Millionaire ©®

By vcarlabianca

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| C O M P L E T A | ✔️ [+18] Después de renunciar a todo, Rose Paige decidió vender lo único que le quedaba:... More

Sinopsis
Prólogo
CAP (1) Envuélveme en la oscuridad
CAP (2)Amanecer entre sus sábanas
CAP (3) Dificultades
CAP (4). Un café
CAP (5) . Solo una llamada
CAP (6). Solo una puta
CAP (7). Atrévete
CAP (8). En tí
CAP (9). Despacio
CAP (10). Un millón de plumas
CAP (11). ¿Aceptas?
CAP (12). Detrás de tus ojos
CAP (13). Dame una razón
CAP (14). Una tras otra
CAP (15). Solo trabajo
CAP (16) ¿Puedes ayudarme?
CAP (17) . Vuelo nocturno 🔞
CAP (18). ¿Quién es ella?
CAP (19). Tensión 🔞
CAP (20). Miradas
CAP (21). Reconciliación
CAP (22). Mariposas
CAP (23). Consejos
CAP (24). Borron y cuenta nueva
CAP (25). Otra
CAP (27). Dando vueltas
CAP (28). Buscando una solución
CAP (29). Secretos a la luz
CAP (30). Mentiras
CAP (31). Descubierta
CAP (32). Tu...
CAP (33). Propuesta
CAP (34). Nueva casa
Cap (35). Mala publicidad
CAP (36). Tomar actitud
CAP (37). Sin más secretos
CAP (38). Siempre a tu lado
CAP (39). Ultima noche
CAP (40). Despedida
CAP (41). A través de una llamada
CAP (42). Angustia
CAP (43) ¿Y ahora qué?
CAP (44). Familia
CAP (45). Circunstancias
CAP (46). ¿Será?
CAP (47). Era hora
CAP (48). Una rosa fuerte
CAP (49). Reencuentro
CAP (50). Tu y yo
CAP (51). Mi lugar
CAP (52). Final
Epilogo
G R A C I A S

CAP (26). A tu lado

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By vcarlabianca



Narrativa : Rose Paige


Nadie tiene la certeza de lo que nos llevará el próximo día igual como nadie tiene seguro si las cosas seguirán siendo iguales, mejorarán o si empeoran. A lo largo del tiempo me convencí de esto y hasta el día de hoy mi mentalidad está construida bajo esa perspectiva.

—¡Buenos días!—sonreí acercándome al sofá donde se encontraba Colin trabajando en el portátil.

Me acerqué más y le di un corto beso en la mejilla mientras que él empujó el portátil hacia un lado y me agarró de la cintura, sentándome sobre sus piernas y besándome los labios.

—¡Buenos días, hermosa!— sonrió, pero rápidamente noté algo extraño en su sonrisa, no era su sonrisa auténtica, más puede presumir que detrás de ella había alguna molestia.

—¿Te pasa algo?—pregunté preocupada, mirándolo a los ojos, y él asintió con la cabeza.

—Anoche te llegaron unos mensajes— me aclaró y sentí cómo mi corazón se paró por miedo a lo que podría haber visto.

Mi mente empezó a empezar, lo que podría haber provocado una molestia en él. Un mensaje tonto por parte del padre de Lana o peor, algún mensaje envenenado por parte de Alex. Sin más, agarré el teléfono y noté un mensaje de Alex. Estaba a punto de explicarle un poco sobre la situación que había entre Alex y yo cuando pude ver otro mensaje que era por parte de Natalia y que me había dejado sin aliento.

—Tranquila, llámala y ve que es lo que está pasando— me tranquilizó con su voz.

Me levanté de sus piernas y de inmediato la marché, solo esperaba que Alex no la había encontrado a ella y a mi hijo. De repente, un gran sentimiento de culpa me invadió, ¿cómo pude dejarlos allá solos e irme de viaje?

—¡Rose!—escuché la voz de Natalia a otra parte de la línea, mientras caminaba nerviosa por el dormitorio.

—¿Qué pasó? ¿Mi hijo está bien?—pregunté algo desesperada e impaciente —.¿Alex los encontró?

—No, Alex, no sabe nada de nosotros—contestó y por un momento me había tranquilizado.

—¿Mi hijo está bien?— volví a preguntar.

—Creo que deberías regresarte, será mejor hablar cuando estés aquí :— Empezó a hablar y sentí cómo mis pies se debilitaban.

—Dime qué pasa con Diego —insistí y sentí los brazos de Colín alrededor de mi cintura.

—Estamos en el hospital, Rose. Sabes que Diego últimamente estuvo siempre con gripe, al parecer las cosas se habían complicado. Será mejor que vengas aquí lo más rápido que puedes— me aclaró mientras mi estado estático se impostaba dentro de mí.

—¿Dónde están?—pregunté y Colín se quedó en mi frente mirándome con preocupación.

—En el hospital central, te mandaré la dirección completa por mensaje.

—Por favor, cuídalo mientras llego allá, por favor Natalia— supliqué mientras sentía cómo mis ojos se ponían llorosos.

—Estoy aquí, Rose, y no me voy a mover de aquí.— dijo dándome una sentimental de seguridad en lo que incumbía el bienestar de mi hijo.

Colgué la llamada y me quedé con el teléfono en la mano atónita, no sabía qué hacer para llegar lo más rápido a Los Angeles. Mi hijo era todo para mí.

—¿Qué pasó?—preguntó Colín mientras me había sentado sobre el sofá, arrodillándose y agarrándome las manos entre las suyas.

—Tengo que volver lo más rápido posible a mi casa—. Lo miré a los ojos.

Se levantó sin decir nada y agarró su teléfono, saliendo del dormitorio por precio de unos minutos. Me quedé mirando un punto fijo en la pared, sin saber por qué todo eso me pasaba ahora, ¿los problemas nunca desaparecerán de mi vida?

—Vamos a preparar las maletas—dijo Colín en cuanto entró en la habitación —.El avión estará listo en dos horas. Mañana vamos a estar en Los Angeles.

—Pero tú debes quedarte, tienes un montón de contratos que hacer—repliqué—No quiero que por mi culpa pierdas algo que es importante para ti.

—Rose...—se acercó y agarró mi cara entre sus manos—Tú eres importante para mí.

Sus dedos limpiaron mis lágrimas y lo único que pude hacer fue darle gracias por existir en mi mente y abrazarlo con fuerza, encontrar el perfecto refugio entre sus brazos.

—Ya, cariño, todo estará bien—habló mientras me acariciaba con ternura la cabeza.

Su voz sonaba perfecta en el silencio atónito, su presencia era esencial en mi vida, él se convirtió en más de lo que yo había podido alguna vez desear e imaginar. Llegó a ser tanto en poco tiempo, haciéndome sentir cosas que me asustaban, haciéndome sentir lo que nunca sentí. Logró hacerme encontrar la felicidad y la protección.

—Debes tranquilizarte, en este estado no podrás pensar claramente, necesitas tener la mente sana—siguió diciéndome—. ¿Quieres contarme qué es lo que pasa?

— Es que yo tampoco sé lo que está pasando— murmuré aun estando entre sus brazos.

—Sea lo que sea, no estás sola. ¿Me entendiste? —Me alejó del calor de sus brazos, obligándome a mirarlo a los ojos.

—Gracias, amor—repliqué sin pensarlo.

—Confía en mí—me dijo claramente, repitiéndomelo un par de veces.

Me besó los labios tiernamente, asegurándome una y otra vez de que todo estará bien y de que él estará a mi lado listo para ayudarme con todo lo que se necesitaba. Desgraciadamente, ninguno de los dos sabíamos en ese momento lo que la vida nos había preparado para vivir.

—Vamos a prepararnos—me sonrió.

Empecé a buscar todos mis documentos , arreglar los papeles de los trabajos y el diseño que le había diseñado a la compañera de mi hijo. No tenía ganas de empanar y mucho menos de llevarme cosas, pero a esas tres no podría renunciar.

El tiempo había volado y en poco tiempo ya me encontraba embarcándome, temblando y pensando en mi hijo.

Una vez dentro del avión me senté en el sofá, pensativa y preocupada. El miedo hacia el vuelo desapareció por completo y solo quería verme a miles de metros de distancia de la tierra, volando con toda la fuerza hacia mi casa.

—Ven, debes comer algo—lo escuché decir mientras se había sentado a mi lado con un plato lleno de frutas.

—No tengo hambre—giré la cabeza hacia él.

—Rose, no sabemos con qué problema vamos a tener que enfrentarnos pero si sabemos que para poder hacer algo realmente útil primero tenemos que estar bien nosotros.

—No me apetece comer, siento...—depositó un dedo sobre mis labios, callándome y sonriéndome con ternura para que después hable con firmeza.

—Sea lo que sea, lo vamos a arreglar juntos.

El apoyo que él me daba en cada segundo fue el único que logró calmarme a lo largo del viaje. ¿Qué habría sido de mí si en ese momento él no hubiera estado a mi lado?

Las horas pasaron más lento que nunca, todo parecía eterno, hasta la noche pareció más larga que nunca. Todo estaba envuelto en la oscuridad hasta que en un momento miré a través de la pequeña ventana y pude ver cómo el cielo cambiaba el color lentamente, el negro dejó lugar a un rojo fuerte.

—¿Estamos cerca?—pregunté después de muchas horas en las cuales los dos nos hemos quedado callados y pensativos.

Colín miró el reloj que llevaba puesto en la mano y contestó : —Debemos llegar en unos momentos. ¿A dónde vamos?—preguntó.

—Colín, no quiero que lo tomes a mal, pero creo que será mejor ir sola esta vez. Aún no sé con qué me puedo encontrar allá.—intenté explicarle.

—Precisamente por eso, Rose, no pienso dejarte sola en una situación como esta.

—Dame solo el día de hoy y te prometo que después no podrás escaparte de mí—lo miré a los ojos, estaba igual de cansado, ninguno de los dos se había dormido.

Prácticamente, me pasé unas buenas horas entre sus brazos para que después los dos tomemos un lugar más alejado, metidos en nuestros pensamientos.

—No estoy de acuerdo con tu decisión, pero si esto es lo que tú quieres..—se encogió los hombros visiblemente molesto.

—Intenta entenderme, por favor—agarré su mano entre las mías—. Mi vida nunca fue fácil y aprecio que estés aquí pero...no quiero acostumbrarme a tener siempre a alguien a mi lado y que después un día decida irse.

—Rose—suspiró mientras negó con la cabeza—No todos queremos irnos de tu vida.

—Colín, no puedo llevar una conversación ahora...—me detuve notando cómo el avión tocó la tierra. —Perdóname, pero esto lo quiero hacer sola.

—Si necesitas cualquier cosa, solo pídemelo.—me acarició la mejilla.

Agarré su rostro entre mis manos y le di un corto beso en los labios, una forma en la cual quería agradecerle todo lo que hacía por mí. Un gesto que sentí hacer desde el fondo de mi ser. En ese momento entendí que a veces algunas situaciones no deben ser dichas sino mostradas y que de verdad las palabras pueden ser muy cortas e insignificantes ante un sentimiento tan grande.

La puerta del avión se abrió y las escaleras empezaban a aparecer poco a poco. Aunque sentí un gran alivio sabiendo que estaba muy cerca de mi hijo, también me encontré con un sentimiento de tristeza, uno que mostraba mis ganas de quedarme al lado de Colín. No quería separarme de él, a su lado todo parecía fácil.

A su lado todo fue un cuento, no lo podía negar y, por lo tanto, no admitir que por mi mente también pasó el pensamiento de que lo nuestro llegó al final. Tal vez una vez llegando a la realidad mi cuento se iba a derramar poco a poco.

—Cuídate, por favor—me agarró por la cintura atrayéndome hacia él y besándome con pasión.

El aroma de su boca era mi motivo más grande de quererlo en mi vida, las sensaciones que despertaba en mí fueron los motivos por los cuales logré sonreír y descubrirme poco a poco, fue él quien logró hacerme pensar que la vida podría ser mejor.

—Tú también.

Con cada paso que me alejaba de él, sentí cómo todo queda en el pasado, como si el presente fuera mi enemigo.

Suspiré hondo en el momento en el cual llegué delante de las escaleras y giré la cabeza para mirar hacia atrás, viéndolo mirándome y sonriéndome, cerrando los ojos y apretándolos en señal de " todo estará bien".

Solo esperé volver a verlo pronto. Hice un paso, pero él seguía presente, pero con el segundo ya había pedido la vista de sus ojos y con el tercero lo único que aún podría notar de su cuerpo, habían sido los zapatos.

Con el corazón asustado y chiquito corrí por el aeropuerto hasta que logré salir y encontrar un taxi que me llevó hacia el Hospital central de Los Ángeles.

—¡Buenos días!—respiré agitada después de haber corrido hacia la recepción del hospital. —¡Señora!—alcé la voz notando que la mujer no me había atendido y aún hablaba al teléfono.

—Diga—contestó, rodeando los ojos, molesta.

—Mi hijo está internado aquí, necesito saber su habitación y el doctor que lo está atendiendo —hablé con rapidez sin importarme su mal genio. En ese momento solo me importaba mi hijo.

—¿Cómo se llama su hijo?—preguntó mirando unos papeles que tenía sobre el despacho.

—Diego Paige.

—Lo atiende el doctor Baltasar, el piso 5, habitación 1200.

Sin darle las gracias, corrí hacia el elevador que apenas había bajado, subiéndome y rezando que mi hijo esté bien y que el doctor me diga que no es nada grave.

—¡Rose!—escuché la voz de Natalia en cuanto las puertas se habían abierto, estaba sentada en una silla preocupada con lágrimas en los ojos.

—¿Qué pasa con mi hijo?—la miré desesperada. —¡Dime!

—Diego...—empezó a llorar muy fuerte, haciéndome sentir cómo el pánico crecía rápidamente y que mi respiración estaba a punto de parar por siempre.

– ¡Habla!

Con los ojos llenos de lágrimas y con una preocupación muy fuerte que apretaba mi corazón y mi ser, me giré, notando el rostro de un hombre a unos cincuenta años, vestido en blanco.

—Señora Paige, soy el doctor Ricardo Baltasar, acompáñenme en mi despacho para platicar más tranquilo.

—¿Diego, está bien?—volví a preguntar una vez más, notando cómo nadie quería decirme nada y eso solo intensificaba mi miedo.

—En este momento está estable pero por favor acompáñeme.

El doctor me tocó el hombro y después se dio la vuelta invitándome a seguirlo. Solo Dios es testigo de lo que había sentido en ese momento: caminar por el pasillo viendo por las ventanas de vidrio enormes niños sufriendo, madres llorando al lado de ellos y desesperación.

—Por favor—habló el doctor mientras me dejaba pasar en su despacho.

Entre y él me siguió en unos segundos, caminando hacia su despacho y checando unos papeles.

—Doctor, por favor, díganme qué le está pasando a mi hijo—supliqué con lágrimas en los ojos.

—Tengo que informarle que su hijo se encuentra en una situación bastante delicada.—habló el doctor y sentí cómo todo mi cuerpo se debilitaba poco a poco. — Últimamente se había sentido muy mal, siempre con gripe y fiebre.

—Sí, pero yo misma fui con él al doctor y me encargué de darle el mejor tratamiento.

—No lo dudo, señora Paige, desgraciadamente los doctores no habían notado la causa real de su enfermedad. Su hijo tiene una anemia plástica muy grave. Lo miré atónita, sin entender muy bien de lo que estaba hablando, pero él siguió explicándome. — Esta enfermedad compromete el sistema inmunológico y priva a los órganos y tejidos del oxígeno que da vida y los nutrientes que necesitan.

— ¿Y qué se puede haber?—pregunté temblando.

—Por ahora hemos empezado el tratamiento con quimioterapia y aunque a esta hora se encuentra estable, su hijo necesitará un trasplante de médula.

—Yo seré su donante, lo haremos lo más pronto posible.—repliqué.

—Vamos a hacer unos análisis para ver si usted está compatible.—dijo tranquilo mientras sacó su teléfono y llamó a una enfermera a quien la había aviado sobre lo que iba a pasar, pidiéndole que venga de inmediato. —Señora...—añadió poco después, pero ahora se encontraba un poco avergonzado. —No conozco su situación económica pero debo informarle que esta operación y el tratamiento que su hijo debe hacer después del tratamiento, cuestan mucho.

—¿Cuánto?—pregunté con un nudo en la garganta.

—300.000 $ —replicó. —Y puede crecer, eso depende de las dosis que debemos administrar.

Definitivamente no tenía esa cantidad de dinero por más que intenté ahorrar a lo largo de mi vida pero esto no importaba, estaba dispuesta a todo para curar a mi hijo.

—Buenos días—entró una enfermera que me sonrió. —¿Es la señora a quien debo sacarle una prueba de sangre?

—Sí, Tania, pero por favor hazlo aquí en mi despacho, la señora se queda bajo mi observación y por favor pide que el examen salga de emergencia.

—Por supuesto.

Todo mi mundo cayó, se derrumbó, se rompió por completo. No sabía cómo iba a conseguir tanto dinero pero una cosa era clara, no quería pedirle dinero a Colín. A todos menos a él.

—Pero qué delgada estás, ni pensaba que eres madre.—me dijo la enfermera mientras me sacaba la sangre.

La miré a los ojos y me esforcé en sonreírle, creo que fue la sonrisa más falsa de toda mi vida.

—Doctor, iré al laboratorio. Supongo que en una hora los análisis estarán disponibles.

—Perfecto, aquí me quedo.—aseguró el doctor y la enferma salió poco después, dejándonos solos nuevamente. —Sé que en este momento todo parece muy difícil, Rose pero créeme que muchos niños lograron sobrevivir.

—¿ Usted cree que mi hijo lo hará?—pregunté en un hilo.

—Es un niño muy fuerte, le toca luchar pero yo confío en él y sé que logrará vencer esta enfermedad.

El doctor siguió hablándome sobre esta enfermedad, dándome todos los detalles que pedía. También me ayudó a poder quedar en el hospital día y noche con mi hijo. Todo estaba arreglando, solo necesitaba saber que yo podría ser el donante y tenía la fe de que sí podría serlo, teniendo en cuenta que era su madre.

Un pequeño golpe se escuchó en la sala y la misma enfermera entró , llevando en sus manos un sobre pequeño blanco.

—Ya llegó el resultado.—afirmó y le entró el documento para que después nos dejara a solas nuevamente.

Mis pies empezaron a temblar y por un momento hasta me olvidé de respirar.

—Vamos a ver.—dijo el doctor mientras abrió el sobre y empezó a leer. —Negativo— dijo enfadado, tirando el papel.

—¿Negativo? Pero soy su madre, ¿cómo es posible?—pregunté mientras empecé a llorar una vez más.

—No siempre la madre puede ser la donante—afirmó. —Pero tenemos otra oportunidad.

—¿Cuál?—pregunté, cada cosa buena que el doctor decía me hacía ver una pequeña esperanza.

—El padre de su hijo, debemos hacerle una prueba a él, tal vez él sí puede ser el donante.

—No, no, no, a ese hombre no le importa su hijo—negué con la cabeza. —¿Y si mi resultado salió mal? ¿Lo podemos repetir?—pregunté.

—Me temo que en este caso debemos confiar en que el padre de su hijo se recapacite si no vamos a tener que buscar un donante. Empezaré ahora mismo a meter a su hijo en las listas de espera, pero usted, señora, no puede ser donante.—hizo una pausa. —Aunque volvamos a hacerle de nuevo la prueba, y si ella sale positiva, de todas motos usted no podrá hacerlo.

—¿Por qué?—pregunté confundida. — ¿Tengo alguna enfermedad?

—No, no.—negó con cabeza, asegurándome. —Usted está embarazada.

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