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By CreativeToTheCore

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Segundo libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Enigmátic... More

✿ S I N O P S I S ✿
A D V E R T E N C I A
R E P A R T O
C1: Dispar.
C2: Peculiar.
C3: Disminuir.
C4: Fanáticos.
C5: Eventualidad.
C6: Buitres.
C7: Fontanería.
C8: Recapitular.
C9: Tempestad.
C10: Destructores.
C11: Lectores.
C12: Deambuladores.
C13: Técnicas.
C14: Paranoia.
C16: Hiperventilar.
C17: Cafeína.
C18: Regresar.
C19: Atizar.
C20: Líos humanos.
W A T T P A D E R S
C21: Petrolíferos.
C22: Guayaba.
C23: Jökulsárlón
C24: Insospechado.
C25: Volar.
C26: Hasta pronto.
C27: Química avanzada.
C28: Oxígeno.
C29: Eres y serás.
C30: Ríete.
C31: Latiendo.
C32: Hoy.
C33: Magia.
C34: Aurora Boreal.
C35: Poético.
C36: Significar.
C37: Marcapáginas.
C38: Extraviado.
C39: El coco.
C40: Escenificar.
C41: Flujo sanguíneo.
W A T T P A D E R S
C42: El apunte perdido.
C43: Incandescencia.
C44: Tan bien y tan mal.
C45: Sábados.
C46: Código arcoíris.
C47: ¡Luz, cámara, acción!
C48: Brújula.
C49: Leamos.
C50: Serendipia.
C51: Amor al cubo.
Epílogo
¡Agradecimientos + aviso!
¡Oh, casi lo olvido!
CAPÍTULO EXTRA

C15: Voltaire.

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By CreativeToTheCore

He intentado que Larson se mantenga alejado de Kendra desde lo que ocurrió con Mila. Que sea mejor amigo de Wendell no ayuda, sobre todo cuando el policía lo manda a chequear a Kassian los días y noches que está de guardia. Saber que él estará a solas, aunque sea unos minutos, con mi hermana y mi sobrino me revuelve el estómago.

—Pensar en él solamemte alimentará tus ganas de cortarlo en medio millón de pedazos con un cuchillo santoku —asegura Zoe mientras transitamos uno de los tantos senderos de la universidad—. Por si no lo sabías es el cuchillo que usan los chefs japoneses, y su denominación hace referencia...

—A tres virtudes: cortar, rebanar y picar —termino por ella—. A mi madre le encanta la comida japonesa, y de niños nos llevaba a los restaurantes para que apreciáramos el modo de preparación de los platillos. —Por lo menos puedo decir que algo aprendí de los caprichos del paladar de Betty Georgia MacQuiod.

—¿Cómo es tu madre? —inquiere, frenando el paso y ajustándose el morral al hombro.

Me giro y encuentro con unos ojos curiosos bañados por la luz del sol. Dicha luz hace que su cabello rubio parezca aún más claro, que su piel se torne más pálida y su mirada más suave y rutilante. Su cicatriz es prácticamente blanca y logro ver cada irregularidad de la misma, dónde empieza y dónde termina.

No sé qué es más potente, la luz de esa estrella que tiene a los planetas girando a su alrededor o Zoe Murphy, la chica que me tiene a mí orbitando sus alrededores.

—Mi madre es una persona difícil de llevar. —No quiero decirle que mi progenitora es su jefa, no quiero que siquiera relacione su nombre con el mío—. A casi nadie le agrada, es como las pasas de uva en el pan dulce de navidad.

—¡Hensley! —me reta, pero le es imposible no reírse ante mi comparación—. No puede ser tan mala, y en caso de que lo sea debe ser por una razón.

Nos detenemos frente a un carro de café ambulante que siempre está rondando la zona. Zoe pide un café doble y un cupcake, y el vendedor sonríe de oreja a oreja a pesar de que solamente le ha dicho buenos días y ha ordenado. Supongo que ésta chica tiene esa clase de efecto en las personas.

—No soy una persona egoísta casi nunca, a excepción de cuando se trata de comida. Así que deberías comprarte algo, porque luego desearás comer y no te convidaré ni las migas —advierte con diversión filtrándose a través de su voz mientras saca su billetera, la cual, como su vestido, tiene flores.

—No tengo hambre —aseguro apoyándome en el carro y cruzándome de brazos.

—No hace falta tener hambre para comer —objeta antes de mirar la bollería que se exhibe tras un pequeño cristal—. ¿Podría darme un pretzel también, por favor? Mejor que sean dos.

Y así termino sosteniendo los pretzels mientras ella bebe café y da mordiscos al cupcake. Me gusta el simple hecho de que no le de vergüenza comer frente a mí. Es sorprendente la cantidad de mujeres que se apenan de hacerlo frente a un hombre.

—¿Por qué hay tantas fuentes en éste lugar? Consumen demasiada agua, y el ser humano no está en condiciones de derrochar tanta dada las circunstancias actuales —inquiere cuando nos sentamos en el borde una una, su espíritu de ecologista saltando al ataque.

—Es característico de la OCU, cada fuente representa algo de su facultad más cercana —explico—. Ésta, por ejemplo, es una réplica en escultura de Madame X, pintada por John Singer Sargent —señalo haciendo un ademán a la estatua de una mujer cuyo vestido se plisa hasta el agua. Zoe mira sobre su hombro y escucha con atención—. Es una de las fuentes de mi facultad, y a pesar de que no es mi favorita, no puedo negar que John era un hombre talentoso y carismático.

—¿Cómo sabes que fue carismático? Ni siquiera lo conociste —inquiere mientras se pone de pie para enfrentarse a la fuente y escudriñar cada detalle de la mujer inmortalizada en piedra—. ¿O sí? —interroga con desconfianza y me mira con ojos abiertos de par en par. 

 —Tu inocencia es de lo más entretenida, Zoella.  —Sonrío y niego con la cabeza antes de ponerme de pie aún con los pretzels en la mano—. No lo conocí, pero hay una anécdota que se rumorea por toda la facultad —explico con nuestros hombros a centímetros de distancia mientras estamos de frente a la réplica de la pintura. En realidad, es su cabeza la que está a centímetros. Ella es alta, pero no tanto como yo—. Según lo que se cuenta, en una ocasión el pintor se encontró con una admiradora. Ésta le dijo que cuando vio su último cuadro lo besó porque creía que se parecía mucho a él. El artista le preguntó si éste le había devuelto el beso, y la fanática automáticamente se rió y negó una y otra vez, incrédula de que le hubiera preguntado tal cosa. —Hago una pausa y observo la fuente. El sonido del correr del agua reemplaza mi voz por algunos segundos, segundos en los que veo a Zoe y noto esa emoción que hace brillar sus ojos, esa curiosidad que la hace ladear la cabeza y acomodarse el pelo tras la oreja como si de alguna forma así pudiera oír mejor. Noto que una sonrisa está a medio camino de sus labios ante tan entretenida y ciertamente divertida historia—. John le sonrío con malicia y dijo que, en tal caso, no se parecía tanto a él.

—Ya entiendo por qué te resulta carismático, me pasa algo parecido con Voltaire. —Da un gran bocado a su cupcake y la punta de su nariz se llena de chocolate—. Ése francés, a pesar de haber nacido en 1694, tenía un humor bastante particular para ser abogado, escritor y todas las cosas que fue —habla con la boca llena e intenta cubrirla con su mano libre.

—¿Y cuál es tu fundamento para eso? —Junto ambos pretzels para tener una servilleta de sobra, y cuando lo hago la tiendo en su dirección. Ella sonríe aún con el chocolate adornando su rostro y estaría mintiendo al decir que no parece una niña, una indudablemente adorable. 

—Por sus retratos —asegura—. Dudo que encuentres a alguien de esa época sonriendo como él lo hacía, en la mayoría de los retratos solamente se ven un montón de aguafiestas con rostros serios y ceños fruncidos. Creo que Voltaire era diferente, hay una chispa de él que los artistas lograron capturar en sus pinturas. 

Es increíble que comenzáramos hablando de cuchillos japoneses y sus virtudes, luego de las madres y las pasas de uva, que pasáramos a hablar de comida y fuentes a un pintor de estadounidense y, ahora, a un filósofo francés que murió hace más de doscientos años. Y, lo que más me asombra, es el hecho de que no necesitamos forzar nada. La conversación fluye y siempre terminamos entrelazando un poco de su vida y conocimiento con los míos.

—¿Cuál es tu frase favorita de Voltaire? —pregunto antes de dar un mordisco a uno de los pretzels. Automáticamente me disculpo, ni siquiera sé por qué lo hice.

—No te preocupes, los compré para ti. —Ríe y la miro desconcertado.

—Te dije que no tenía hambre.

—Y yo te dije que no hace falta tener hambre para comer —me recuerda inclinándose hacia el borde de la fuente para alcanzar su café doble.

—¿Cómo sabías que iba a comerlo de todos modos? —Arqueo una ceja suspicaz.

—Me crió una psicóloga, sé bastante sobre el subconsciente.  —Se encoge de hombros—. Y también algunos trucos, así que buen provecho. —Me guiña un ojo y sólo soy capaz de observarla en silencio. La chica de la cicatriz es impresionante, y no es necesario ser testigo de algo grande para confirmarlo, sino de los pequeños detalles como éste—. Y respecto a lo de la frase mi favorita, es la siguiente: El primero que comparó a la mujer con una flor, fue un poeta; el segundo, un imbécil.

Intento esconder la sonrisa que lucha por apoderarse de mis labios, intento reprimirla porque no estoy acostumbrado a sonreír demasiado. Sin embargo, nunca sonreí tanto como lo hago desde que la conozco. Es involuntario e inevitable.

  —¿Así que si te comparo con una flor creerás que soy un idiota? —indago.

 —Probablemente —dice vagando sus ojos alrededor, como si estuviera reflexionando acerca de eso—. Pero no creo que necesites de palabra alguna. Los artistas pueden conquistar a las mujeres con lo que pintan.

—No todos pueden caer enamorados gracias al arte —le recuerdo.

 —No me refería a la pintura en sí, sino más bien... con lo que pintan. —Su risa llena mis oídos mientras levanta ambas manos, una ocupada por un cupcake a medio comer y otra por su café. 

—Eres bastante depravada para lucir tan angelical. —Me cruzo de brazos y contemplo la forma en que sus ojos cargados de humor se encuentran con los míos. Mis dedos comienzan a inquietarse ante la necesidad de pintarlos, de dibujarlos, de perpetuar esa mirada en el lienzo o papel. Es fascinante—. Sin embargo, no puedo negar que las manos de un artista son más ágiles que las del resto. Está comprobado.

—¿Por quién? —Se burla, y decido seguirle el juego y la miro con fijeza.  

—Por mí.

Sus mejillas se tornan más rosadas de lo normal y solamente soy capaz de pensar en qué tonalidad de rosa podría usar si las pintara. 

—¡Métete las verduras por el trasero, Preston! —Es lo primero que oigo al cruzar la puerta de mi nuevo hogar, y veo a una morocha subiendo las escaleras furiosa.

—¡Yo no me meto nada por el trasero! ¡No soy esa clase de chico, Mei Ling! —replica Elvis desde la cocina. Dejo caer mi morral en el sofá y voy directamente hacia las voces—. Y si no quieres nutrir tu cuerpo adecuadamente está bien, te vas a pudrir por dentro.

El único chico que habita en ésta casa está condimentando una gran ensalada sobre la mesada de la cocina, tras él está Glimmer cocinando algunas hamburguesas y, la persona que me llama la atención, está sentada en una de las banquetas del desayunador con sus largas piernas cruzadas elegantemente y los ojos clavados en su teléfono. Veo un cabello rubio y planchado que parece recién salido de la peluquería, un conjunto de ropa de primera marca, accesorios brillantes y tacones altísimos. La chica es la misma que vi salir de la casa rodante, de aquella que le pertenece a Blake.

Ella estaba usando su camiseta.

—No sé de qué se queja. —Pone los ojos en blanco la nueva—. Ésta comida luce muchísimo mejor que el último platillo que comí en Milán. Los italianos saben hacer cosas mágicas con la pasta, ¿pero con las verduras? Excepto que seas Massimo Bottura o Enrico Crippa lo dudo. —Bufa y echa su cabello hacia atrás.

—Milán suena fasc... ¡Zoe! —saluda Glimmer sacando las hamburguesas del fuego y percatándose de mi presencia—. Espero que te gusta la ensalada —Realmente no soy muy fanática de ella, pero las hamburguesas lo compensan.

—Así que ella es la nueva... —Sin previo aviso y sin siquiera dirigirme primero una mirada, la que deduzco que es Ingrid me saca una fotografía, cegándome con el flash en el proceso—. Me gusta su atuendo, es algo bohemio y tiene colores que favorecen su tono de piel. Sin embargo, si quiere tener algo de contraste debería optar por algún rojo cereza o malva. Los tonos cálidos solamente logran darle un aire más dulce, y creo que ya tiene suficiemte de eso. —Le hace zoom a la foto y ladea la cabeza mientras escudriña la pantalla. ¿Por qué no levanta la vista y me mira? Estoy frente a ella—. ¡No! ¡Por Jesús y la Fashion Week! Debería estar prohibido usar un vestido como ese con esos zapatos del 2008 —chilla y, entonces, veo por primera vez sus ojos cuando se digna a mirarme completamente horrorizada.

—¡Ingrid, la estás espantando! Le va a agarrar un bloqueo mental —reprocha Elvis.

Un grito de oye en el segundo piso y siento que la casa entera tiembla en cuanto alguien comienza a descender las escaleras. Akira atraviesa la puerta de la cocina en cuestión de segundos con los jeans alrededor de sus rodillas. 

Creo que estaba en el baño.

—¿Alguien dijo bloqueo mental? —inquiere intentando subirse los pantalones mientras se me aproxima—. Físicamente se puede reconocer por  jaquecas, problemas gastrointestinales, náuseas, problemas dermatológicos y hasta por una vida sexual insatisfactoria. Psicológicamente hablando se reconoce por... 

—¡¿Esas bragas no son mías?! —la interrumpe Ingrid con indignación filtrándose a través de su voz—. ¡Ladrona descarada! Las compré en Victoria's Secret cuando estuve en Manhattan, hace dos meses que las estoy buscando.

—Con razón me parecían demasiado femeninas para ésta chiflada cuando se las vi por primera vez —Preston habla mientras sigue concentrado en la ensalada.

—Creo que necesitamos algo de orden aquí —intervengo antes de que Akira se me lance encima al pensar que tengo un bloqueo mental, que la rubia se le abalance y le arranque la ropa interior y que Mei Ling aparezca para hacerlas callarse metiéndoles la cabeza dentro del horno a ambas—. Akira, súbete los pantalones para empezar. Ahora almorzaremos como la gente civilizada lo hace y luego del postre pueden seguir con la discusión. ¿Tenemos un trato? Porque tengo hambre y tengo que ir a trabajar, y como sospecho que a pesar de cualquier esfuerzo que haga para encontrar una solución seguirán discutiendo, ofrezco postergar el conflicto y saborear unas hamburguesas. —Abro los brazos esperando una respuesta afirmativa.  

—Suena bien para mí, ¿qué hay de ti? —le pregunta la futura doctora a Ingrid, quien se encoje de hombros y asiente en respuesta. 

—Creo que es lo mejor, me duele un poco la garganta por andar gritándole a Timberg ésta mañana. —La rubia se lleva la mano al cuello algo adolorida—. ¿Podrías revisarme más tarde?

—Claro. —Sonríe la muchacha de mechas azules antes de prenderse el botón de los pantalones y dejarse caer directamente en una de las sillas, esperando por su comida.  

Locos.

Vivo con locos.

—Eres mi ejemplo a seguir, ¿lo sabías? —susurra Glimmer sobre mi hombro mientras se dirige con una bandeja de hamburguesas hacia la mesa. 

🦋 🦋 🦋

—Así me gusta. —Sonrío al guardia del estacionamiento que, la primera vez que vine, se burló de mí por tener una bicicleta como medio de transporte. Sin embargo, ahora ni siquiera me ha pedido identificación. Él me ha dejado pasar y hasta ha hecho una pequeña reverencia a modo de saludo. 

—Que tenga un excelente día, señorita —me despide una vez que estaciono mi bicicleta entre un Ferrari enzo y un Mini cooper que brilla más que yo tras dos vueltas corriendo alrededor del vecindario.

—Tú también, Emile —respondo tras leer su identificación. Salgo del estacionamiento y camino hasta las gigantescas puertas dobles de Notre nuage—. ¡Y consíguete unas bermudas, hace veinticinco grados!  

No tardo mucho en tomar el ascensor y subir hasta uno de los últimos pisos rodeada de un montón de hombres con onerosos trajes y mujeres que se echan al hombro carteras de Louis Vuitton, Prada o Gucci. No hace falta decir que alguien como Ingrid encajaría mejor aquí que yo. Mis bajos y desgatados zapatos negros, el vestido floreado que me llega sobre la rodilla y mi chaqueta de jean hablan por sí solos.

Mi bolso comprado hace unos años en una feria hippie también.

Una vez que estoy frente a la puerta de la oficina de la señora MacQuoid me muerdo el interior de la mejilla e inhalo con lentitud, aliso mi vestido y levanto la mano lista para tocar. Sin embargo, mis nudillos se quedan a mitad de camino dado que termino lanzando un chillido y sobresaltándome en cuanto la puerta se abre por sí sola.

Betty está apretando un botón sobre su escritorio y arqueando un ceja mientras se apoya en la superficie de cristal.  

—Hay cámaras por todos lados, sabía que venías —contesta a la pregunta que está rondando mi cabeza antes de que siquiera tenga la oportunidad de decirla—. La tecnología es maravillosa, ahora pasa antes de que cierre mi puerta eléctrica en tu cara —añade y, en cuanto doy un paso dentro, vuelvo a sobresaltarme en cuanto ésta se cierra en menos de lo que dura un parpadear. 

—Usted quiere ser realmente intimidante o es un ser humano bastante perezoso —observo mientras ella comienza a juntar algunas carpetas. Deja de hacerlo al oírme y clava esos fríos e intensos ojos en mí—. Sin ofender, me gusta el toque dramático y amenazante de la puerta, pero creo que con verla a usted uno ya tiene suficiente de eso. Y si en verdad lo hace por pereza debo reconocer que es peor que yo intentando llegar al baño un lunes por la mañana.

Mi jefa se saca las gafas lentamente mientras una de sus manos se posa en su cintura. Una expresión de incredulidad e indignación decora su rostro mientras rodea el escritorio y camina en mi dirección. El sonido de sus tacones repiqueteando en el piso llena mis oídos hasta que se detiene a una distancia prudente de mí.

—Será mejor que empieces a trabajar y dejes de parlotear acerca de irrelevancias sin sentido, querida —Sus labios se apretan en una línea inexpresiva y el silencio nos envuelve hasta que deja de mirarme con esos frívolos ojos que posee y se da media vuelta—. Hay una boda que terminar de planear y ha surgido un problema con el proveedor de vino y el florista. La novia cambió de opinión y quiere Gewürztraminer en vez de Sauvignon blanc, localiza al proveedor y al camión antes de que llegue a destino. Arréglalo —ordena antes de lanzarme una de las carpetas—. Y respecto a las flores saca la cuenta y ordena la cantidad que faltan para cubrir un cuarto de 420 metros cuadrados. Nuestra asesor necesita que esté todo allí cuando llegue para arreglar el desastre que hizo el florista local. —Rueda los ojos y lanza otra carpeta—. Y consígueme un café doble sin azúcar junto a un croissant de Blair's place.

—¿Puedo hacer una pregunta antes de irme? —inquiero ojeando las carpetas mientras ella presiona el botón del escritorio y la puerta se abre de un chasquido.

—Ya la estás haciendo. —Suspira con irritación la mujer envuelta en un vestido tan negro como creo que es su corazón—.  Y no, no puedes.

—¿Quién es el supervisor que nos acompañará a San Diego?—pregunto de todas formas—. ¿Lo conozco? ¿Cuánto tiempo estaremos en California? ¿Dónde nos hospedaremos? ¿Qué tengo que hacer con exactitud? ¿Cómo... ? —Ella me interrumpe.

—Dios mío —se queja llevándose una mano a la frente, y retrocedo hasta el umbral de la puerta abierta en cuanto ella avanza—. ¿Siempre eres tan exasperante? Sal de mi oficina y ponte a trabajar en la tuya, ahora. Quiero todo resuelto cuanto antes.

—¿Tengo una oficina? —Sonrío asombrada, ya en el corredor.

Ella pone los ojos en blanco tras sus gafas y entonces, usando sus manos por primera vez, me cierra la puerta en la cara. 

No era tan perezosa después de todo.

Le pregunto a cada persona con la que me encuentro si sabe dónde queda mi oficina, pero al oír mi nombre siguen caminando o niegan con la cabeza aún con sus ojos adheridos a algún portapapeles, tablet o teléfono. Sin embargo, una vez que veo a alguien familiar subiendo al ascensor con unas cuantas carpetas, no pierdo tiempo y me lanzo en una carrera para alcanzarlo antes de que las puertas se cierren.

Corbin, el contador que tiene un aire a Travis Kelce, me sonríe con cordialidad en cuanto me ve. Estoy a punto de devolverle el saludo cuando mis ojos caen en una de las carpetas.

—¿Eso no es...? ¿Qué haces con mi expediente? —inquiero frunciendo el ceño.

Y las puertas del elevador se cierran.  

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