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By CreativeToTheCore

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Segundo libro de la serie #GoodBoys. En físico gracias a Nova Casa Editorial (este es un borrador). Enigmátic... More

✿ S I N O P S I S ✿
A D V E R T E N C I A
R E P A R T O
C1: Dispar.
C2: Peculiar.
C3: Disminuir.
C4: Fanáticos.
C6: Buitres.
C7: Fontanería.
C8: Recapitular.
C9: Tempestad.
C10: Destructores.
C11: Lectores.
C12: Deambuladores.
C13: Técnicas.
C14: Paranoia.
C15: Voltaire.
C16: Hiperventilar.
C17: Cafeína.
C18: Regresar.
C19: Atizar.
C20: Líos humanos.
W A T T P A D E R S
C21: Petrolíferos.
C22: Guayaba.
C23: Jökulsárlón
C24: Insospechado.
C25: Volar.
C26: Hasta pronto.
C27: Química avanzada.
C28: Oxígeno.
C29: Eres y serás.
C30: Ríete.
C31: Latiendo.
C32: Hoy.
C33: Magia.
C34: Aurora Boreal.
C35: Poético.
C36: Significar.
C37: Marcapáginas.
C38: Extraviado.
C39: El coco.
C40: Escenificar.
C41: Flujo sanguíneo.
W A T T P A D E R S
C42: El apunte perdido.
C43: Incandescencia.
C44: Tan bien y tan mal.
C45: Sábados.
C46: Código arcoíris.
C47: ¡Luz, cámara, acción!
C48: Brújula.
C49: Leamos.
C50: Serendipia.
C51: Amor al cubo.
Epílogo
¡Agradecimientos + aviso!
¡Oh, casi lo olvido!
CAPÍTULO EXTRA

C5: Eventualidad.

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By CreativeToTheCore

Son alrededor de las ocho de la mañana del sábado cuando salgo de la casa rodante para esperar el coche que mi madre envía para recogerme usualmente.

Normalmente la calle está desolada dado que los habitantes de la zona universitaria no suelen madrugar. Por mi parte me levanté alrededor de las seis para repasar mis apuntes de la teoría general de movimiento y la psicología del arte, a su vez tomé algo de café y terminé con los detalles de la obra de anoche.

Usualmente hacer retratos me lleva varios días por el hecho de que casi nunca dispongo del tiempo suficiente para empezar y acabar en cuestión de menos de veinticuatro horas, e incluso he tardado un par de semanas si los hago con acuarelas. Sin embargo, algo ocurrió anoche, algo que me mantuvo despierto hasta alrededor de las dos de la mañana y detonó en mí una obsesión por terminar ese cuadro.

Cualquier artista sabe lo que es caer en las garras de la obsesión, ceder ante la tentación de lo que significa la fusión de la imaginación y el pincel en mano. Ellos quedan atrapados entre el lienzo y sus pensamientos, y así se pierden por horas, como me ha pasado a mí, en algún lugar que tiene boleto de ida pero no de vuelta. O por lo menos no hay regreso hasta que termines de pintar.

Y, sorprendentemente, ese algo que me costó mis horas de sueño se encuentra frente a mí en este instante.

Ella sale de la casa de Mei Ling bostezando con somnolencia mientras se echa una cartera al hombro. Luce zapatos bajos, un vestido floreado diferente al de ayer y sobre este un abrigo rojo de lana. Camina prácticamente con los ojos cerrados hasta una bicicleta amarilla que está abandonada en el porche y maniobra para alcanzarla y bajar los escalones.

Entonces me ve.

De forma automática una de sus manos vuela a sus labios escondiendo el bostezo.

—Demasiado tarde—le digo metiendo mis manos en los bolsillos de mis jeans. —Ya vi tu úvula, lengua y hasta lo que desayunaste.

Ella deja caer su mano y sus labios se curvan en una genuina sonrisa antes de que comience a reír. El sonido es suave y ligero, casi musical.

—Buenos días para ti también—replica con diversión en su voz llegando a la calle y apoyando la bicicleta contra su cadera, es ahí cuando eleva sus manos hacia su cabello suelto y mecido por la fresca brisa de la mañana veraniega. Se toma su tiempo para acomodarlo en un rodete flojo en la cima de su cabeza y me percato de que deja a propósito unos cuantos mechones sueltos para que cubran su cicatriz. —¿Qué estás...? ¡Mal día para usar vestido!—chilla en el momento en que una ráfaga de brisa nos golpea y la falda de la prenda se arremolina y comienza a subir. Una de sus manos se dispara a su entrepierna y la otra a su trasero con rapidez, y entonces la bicicleta cae contra el asfalto en un ruido rimbombante.

Aparto la vista y hago el esfuerzo de reprimir la ladeada sonrisa que ni siquiera sé en qué momento se formó en mi rostro. Ella, por otro lado, se aferra a sus partes íntimas tanto delanteras como traseras con ojos amplios y avergonzados. Sonríe con nerviosismo y veo el rubor cubriendo sus mejillas; es torpe, inocente y parece tener la reacción de una niña a pesar de que soy consciente de que es capaz de reflexionar como una adulta.

Simbólico, introspectivo y sutil. Recuerdo sus palabras acerca de mi mural.

Si bien recuerdo ella dijo que se tatuaría en una nalga el mural de la casa de Mei Ling si conociera al artista; tal vez la naturaleza está buscando llevar a cabo eso mientras hace rugir el viento un poco más. Sin embargo, me reservo el pensamiento ya que sería un poco inadecuado decirlo en voz alta, y me limito a acercarme y levantar la bicicleta tomándola por el manubrio.

—Elvis tiene auto—recuerdo mientras ella abrocha su abrigo que llega hasta sus muslos. —Podrías decirle que te lleve al lugar que tienes que ir—comento. Ella mira hacia abajo mientras abotona la prenda y por un momento observo la forma en que sus delgadas pestañas bajan en un abanico agraciado hasta casi rozar sus pómulos. —Aunque si mal recuerdo tú también tienes auto—omito la parte del accidente pero ella instantáneamente lo recuerda y me mira con cierto de remordimiento.

—Recuerdas bien—replica mordiéndose el interior de su mejilla mientras la sonrisa de culpa y gracia lucha por dominar sus labios y extenderse para iluminar su rostro. —Mi jeep está bastante familiarizado contigo, lo siento por eso—ella extiende sus manos para tomar la bicicleta y le cedo el manubrio. Sus dedos rozan con los míos y, ante tal sencilla e insignificante acción, soy testigo de la manera en que cuadra sus hombros y el leve color arrebol en sus mejillas adquiere otra tonalidad. —Creo que te hará feliz saber que no lo volveré a usar y que tú y toda la población estará a salvo de mi torpeza automovilística. Nada de atropellar peatones para mí.

Doy un paso atrás dándole espacio, pero no lo suficiente como para dejar de contemplar los rasgos de su rostro en detalle.

—No es necesario que dejes de conducir por haberme atropellado—le aseguro.

—No lo hago por ti—comienza a reír, pero de forma automática se detiene al ver mi inquisitiva ceja levantada en su dirección. —Bueno, sí, tal vez es en una mínima parte por el hecho de que no quiero arrollar a alguien más con el jeep—reconoce. —Pero en realidad lo hago por el medio ambiente. Estoy en contra del uso innecesario de los vehículos motorizados por combustible fósil y a gas natural, ¿sabías que son los responsables del alrededor del 14% de la contaminación? No es tanto comparado al 50% que emiten el conjunto de viviendas, fábricas y demás, pero sigue siendo dañino—explica. —También estoy en contra de los coches eléctricos dado que su producción resulta mortal para el entorno, ¡y casi lo olvido! Los autos a...—la interrumpo.

—Ecologista—reconozco al mismo tiempo en que el crujido de una puerta siendo abierta se oye.

Zoella, así recuerdo que la llamó el nuevo entrenador, mira sobre mi hombro y saluda a quien sea que se encuentra a mis espaldas. Me giro hacia la fraternidad en la que Shane, Steve y Dave viven, para ver a Larson saliendo de ella con ropa deportiva puesta.

Mis músculos se tensan y aprieto la mandíbula con una fuerza innecesaria. Mi usual apatía y desagrado fluyen a través de mí mientras él llega hasta la calle y sonríe hacia la chica a pocos pasos de mí con cordialidad. Sin embargo, cuando sus ojos se deslizan hacia mi persona esa sonrisa vacila.

—¿Qué tal, Zoe?—inquiere poniéndose uno de sus auriculares. Está listo para salir a correr como regularmente lo hace, pero a diferencia de todos los sábados en que nos topamos siempre a la misma hora en el mismo desértico lugar, él habla y me observa por primera vez. —Hensley—saluda con cortesía, y yo me limito a asentir.

No pienses en Wendell, ni en Kendra. No pienses en Kassian y tampoco en él. No pienses, no recuerdes. No hagas lo que sé que deseas hacer. Me repito como cada vez que lo veo, como en cada oportunidad que mi memoria no falla y hace bailar las imágenes del pasado en mi cabeza.

La muchacha de la bicicleta nota la tensión, lo sé por la forma en que sus dedos se enroscan y desenroscan alrededor del manubrio con inquietud. Ella murmura algo a Larson y su cálida sonrisa flaquea en sus labios.

Oigo el familiar sonido del motor de Frederick, el chofer de mi madre, acercándose a unas pocas cuadras. Mi mirada cae en Larson y espero que comience a correr, que se marche antes de que yo me suba a ese coche.

El pensamiento de él quedándose a solas con Kendra siempre me resulta alarmante, algo repulsivo. Entonces miro a Zoe, a la alegre y cándida chica que se aferra a su bicicleta sin saber exactamente qué hacer o decir. Aquel pensamiento me consume, se multiplica y triplica y da vueltas alrededor de mi cabeza mientras que el escrúpulo se instala hasta llegar a incidir en mis huesos.

Vamos, Larson. Corre de una maldita vez.

Él me observa y soy consciente de que puede leer mis pensamientos, de que sabe que no quiero que esté aquí. Sabe que odio su presencia, que el resentimiento siempre retoma el camino hacia mi pecho cada vez que él pasa frente a mis ojos.

Entonces se va.

Y el automóvil de Frederick  aparece reduciendo la velocidad hasta detenerse a unos pocos metros de mi cuerpo.

Mis ojos vuelven a caer en la pálida chica frente a mí. El peculiar color de sus ojos ahora rodea unas pupilas abismales y dilatadas, donde una pregunta es formulada a partir de curiosidad y repentina intranquilidad.

—Intenta no atropellar a alguien con tu bicicleta—me esfuerzo por dispersar la tensión en el ambiente, y ella también lo intenta forzando una ladeada sonrisa. Sin embargo, en el fondo, tanto ella como yo sabemos que ni mis palabras ni su sonrisa pueden hacer desaparecer o restar importancia a la rigidez de nuestros cuerpos y a lo que acaba de pasar. —Y bienvenida a Owecity, Zoella.

—Zoe—me corrige, contemplándome con fijeza. —Puedes llamarme Zoe—y con esas palabras vienen unas cuantas más conformando una oración que no es dicha en voz alta.

Puedes llamarme Zoe, puedes hablar conmigo, puedes contar conmigo.

Shakespeare dijo en una oportunidad que la locura tiene su propia lógica, y eso me quedó muy claro ayer por la noche.

Luego de la incómoda presentación con Mei Ling tuve la oportunidad de conocer mi nuevo cuarto. Glimmer, mientras yo fui a entregarles las llaves del jeep a Bill con mi bicicleta metida con en la cajuela, cargó mis maletas hasta el ático. Mi habitación es gran triángulo con una cama de dos plazas en medio, una ventana circular que da a la calle frente a esta y una pequeña mesa de luz a la que le falta un cajón.

No había telarañas ni cosas por el estilo allí arriba, pero debo decir que al cruzar el umbral sentí que necesitaba con urgencia algo de decoración, luz y color. Sin embargo no tuve la oportunidad de desempacar –no sé en dónde pondría la ropa de todas maneras-, porque se oyó un grito desde la planta baja.

Y ahí estaba, Gloria enroscada alrededor de la pierna de Elvis Preston.

—¡Hay una jodida serpiente en mi pierna!—chilló saltando en un pie mientras sacudía el otro como si eso pudiera aflojar el agarre de Gloria. Él frunció el ceño con pánico y desconcierto. —¡¿Por qué diablos hay una jodida serpiente en mi pierna?! ¡Llamen al zoológico, a control animal, a las jodidas fuerzas armadas o a mi mamá!—ordenó con temor y desasosiego en su voz.

—¡Relájate, es inofensiva y no es venenosa!—le dije bajando las escaleras de dos en dos y llegando hasta él. —Es una pitón real y su nombre es Gloria—le sonreí a modo de tranquilizarlo, lo cual, según su reacción, solamente lo alteró más.

—¿Tienes de mascota una pitón?—inquirió con estupefacción mientras me ponía de rodillas y, gentilmente, desenroscaba a la serpiente de su pierna. Ella es muy dócil y normalmente le teme a las personas, así que es realmente extraño que haya terminado abrazada a Elvis. —Ni siquiera te molestes en desempacar, porque tú—añadió señalándome e intetando no perder el equilibro. —No puedes vivir aquí si tienes esa cosa.

—No seas exagerado, imbécil—dijo Mei Ling para mi sorpresa. A pesar de que tenía su expresión antipática fui capaz de vislumbrar la diversión revoloteando en sus ojos oscuros. —En esta casa de aceptan mascotas—le recordó.

—¡Claro que se aceptan mascotas! Perros y gatos, peces y cobayos, ¡hasta podría aceptar un jodido caballo!—dijo mientras corría al otro extremo de la habitación mientras Gloria se acurrucaba ya en mis manos. —¿Pero algo que come ratones? No, no y no. Definitivam...—Mei Ling lo interrumpió.

—Las conservaremos—sentenció. —A Gloria y a la chica que le da ratones para el almuerzo—eso sonó como si en verdad se hubiera olvidado de mi nombre.

—¡Tú misma estás reconociendo que le da ratones para comer! ¿Y sabes que le da de postre?—inquirió con preocupación y miedo mientras le lanzaba una mirada a mi serpiente. —Humanos, seres humanos como tú y yo—susurró y tragó.

—Gloria no come tanto, aún es una bebé—le aseguré acariciando su cabeza. —Solamente un ratón cada siete días.

—Sí, y cuando se le antoje algo dulce de postre comerá una de mis extremidades cada veinticuatro horas—argumentó pegando a la pared.

—Si las chicas no quieren darte un beso tampoco una pitón querrá, no te preocupes—dijo Mei Ling mientras Akira entraba por la puerta con su uniforme de McDonald's y sonreía en mi dirección como si ver a su nueva compañera de alquiler con una serpiente en brazos fuera de lo más casual.

Entonces la coreana miró a Elvis y su sonrisa se esfumó. El muchacho comenzó a negar con la cabeza al instante, pero fue en vano.

—¿Mordedura de serpiente?—preguntó antes de lanzarse a la carrera tras el chico. Él pegó un grito en cuanto Akira lo derribó contra el piso y comenzó a revisarlo con rapidez. —Posibles síntomas por mordida de serpiente venenosa: sangrado, fiebre, diarrea, convulsiones, pulso rápido, ardor en la piel, muerte tisular, visión borrosa—dijo abriéndole los ojos con sus dedos y hasta metiendo su cabeza bajo la camiseta del muchacho para oír su corazón. —Vómitos, entumecimiento, sudoración excesiva, desmayo, dolor y pigmentación de la piel entre otros—continuó mientras Preston luchaba por zafarse de su agarre y alejarse.

Y así, de forma extraña y bastante divertida, transcurrió la cena.

Mientras devoraba porción tras porción de pizza fui capaz de conocer un poco más a cada uno, o por lo menos de definir un poco la personalidad de las personas alrededor de la mesa.
Si tuviera que describirlos en solamente tres palabras escogería centrada, carismática y decidida para Glimmer, enigmática, irónica y malhumorada para Mei Ling, y entusiasta, excéntrica y juguetona para su hermana. Elvis se queda con alborotador, dramático y sarcástico mientras que Ingrid, la muchacha con la que en un principio creí que me contacté por el alquiler y ahora me entero de que está de vacaciones en Europa, sigue siendo un total misterio.

Ahora, mientras pedaleo por las transitadas calles del centro de la ciudad, me pregunto cómo pasé de estar riéndome con esas personas anoche a estar metida en una silenciosa y tensa batalla de miradas esta mañana.

Al principio todo iba bien a excepción del hecho de que casi se me ven las nalgas y algo más; ver a Blake de pie en medio de la calle fue el mejor "Buenos días" que he recibido en mucho tiempo. ¿Por qué? No lo sé.

Hay algo acerca de él que me llama la atención, no estoy segura de si es el enigma que irradia su persona o la bondad que también emite. La cosa fue que verlo disparó mi pulso y también mi vergüenza, y en cuanto comenzó a hablar con esa profunda, grave y serena voz que tiene, casi se me caen hasta los calzones.

Entonces apareció Larson.

No hace falta tener un coeficiente intelectual muy alto para saber que hay una historia detrás de la mirada que compartieron, una que, o es muy reciente, o fue lo suficientemente grave como para ser parte de un pasado lejano pero seguir repercutiendo en el presente.
La forma en que se miraron no es simple desagrado. Lo noté en sus posturas rígidas, en sus vacilaciones y hasta lo sentí en carne propia con el estremecimiento que recorrió mi columna vertebral.

Tras esquivar un par de coches y gritar varias veces que lo sentía por meterme donde no debía, me bajo de la bicicleta y subo a la vereda sobre la cual la puerta de Notre nuage me da la bienvenida.

En uno de los edificios más altos y descomunales de la ciudad, uno que desde el exterior se ve como un gran cilindro de cristal oscuro con una interminable cantidad de pisos. Junto a este hay un estacionamiento de varios pisos, el cual es privado y le pertenece a la compañía, uno donde lujosos coches de todos los colores habidos y por haber se pierden en su interior.

¿Y yo? Yo tengo mi bicicleta.

Miro a mi alrededor y busco un lugar donde pueda dejarla, pero ni siquiera hay un poste que esté disponible. Es de esperarse que en una ciudad de este tamaño cada poste ya tenga una bicicleta aferrada con candado a su alrededor, así que, tras unos pocos minutos escudriñando la calle, me encamino al estacionamiento.

El guardia en la entrada es un hombre afroamericano alto y fornido, luciendo un uniforme impecable y una gorra a juego.

—Hola—lo saludo mientras apoyo mi bicicleta contra mi cadera y rebusco en mi cartera por la identificación que me enviaron hace pocos días. —Tu traje es muy bonito, ¿pero no crees que te calcinarás con él por la tarde?—inquiero dado que estamos a mediados de verano. Normalmente hace calor y la brisa no corre, pero dado que se acerca una tormenta el clima ha estado variando. No pienses en eso, me digo. —¿No te dejan usar bermudas o algo así? ¿Una falda como en Escocia?—sigo encontrando lo que buscaba y poniendo la identificación a escasos centímetros de su rostro.

El hombre arquea una ceja y sus ojos color avellana se deslizan desde mí hasta mi bicicleta. Él no dice nada y su postura se mantiene imperturbable, pero sus labios tiemblan como si quisiera reír.

—¿Tienes algún problema con mi bicicleta, enemigo del medio ambiente?—inquiero frunciendo el ceño. Sus labios dejan de temblar y se aprietan en una dura línea de expresión. —Eso pensé—lo regaño mientras me deja pasar y voy al piso subterráneo con la cabeza en alto.

Veo un montón de coches estacionados y unos pocos lugares vacíos. No me sorprende dado que en el edificio trabajan más de cuatrocientas personas, suficientes para llenar todo este lugar.

Mis zapatos hacen eco en el amplio espacio mientras fijo mis ojos en un lugar disponible. Dejo me bicicleta allí, entre un lamborghini modelo 2016 y un BMW i3. Por un momento considero ponerle el candado, ¿pero quién me la va robar?

Una vez que me alejo lo suficiente no puedo evitar reír ante la imagen. Saco mi teléfono y tomo una foto para envíarsela a Kansas, pero al salir del estacionamiento reprimo la sonrisa al pasar junto al guardia y paso con la cabeza en alto a pesar de que ahora entiendo de qué se reía.

Él asiente en mi dirección con educación.

Y así me adentro en Notre nuage, lista para empezar mi primer día como asistente de Betty Georgia MacQuiod, una de las más prestigiosas wedding planners del Sur de Estados Unidos.

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