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By CreativeToTheCore

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Segundo libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Enigmátic... More

✿ S I N O P S I S ✿
A D V E R T E N C I A
R E P A R T O
C1: Dispar.
C2: Peculiar.
C3: Disminuir.
C4: Fanáticos.
C5: Eventualidad.
C6: Buitres.
C7: Fontanería.
C8: Recapitular.
C10: Destructores.
C11: Lectores.
C12: Deambuladores.
C13: Técnicas.
C14: Paranoia.
C15: Voltaire.
C16: Hiperventilar.
C17: Cafeína.
C18: Regresar.
C19: Atizar.
C20: Líos humanos.
W A T T P A D E R S
C21: Petrolíferos.
C22: Guayaba.
C23: Jökulsárlón
C24: Insospechado.
C25: Volar.
C26: Hasta pronto.
C27: Química avanzada.
C28: Oxígeno.
C29: Eres y serás.
C30: Ríete.
C31: Latiendo.
C32: Hoy.
C33: Magia.
C34: Aurora Boreal.
C35: Poético.
C36: Significar.
C37: Marcapáginas.
C38: Extraviado.
C39: El coco.
C40: Escenificar.
C41: Flujo sanguíneo.
W A T T P A D E R S
C42: El apunte perdido.
C43: Incandescencia.
C44: Tan bien y tan mal.
C45: Sábados.
C46: Código arcoíris.
C47: ¡Luz, cámara, acción!
C48: Brújula.
C49: Leamos.
C50: Serendipia.
C51: Amor al cubo.
Epílogo
¡Agradecimientos + aviso!
¡Oh, casi lo olvido!
CAPÍTULO EXTRA

C9: Tempestad.

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By CreativeToTheCore

Cuando era niña amaba las tormentas. 

Me gustaba sentarme en el alféizar de mi antiguo living y observar la forma en que los relámpagos iluminaban las nubes de forma impredecible, dispareja y extraordinaria. Los rayos que caían de manera vertiginosa con sus colores eléctricos y brillantes me dejaban sin aliento, tanto como oír los potentes y estrepitosos truenos. Había algo mágico en todo eso, en la singular forma en que la naturaleza llevaba a cabo tales fenómenos.

Siempre le preguntaba a mi mamá cómo era posible que esto ocurriera, y, a continuación, sin importar la cantidad de veces que se lo hubiera preguntado, ella me explicaba cómo se producían y por qué lo hacían. Sin embargo, las explicaciones al final no me servían, porque cuando la tempestad llegaba toda la teoría desaparecía de mi cabeza. Tal vez estaba demasiado cautivada como para recordar algo.

Ahora, mientras estoy de rodillas junto a Kassian y a escasos centímetros de Blake, echo de menos esos días en los que contemplar y oír las tormentas era mi mayor deleite y no mi peor pesadilla. 

El atronador sonido de un trueno llena mis oídos, hace que mi corazón se comprima y detenga por lo que parecen segundos. Cada fibra de mi cuerpo se tensa, e internamente siento que el pavor estalla en medio de mi pecho con una explosión que lo destroza todo. Lo inevitable ocurre, el temor, la angustia y el frenesí se desatan en mi interior y me estremezco al sentir la forma en la que viajan a lo largo de mi cuerpo una y otra vez. Antes de que pueda siquiera evitarlo siento el temblor adueñándose de mis manos, moviéndolas incontrolablemente a merced del pánico. 

 —Kassian—llama Blake en un susurro, con sus penetrantes ojos fijos en mí. —Sal de aquí.

El niño dice algo pero no logro comprenderlo. Me pongo de pie con las piernas flaqueando, sintiendo que no tengo fuerza para caminar o siquiera seguir respirando. La sensación de asfixia y cobardía me consume, el miedo forma un ajustado y doloroso nudo en mi garganta y la urgencia de llorar crece. Quiero esconderme y dejar de escuchar, de ver y sentir; deseo aferrarme a mi mamá o a mi hermano, quiero oír la voz de Kansas o de Bill intentando calmarme a pesar de que las palabras no funcionan. Quiero que la tormenta desaparezca, pero sé, al igual que con lo demás, que eso no ocurrirá.

Nunca ocurre.

—Kassian, ve a abajo con los muchachos, te alcanzaré en un segundo—insiste Blake con una advertencia en su voz mientras llego al borde la cama y me subo con la desesperada necesidad de cerrar la ventana. —Hazlo, ahora—añade, y oigo al niño corriendo hacia la puerta y cerrándola con suavidad tras él.   

Evito mirar a través del cristal mientras mis manos temblorosas intentan cerrar la ventana, pero no logro conseguirlo. Lo que me ocurre es parecido a lo que pasa en ciertas películas, cuando alguien persigue al protagonista y éste, sin poder eludir la incertidumbre y el miedo que lo obligan a echar la mirada sobre su hombro, observa a quien lo persigue para saber dónde está, qué tan lejos se encuentra y si será capaz de alcanzarlo. Yo miro el cielo preguntándome cuánto tardará la tempestad en llegar hasta mi, en envolverme en ese caótico y ulterior lío de rayos, relámpagos y truenos.

La fobia es enfermiza, martirizante, y capaz de hacer detener mi corazón o llevarlo hasta su punto máximo. O lo congela o está al borde de hacerlo colapsar, de hacerlo fragmentarse segundo a segundo hasta que ya no pueda resistirlo más y estalle liberando los más intensos y horribles sentimientos de aflicción, pánico e inquietud.

—Déjame hacerlo—la profunda y baja voz de Blake acarrea tranquilidad y compasión. —Zoe, apártate—pide mientras mis torpes y espasmódicas manos siguen intentando cerrar la ventana con exasperación.

Entonces siento algo envolviendo mis muñecas, y al bajar la mirada me encuentro con sus dedos enroscados gentil pero firmemente alrededor de ellas, apartando mis manos de allí. Su tacto es cálido y un poco áspero, y por un lacónico momento pienso que mis temblores cederán. Que él será capaz de hacerlos desaparecer.

Lástima que no es así.

Sus ojos invernales, destacando por ese singular e intenso color celeste, me sostienen la mirada. Me siento avergonzada de no poder controlar mi cuerpo, de que me vea tan alterada y sumida en una pozo sin fondo de miedo y nervios, en el mismo abismo en el que siempre termino cayendo.

Me aparto de la cama donde ambos estamos de rodillas y, antes de que pueda siquiera pestañear, ya me encuentro en el otro extremo de la habitación. A él le toma unos segundo jalar con suficiente fuerza la varilla y cerrar la ventana, amortiguando el incesante sonido de la lluvia con él.

Mi espalda toca la pared y cierro los ojos, mis brazos están envuelto a mi alrededor de forma automática mientras hago el esfuerzo de controlar mi respiración. Mis pulmones parecen luchar por aire como mi corazón por seguir latiendo, y mi intento de hacerlo todo funcionar se desmorona frente a mis ojos en cuanto otro trueno irrumpe el mutismo de la habitación.

Sé que mis hombros están temblando tanto como mi mandíbula y mis manos, soy consciente de que no aguantaré demasiado hasta que el pavor resurja con vehemencia desde las profundidades de mi cabeza, obligándome a dejar caer todas esas lágrimas que queman en mis ojos.

Al abrirlos veo un borrón de sombras, como si estuviera observando la calle a través de un parabrisas empañado. Pestañeo con fuerza y logro enfocar la vista en una figura que, hace solamente segundos, se encontraba del otro lado del cuarto.
Blake está a uno o dos metros de mí, acercándose a una paso lento mientras mantiene una mirada cautelosa y una mezcla de extrañeza, preocupación y empatía decorando sus facciones.

—Está bien—le digo asintiendo varias veces, como si quisiera convencerme a mi misma de que mi voz y mis ojos no dicen lo contrario. —Está bien—repito exhalando y dejando que mis uñas se claven en mis brazos con más fuerza. El asomo de una pequeña sonrisa tira de mis labios en el intento de restarle importancia a lo que acaba de pasar, pero sé que Hensley no me cree. Ni yo lo hago.

No quiero romperme delante de él, no quiero que vea más de lo que ya vio o que piense más de lo que sé que está pensando sobre mí. Necesito que se vaya.

—Ojalá pudieras oír y percibir tus propias mentiras de la forma en que lo hago yo—murmura con suavidad, sin ánimo de ofenderme. —De esa forma ni siquiera intentarías decirlas—añade recalcando el hecho de que es consciente de que nada está bien, no realmente. Es inútil negarlo.

Me quedo estática por algún tiempo antes de presionar mi espalda contra la pared tanto como puedo, hasta el borde de sentirme entumecida y a punto de caer. Nunca nadie me dijo algo como eso en medio uno de mis ataques, ni siquiera cuando me ocurrió hace unos años en la preparatoria: si yo decía que todo estaba bien ellos lo repetían, tal vez en el intento de darme fuerzas o calmarme, pero ninguno se atrevía a decir que estaba mintiendo cuando todos sabían que lo hacía. Ellos repetían que todo estaba bien, que lo estaría.

Mis ojos se mueven involuntariamente a la ventana en cuando veo un rayo de luz surcando los cielos y, tras él, el estrepitoso sonar que cala mis huesos y me deja sin aliento. Un escalofrío de recorre la espina dorsal y el temblor de mis manos se torna cada vez más incotrolable, hasta el punto en que debo dejar de abrazarme a mí misma y hacer puños que, aún así, se mueven contra mi voluntad a mis costados.

Oigo las pesadas botas de Blake crujiendo a lo largo del piso de madera, y su atlética y alta figura se acerca tan rápidamente que apenas tengo tiempo para musitar.

—No—me las arreglo para decir con lo que queda de mi voz. —No te acerques, por favor—pido, y él frena en seco con una mirada intranquila en sus ojos. —Ve abajo, dile a los demás que lo siento, que me siento mal—digo con la respiración acelerada. Odio la idea de mentir, pero acabo de llegar ayer y no estoy lista para contarle a nadie sobre lo que ocurrió en Betland. Me mudé exactamente para no tener que contarlo ni una vez más. —Diles eso, diles que en verdad lo lamento.

Él me observa con una fusión de emociones que no sé cómo descifrar. No sé si en este momento me tiene lástima o no, si siente impotencia, tristeza o algo en absoluto. Él solamente se limita a mirarme, a analizarme.

—¿Por qué a las tormentas?—inquiere rompiendo el silencio que se ve mínimamente interrumpido por el repiqueteo de la lluvia a las afueras y esos truenos que hacen que mi alma se caiga a mis pies. Él sabe que tengo miedo, que padezco de una fobia, que hay algo mal conmigo.

—Yo no hice preguntas acerca de Larson o la señora MacQuiod—le recuerdo, y me sorprende divisar algo de firmeza en mi voz. —Así que tú no las hagas respecto a esto—susurro, casi imploro.

Le sostengo la mirada hasta el punto en que él parece comprender que necesita marcharse y, para mi sorpresa, algo en sus ojos me dice que no quiere hacerlo. Sin embargo, llega a tocar el pomo de la puerta y contemplo la manera en que los músculos se tensan bajo su camiseta. Le molestó que mencionara a Larson y a mi nueva jefa, y se nota que no quiere hablar de su relación con ellos ni por asomo.

—No haré más preguntas—promete aún dándome la espalda, lo cual agradezco. —Pero si necesitas algo, cualquier cosa...—no le permito terminar.

—Gracias—murmuro tan bajo que creo que no es capaz de escucharme, con verdadera gratitud haciendo vibrar mis frágiles cuerdas vocales.

Los músculos de su espalda parecen relajarse. Un poco, no demasiado. Y entonces cierra la puerta y espero a oír que las escaleras crujen.
Y al fin me dejo caer, me permito llorar mientras me desmorono en el rincón de la habitación como he querido hacerlo desde que el primer relámpago iluminó las nubes, el primer rayo descargó su furia contra la tierra, y el primer trueno resonó en mis oídos.

La tormenta arrasa con todo, incluso con lo que no es capaz de alcanzar.

Me aferro a la barandilla de la escalera con fuerza, mis nudillos tornándose blancos mientras observo un punto frente a mí y hago el esfuerzo de reprimir aquellas casi incontenibles ganas que tengo de dar la vuelta y volver a subir al ático.
Sé que no debo interferir, que no conozco a esa chica en absoluto y que lo que sea que le está pasando no es mi asunto. Lo sé, pero no soy conocido por mantenerme al margen de nada, menos cuando alguien aparenta estar en problemas.

No hay nada que de más impotencia que el hecho no poder ayudar a alguien cuando esa persona está prácticamente rogando por ayuda frente a ti, porque no es necesario que se pronuncie nada; todo se ve a través de los ojos, del movimiento del cuerpo. Y todo en Zoe gritaba por ayuda, desde sus hombros decaídos hasta sus ojos amplios y rutilantes de temor, desde sus manos temblorosas hasta su fuerte y pesada respiración.

La chica del ático, la que está atascada entre la tempestad y sus miedos, no se aparece en nada a la sonriente, torpe y cálida muchacha que anda en bicicleta por las calles de la ciudad diciendo que ama el medioambiente. No se parece a la chica que contemplaba mi arte y lo definía como simbólico, introspectivo y sutil.

Miro sobre mi hombro y sus palabras resuenan en mi cabeza, como una canción en modo de repetición. «Yo no hice preguntas acerca de Larson o la señora MacQuiod, así que tú no las hagas respecto a esto».

Me obligo seguir bajando los escalones, a pensar en otra cosa. Ella tiene razón, no puedo demandar por respuestas cuando ni yo mismo quiero o puedo darlas.
Llego a la sala de estar y el murmullo proveniente de la cocina junto con el sonido de la vajilla siendo algo maltratada me dice que todos están por sentarse a la mesa. Paso frente al mural que pinte hace alrededor de medio año para Mei Ling, ese mismo que tanto pareció gustarle a la chica de la cicatriz, ese que detona el cosquilleo e inquietud de mis dedos.

Quiero pintar, siempre quiero hacerlo; sin embargo, en este momento, tengo la urgente necesidad de descargar toda mi compasión, cautivación, e impotencia, en un lienzo. Quiero plasmar la angustia de su mirada y decorarla con tintes de miedo, quiero pintar con colores fríos sus ojos y la particular manera en que los vi cristalizarse, en la forma en que los rayos y relámpagos se reflejaron allí en cuanto surcaron los cielos.

Sería el retrato más trágico y, posiblemente, el más hermoso.

Cruzo el umbral de la cocina reprochándome por querer pintar mientras esa chica está sola allá arriba, luchando contra los demonios de un miedo que aún no logro comprender.
Al principio no entendía por qué se había tensado, por qué pareció recorrerla ese estremecimiento que la obligó a cerrar los ojos. Sabía que algo andaba mal, pero no fue hasta que se acercó a la ventana que me percaté de lo que ocurría; todo en su cuerpo gritó en cuanto el cielo se iluminó y comenzó a tronar, el desgarrador y aterrador grito salió de todos lados, menos de sus labios.

—Entonces la abuela de la prima del amigo de mi tía me dijo que..., ¡Hensley! ¿Dónde estábas?—inquiere Shane en cuanto entro a la cocina-comedor de la casa. —Justo estaba por contar cuando la abuela de la prim...—Glimmer, quien lleva una jarra de limonada a la mesa, lo interrumpe.

—¿Y Zoe?—pregunta frunciendo el ceño. —Kassian nos dijo que estabas con ella—apunta mientras busco a mi sobrino con la mirada. Antes de llegar a divisarlo veo a Dave arqueando una curiosa ceja en mi dirección, lo ignoro y contemplo al niño que está sentado en la mesa jugando a la cartas con Steve, quien, al oír el nombre de la nueva estudiante de la OCU, levanta la cabeza con curiosidad.

—¿Zoe?—se entromete, y de forma automática una sonrisa comienza a curvar sus labios. —¿Zoe Murphy?—insiste en saber.

—¿Conoces a la alcoholiza-hermanos y atropella-Blakes?—le pregunta Akira sentada desde la mesada de la cocina, donde balancea sus pies y sorbe ruidosamente del poco líquido que queda en su vaso.

—¿Ella te atropelló?—esta vez es Mei Ling quien habla, la incredulidad y furia en su voz es notable. —Juro que si es verdad voy a...—comienza, pero Elvis la interrumpe.

—¿Vas a qué?—se burla el muchacho que está sentado frente a Steve. —¿Lanzarle una maldición? ¿Hacerle un muñeco vudú?

—Golpearla como lo hice contigo en la fiesta que dio Ingrid, por esa vez que me manoseaste el trasero—amenaza y le recuerda cruzándose de brazos y llegando a mi lado.

—Estaba borracho y confundí tu trasero con una almohada, ¡¿cuándo dejarás de recordármelo?!—espeta exasperado. —¿No puede un hombre equivocarse en el siglo veintiuno?

—¿Hombre?—se ríe Akira. —¡Pero si tú no tienes ni un solo pelo en las pelotas, Preston! Yo tengo más pelos en una axila que tú en todo tu cuerpo.

—Dejen de dispersarse y respondan—les llama la atención Timberg mientras se pone de pie. —¿La nueva se llama Zoe Murphy?

—Sí, o por lo menos eso es lo que dice su perfil de Facebook—se encoje de hombros Glimmer. —¿Por qué pregun...?—no es capaz de terminar la oración que el muchacho ya está atravesando el comedor y yendo directamente hacia la puerta a escasos pasos de mí.

De forma instantánea me muevo para obstruirle el paso y él se frena en seco. Un incómodo silencio cae en la habitación de la misma forma en que decenas de ojos caen sobre nosotros.

«Ve abajo, dile a los demás que lo siento, que me siento mal. Diles eso, diles que en verdad lo lamento». Su voz junto con la vergüenza, la tristeza, y la desesperación que emitía se reproducen en mi cabeza.

—¿Qué haces, Hensley?—me inquiere riéndose, pero ambos sabemos que no es una risa sincera, sino una que está destinada a atenuar la incómoda escena.

Sus ojos se encuentran con los míos y veo sorpresa e incertidumbre en ellos, y es entonces cuando, gracias al silencio que nos rodea, es capaz de oír la tormenta en el exterior. Su mirada adquiere un brillo de comprensión y ahora soy yo la persona que está confundida, sobre todo cuando da un paso atrás y asiente. Asiente como si supiera lo que acaba de ocurrir en el ático, lo que le ocurre a Zoe.

—¿Por qué se callaron todos? ¿Estamos jugando a que la persona que habla pierde y no me dijeron?—demanda saber Kassian mirando a su alrededor con indignación y curiosidad. —Porque si es así son todos unos trampos...—Elvis se estira y le tapa la boca antes de girar la cabeza en nuestra dirección y preguntar:—¿Qué ocurre? Escúpanlo—dice.

—¿Te dijo que nos dijeras que se sentía mal, verdad?—me pregunta Steve ignorando al muchacho que chilla en cuanto mi sobrino lo muerde, clavándole los dientes con fuerza. No respondo y Steve asiente una y otra vez antes de pasar sus manos a través de su corto y oscuro cabello. —Tenía la esperanza de que esto dejara de ocurrirle.

—Hablen de una maldita vez que esto no es ninguna jodida película de suspenso o un condenado drama adolescente—exije Mei Ling. —Nada de secretos que esto no es la baratija de Gossip Girl—agrega.

—Zoe es astrafóbica—confiesa Steve, y en cuanto las palabras salen de su boca quiero agarrarlas y metérselas hasta la garganta a la fuerza. Yo adoro a este tipo, pero en este momento mi adoración está nublada por algo más. Él no debería hablar de eso, no es su secreto como para contarlo frente a todos.
Entonces me preguntó cómo es capaz de saberlo y me veo retenido por mí mismo en mi lugar, en la espera por una respuesta.

—Miedo a las tempestades, los rayos, relámpagos, y truenos—informa Akira, y ésta es una de esas pocas veces donde se puede encontrar algo de seriedad en ella. —¿Cómo lo sabes?

—Yo crecí en Betland y soy solamente dos años mayor que Zoe, la conozco desde que tengo uso de razón—explica. —Además Chase, mi hermano, es muy cercano a su fam... a las personas que la rodean. La última vez que vi a Zoe ella tenía dieciséis, y tenía la esperanza de que su fobia hubiese...—él no termina la frase porque creo que no sabe cómo hacerlo.

—¿Y por qué le teme a las tormentas?—inquiere Dave con su usual cautela y tono de voz grave.

—No es mi historia como para que yo la ande contando—se encoge de hombros, y una parte de mí se alivia al saber que nada, incluso lo que no sé, saldrá a la luz por medio de Timberg. —Lo único que voy a decirles es que le den espacio respecto a esto. Ella acaba de llegar y seguramente no estaba en sus planes tener uno de sus ataques su segundo día en Owecity, así que no insistan o saquen a relucir el tema—aconseja con cierto pesar en sus palabras. —Y no interfieran.

Entonces sus ojos recaen en mí.

—Lo digo de verdad, Hensley—advierte. —No interfieras.

—¿Por qué crees que yo soy el único que sería capaz de interferir?—cuestiono.

—Porque tú sueles pensar con el corazón y no con la cabeza—me recuerda. —Y soy consciente de que no es necesario que alguien pida algo para que tú estés en su puerta listo para dárselo—añade. —No por nada los fanáticos gritan touch-heart en vez de touchdown cuando anotamos en el campo.

Odio esa expresión, la odio desde que ella fue la primera en gritarla hace tres años atrás, aún cuando estaba en la preparatoria.

Odio muchas cosas y, entre ellas, está el hecho de no ser lo suficientemente fuerte como para dejar a alguien sufrir por su cuenta. Steve solamente me está recordando uno de mis tantos puntos débiles.

Y me está advirtiendo que la chica de la cicatriz será uno de ellos.

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