autocontrol y doy media vuelta listo para seguir, pero sus siguientes palabras me obligan a detenerme.

—Es sobre la nueva, sobre Zoe.

El desconcierto se abre paso en mi interior junto con un sentimiento bastante familiar, uno que rebosa de desconfianza y cierto disgusto. Me gustaría poder ignorar esto, pero tratándose de la chica de la cicatriz sé que no puedo.

—Te escucho —contesto, y él deja salir el aire retenido antes de comenzar a hablar, o mejor dicho hacer el intento dado que alguien lo interrumpe.

—La amiga de la prima del primo de mi vecino me dijo que probablemente tú ibas a tener que aguantar un sermón por lo que hiciste en el partido —Shane se entromete llegando a mi lado y poniéndose de puntillas para dejar caer su brazo alrededor de mis hombros—. No se equivocó, ¿verdad? Shepard te amenazó con meterte algo por el trasero la próxima vez.

—Algo parecido. —Ladeo la cabeza y divago aún con los ojos clavados en Khalid. Le dejo saber con una mirada que hableremos más tarde, y entonces él asiente y trota lejos de nosotros—. Comienzo a creer que tiene una obsesión con...

—¡No tengo una, sino tres obsesiones! —grita el coach haciendo sonar su silbato a todo pulmón—. ¡Uno: los benditos Kansas City Chiefs!, ¡Dos: la pasta!, ¡Y tres: hacer que mis jugadores suden como si estuvieran en el mismísimo trasero del diablo! ¡Y yo no los veo sudando, así que satisfagan a mi persona y comiencen a correr, hijos del Super Bowl y los carbohidratos! —ordena, y todos los Sharps entramos en movimiento—. ¡Sobre todo tú, Preston! ¡¿Por qué no puedes correr cómo Timberg!?

—¡Porque no soy Timberg y no desayuno batido de huevo y verduras por la mañana! —se queja el chico exasperado por la comparación mientras se tropieza una y otra vez—. ¡Yo desayuno hamburguesas!

—¡De ahora en más desayunarás lo que Timberg desayune! ¡Almorzarás y cenarás lo que tu capitán coma! ¡Debes alimentarte bien, Preston, porque de otra forma yo mismo te alimentaré por el...!

—Trasero —finalizamos Shane y yo corriendo a la par dado que el coach dejó de gritar para contestar su teléfono.

—¡¿Quién diablos me molesta en medio del entrenamien...!? —grita al móvil, y entonces se calla por un segundo—. ¿Beasley? ¡¿Por qué rayos me molestas en medio del entrenamiento?!

—¿Beasley? ¿Malcom Beasley? —inquiere Shane tornándose pálido y aferrándose a mi hombro mientras corremos para no caer—. Creo que se me acaba de paralizar el corazón. ¡Hazme RCP, Hensley! ¡Llama a Akira! —dice con ojos amplios.

—Akira podría terminar de matarte —apunto.

—¡¿Cómo que vendrán a una fiesta en el estadio?! ¡Nadie dará una fiesta en éste...! —Las palabras de Bill se desvanecen en sus labios y se frota la sienes al recordar algo—. Zoe, ¡claro que tenía que ser Zoe!

Mi interés crece al oír su nombre, y no sé en qué momento he dejado de correr y Shane ha caído de rodillas hiperventilando ante la noticia de que su ídolo vendrá a Owercity.

Y, a pesar del hecho de tengo que hablar con Larson e ir a encontrarme con mi madre hoy, reprimo una sonrisa mientras me cruzo de brazos y observo al entrenador maldiciendo por teléfono.

La chica de la cicatriz tiene ese efecto en la gente.

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