Percabeth entre mortales

Por PoseidonDescendant

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Admítanlo, nuestro mundo está lleno de mortales, por lo tanto, nos vivimos cruzando y relacionando con ellos... Más

Me humillo en la TV estudiantil
Sabios consejos de un duende latino
Es el tipo del que no es mi tipo
Un poco de amor
Película no ATP
Golpeado por chicas
Nace un Percababie.
Fiesta en la piscina
Debo prestar más atención en historia
No peleaban por mí
El vómito no es romántico
No debí interferir
Mis nuevas amienemigas
Voy a morir, y la culpa la tiene un remo
Aprendí la lección
Mi fruto prohibido
Los primeros besos apestan
Creo que hago llorar a dos chicos grandes
¡Tengo a alguien para presentarte!

Nueva en New York

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Por PoseidonDescendant

April Ross, mortal.

New York...

La Gran Manzana...

La ciudad que nunca duerme...

Llámenlo como quieran. No tiene importancia. A partir de ahora, esta es mi ciudad.

Adiós, Denver. A partir de ahora soy una newyorkina.

Puedo decir eso, ¿cierto? Tal vez existe alguna especie de ritual, y tengo que probar que soy digna de ese título, pero, ¿a quién debo probárselo? ¡No quiero ser rechazada! ¿Cómo sería si New York me rechaza? ¿Eso significaría que me sacarían de la ciudad? ¡Tal vez incluso del estado! Tendría que volver a Colorado, y no quiero hacer eso...

¡Detente April!

Estás exagerando...

De nuevo.

Todo va a salir bien.

Ahora debo enfocarme en llegar al internado, e intentar agradarle a quien sea que vaya a ser mi compañera. Después de todo vamos a dormir en la misma habitación todo el año escolar, mejor llevarnos bien.

A todo esto, ¿hace cuánto habré bajado del autobús? Seguro que hace más de una hora. ¿Por qué aún no encuentro un taxi disponible? Debo llegar a tiempo para registrarme o sino no me permitirán entrar.

Podría soltar un chiflido entonces un taxi pararía justo a mi lado, como en las películas. Solo hay un problema, no sé chiflar. Ni siquiera silbar. Lo más probable es que si lo intenté termine escupiendo en los zapatos de algún peatón.

Así que me limito a levantar la mano, como estuve haciendo durante una hora.

Finalmente, un taxi frena a unos metros. Un hombre de traje con el cabello canoso, que en ese momento salía de un hotel, se dirige hacia el taxi mientras habla por teléfono.

¡Oh no! No de nuevo.

Ya perdí dos taxis por culpa de una señora mayor y una mujer con dos bebes. Eso puedo soportarlo, pero no esto.

Así que corro...

En el camino choqué con muchas personas e hice un verdadero desastre. Por ejemplo, derramé todo el café de una chica rubia sobre el libro que venía leyendo.

¡Juro que quería disculparme! Pero si lo hacía perdería el taxi, y eso era algo que no me iba a permitir.

Cuando el hombre abrió la puerta del taxi con la intención de subir, pasé por debajo de su brazo, entré primera y cerré la puerta con fuerza. Oí un grito proveniente del exterior, había dos opciones: el señor había soltado un grito de frustración por haber perdido un taxi, o bien, le había agarrado los dedos de la mano contra la puerta. No me pare a ver cuál fue, exactamente, la razón; apenas entré en el automóvil, le di la dirección al conductor y partimos.
______________________________________

El internado era gigantesco. Me sentí completamente intimidada frente al edificio que se alzaba ante mí.

Está pasando. No estoy en mi habitación empacando mis cosas y haciendo el conteo siendo incapaz de ocultar mi emoción. Ahora es real.

Entré y caminé hacia la puerta en la que decía administración. Toqué y aguardé a que me abran, quien lo hizo fue una mujer de ojos marrones, como lo míos, estatura baja y cabello castaño.

—Pasa— dijo.

Y eso fue exactamente lo que hice.

—Nombre— pidió.

—Ross, April.

—Habitación 606— informó mientras me tendía una llave y unas cuantas hojas de papel entre las que, supongo, se encontraban el reglamento y mi horario de clases.

Encontrar el edificio en el que se hallaban los cuartos fue complicado, encontrar mi habitación fue aún más difícil y hacer todo eso mientras cargaba dos maletas y tres bolsos de mano con todas mis pertenencias dentro, fue casi imposible.

Cuando llegué a administración debieron haberme ofrecido ayuda con mi equipaje. O debí haberla pedido.

Pero todo mi esfuerzo valió la pena, cuando finalmente me encontré parada frente a la puerta del que sería mi cuarto.

Cuando entré pude observar una habitación en la que solo había: una litera, dos armarios, una biblioteca, un estante y una puerta, que más tarde descubriría que llevaba a un baño compartido. El blanco de la habitación, aunque hacía que el lugar se viera más espacioso, era absolutamente deprimente; al instante me arrepentí de no haber traído fotografías, cuadros y posters con los que adornar las paredes.

Ya que mi compañera aún no había llegado, decidí ser la que eligiera cama. Así que puse mis cosas en la parte superior de la litera.

Cuando ya había vaciado todos mis bolsos de mano e iba a comenzar con el equipaje pesado, alguien entró en la habitación. Vi a una chica rubia entrar el doble de cargada de lo que yo estaba. Pensé en darle una mano, pero ella parecía no necesitarla; además de que lucía realmente molestaba y tal vez agarrar sus cosas sin su permiso, aún con la única intención de ayudarla, no iba a mejorar su humor.

Dejó sus cosas sobre la cama debajo de la mía y luego me devolvió la mirada. Fue cuando tuve la oportunidad de apreciar sus ojos gris-tormenta.

— ¿Te conozco?— preguntó.

Esperaba que se presentara, porque yo estaba segura de no haberme cruzado en mi vida a una chica rubia de intimidantes ojos gris tormenta.

—Lo dudo. —contesté.

—Te me haces familiar.

—Ah.

Honestamente nunca sé que responder ante eso. Tampoco es que me lo dicen con frecuencia.

—Soy Annabeth.

—April.

El silencio volvió a reinar en la habitación. Tenía que hacer algo mejor que esto.

—Día duro, ¿eh?— dije con la intención de empezar una verdadera conversación.

—Ni te imaginas.

— ¿De dónde eres?

—San Francisco, — contestó— ¿tú?

—Denver. ¿Te molesta alejarte de tu familia?

— ¿Lo dices por lo de hace un rato?

Asentí.

—No, no es eso. Es que una idiota me hizo derramar todo mi café sobre mi libro esta mañana.

Aguarden...

Yo hoy...

Entonces ella era...

Ay.

— ¿Y lograste ver el rostro de la chica?— curioseé tratando de no sonar alarmada.

— No. Lo único que alcancé a ver de ella fue su cabellera rubia, eso fue antes de que subiera a un taxi como una desquiciada. No me dio el tiempo de gritarle, ni de recriminarle por haber destruido mi libro. Tuve que tirarlo a la basura.

— ¿Y qué libro estabas leyendo?—- indagué.

20.000 leguas de viaje submarino— contestó mientras empezaba a desempacar sus cosas.

Me anoté mentalmente que debía comprar ese libro. Pero no le comenté eso a Annabeth, en su lugar dije:

—Oh. Ese no lo he leído.

Ella continuó sacando sus cosas y yo las mías. Annabeth tenía muchos libros.

—Y, ¿qué te gusta hacer? Además de leer— aclaré.

—Esgrima— responde— Y diseñar los planos de edificios que en un futuro me gustaría construir— agregó.

— ¿Quieres ser arquitecta?

Ella asiente con la cabeza.

— ¿Y a ti?

— ¿A mí qué?— cuestioné confundida.

— Que te gusta hacer.

Me sonrojé por la idea de lo tonta que me debí a ver visto, y por el hecho de que cabía la posibilidad de que esté empezando a forjar alguna amistad con ella. Aunque tal vez solo eran ideas mías y a Annabeth no le interesaba en absoluto mis gustos y solo intentaba sonar cortés.

—Me gusta dibujar y pintar. —contesté— También nadar. —añadí.
______________________________________
Los días pasaban...

Había comenzado a entablar una amistad con Annabeth...

Las clases habían comenzado...

Y lo más importante, ya tenía una piscina a la que ir cada tarde. Amaba nadar, era mi pasión. La sensación de sumergirme completamente en el agua era inexplicable, y también una de mis cosas favoritas.

El lugar quedaba cerca del internado, Annabeth me lo había recomendado, así que fui caminando. Al entrar el olor a cloro entró de inmediato en mis fosas nasales. Táchenme de rara si así lo desean, pero en mi opinión ese aroma era mejor que cualquier perfume de marca.

Cuando salí del vestuario ya preparada, me dirigí a la piscina. No había muchas personas. Solo distinguí a un joven pelinegro de mi edad, piel clara y bastante alto, estaba haciendo algunos estiramientos. Cuando me acerqué pude observar que sus ojos eran verde mar.

—Hey— dije a modo de saludo.

—Hola.

— ¿Dónde está el entrenador? — pregunté.

—Estás parada frente a él— dijo con una sonrisa que me permitió ver un colmillo torcido.

Suerte que mi mamá no está aquí conmigo, porque si no llevaría al chico a la fuerza hasta su consultorio para poder arreglarle ese diente. Es dentista.

— ¿En serio?—exclamé— No me malinterpretes, pero te ves un poco joven.

—Es un empleo de medio tiempo— contestó— Yo ayudo con algunas clases y a cambio me pagan y me permiten usar la piscina cuando guste.

Cool.

— ¿Empezamos?

— ¿Y el resto?

—Creo que hoy solo serás tú.

—Okey. Soy April, por cierto.

—Percy. —se presentó— Y ahora, nada doscientos metros. — indicó.

Y tras eso, me tiré a la piscina.
______________________________________

La profesora había faltado, así que tenía un rato libre el cual lo estaba aprovechando para dibujar.

— ¿Qué dibujas?— preguntó Avery.

—Nada— contesté.

—Déjame ver— dijo mientras me quitaba el dibujo de las manos.

Ay no.

— Dámelo. No lo veas— exclamé mientras trataba de evitar lo inevitable.

Y es que ya era muy tarde. Avery tenía el dibujo en sus manos, y lo estaba observando detenidamente.

Mátenme. Mátenme ahora.

— ¿Es Annabeth?— interrogó mi amiga, aun cuando la respuesta era obvia.

— ¿Serviría de algo si dijera no?— pregunté esperanzada.

—April, ¿algo qué me tengas que decir?

—No. — contesté.

—April, ¿acaso te gusta Annabeth?

— ¡No!— exclamé escandalizada.

—No tienes que ponerte así, yo solo preguntaba...

—No. — la interrumpí —Escucha, no me pasa nada con Annabeth. Solo somos amigas. Tú, Annabeth y yo somos amigas. Eso ya lo sabes, somos nosotras: Las A. Nada cambio, así que no vuelvas ni insinuar algo parecido.

—Está bien. —aceptó —Yo solo pensé que te gustaba ese entrenador de natación tuyo.

Él también me gusta.

—Estás loca— dije en su lugar.
______________________________________

Cuando entré en la habitación Annabeth ya se encontraba allí. Estaba sobre su cama leyendo El príncipe. Sonreí al ver que estaba a punto de terminar el libro que le había comprado hace unos meses atrás. Cuando le compré el libro que accidentalmente había arruinado el primer día aquí, y tras confesarle que esa loca que había armado un gran desastre solo por un taxi era yo, le entregué esa obra de Maquiavelo, para que no se moleste conmigo. Por suerte no lo hizo. En realidad sí lo hizo, pero eso fue antes del regalo.

—Hola— saludé.

Ella me correspondió con un gesto de cabeza.

— ¿Cómo estuvo tu día?— pregunté.

Annabeth no respondió. No estoy segura de que me esté escuchando. Se veía tan concentrada en su lectura que decidí rendirme y recostarme sobre mi cama, la cual, tras perder una apuesta con Annabeth, ahora es la de abajo. Después de ese día no volví a hacer una apuesta contra la rubia.

Miré la hora. Aún tenía tiempo para prepararme para mi clase de natación, donde vería a Percy.

Percy...

La mayoría de las veces somos él y yo. Al parecer esas clases no eran muy concurridas. Aunque hay una gran cantidad de chicas que se asoma a ver a Percy en traje de baño y se dedican a tomarle fotos.

Percy era el chico perfecto. Era divertido, tierno, amigable y encantador. Era el tipo de chico frente al que podrías comerte una pizza extra grande y él nunca te juzgaría, o con el que podrías hablar con él durante horas y nunca aburrirte. Además de eso era lindo, y el hecho de que no supiera de su belleza lo volvía aún más lindo.

Y por el otro lado estaba Annabeth.

Ella era lista, interesante, audaz e independiente. Una persona a la que siempre podía acudir y sabía que siempre iba a estar ahí para escucharme y darme un consejo, siempre y cuando no lleve un libro en mano.

No podía evitar pensar en cuan importantes se habían vuelto ambos para mí en estos últimos meses.

Y tampoco podía evitar pensar en lo loca que estaba por ellos...
______________________________________
Estaba exhausta...

Lo único que deseaba hacer era llegar a mi habitación, lanzarme sobre mi cama y dormir, sin importar que tuviera tarea pendiente para el día siguiente.

Percy había faltado, así que el día de hoy había entrenado con un hombre que ni siquiera me permitió darme un respiro, alegando que no me encontraba en forma. Lo irónico de la situación fue que él estuvo toda la clase sentado, y cuando esta terminó tuve que ayudarlo a incorporarse.

Solté un suspiro de alivio cuando me encontré frente a la puerta de mi habitación. Al entrar, nunca me imaginé lo que me podría llegar a encontrar:

No me sorprendió en absoluto encontrarme a Annabeth allí, después de todo era su cuarto. Lo que sí me sorprendió fue encontrarme a Percy allí, sobre la cama de Annabeth, en plena sesión de besuqueo con mi compañera.

Para los que hayan sufrido de un desamor, ahora multipliquen ese dolor por dos.

— ¡April, hola! — exclamó Annabeth, cuando notó mi presencia.

Percy se separó de forma abrupta. Lucía avergonzado, pero no de haber besado a Annabeth, si no de que yo haya interrumpido un momento tan íntimo como en el que en ese entonces estaban compartiendo. Además de que los chicos no podían entrar al internado y menos colarse en el dormitorio de las chicas.

—Percy estaba por la zona y decidió hacer una pequeña visita— explicó la rubia nerviosa.

—No te preocupes. No voy a decir nada— prometí reprimiendo un sollozo.

—Gracias.

—Bueno creo que es hora de irme. — pronunció Percy—Adiós, listilla. — se despidieron con un beso—Nos vemos, April.

Tras eso Percy se marchó, dejándome sola junto con Annabeth.

—Se los ve felices. —comenté.

—Lo somos. —confirmó.

—Es bueno saberlo.

No eran perfectos para mí. Eran perfectos entre ellos. Y si ellos eran felices juntos, ¿quién era yo para arruinar esa felicidad? Afrontémoslo, ninguno de los dos me correspondía. Esa era la triste y cruel realidad.

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