Luz de luciérnaga © (WTC #1)...

By ZelaBrambille

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Novela publicada por Nova Casa Editorial, puedes encontrar "Luz de luciérnaga" en librerías de España y Améri... More

Luz de luciérnaga ©
¡¡LUZ DE LUCIÉRNAGA TIENE EDITORIAL!!
¿Dónde puedes comprarlo?
Prefacio (corregido por la editorial)
Capítulo 01 | Memorias felices y dolorosas II
Capítulo 02 | Recuerdos de graduación
Capítulo 02 | Fiesta de cumpleaños II
Capítulo 03 | Reto
Capítulo 04 | Resignación
Capítulo 05 | Buenas noches
Capítulo 06 | Nuestros meñiques
Capítulo 07 | Cobardía
Capítulo 08 | Olvidada
Capítulo 09 | No es un problema
Capítulo 10 | Hermosa realidad
Capítulo 11 | Paciencia
Capítulo 12 | Olor a suelo
Capítulo 13 | Desbordante pasión
Capítulo 14 | Secretos desconocidos
Capítulo 15 | Miel contra azul
Segunda parte | Morimos
Capítulo 16 | Entre flores y mentiras
Capítulo 17 | El umbral de la tempestad
Capítulo 18 | Los ladrillos de mi pared
Capítulo 19 | Alma abierta
Capítulo 20 | La caída al infierno
Capítulo 21 | Un poco más abajo
Capítulo 22 | Morimos juntos
Capítulo 23 | Golpe doloroso
Capítulo 24 | Locura
Capítulo 25 | Gritos convertidos en truenos
Capítulo 26 | Respirar lejanía
Capítulo 27 | Renacer en tus brazos
TRILOGÍA "Wings to change"

Capítulo 01 (corregido por la editorial)

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By ZelaBrambille

Diez años de edad

Estuvo esperando toda la semana a que llegara el veintitrés de febrero y, con él, su cumpleaños número once. Su madre rentó brincolines inflables para su fiesta, los globos en cada rincón decoraban el sitio, y un pastel de chocolate se refugiaba en lo más alto de la repisa para alejarlo de los dedos de las criaturas traviesas. También había una mesa llena de regalos con moños de colores en la entrada, y otra repleta de diferentes tipos de dulces. Todos los asistentes estaban arremolinados en esa zona, parecían hormigas.

Escuchaba las risas de todos sus amigos del colegio, pero la única que quería ahí era Carlene. Quería enseñarle a andar en patineta y empezar el partido de fútbol cuando llegara.

¿Por qué tardaba tanto? Solo tenía que cruzar el césped. Ir por ella a escondidas lo tentaba, pero decidió resistir un poco más.

El timbre resonó, anunciando que alguien más había llegado. Corrió hacia la puerta, desesperado.

—¡Alto ahí, jovencito! —exclamó Rachel, persiguiendo al pequeño tan rápido como pudo. Dave se detuvo antes de que su madre lo castigara por abrir sin su permiso.

Abrió y la señora Sweet apareció en su campo de visión con una gran sonrisa que a veces le parecía escalofriante. Detrás de ella, una linda niña de ojos miel se asomó, no pudo reaccionar.

Su amiga dejó de esconderse, pudo ver el lindo vestido rosa floreado que estaba usando. Llevaba su largo cabello trenzado, adornado con pequeñas florecillas, era como un jardín marrón. Parecía una hadita, era la criatura más hermosa del lugar y sus alrededores.

Carlene dejó que sus comisuras ascendieran hasta crear una sonrisa extensa. ¿Cómo no había visto esa sonrisa antes? Se acercó a su amigo tímidamente y le dio un gran abrazo.

—Finge que no me veo ridícula, mi madre me obligó —pidió. Él sabía que Carly odiaba los vestidos porque no le permitían jugar como quería. No lo entendía, lucía tan bien que se le habían ido las ganas de empezar el partido. Se quedó ahí, pasmado, mirándola.

Carly aprovechó su mudez para tenderle una cajita de terciopelo negro, él la tomó y quitó la tapa. Un pequeño colguije de plata apareció ante sus ojos, era un óvalo, pero parecía otra cosa.

—Tengo uno igual. —Carly le mostró una cadena idéntica que colgaba de su cuello y le dio vuelta, una fotografía de ellos abrazados se encontraba ahí. Sonrió y, con rapidez, colgó el regalo de la misma manera y la miró de nuevo—. ¿Qué?

—Cuando seamos grandes te vas a casar conmigo —declaró.

Carlene frunció el ceño, no estando de acuerdo con él.

—Por supuesto que no —torció, indignada.

—¿Por qué no?

Carly miró el techo, pensativa, buscando un pretexto coherente que justificara su negativa. Enrolló en sus dedos un mechón de su cabello libre y arrugó sus labios. Terminó chasqueando la lengua.

—Porque no sabes encestar de espaldas en la canasta. —Movió la cabeza como si fuera algo obvio.

Dave aguantó la risa, la miró de nuevo, se removió con incomodidad visualizando a todos los niños que iban de un lado a otro. Su fiesta de cumpleaños no estaba resultando como había pensado. Creyó que iba a salir al jardín a jugar con sus amigos y con Carlene, pero no deseaba irse muy lejos. Este chico, Paul Grant, no dejaba de contemplarla como un odioso venado encandilado. Dave quería pedirle que dejara de hacerlo porque lo ponía nervioso.

Carly bajaba el faldón de su vestido con más frecuencia de la necesaria y apretaba la tela con sus puños. Su ceño estaba fruncido y su frente arrugada, tanto que temió que se quedara ceñuda siempre. Se veía adorable, incluso así.

Rio para sus adentros porque sabía que no le agradaba ser inspeccionada, sin embargo, se dio cuenta, sus gestos de enojo se intensificaron, su mirada miel llameó y se volvió anaranjada. Las cejas de D salieron disparadas, nunca se molestaba con él, excepto aquella vez que aplastó a su mascota. No quería pisar ese pollo, en realidad, pero nunca le creyó.

—¡Deja de burlarte de mí! —exclamó y giró la cabeza hacia otra parte, indignada.

—No me estoy burlando, luciérnaga —aseguró, volvió a enfocarlo. Entonces, su cara se relajó un poco y sonrió.

—Detesto esta cosa. —Señaló su atuendo con la nariz arrugada—. No hemos podido hacer nada divertido, creo que deberías ir a jugar tú.

Hizo una mueca que lo hizo reír en voz alta. Jamás la había visto usando un vestido, mucho menos de ese color. Seguramente Ginger, su madre, la había obligado a ponérselo. La señora Sweet se dedicaba, la mayor parte del tiempo, a exigirle cosas a Carlene.

—Te ves bien, parece que a Paul le gusta. —Señaló al chico al otro lado de la habitación, que se sonrojó, sus cachetes parecían dos tomates. Llevó su vista hacia él y se puso pálida, negó fervientemente y se levantó de un saltito.

—Paul se comió un saltamontes una vez. —Se retorció con asco, él volvió a reír.

Era un buen chico, solo que su amiga había quedado traumada desde el día que se metió el insecto en su boca en el patio de recreo, así que evitaba acercarse a él.

Rachel gritó que era tiempo de partir el pastel, todos corrieron hacia la mesa; era de chocolate y tenía muchas chispas de colores. La gente a su alrededor entonó una canción para desearle feliz cumpleaños. Después de dar una pequeña mordida y de que Carly fuera regañada por Ginger al querer llenar su cara de betún, la madre de Dave cortó el postre.

Una vez que tuvieron los platos llenos de tarta de chocolate, los dos corrieron al exterior de su casa, justo debajo de la casa del árbol que hacía años que no usaban. Se sentaron en el suelo y empezaron a comer en silencio.

Algunas cosas habían cambiado últimamente, desde el día que Rachel empezó a molestarlo diciendo que Carlene le gustaba. Le gritó que era mentira, pero sus mejillas se colorearon y se pusieron muy calientes, así que la idea rondaba en su cabeza.

Le encantaba jugar con ella a cualquier cosa que se les ocurriera, y después hacer una batalla para ver quién había conseguido el raspón más grande. Los videojuegos de luchas eran divertidos, porque si perdía no lloriqueaba, y le gustaba comer pizza con jamón como a él. Detestaba que llorara cuando había truenos, era emocionante ver películas de terror porque, en vez de gritar, reían juntos. Y era bonita. ¿Todo eso significaba que le gustaba?

De pronto se dio cuenta de que lo descubrió observándola, alzó una ceja, se quedó quieto. Quizá sí le gustaba porque ninguna otra niña hacía que su corazón latiera tan rápido.

El niño esbozó una sonrisa cuando ella se manchó de betún, se lo quitó con la lengua. Antes de contenerse, se acercó. El pobre estaba temblando, sus manos sudaban, más al ver su linda sonrisita de lado.

—¿Qué haces? —preguntó, ahora extrañada. Nunca habían estado tan cerca, pero extrañamente le gustaba, aunque un torbellino hiciera trizas sus nervios.

—No me vayas a pegar, Carly —susurró, quedito, pues no había necesidad de gritarlo.

Sus narices se tocaron, frunció sus labios sobre los suyos, una parvada de aves asesinas despertó en su estómago provocando un curioso cosquilleo. Carlene abrió los párpados, todo su rostro se iluminó de color rosa.

Se echó hacia atrás, asustado, pero ella no dijo nada, siguió comiendo su pastel como si su mejor amigo no le hubiera robado su primer beso. Fue ahí cuando David se dio cuenta de que le gustaba... y mucho.

* * *

Doce años de edad

—¡Eres fea y te vistes como un niño! —gritó una chica a todo volumen. Las demás se le quedaron mirando. Carlene se levantó, irritada, no entendía por qué las chicas de su escuela siempre eran tan odiosas. ¿Por qué no podían ser como David?

Cuando propuso jugar con un balón le pusieron mala cara. No había hecho nada y ahora la mayoría la observaba como si fuera un fenómeno.

—Te voy a jalar el cabello si sigues diciéndome cosas —amenazó, no sabiendo cómo actuar para que esa tonta cerrara la boca y dejara de molestarla. La chiquilla miró a sus amigas.

—¡Lo ves! Eres un niño —chilló.

—No es cierto —murmuró, sintiendo cómo los ojos se le comenzaban a humedecer. No quería llorar y que se burlaran más, pero no sabía si iba a poder controlar el llanto.

—Sí, juegas con los chicos, tus zapatos siempre están manchados de lodo, además, eres fea y pareces una escoba.

—No se llama Carly, se llama Carl —dijo otra, lo que provocó que todas ellas rieran a carcajadas. Solo pudo quedarse quieta y apretar sus puños, quería pegarles, pero su madre le había dicho que las señoritas debían comportarse y no quería desobedecerla.

Últimamente Ginger se ponía mal por cualquier cosa. Su padre, Steven, le suplicó que tuviera paciencia, dijo que la señora Sweet era especial y debía comprenderla. Le contó que necesitaba apoyo porque estaba enferma, muy enferma. No obstante, no entendía qué pasaba si veía a su madre como siempre. Le había preguntado, pero el señor Sweet le contestó que era muy pequeña para entenderlo.

—Carl es un niño, Carl es un niño —cantaban. Carlene sintió las lágrimas a punto de salir, así que salió corriendo de ahí. Nunca más volvería a aquel parque, nunca más les hablaría a esas niñas. Llegó al jardín de su casa y recostó la espalda en el roble sin dejar de llorar.

No quería llamar la atención, deseaba estar sola, pero Dave, que estaba en la cochera contigua, se percató de su estado y no tardó en llegar a su lado. Acomodó la cachucha que llevaba para poder verle la cara y se le contrajo el pecho cuando la observó desolada.

—¿Qué sucede, luciérnaga? —El agua salada salía a borbotones, los sollozos expulsados por su boca eran incontrolables y su pecho subía y bajaba.

—Soy horrible, D. —Sorbió por la nariz.

El muchacho entrecerró los ojos con rabia.

—¿Quién te dijo eso, Carlene?

—Las chicas del colegio. —Se aventuró a limpiar sus frías lágrimas; no le gustaba verla de esa manera.

—No llores, Carly, sabes que es mentira —Ella lloró más fuerte—. ¿Qué quieres que haga?

Al no obtener respuesta, se le ocurrió una gran idea: hizo una de sus estúpidas imitaciones. Hacía años que no lo intentaba, pero sabía que ella reiría, y fue lo que pasó. Carlene lanzó una carcajada cuando escuchó la boba imitación de mono que más bien parecía elefante. Acomodó con sus dedos el fleco fuera de su lugar.

—No importa lo que ellas digan, luciérnaga, tú eres hermosa —dijo el muchacho cuando su amiga se calmó. Carly sonrió y rodeó su cuerpo en un abrazo que no supo corresponder al principio, pero reaccionó y le regresó el gesto amistoso. Su corazón latía de prisa siempre que la tenía alrededor, también cuando la veía reír o cuando escuchaba su nombre. Su corazón se aceleraba siempre que la veía llegar a cualquier parte.

—Te quiero mucho, D. —Le fascinaba que lo dijera. No pudo contener la sonrisa.

—También te quiero, luciérnaga.

* * *

Trece años de edad

Se levantó de su regazo y se talló los párpados, bostezó llena de cansancio. Después de apagar el televisor, que mostraba una fea película de zombis, el señor Steven se plantó en el umbral de la sala con una sonrisita de medio lado.

—Lamento interrumpir su último día de vacaciones, pero mañana hay escuela, es hora de ir a dormir —dijo. Los dos lanzaron un quejido inconforme, eran casi las diez de la noche y, francamente, no quería irse, pero se puso de pie de igual manera.

El padre de Carlene se retiró, no sin antes darle las buenas noches. Dave se la quedó mirando y esta le guiñó. Esa había sido su señal para decirle que las cosas iban bien desde que tenían diez.

Lo acompañó a la puerta bajo la atenta mirada de su madre, que estaba quieta en la base de las escaleras, observando el cuerpo tenso de su hija. Apretó el hombro de Carly para que recordara que estaba cerca, la señora Ginger le dio una sonrisa forzada antes de ascender.

—Estaré arriba en cinco minutos —susurró él.

—Espero que puedas subir, te estás poniendo viejo —murmuró antes de soltar una risita entre dientes, y le dio un golpecito al estómago para enfatizar el punto. ¡Le había dicho gordo! ¡Increíble!

—Espero que puedas dormir al lado de un viejo que no puede controlar sus gases —Su rostro se arrugó haciendo una mueca de asco, él se carcajeó y se dio la vuelta. Escuchó cómo la puerta se cerró, trotó para llegar a su destino.

Le dijo a su madre que iría a casa de Carlene, ella nunca ponía objeciones, tampoco su padre. No obstante, Ginger y Steven eran otro cuento. Cuando eran pequeños no había problema con dormir juntos, pero eso cambió después de que Dave cumpliera los trece. Les explicaron que ya estaban grandes como para actuar como dos chiquillos. Los padres de Carlene no tenían idea de que casi todas las noches se colaba por la ventana.

Puso el pie en uno de los bloques de la pared y dio un brinquito para impulsarse. Siguió así hasta que llegó al borde de su ventana, afortunadamente no era muy alto. Carly le ayudó a subir y, una vez en su habitación, dio un respiro profundo.

La observó subirse a su cama y acomodarse, miró su celular y luego lo dejó en la mesita de noche. Le agradaba su alcoba, las paredes eran de color celeste, en una de ellas había muchas fotografías de ellos pegadas a un corcho. El osito de peluche que le regaló en su décimo cumpleaños estaba colocado en un sofá blanco. En la parte visible de su peinador no había más que una botellita de perfume, un recipiente con agua de baño y un cepillo. Había un desastre en el suelo, zapatos y ropa por doquier.

Contó hasta diez y se tendió a su lado, se debatió mentalmente entre abrazarla y quedarse quieto, pero terminó rodeando su cinturilla. Apoyó la barbilla en su hombro y fingió que su olor a vainilla no lo mareaba.

Su madre le había aconsejado que le hablara sobre sus sentimientos, pero no sabía ni siquiera por dónde empezar. ¿Qué diría Carly? ¿Lo odiaría? ¡Era un perdedor! Le cortaría el cuello si ella se enterara de que su amigo de la infancia había estado enamorado toda la vida. Tal vez debía decirle y ya, quizá justo ahora era el momento, ya que la tenía en sus brazos y, si decidía escapar, podría abrazarla más fuerte.

—Mamá me compró una falda para mi primer día de clases, empezó a parlotear de cuando era animadora y de que tenía que verme bien para honrarla. Le dije que no la usaría, que me pondría la vieja camiseta de Slipknot, no tienes idea de todo lo que se puso a gritar —murmuró. Notó cierta melancolía en su voz.

Había veces que Ginger lograba sacarlo de sus casillas, sobre todo cuando era testigo de las lágrimas de la castaña. En más de una ocasión había querido decirle lo que pensaba de ella por comportarse de esa manera con su hija, pero luego recordaba que sus padres eran amigos y no debía traerle más problemas a Carly, ya tenia suficiente con tener que soportarla diariamente.

Se dio la vuelta y dejó que la viera con sus ojos hechos agua. Entonces supo que no era el mejor día para decirle que últimamente solo pensaba en besarla.

No entendía qué era lo que buscaba su madre de ella.

—Creo que te verás caliente en esa camiseta, no todos los días se ve a una chica usando una prenda con una calavera sangrante —Amaba cómo se veía con esa cosa.

Su cara cambió y una gran sonrisa se extendió en su rostro, sus ojos miel brillaron tanto que lo encandilaron por un minuto. Tragó saliva, nervioso, y se dijo que no iba a sudar.

—Mamá dice que debo ponerme la horrible falda que me compró en esta nueva escuela, que nadie se me va a acercar si me ven vestida con mi ropa —bufó entre dientes.

—Yo me acercaría —aseguró. Carlene sonrió de lado.

—Tú no cuentas, D, me refiero a otros chicos —susurró haciendo que la mirara con los párpados adheridos a la frente. ¿Pero qué...?

—¿Otros chicos? No entiendo —preguntó, confundido y un tanto exaltado.

—Tampoco yo, pero mamá asegura que los chicos empezarán a pedirles a las chicas a salir y yo me quedaré en casa pintando cuadros —Rió y giró los ojos como si eso fuera lo más absurdo del mundo. Quería creer que lo era, pero no había pensado en eso y comenzó a sentirse extraño.

—¿Y saldrías con ellos? —cuestionó.

—No, me gusta más estar contigo que con cualquier otra persona.

Eso bastó para tranquilizarlo una pizca, no lo suficiente, sin embargo. Depositó un beso en su frente, refugió su nariz en su cuello, respiró profundo al sentir su respiración y su corazón acelerarse. Pensó en su prima Veronilla sacándose los mocos, o si no ciertas zonas delatarían lo que ahora le producía su cercanía.

—Me gusta una chica —dijo atropelladamente, sintiendo los nervios en su garganta. Carlene se echó hacia atrás para observarlo—, pero tengo miedo de que yo no le guste a ella. ¿Qué crees que debería hacer?

Sus ojos miel lo observaron de forma penetrante y él se dejó llevar por la sensación de sentirse perdido en el tiempo. Quería gritarle «me encantas tú», pero no podía hacerlo.

—Creo que deberías decirle, tú eres genial, Dave. Si no le gustas es porque es una estúpida y no debería gustarte alguien estúpido.

Quería seguir mirándola, pero Carlene tragó saliva y regresó a la posición inicial, dándole la espalda. Su respiración se hizo cada vez más lenta, se hizo un poco hacia atrás para mirarla perdida en sus sueños, sonrió con tristeza. La zona de amigos era muy jodida.

—No quiero perderte, luciérnaga —dijo quedito.


* * *

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