Percabeth entre mortales

De PoseidonDescendant

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Admítanlo, nuestro mundo está lleno de mortales, por lo tanto, nos vivimos cruzando y relacionando con ellos... Mais

Me humillo en la TV estudiantil
Sabios consejos de un duende latino
Es el tipo del que no es mi tipo
Película no ATP
Golpeado por chicas
Nace un Percababie.
Fiesta en la piscina
Debo prestar más atención en historia
No peleaban por mí
El vómito no es romántico
Nueva en New York
No debí interferir
Mis nuevas amienemigas
Voy a morir, y la culpa la tiene un remo
Aprendí la lección
Mi fruto prohibido
Los primeros besos apestan
Creo que hago llorar a dos chicos grandes
¡Tengo a alguien para presentarte!

Un poco de amor

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De PoseidonDescendant

Eric Roy, mortal.

Solía pensar que era el más fuerte en mi edificio, hasta algunas veces imaginaba ser el más fuerte del estado o del país o, incluso, del mundo; pero no era así. Pensaba que mi fuerza (auténtica, por cierto) me transformaba en una especie de superhéroe, alguien así como Superman o Hulk (sin la piel verde, claro está) pero eran puras mentiras. Todo producto de una fantasía que yo había creado, pero esta se desmoronó cuando el hijo de mi vecina de enfrente, la Sra. Jackson, se mudó con ella hace alrededor de tres semanas.

Y fue en ese momento cuando las cosas comenzaron a cambiar...

Los suspiros de la recepcionista ahora eran de él (aún con las ojeras y la cara de muerto viviente que normalmente traía)

Los pedidos de ayuda de la Sra. Carter ahora los socorría él.

Los comentarios tiernos y confortantes de los adorables niños Johnson, ahora los recibía él.

Todo aquello que me reconfortaba y subía el ánimo por las mañanas, ahora lo tenía él, Percy Jackson.

¿Y qué podía hacer yo si todos sabían que había algo mejor justo en la puerta de enfrente?

Había sido ridículo pensar que después de mi patética adolescencia, después del tiempo y dedicación que hubo en el proceso de mejorar mi cuerpo. Después de todo ese infierno, donde veía como salida el tirarme desde lo más alto del Empire State Building; pensar que mi vida iba viento en popa y que pronto alcanzaría la cúspide de la felicidad había sido una de mis mayores tonterías.

Quien lloró ayer y lloró hoy, llorara mañana.

Me hubiera gustado saber que Percy pertenecía a esa mayoría que consumía esteroides, aquellos que optaban por el camino fácil y no se beneficiaban con los resultados del trabajo duro. Pero desde el momento en el que apareció en mi camino, supe que cada musculo no se debía a ningún atajo, sino al esfuerzo y ejercicio. De todas formas, volví a engañarme y comencé a pensar que cabía la posibilidad de que él consumiera de aquellas hormonas.

¿Es necesario decir que eran puras patrañas?

No debí sucumbir ante esas ideas. Siempre va a haber alguien mejor. Pero no pueden culparme... era agradable ser visto cómo un superhéroe.

Después de eso, comencé a entrenar aún más. Pasaba la mayoría de mi tiempo en el gimnasio, tal vez le sobre exigía a mi cuerpo, pero todo era para sentirme mejor conmigo mismo.
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Una noche, cuando volvía de mi entrenamiento, oí unos gemidos de dolor femeninos. Me acerqué al callejón de donde provenían y allí me topé con una chica de cabellos dorados y esbelta figura. Con precaución me aproximé hasta donde se encontraba; no se percató de mi presencia hasta que me paré junto a ella y le tendí mi mano. Por un momento ella me miró desconfiada, se olvidó del dolor y se encargó de analizarme. Pero cuando entendió que yo no era una amenaza los quejidos regresaron.

En ese momento fue cuando descubrí la gravedad de su estado. Su nariz sangraba, tenía profundos cortes en su rostro y brazos, unos recientes hematomas alrededor de su cuerpo, junto con unos desagradables raspones. Pero lo más preocupante era la hemorragia de su estómago, veía como ese líquido carmesí e inodoro se pegaba a su camiseta naranja, parecía como si algo la hubiese atravesado. Siendo realista, no entendía como todavía seguía con vida.

—Tranquila, voy a llamar a una ambulancia— le dije.

—N-N-No—dijo con su voz entrecortada. —Ell-Ellos n-no pueden a-ayu-d-ayudarme.

—Sí pueden. Tranquila, no hay de qué preocuparse. —prometí. Debía mantenerme sereno, ella no podía verme nervioso, eso no ayudaría en nada.

—Dé-dé-jame es-estaré bien.

—¡Claro que no! Estás a punto de desangrarte.

Lo admito, no debería haber dicho aquello, y eso ella me lo hizo saber fulminándome con sus ojos, grises, por cierto. Pero es que esa chica era realmente muy obstinada. ¡Yo solo trataba de ayudarla!

—Solo preciso mi mochila —soltó. —A-allí está tod-todo lo que nece-necesito.

—¿Qué diablos llevas? ¿Un poco de alcohol y unas vendas? ¡Porque eso no va a ayudarte!

—Cállat-e, v-v-voy a estar bien.

—¡Lo estarás si me dejas llamar a una ambulancia! —dije exaltado.

—V-vete.

—Te quiero ayudar. Está bien, no llamaré a nadie, pero déjame llevarte a mi casa, tengo mi auto aquí en la esquina y no tardaremos más de diez minutos en llegar a mi apartamento. Allí podrás usar tus métodos extraños de curación. —dije un poco más calmado, o tanto como podía.

—De acuerdo. P-pero si tra-tratas de las-ti-ti-marme te asesi-naré. —cedió.

Con esas palabras la tomé en mis brazos y la llevé hacia mi auto donde la dejé en el asiento de atrás.

Sin duda estaba nervioso, temía estar tomando una mal decisión y que aquella chica padezca por culpa mía, por no haberla llevado al hospital cuando aún había tiempo. Pero habíamos hecho un trato, y no me extrañaría en que si ella notaba que la llevaba a un sanatorio huiría, y no podía permitir que este sola en las peligrosas calles de New York en ese estado. Así que con mis manos sudando y apretando con fuerzas el volante, manejé rápido a mi hogar.

Cuando llegué a mi edificio la ayudé a bajar del auto y la dirigí hacia mi apartamento. Fue complicado pasar por el vestíbulo sin que la recepcionista notara a la rubia sangrante, pero de alguna forma lo logramos y con dificultad pudimos entrar a mi desordenado departamento.

Cuando ingresamos en el lugar la ojigris me pidió que la llevara a mi habitación y la dejara sola.

Y eso hice...

Seguramente era estúpido dejar a una chica lastimada sola para que se cure por su propia cuenta, pero algo me decía que ella lo tenía todo controlado.

Lo sé, extraño.

Decidí esperarla sentado en el sillón, o por lo menos ese era mi plan, hasta que mis ojos comenzaron a cerrarse y me dormí. Era lógico, estaba exhausto, y aunque no las quisiera, necesitaba unas horas de descanso.
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Cuando desperté lo primero que vi fue a la rubia a la que había ayudado hace unas horas yéndose.

—¿Estás huyendo? —pregunté.

Rápidamente ella se dio vuelta debido a la sorpresa.

—Oh—contestó. —Quiero decir, sí... ya me iba.

—¿Qué hora es? — le pregunté mientras fregaba mis ojos para así despertarme.

—Cerca de las 3:00am —contestó.

—¿No crees que es algo tarde para volver a la calle?

—Estaré bien.

—¿Cómo se encuentra tu herida?

Fue hasta ese momento que recordé la gravedad de la situación. Sin embargo, cuando mis ojos se enfocaron bien en ella, pude ver como algunas de las heridas superficiales habían sanado, además de que traía otra muda de ropa y en su rostro no se reflejaba el dolor de hace unas horas.

—Mejor, gracias.

—¿Cómo te recuperaste tan rápido? —dije curioso, es extraño como puede estar a punto de morir y luego marchándose a altas horas de la noche de mi casa.

—Una vieja receta familiar. —respondió nerviosa mientras colocaba tras su oreja un mechón rebelde de cabello rubio que había parado delante de unos de sus ojos, incomodándole la vista. Y por alguna razón, ese simple gesto me pareció adorable.

—De acuerdo.

—Bien adiós.

Estaba por marcharse, pero yo no quería que lo haga.

—¡Espera! —la frené. —Quédate.

—¿Qué?

—Cómo has oído, quédate. Puedes dormir en mi cama y yo duermo aquí en el sillón.

—No creo que...

—Por favor, no me sentiría bien si tú te vas de mi casa tan tarde.

—No me pasará nada, me sé cuidar.

—Y nunca insinué lo contrario.

Arrugó su nariz y frunció sus cejas. Se notaba que la idea de quedarse no la entusiasmaba.

—De acuerdo—cedí. —Pero por lo menos déjame llevarte a tu casa.

Ante esto último bajo la cabeza y soltó un largo suspiro.

—Es que no soy de aquí. Vine a visitar a alguien.

—¿Puedes decirme su dirección? — indagué.

—Yo...—parecía un poco avergonzada. —perdí la dirección cuando...cuando...

—¿Te atacaron?

Obtuve la respuesta con un simple asentimiento de cabeza. No sabía lo que le había ocurrido a la chica parada frente a mí; tal vez intentaron asaltarla o violarla, ¿quién sabe? Pero de lo que sí estoy seguro es que no debería tocar ese tema. No ahora, tal vez por la mañana vaya a la estación de policía, y si aceptaba mi oferta inicial hasta podría ofrecerme a llevarla.

—Pero de todas formas sé reconocer la zona, así que no va a haber problemas. —dijo.

—¿Y qué te parece intentar contactar con la persona que vas a visitar?

—¡No! —gritó histérica, lo que causo que me sobresaltara. Cuando se dio cuenta de lo enojada que se había puesto con mi pregunta se recompuso y aclaró su garganta. —Lo que quiero decir es que no es necesario. De todas formas, ninguno de los dos tiene celular o alguna red social, por lo que no tiene caso.

—Okey, —dije extrañado— entonces acepta mi propuesta inicial.

Mis ojos azules chocaron con los suyos, los cuales me miraban molesta. Yo solo le dirigí una sonrisa amigable hasta que ella, resignada, cruzó sus brazos y soltó un sonoro bufido.

—Está bien— aceptó.

—Excelente, ¿necesitas algo especial para que descanses cómodamente?

—No gracias, de todas formas, aún no estoy cansada.

—¿Quieres un café? —ofrecí.

—Me encantaría —y por primera vez, en toda la noche, me dirigió una sonrisa amigable.

—Por cierto, soy Eric. —me presenté estrechándole mi mano en un formal saludo, que ella aceptó.

—Annabeth.
____________________________________

Después de finalmente presentarnos, preparé dos cafés de vainilla y cuando los terminé me senté junto a Annabeth en el sillón.

—Entonces, Annabeth. — dije. —¿De dónde eres?

—San Francisco.

—¿Y por qué hiciste un viaje de más de 4.000Km hasta aquí?

Cuando hice esa pregunta, el ambiente tranquilo que se había formado se destruyó. Tal vez fue una pregunta demasiado íntima.

Después me golpeé internamente al recordar que ella había mencionado que venía a visitar a alguien. Sea quien sea, supongo que la razón era algo personal.

—Lo lamento, no debí preguntar.

Tras mi disculpa su semblante se ablandó y continuamos hablando un poco de nosotros. Le dije que me había mudado a New York hace unos años para estudiar Educación del Deporte, dejando a mi familia en San Diego, y ella me contó que acababa de recibirse de arquitecta en la Universidad de NR en San Francisco. También hablamos un poco de nuestra vida cotidiana, amigos y familia, sin llegar a relatar cosas privadas.

Me sentía cómodo con Annabeth, hasta comencé a pensar en todo lo que había vivido últimamente y en lo equivocado que estaba al compararme con otras personas y deprimirme solo porque ahora otro era el centro de atención. Pensaba en que mientras yo me preocupaba por adquirir más músculos, ella estaba en la calle malherida; tras venirme esa idea a la mente me avergoncé de mí mismo y de lo estúpido que estaba siendo.

Ahora, mientras veía el rostro pensativo de la rubia a mi lado, no pude evitar comenzar a imaginar una vida junto a ella. Aunque no lo necesite, la protegería y me aseguraría de que nunca salga dañada. En tan solo una noche, se había convertido en mi princesa, y esperaba ser lo suficiente digno como para convertirme en su príncipe.

No sé si era amor a primera vista, o si el hecho de haber pasado por esa situación tuvo algo que ver con mis sentimientos. Pero la quería, y si hacía falta la seguiría hasta San Francisco o hasta donde sea. Porque sabía que, si estaba a mi lado, podía ahuyentar sus males y, al mismo tiempo, los míos. Y es que ella me había hecho entender que no necesitaba ser esencial para todos, solo para una compañera que siempre esté a mi lado dispuesta a amarme toda la vida: mi alma gemela.

Y estaba seguro de que Annabeth era la indicada. Ella era lo que yo necesitaba.

Solo tenía que estar seguro de algo...

—Annabeth —pronuncié su nombre con gran delicadeza, ahora, para mí hasta esas ocho letras debían ser tratadas con amor.

—¿Qué sucede Eric? —y desde ese momento, mi música favorita era su voz.

—¿Puedo hacerte una pregunta? Aclaro que no quiero incomodarte, así que si la pregunta te afecta de alguna manera no la contestes.

Ella levantó ambas cejas como dándome a indicar que prosiguiera.

Estaba listo, no iba a arrepentirme.

—¿Tienes novio?

Cuando dije esas dos palabras pareció como si su mente hubiera viajado hacia otra parte, la tristeza que inundaba sus ojos me partía el corazón y veía como las lágrimas amenazaban con salir. Bajó la cabeza y en un susurro casi inaudible ella contestó:

—Ya no.

Algunos en mi situación se hubieran alegrado, pero yo no era ese tipo de persona.

—¿Quieres hablarlo?

Podía oír como intentaba acallar los sollozos, pero parecía inevitable.

—Tuvimos una gran pelea, él me decía que trataba de protegerme y yo de orgullosa le gritaba que no lo necesitaba. Después de eso le reclamé algunas cosas y él me reclamó otras, y antes de poder analizar bien la situación ambos le estábamos dando fin a la relación.

Quise abrazarla, pero no fui capaz. Sentía que, aunque ella lo necesitara, no era correcto que yo se lo bride.

—¿Cuándo fue? —pregunté con cautela.

—Hace unas tres semanas—contestó. —Después de eso me volví demasiado estúpida, ni siquiera fui capaz de darme cuenta que me seguían unos...

Con eso último supongo que se refería a cuando la lastimaron, sin embargo, no fue capaz de terminar la frase y, a decir verdad, no lo vi necesario.

Estaba tratando de encontrar las palabras adecuadas para responder, pero antes de poder decir algo, Annabeth se incorporó, se secó las lágrimas, se despidió y se fue a acostar.

Yo seguí su ejemplo y también me fui a dormir, necesitaba un sueño reparador.
____________________________________

A la mañana siguiente Annabeth me acompañó en el desayuno, el cual fue silencioso. Cuando terminamos de comer fue a buscar su mochila y me entregó un poco de dinero.

—¿Qué es esto? —le pregunté.

—Es por dejarme quedar en tu casa.

—Esto no es un hotel Annabeth —dije mientras le devolvía los billetes. —No quiero tu dinero, además lo necesitas por si quieres un taxi.

Al principio me miró molesta, pero después de meditar mis palabras tomó el dinero de regreso y lo guardo en su bolsillo.

—Adiós Eric —se despidió mientras le abría la puerta. —Gracias por todo.

—No hay de que, espero que sigamos en contacto, —dije—de alguna forma— arrugué mis cejas al recordar que no tenía celular ni redes sociales.

—No te preocupes, te visitaré en alguna ocasión.

—Eso sería genial, además supongo que podemos mandarnos cartas.

Ambos soltamos una pequeña risa tras eso, sería divertido tener una amiga por correspondencia.

—Es verdad—dijo.

Justo en ese momento, mi nuevo vecino, Percy Jackson, salía de su departamento, quien al ver a Annabeth se paralizó, lo mismo pasó con la susodicha.

La tensión en el ambiente era notoria, además de las miradas de tristeza, arrepentimiento y amor que ambos chicos se dirigían.

—¿Annabeth? —el pelinegro fue el primero en hablar, sin embargo, no parecía haber salido del estado de shock.

—Hola Percy—Annabeth le dirigió una pequeña sonrisa nerviosa. —Yo...yo no había notado que este era el edifico donde vive tu madre con Paul. Te quería decir que...que...

Pero al parecer las palabras no hicieron falta...

Percy atrajo a Annabeth hacia él, agarrándola de la cintura, y la besó; ella no tardó en corresponder el beso y pasó sus brazos por el cuello del pelinegro.

Fue ahí cuando entendí que el chico al que Annabeth extrañaba, era Percy, y al parecer él también la extrañaba, eso explicaría lo desaliñado que se veía todos los días.

El beso fue interrumpido debido al sonido de un flash.

En la puerta con una cámara fotográfica Sally Jackson se encontraba viendo la escena conmovida.

—Lo siento, no sabía que el flash se iba a disparar—se disculpó.

—¡Mamá! —dijo Percy con reproche.

La Sra. Jackson le dedicó una bella sonrisa, de esas que solo las madres pueden dar.

—Me alegra que se hayan arreglado, —comentó Sally— y espero que nunca más se vuelvan a separar.

—Nunca más, —afirmó Percy— ¿cierto Listilla?

—Cierto, Sesos de Alga—respondió Annabeth.

Se volvieron a besar mostrando todo el amor que se tenían, mientras Sally y yo mirábamos aquella encantadora escena.

—Chicos, —dijo Sally, una vez que la pareja se hubo separado de su beso— cociné galletas azules.

Tras esas palabras los ojos de Percy se iluminaron aún más, y de la mano de su novia entró feliz al departamento.

—Eric—me llamó la mujer de ojos azules, antes de que yo volviera a mi apartamento—¿te gustaría acompañarnos?

—Me encantaría Sra. Jackson.

—Por favor, llámame Sally.

Tras eso ambos entramos a su hogar, y déjenme decirles que tuvimos un hermoso día: comimos galletas azules; conversamos tranquilamente entre nosotros, incluso en un momento se sumó Paul, el esposo de Sally, a la plática. Fue divertido conocer a esta familia, y enterarme un poco de la relación entre Annabeth y Percy; y con respecto a este último en un momento me llevó aparte para decirme que Annabeth le había contado como nos habíamos conocido, y para agradecerme por haberla ayudado.

Desde ese día, me volví muy amigo de Annabeth, Percy, Sally y Paul; incluso los dos primeros me invitaron a su boda un año después, fue una bella celebración que se llevó a cabo cerca de un bosque de Long Island.

Debo aceptar que mi crush con Annabeth perduró un tiempo, pero lo pude superar; y actualmente estoy en una feliz relación con una bella chica llamada Jennifer, y gracias a los dioses (como dice cierta pareja) no volví a deprimirme por lo que era y no era.

Admito que me precipité y me equivoqué, al llamar a Annabeth el amor de mi vida aquella noche que nos conocimos; pero en lo que sí acerté fue cuando dije que lo que yo necesitaba era un poco de amor.

☆☆☆

¡Hola!

¿Qué les pareció el capítulo?

A decir verdad se suponía que el personaje iba a ser un odioso mortal envidioso del cuerpo de Percy y que como que lo iba a acosar para ver a que se debían sus músculos, pero apenas empecé a escribir mi imaginación me llevo a otro lado.

Cuando escribí las historias de los otros mortales no se alejaron mucho de la idea inicial, pero cuando escribí a este mortal se me ocurrieron múltiples opciones: como que cuando Annabeth fue emboscada por los monstruos estaba embarazada y a causa del ataque perdería al bebé (aunque después descarté la idea porque nunca sería capaz de matar a un Percababie), o que en realidad apenas Eric la llevara a su apartamento sale Percy entonces Annabeth pasa la noche con él, entre otras ideas. Por eso me gustaría saber si las ideas que elegí para formar este capítulo les gustaron y si están de acuerdo con el título, se iba a llamar Odio a mi vecino, pero después lo cambie aunque no sé si Un poco de amor es el título ideal, así que si tienen una mejor idea avisen.

PD: No pueden matarme por haber separado Percabeth porque hubo reconciliación.

Adiós y gracias a los que leen.

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